Por Nicolás Alonso Abril 16, 2014

© José Miguel Méndez

“Las aves pertenecen al grupo de los dinosaurios, como el hombre pertenece a los mamíferos”, dice Vargas. “Las aves son los únicos dinosaurios que permanecen vivos, todos los demás se extinguieron”.

“Cuando vi la semejanza entre los embriones de ave y de dinosaurio dije: aquí hay un tesoro con el potencial de revolucionar nuestro conocimiento”, explica Vargas. “Y no necesito tener los grandes yacimientos de dinosaurios emplumados de China para hacerlo; esto depende de ir a buscar huevos a Pirque”.

Dice que puede evocar, con precisión, lo que sintió hace más de tres décadas en el momento exacto en que le explotó la cabeza. Revivir ese momento bisagra, que definiría todo lo demás. Lo dice mirando una foto en su computador, en su desordenado laboratorio en la Universidad de Chile, que está atiborrado de fósiles, de imágenes de huesos, y sobre todo de huevos de pollo. Están sobre las repisas, encima de los muebles, en una cava de vinos o, ya mutantes, en la incubadora.

La fotografía muestra a un niño de cuatro años, exultante, con una camiseta en que un enorme Godzilla avanza por la ciudad tirando fuego por la boca. Poco después de esa foto, ese niño, fanático de los monstruos, acompañó un día al trabajo a su madre, profesora de Biología en un colegio privado de Santiago, y se quedó en la biblioteca esperándola, viendo sus libros de bestias. Entonces tomó por casualidad un volumen que había en una mesa, y lo abrió. Tenía monstruos también, pero era distinto a todos los libros que había visto: era grueso, con pocas ilustraciones, lleno de palabras que no sabía leer. Un libro de monstruos para grandes, pensó.

-Sospeché algo muy serio -dice hoy Alexander Vargas, de 36 años, posdoctorado en Ecología y Evolución de la U. de Yale, y jefe de la Red Paleontológica U. Chile-. “Es que en el pasado los monstruos existían”, me dijo mi madre. “Pero ya no queda ninguno. Se llamaban dinosaurios”. Ahí, justo ahí, explotó mi cabeza.

Camina hacia su laboratorio, en la sala contigua, y cuenta otra historia, más reciente. Dice que luego de más de un siglo de discusión, hace cuatro años la mayor parte de los paleontólogos terminaron de convencerse -luego de encontrar colágeno y vasos sanguíneos de dinosaurios en muy buen estado en EE.UU., y compararlos con los de numerosas especies- de que las aves no sólo son los descendientes más directos de los dinosaurios, sino que son, propiamente, dinosaurios.

-Las aves pertenecen al grupo de los dinosaurios, como el hombre pertenece a los mamíferos -dice Vargas, levantando un frasco que contiene lo que parece un perfecto feto de dinosaurio, pero que en realidad es un embrión de pollo, antes de desarrollar plumas-. Las aves son los únicos dinosaurios que permanecen vivos, todos los demás se extinguieron.

Deja el frasco y agrega:

-Nosotros estamos destapando las características de sus ancestros que estaban ocultas adentro, con nuestros experimentos de dinosaurificación.

Sobre el mesón del laboratorio, y copando varias repisas, hay cientos de pequeños frascos, que contienen translúcidos embriones de pollos, codornices, perdices, reptiles, algunos mamíferos y hasta una serpiente. Pero lo importante son los pollos, el animal que más ocupan, por su antiguo linaje, para hacer sus atavismos experimentales. Así como hay casos registrados de humanos que han nacido con cola o con pezones múltiples, que desarrollaron esas antiguas características dormidas en sus genes, lo que Vargas junto a su estudiante de doctorado João Botelho hacen en el laboratorio es forzar ese proceso: alterar molecularmente los embriones de pollo para que nazcan con características de sus ancestros, los terópodos, la línea de dinosaurios carnívoros que incluye a los tiranosaurios y velociraptors, entre otros.

A la fecha, han logrado crear pollos con la fíbula -el típico hueso de la pata que parece una espina- fuerte y unida a la articulación, como la de un dinosaurio; o con el dedo perchador, el que se aferra a las ramas, pequeño y levantado; o pollos con dos dedos, con pies de tiranosaurio.

Lo que muestra ahora en el microscopio es esto último. En un frasco muy pequeño, y teñidos de color azul, varios torsos minúsculos de pollo enorgullecen a su creador: algunos, los normales, tienen tres dedos. Los otros tienen sólo dos. Para lograr esto alteraron el gen que desarrolla las extremidades con ciclopamina, “el Mentholatum de la monstruificaciones”, un alcaloide que ocupan para la mayoría de sus atavismos experimentales. Según Vargas, la gracia de esta última investigación -que esta semana publicaron en la revista Frontiers in Zoology- no es tanto haber imitado el pie del tiranosaurio, sino demostrar empíricamente -luego que en 2004 él mismo anotara su primer golpe al demostrarlo genéticamente- el mecanismo biológico con el que los dedos de dinosaurio habrían evolucionado hasta convertirse en dedos de pollo.

Hasta hoy, el último argumento de quienes dudan de la relación entre aves y dinosaurios era justamente ése: que sus dedos no tenían una estructura similar. Vargas cree que con este experimento puede haber terminado de redondear una discusión que duró 140 años.

-Había un desajuste en la película. Era la última arruga en la teoría: tienen que ser dinosaurios, pero los dedos no encajan. Y nosotros tenemos una explicación razonable.

Buscar ese tipo de respuestas, se justifica, los ha llevado a engendrar pollos con partes de dinosaurios. No es el objetivo en sí mismo, asegura, crear monstruos. Aunque claro, basta ver esos pequeños frascos con pollos que parecen reptiles para querer saber hasta dónde podrían llegar.

