Por Andrés Gomberoff, vicerrector de Investigación y Doctorado UNAB // Fotos: Nat Geo Febrero 26, 2014

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“En el largo plazo, el mayor don de la ciencia será el de enseñarnos, de un modo que ninguna otra empresa humana ha podido, algo sobre nuestro contexto cósmico, sobre dónde y cuándo estamos y quiénes somos”, escribió Carl Sagan. Es lo que Einstein llamaba “religiosidad cósmica”.

“Nuestro nuevo Cosmos no repite nada de la serie original, pero usa esa primera aventura como una plataforma para esta nueva serie de aventuras. Y lo que está en el corazón de éstas es el ethos científico, precisamente como en el original”, comenta Ann Druyan.

Suerte la mía: tenía 13 años cuando, a mediados de 1982, la serie Cosmos, de Carl Sagan, se emitió por primera vez en Chile. Suerte, porque había que ser suficientemente  mayor como para entender algo de las sutiles líneas argumentales de la serie, pero suficientemente menor como para vencer  la necesidad de volver a escuchar “Come On Eileen” pensando en alguna compañera de curso. Era una cita sagrada cada jueves por la noche. La serie era  presentada por Hernán Olguín, que introducía a Sagan con un respeto sacro, mientras explicaba algunas de las ideas que vendrían en el capítulo en una escenografía adornada con fotos astronómicas. Luego venían los créditos, en  donde se nos hacía viajar simultáneamente entre galaxias y entre las notas de piano y sintetizadores de Heaven & Hell de Vangelis. Los pelos se erizaban. En el primer capítulo quedaba plasmado el espíritu de lo que vendría. Sagan de pie, en la lejanía, un pequeño punto ante la inmensidad del paisaje al borde de una acantilado en la costa. Las olas quebraban y la cámara se acercaba lentamente. Una voz cálida y profunda nos comenzaba a hablar: “El cosmos es todo lo que es, todo lo que fue, todo lo que será.  Contemplar el cosmos nos emociona. Hay un temblor en nuestros miembros. La voz se nos quiebra. Hay una vaga sensación como un recuerdo lejano de desplome desde una gran altura. Sabemos que nos acercamos al más grandioso de los misterios”.

Era imposible para mí, en esa época, no quedar hipnotizado por esas palabras y esa música. La voz para la versión latina era de Agustín López Zavala, célebre actor de doblaje mexicano, el mismo que dobló a Harry “el Sucio” Callahan, personaje que interpretaba Clint Eastwood en Magnum 44. Su voz pastosa y penetrante le agregó a la versión latina una cuota extra de grandilocuencia y misterio.

Allí estábamos mirando el televisor muchos a los que esa visión de la ciencia les cambió la vida. Es la fortuna de estar en el lugar preciso y en el momento indicado. Parecida a la que describe el mismo Sagan en la dedicatoria del libro basado en la serie que se publicó posteriormente: “En  la vastedad del espacio y la inmensidad del tiempo, es mi alegría el compartir un planeta y una época con Annie”. La dedicatoria está dirigida a Ann Druyan, su esposa, además de autora del guión de Cosmos  junto a Sagan y el astrónomo Steven Soter.

A 34 años del estreno de la serie en EE.UU.,  Ann Druyan se volvió a asociar con Soter para una nueva edición. Ésta será estrenada en los próximos días (el 11 de marzo) y presentada por el astrofísico y comunicador de la ciencia Neil deGrasse Tyson. Le pregunté a Ann si esperaba que el impacto de esta serie para toda una generación pudiese ser replicado en esta nueva aventura. Contestó que nunca midieron ese impacto. “Nunca hicimos un intento de medir cuántas personas fueron inspiradas para hacer, para enseñar, para leer más o para aprender más profundamente sobre ciencia”, me dijo en conferencia telefónica. “Más aún, un gran anhelo sería saber cuánta gente fue atraída hacia la ciencia puramente por los efectos de Carl Sagan. Por cada discurso, cada artículo, cada libro y por otras cosas que escribimos juntos o él escribió independientemente”.

Siguiendo las férreas normas que el pensamiento científico exige y que Sagan y ella se dedicaron a diseminar, Ann prefiere no hablar de grandes o pequeños impactos sin evidencias, sin mediciones. Como devoto a esas mismas normas me permito entonces sólo especular, mirando a mi alrededor, que no hubo ningún otro comunicador de la ciencia que influyera tan profundamente a mi generación.

