Por Álvaro Fischer, presidente de la Fundación Ciencia y Evolución // Ilustración: Patricio Otniel Agosto 27, 2014

© Patricio Otniel

“Mi desilusión con la física, mi frustración con la matemática y el entusiasmo que sentía con mis investigaciones y reflexiones sobre el pensamiento y la mente me provocaban una gran tensión interior, porque debía tomar decisiones respecto de mis estudios”.

Conversar con el físico y filósofo Douglas Hofstadter, elogiado y conocido por su libro  de 1979 Gödel, Escher, Bach: Un Eterno y Grácil Bucle -un celebrado éxito de ventas donde vincula matemática, lingüística biología y psicología,  que le valdría el premio Pulitzer de ensayo al año siguiente-, es como leer sus libros. Desarrolla sus ideas como cuenta el desarrollo de su vida, y lo hace con un cuidado parecido. Se preocupa de exponer con claridad, y por ello usa las analogías con frecuencia.

Además, como sus ideas están intensamente entrelazadas con su propia biografía, la separación que establece entre las abstracciones con que analiza los objetos mentales que atraen su estudio y su propia experiencia personal se hace borrosa y, en consecuencia, la conversación es un ir y venir de relatos personales, conjeturas profundas, mezcladas con arte, ciencia y humanidades. Así, cobran particular importancia las cosas que a él le fueron sucediendo en su niñez y las que fue impulsando en su adolescencia, y luego, las de su época de estudiante universitario, cuando conoció a un chileno con quien trabaría una amistad que se mantiene hasta el día de hoy, el físico Francisco Claro. Eso dio lugar a su poco convencional vida intelectual, que lo ha mantenido conectado con muy diversos grupos de pensadores, filósofos, científicos y artistas de distintas partes del planeta.

Académico de Ciencia Cognitiva y Literatura Comparada de la Universidad de Indiana y director del Center for Research on Concepts and Cognition, Hofstadter visitó Chile hace un par de semanas, cuando llegó para dictar dos conferencias: una sobre la importancia de las analogías en la obra de Albert Einstein, que ofreció en el Centro de Innovación de la PUC, y otra sobre la construcción de analogías como el corazón del pensar, organizada por el Departamento de Psicología de la misma universidad.

-¿Cómo empezó su proceso de reflexión sobre el pensamiento?
-Fueron muchas cosas que se fueron sucediendo. Desde joven supe que era bueno para la matemática. Pero no sabía cuán bueno. ¿Sólo bueno? ¿Muy bueno? ¿Extraordinariamente bueno? ¿Qué podría estar sucediendo en mi mente que hiciera verdadera una u otra de esas afirmaciones? Por otra parte,  desde pequeño me interesaron los idiomas, y como resultado de ello, me preguntaba si habría diferencias entre pensar en francés o hacerlo en inglés, si los pensamientos tendrían que ver con las palabras específicas de cada idioma o si eso era completamente intercambiable. También contribuyó mi interés por la teoría de números, que me llevó a intentar entender muchas de las propiedades que ellos tienen, lo que se conectó con hacer cálculos programando esos antiguos computadores que había en mi infancia y a los que accedía visitando los laboratorios de la universidad en la que trabajaba mi padre(el Premio Nobel de Física Robert Hofstadter). ¿Qué relación había entre lo que hacía el computador y los pensamientos que recorren nuestra mente? Asimismo, mi hermana menor, Molly, nació con un defecto que le impidió hablar y comunicarse verbalmente, lo que la ha afectado permanentemente toda su vida y, junto con transformarse en un duro golpe para nuestra familia, me hizo reflexionar profundamente sobre lo que ocurría al interior de su mente que fuera distinto de lo que ocurría en otras.

“En el período en que estaba interesado en los números, y recorría con gran interés las tiendas de libros que saciaran ese interés, me encontré, en una ocasión, con un libro sobre la demostración del teorema de Gödel, escrito por Ernest Nagel y James Newman, que me produjo una extraña atracción; una rápida mirada de su contenido me produjo una mayor atracción aún -había palabras como metamatemática, por ejemplo- así que lo compré”, agrega a continuación. “También recuerdo que desde la primera exposición auditiva que tuve a la música de Chopin, cuando muy niño, me impresionaron las intensas emociones que ella me generaba, las que debían provenir del procesamiento de información que tenía lugar en mi cerebro. Ése fue otro de los factores que me hicieron pensar con mucha detención en lo que ocurre al interior de nuestra mente, y reflexionar también sobre lo que significa estar consciente”.

-¿Y qué le pasó cuando ingresó a la universidad?
-En la universidad me interesó persistir en mi interés y facilidad con la matemática. Así llegué al programa de posgrado en esa disciplina en la Universidad de Berkeley. Sin embargo, comencé a constatar cierta dificultad con algunas de las materias más abstractas, lo que me condujo, con gran desgarro interno, a dejar el estudio sistemático de la matemática y cambiarme a un programa de doctorado en Física de Partículas en la Universidad de Oregon, en Eugene, donde conocí a Francisco (Claro). Sin embargo, al poco andar me comencé a sentir incómodo con los supuestos en los que ese estudio se fundaba. En paralelo, mi inquietud con lo que ocurría en nuestra mente seguía adelante: el teorema de Gödel y la autorreferencia (fundamental en su demostración); mis experimentos con los fenómenos de autorreferencia en otros ámbitos, como por ejemplo cuando uno dirige una cámara de video a la misma pantalla sobre lo que se proyecta, lo que la cámara capta, que provoca una especie de regresión infinita; los patrones especiales que se encuentran en la música, como en la de Bach.