-No es que queramos revivir a los dinosaurios: los experimentos de dinosaurificación han resultado de responder viejas preguntas que andaban rondando sobre su evolución. Uno trata de ver cómo funciona lo de la fíbula, descubres que la ciclopamina hace esto… Y claro, cuando paras y miras, dices: “Chucha, estamos haciendo un Jurassic Park”.

Los embriones de aves del Dr. Vargas  son modificados molecularmente en la U. de Chile, hasta desarrollar características de dinosaurios. Luego, sus huesos y cartílagos son teñidos, y sus cuerpos son colocados en frascos con glicerina, donde se conservan y transparentan.

 

LA CIENCIA Y LA FE

Después de la biblioteca, del libro, y la explicación de su madre, el niño Alexander Vargas se convirtió a la fe de los dinosaurios. Al día siguiente de ese día iniciático, ya le habían regalado dos libros del tema, que con los años se transformaron en decenas, importados desde EE.UU., junto a todo tipo de figuras de plástico, que él transformaba con un cuchillo si tenían errores anatómicos. Pronto se había peleado con su madre, testigo de Jehová, que lo obligaba a ir tres veces por semana a escuchar a un grupo de creyentes fervorosos negar la teoría de la evolución. Más de una vez terminó en discusiones acaloradas en plena iglesia.

El segundo quiebre en su vida, cuenta Vargas,  fue a los 12 años, cuando conoció a David Rubilar, hoy jefe de Paleontología del Museo Nacional de Historia Natural, de edad similar y similar obsesión por los dinosaurios. Se conocieron en un club de aficionados a la paleontología que se reunía en el Parque O’Higgins, e inmediatamente forjaron una amistad competitiva que dura hasta hoy. Entre los dos han refundado en los últimos años la paleontología de vertebrados en Chile -antes prácticamente abandonada-, liderando, junto a Marcelo Leppe, del INACh, un grupo de científicos que también conforman Rodrigo Otero y Carolina Gutstein, y que han logrado una seguidilla de hallazgos que incluyen el primer dinosaurio chileno, el Atacamatitan;  una nueva especie de plesiosaurio nacional; un saurópodo que habitó Magallanes;  y una gigantesca ave prehistórica dentada, el Pelagornis chilensis, entre varios otros.

Todos los demás miembros del grupo, con diferentes especialidades, son paleontólogos más tradicionales. Buscan huesos y describen especies o su evolución. En cambio, Vargas estaba fascinado por el antiguo debate sobre la relación entre aves y dinosaurios. Luego de que fuera formulada en el siglo XIX, y de que tomara fuerza con el hallazgo del primer arqueópterix, el animal que mejor demuestra esa transición -un extraño pájaro con plumas, cola huesuda de reptil y dientes-, la idea había sido desechada durante parte del siglo XX, junto con el decaimiento en general de la paleontología como ciencia. En los 80, sin embargo, la tesis reflotaría con gran fuerza con Humberto Maturana -quien tiene su oficina al lado de la de Vargas- como uno de sus defensores más tempranos.  Vargas hizo su tesis de doctorado en el análisis de este debate centenario, y se fue a hacer su posdoctorado en la Universidad de Wisconsin y en Yale con la meta de realizar algunos primeros experimentos.

El 2004, en Wisconsin, logró su primero hallazgo: comprobar genéticamente -aunque algunos paleontólogos de renombre se opusieron a la idea- que los dedos de las aves sí corresponden a los de los dinosaurios. Diez años después -esta semana- conseguiría llevar a cabo la transformación empírica que valida ese primer trabajo.

-Cuando hice el experimento y resultó, me puse los audífonos, puse la marcha militar de Godzilla, y bailé solo, marchando por el laboratorio de la Universidad de Wisconsin-Madison, la meca de la biología. Tenía 27 años. Fue uno de los momentos más importantes de mi vida.

Tras volver al país, becado con 35 mil dólares para armar su laboratorio, estaba decidido a iniciar su novedosa línea de experimentación molecular en aves, o dinosaurización. Desde entonces, ha desarrollado varios intentos paralelos de explicar la evolución del dinosaurio en ave -que hoy casi no recibe oposición en la paleontología mundial-, y este año piensa publicar junto a Botelho los experimentos más exitosos, el de la fíbula y el dedo perchador, y otro en proceso con el que pretenden escribir una página importante en la historia de la biología evolutiva: explicar cómo los 11 huesos de la muñeca del dinosaurio llegaron a ser cuatro en las aves.

-Apostamos por esta línea porque es más fácil estudiar dinosaurios vivos que muertos. Cuando vi la semejanza entre los embriones de ave y de dinosaurio dije: aquí hay un tesoro con el potencial de revolucionar nuestro conocimiento. Y no necesito tener los grandes yacimientos de dinosaurios emplumados de China para hacerlo; esto depende de ir a buscar huevos a Pirque.

-¿Cuán cerca podrías llegar  de revivir un dinosaurio?

-Se podría avanzar bastante en hacer un pollo dinosaurificado. Pero es difícil técnicamente. Tendría que ser un pollo transgénico, para ser capaz de engendrar otro pollo con la misma transformación. Hacer un linaje, porque no tendría sentido hacer todo de nuevo en cada embrión. Se puede hacer, pero es complejo. Es un paso a futuro.

-¿No sientes culpa por los embriones?

-La verdad es que no. No los ocupo para hacer bromas. Yo jamás he sentido desprecio por mis pollos, porque son hermosos. Yo siento hasta agradecimiento y ternura por los pollos que manipulo. Claro, cuando los tengo que matar, los tengo que matar. Pero verlos así, translúcidos, moviéndose… y pedir que por favor crezcan. Así son. Hermosos.

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