Por Francisco Aravena Diciembre 17, 2014

© Pablo Sanhueza

“En los últimos 20 años he estado tratando de pensar en las similitudes y en las diferencias entre chimpancés y humanos. Una gran similitud es el patrón de agresión entre grupos. Una gran diferencia es la dieta. Qué comemos y cómo defendemos nuestro territorio son factores fundamentales”.

Hace pocas semanas, recorriendo los bosques de la isla Navarino, en el extremo sur de Chile, siguiendo los pasos de Charles Darwin, el primatólogo inglés Richard Wrangham pudo constatar en terreno, en su boca, que el digüeñe, el hongo comestible que crece en los árboles y que llamó la atención del naturalista del Beagle, no era más que un snack. Recorriendo esos rincones del Cabo de Hornos, durante un viaje organizado por la RAD UDD, en el que estuvo acompañado por otros científicos, como la primatóloga Isabel Behncke y el antropólogo Maurice van de Maele, ambos chilenos, junto a un grupo de ejecutivos y profesionales, Wrangham le puso sabor, literalmente, a algo de lo cual sólo había leído.

Se trataba de una constatación importante para alguien que ha asignado un valor tan fundamental a aquello que los humanos nos echamos a la boca.

Wrangham es el autor de Catching Fire: How Cooking Made Us Human, un libro publicado en 2009 y sobre el cual lleva cinco años dando explicaciones. No es para menos: no sólo plantea que los humanos nos hemos adaptado a comer la comida cocinada, sino que fue ésta adaptación la responsable de que nuestros ancestros evolutivos se transformaran en humanos: con cerebros más grandes, mandíbulas más pequeñas y estómagos  de menores dimensiones. Al cocinar, explica, nuestros antepasados comenzaron a extraer una mayor cantidad de calorías de las comidas y a la vez redujeron dramáticamente el tiempo y el gasto calórico en el proceso digestivo, dejando una enorme cantidad de energía disponible para el desarrollo de un cerebro más grande y por tanto demandante. Con más energía e inteligencia -y el innegable atractivo de la carne asada- pudieron entonces dedicarse a la caza. La cocina también dio origen a la asignación de roles en el núcleo familiar: si el hombre debía salir a cazar, la mujer debía dedicarse a cocinar esos alimentos, lo que no era poco trabajo. Como el fuego, con su columna de humo y el olor a la comida cocinada, dejaba expuesta a la cocinera -físicamente más vulnerable- a eventuales ataques y robos de extraños, el hombre le brindaba protección. Era un asunto de intercambio: seguridad por comida cocinada. De manera que el matrimonio tendría menos que ver con el sexo y más con la cena.

Lo más controversial y resistido de lo que plantea Wrangham -quien actualmente es director del Departamento de Antropología de la Universidad de Harvard-, es que todo esto debió suceder hace aproximadamente 1,8 millones de años, en el inicio del Homo erectus. El gran problema es que la evidencia del control del fuego es muchísimo más reciente (en un rango que podría ir desde hace 30 mil hasta casi un millón de años, según los últimos hallazgos).

“Encontrar evidencia del control del fuego es increíblemente difícil”, explica Wrangham en Santiago, donde expuso en el Primer Encuentro Chileno-Latinoamericano de Psicología Evolucionaria, organizado por la Fundación Ciencia y Evolución, el Centro de Investigación en Complejidad Social y el Laboratorio de Evolución y Relaciones Interpersonales de la USACH. Wrangham menciona los últimos sitios donde se han encontrado evidencias de control humano del fuego: Gesher Benot Ya’aqov, en Israel (790 mil años), y Wonderwerk, en Sudáfrica (un millón de años) para señalar su esperanza, aunque moderada. “Será un asunto de mucha suerte. Si se encontrará mientras yo esté vivo, no lo sé”.

-¿Es posible distinguir entre el control del fuego y el acto mismo de cocinar?
-En tiempos recientes, puedes distinguirlo. La cocina cambia la constitución física de los granos de almidón, cambia cómo se ve, aumenta su tamaño y cambia el patrón de polarización en la superficie del grano, así que puedes ver que el almidón fue cocinado. Pero el almidón, asumimos, no duraría dos millones de años. En general mi actitud es que la gente es muy inteligente para encontrar las maneras de probar estas cosas, y seguro que cada pocos años alguna manera totalmente no imaginada será descubierta. Algo de trabajo se ha hecho con las lombrices solitarias o tenias. Éstas tienen una proteína resistente al shock de calor. Se ha planteado que las lombrices que estaban en los animales comidos por humanos evolucionaron desarrollando esta proteína para sobrevivir a la cocina, y por lo tanto para sobrevivir a ser comidas y así desarrollar su ciclo vital en humanos. Si esta idea es verdad, entonces es un argumento sobre la cocina de la carne y por lo tanto sus parásitos, y se puede fechar el tiempo en el cual las lombrices llegaron a los humanos. Hay un montón de ideas extrañas que pueden surgir.

-Al plantear que cocinar llevó a la distribución de roles en el grupo familiar. ¿Enfrentó alguna reacción ante el significado cultural de eso hoy, desde la perspectiva de la equidad de género?
-No mucha. Mis amigos me molestan a veces, pero no ha habido disputas al respecto en términos de publicaciones académicas. Es que no estoy cambiando la descripción: en cada sociedad, salvo algunos hogares en las ciudades modernas, las mujeres cocinan. Explicarlo no cambia el hecho de que suceda. Pero siempre he tenido el cuidado de no decir que recomiendo que esto deba ser o seguir así, sino que así ha sido hasta ahora.