Las conexiones que comenzaba a percibir en todo ello me tenían en un estado de gran excitación intelectual, lo que fui dejando registrado por escrito. Sin embargo, mi desilusión con la física que estudiaba, mi frustración con la matemática y el entusiasmo que sentía con mis investigaciones y reflexiones sobre el pensamiento y la mente me provocaban una gran tensión interior, porque debía tomar decisiones respecto de mis estudios y, además, tenía que decidir qué iba a hacer con mi vida.

-¿De esa tensión surgió su libro Gödel, Escher, Bach?
-En cierto sentido. Conversando con el director de tesis de Francisco Claro, el suizo Gregory Wannier me propuso un problema interesante a estudiar, del cual nada sabía y, además, al que no tenía idea alguna de cómo aproximarme. Logré acompañar al Dr. Wannier a la Universidad de Ratisbona, en Alemania, donde él iba a pasar un semestre. Allí comencé a hacer simulaciones del problema en un computador, y observé la aparición de ciertos patrones regulares muy interesantes en los gráficos resultantes. Mi tutor se oponía a esa metodología. Me costó mucho tiempo, mucha persistencia, y varios retos de él, antes de que finalmente mi trabajo me permitiera completar mi tesis de doctorado. Recuerdo de esa época el haber pasado largas horas en mi pieza, solo, escuchando un programa de radio sobre música de Chopin, transmitido desde Varsovia. En una ocasión, para mi sorpresa, recibí una invitación, relacionada con la física, para visitar Polonia. Mi gusto por los idiomas me hizo estudiar furiosamente polaco, para poder darme a entender cuando viajara; ese esfuerzo rindió sus frutos, porque, una vez allá, llamé al programa de radio, y el director me invitó a visitarlo; cuando lo hice, grabaron una entrevista conmigo. Fue una gran emoción, de vuelta en Alemania, escuchar en la soledad de mi pieza, intentando acompañarme de la música de Chopin, mis propias palabras en polaco, hablando de mi compositor favorito. Luego de completar mi tesis, fui agregando a mis notas los diálogos, los dibujos de Escher y las conexiones con Bach, para terminar el libro, motivado también por los patrones de regularidad que había encontrado desarrollando mi tesis de doctorado.

Conversar con Hofstadter es recorrer la biografía de su inquieto intelecto. A veces propone una interesante analogía, para expresar una idea compleja, pero siempre, en todos los casos, reaparecen los temas que lo inquietan: la autorreferencia, los patrones regulares, la capacidad de nuestra mente para abstraer patrones regulares del mundo que la rodea y generar luego un lenguaje acorde con el nivel de abstracción de que se trate. Si uno quiere entender lo que ocurre con las partículas subatómicas, se hace necesario referirse a las ecuaciones de la mecánica cuántica. En cambio, si uno se traslada al ámbito de la biología, será necesario recurrir el lenguaje del diseño que explica las funciones de las partes de un organismo vivo. Aunque todas esas partes estén compuestas de partículas que siguen las ecuaciones de la mecánica cuántica, describirlos así haría incomprensibles e ininteligibles las regularidades que observamos en ellos todos los días. Y cuando nos trasladamos al ámbito de los seres humanos, su descripción nos obliga a pasar a un nivel de abstracción más alto aún, al de las intenciones, percepciones y autopercepciones conscientes.

El paso de un nivel de abstracción a otro, cambiando los conceptos a utilizar, es un tema muy importante para Hofstadter. Por ejemplo, dice, la temperatura de un gas es un concepto termodinámico, es el resultado estadístico de todas las moléculas actuando conjuntamente. Hofstadter concluye que la termodinámica se explica por medio de la mecánica estadística, o mejor, que la termodinámica permite evitar la mecánica estadística (basta hablar de temperatura y nos podemos olvidar de las moléculas). Y respecto del cerebro y la mente, afirma análogamente: thinkodynamics is explained by statistical mentalics; es decir “la piensodinámica se explica por la mentálica estadística”, o mejor, al igual que antes, “la piensodinámica permite evitar la mentálica estadística”. No necesitamos preocuparnos de seguir las conexiones neuronales una a una para poder describir la mente, pues también lo podemos hacer utilizando las palabras que denotan emociones o intenciones, que nos resultan más familiares, puesto que las conexiones neuronales son extremadamente complejas y difíciles de seguir.

Algo de eso ocurre con el teorema de Gödel, pues lo que él logra es numerar, de una manera ingeniosa, las proposiciones escritas en simbología  lógica que surgen, por ejemplo, del volumen Principia Mathematica, de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead. Así, se puede utilizar el lenguaje más fácil de los números en vez de los símbolos lógicos para describir esas proposiciones, del mismo modo que cuando se utilizan emociones e intenciones para referirse a los seres humanos resulta más sencillo que entender conexiones neuronales.

-¿Es usted religioso? A veces, su uso de la palabra “alma” y Dios en partes de su libro así lo insinúa...
-No, no lo soy. Soy materialista y monista.

Eso, está claro, no impide que las conexiones neuronales de su cerebro le permitan gozar de las más elevadas manifestaciones espirituales.

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