-¿Hay diferencias en esto en grupos monogámicos y polígamos?
-No, sorprendentemente. Si miras a los grupos más extremos en Australia del norte, ves que a veces los hombres tenían 10 o incluso 20 esposas. Y las mujeres cocinaban para él. Y en grupos monogámicos tienes a veces el caso de que la mujer está consiguiendo la comida, pero aun así él no la cocina. A donde sea que mires, encuentras el mismo patrón, de la mujer cocinando. Los hombres sólo lo hacen en los días de festín.

-Usted hace ver que, por ejemplo, los gorilas deben masticar todo el día  para obtener la nutrición suficiente. ¿Qué pasa cuando le da comida cocinada a un simio que se alimenta de comida cruda?
-Prefieren la comida cocinada. Hicimos esa prueba. Tomamos un trozo de papa  y carne cocidas, y un trozo de papa cruda y carne cruda. Les permitimos oler ambos, y los pusimos a su alcance y vimos cuál preferían. Lo hicimos con chimpancés en cautiverio. Las respuestas individuales variaban, pero no había ninguna comida que prefirieran cruda. A veces, a los individuos no les importaba si era cocinada o cruda. Pero principalmente, en promedio, la preferían cocinada.

-Cuando estudia poblaciones humanas antiguas, ¿cómo las va relacionando con su experiencia como primatólogo? ¿Está siempre haciendo comparaciones? ¿No condiciona eso su observación?
-Hay que ser cuidadoso en el punto de partida. El mío es que los chimpancés son un buen modelo para estudiar el último ancestro en común entre humanos y chimpancés. Hay excelente evidencia que entre 6 millones de años atrás, la especie de simios que dio origen tanto a los australopithecus y a los chimpancés modernos era muy similar a un chimpancé. En los últimos 20 años he estado tratando de pensar en las similitudes y en las diferencias entre nuestras especies. Una gran similitud es el patrón de agresión entre grupos. Una gran diferencia es la dieta. Y estoy igualmente interesado en las similitudes y las diferencias. Hay un montón de otros factores, por supuesto, pero qué comemos y cómo defendemos nuestro territorio son completamente fundamentales.

-¿Qué lo llevó a convertirse en primatólogo?
-A los 18 años viajé a Zambia y pasé 9 meses allá trabajando como asistente de un biólogo en un gran parque nacional. Y al final de mis estudios de Zoología en Oxford, surgió la oportunidad de trabajar con chimpancés. Le escribí a Jane Goodall y le pregunté si le gustaría tener un asistente, y tuve mucha suerte, porque justo entonces ella estaba buscando ayuda. Me tomó como 20 minutos de observación de los chimpancés para darme cuenta de que estaba frente a una especie que actúa como un puente entre nosotros y el mundo natural.

-¿Diría usted que, en términos de la construcción del conocimiento científico, estamos más abiertos que antes  hacia las nuevas ideas o cambios de paradigmas?
-Creo que vivimos un tiempo muy excitante. En 1975 se publicó el libro de Ed Wilson, Sociobiology: The New Synthesis, y en los 80 y los 90 la psicología evolutiva empezó realmente a desarrollarse, causando fuertes reacciones. Pero actualmente esas reacciones se están rompiendo; ahora hay una penetración de gente joven en los departamentos más ortodoxos, y dentro de ellos encuentras a gente que ha crecido escuchando estas ideas y dándose cuenta de que hay algo importante ahí. Así que en Harvard, por ejemplo, tenemos Psicología Evolutiva en un departamento de Psicología tradicional. Y, en general, hay un creciente interés en integrar estas perspectivas. El punto de quiebre se alcanzará cuando la gente consciente de la perspectiva evolutiva sea capaz de beneficiarse de todo el maravilloso conocimiento cultural y sociológico  y todo lo demás que ha estado hasta ahora encerrado en sus propias cajas. Queda mucho camino para realmente fusionar las áreas, pero está sucediendo.

-Cuando mira la historia del hombre desde una perspectiva evolutiva, ¿se siente optimista o pesimista sobre nuestro futuro?
-Me siento optimista, más bien desde la perspectiva histórica que puedes entender en términos evolutivos. Está muy claro que el gran problema humano es la violencia (Wrangham publicó en 1996 Demonic Males: Apes and the Origins of Human Violence). Si podemos resolver el problema de la violencia, podemos resolver todos los demás. Y me gusta mucho el análisis de Steven Pinker (en The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined, 2011), que muestra la reducción de la violencia mundialmente. Lo interesante es que él es una persona informada evolutivamente, él reconoce que sólo porque la selección natural haya favorecido propensiones agresivas en el pasado, no significa que eso vaya a ser así en el futuro. Si nos damos instituciones y arreglos sociales que signifiquen que no les demos licencia a quienes quieran matar con impunidad, no lo harán.

-¿Qué tan difícil es para usted dar vuelta la página y pasar a su siguiente pregunta de investigación? ¿Y qué se está preguntando ahora?
-¡Es muy difícil! Porque aún estoy trabajando con Catching Fire. Cada año publicamos nuevos papers sobre la cocción, tengo estudiantes que están muy interesados, yo mismo lo estoy. Así que es muy difícil dejar eso en un rincón y pasar a lo siguiente. Lo siguiente para mí es entender más sobre de dónde vienen la cooperación humana y las habilidades culturales, y tengo una teoría que me entusiasma mucho: que los humanos hemos sido sujetos de un proceso muy parecido a la domesticación, que llamamos autodomesticación, y creo que seremos capaces de reunir evidencia biológica, fósil y quizás hasta genética para ayudar a entender por qué, aunque los humanos tenemos grandes problemas al controlar la agresión, en general somos una especie maravillosamente pacífica. Y creo que podemos llegar a una respuesta evolutivamente informada para esa pregunta.

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