RELIGIOSIDAD CÓSMICA

¿Pero qué fue lo que distinguió a Cosmos y lo transformó en un éxito televisivo de un modo que hoy, observando la programación de nuestra televisión, no podríamos imaginar para un programa científico? Creo intuirlo. Cosmos no enganchaba al público desde el ángulo que casi todos los medios y programas científicos lo hacían y siguen haciendo: la tecnología.

La visión de Sagan era puramente espiritual. Tal como él mismo escribió: “En el largo plazo, el mayor don de la ciencia será el de enseñarnos, de un modo que ninguna otra empresa humana ha podido, algo sobre nuestro contexto cósmico, sobre dónde y cuándo estamos y quiénes somos”.  Se trataba de lo que Einstein llamaba una religiosidad cósmica, un profundo recogimiento ante la grandeza del universo, y hacia la belleza de las leyes de naturaleza: “Afirmo que el sentimiento de religiosidad cósmica es el más fuerte y noble motor de la investigación científica”, sentenciaba. Esto era precisamente lo que Sagan quería comunicar. En la serie, los protagonistas no eran sistemas de alta fidelidad, teléfonos o motores, eran las grandes ideas de la ciencia. Esas ideas que, desde las limitaciones que nos presenta nuestra biología, desde la pequeña isla en que habitamos en la infinidad del espacio, y desde el pequeño instante en que transcurrimos dentro de la inmensidad del tiempo, nos permiten cortar ataduras y navegar cada vez más lejos en la exploración del universo. Este conjunto de ideas es representado metafóricamente en la serie a través de la “nave espacial de la imaginación”.

Para Sagan, una de las curiosidades de las religiones occidentales es que su dios “es un dios de un pequeño planeta, un problema que, creo, los teólogos nunca han planteado adecuadamente”.

La visión mística de las religiones occidentales ha sido siempre geocéntrica y antropocéntrica. Y allí ha radicado la fuente más grande de conflictos entre religión y ciencia. Primero Galileo y Copérnico, quienes mostraron que la Tierra no estaba en el centro del universo. Que los planetas giraban en torno al Sol, democratizando así el estatus de todos los planetas del sistema solar. Más tarde Giordano Bruno  sugirió que  el Sol era una estrella, tal como todas las que vemos cada noche. Esta democratización estelar lleva rápidamente a la idea de que una infinidad de sistemas planetarios, de mundos, nos acompañan en el universo. Luego Darwin mostró que el ser humano era un recién llegado en la Tierra, producto de una evolución que nos emparenta con todas las especies del planeta, democratizando así el estatus de todos los seres vivos que han surgido y se han extinguido en la Tierra. Desarrollos posteriores nos enseñaron que todo lo que observamos, en la Tierra y en el espacio, en la vida y en la materia inanimada, está hecho de los mismos elementos fundamentales. No parece haber nada particularmente especial en los materiales que  constituyen nuestros cuerpos. No es extraño entonces que la religión haya sido amedrentada por estas revelaciones de la razón. El sentimiento de reverencia ante nuestra insignificancia frente a la grandeza del cosmos es enorme. Es la religiosidad cósmica de Einstein. Sagan nos dice: “Y aun siendo así, si sólo somos materia intrincadamente ensamblada, ¿es esto realmente indigno? Si aquí no hay nada más que átomos, ¿eso nos hace menos a nosotros? ¿o hace que la materia sea más?”.

PENSAMIENTO CIENTÍFICO

La pseudociencia es otro de los blancos que Sagan y Druyan atacaban, tanto en Cosmos como en otros trabajos. Es llamativo que ésta goce de tan buena salud en una sociedad que aparentemente depende cada vez más de un especializado conocimiento científico. Las secciones de ciencia de los medios aparecen y desaparecen, pero el horóscopo sigue allí, inmune al paso de los siglos. Ufólogos, videntes y especialistas en innumerables farsas se pasean por la televisión y los diarios. Peor aún, líderes de opinión y políticos invocan a la pseudociencia para sostener argumentos en contra de científicos que atentan contra sus intereses. Vacunas, anticonceptivos, trabajos que evidencian el calentamiento global del planeta, transgénicos,  nanotecnología o la misma teoría de la evolución, para nombrar sólo algunos de sus blancos más populares. Vivimos una época en que el ninguneo a la ciencia ha aumentado a niveles alarmantes.

Creo que, por lo mismo, los científicos deben liderar hoy más que nunca la lucha en contra del analfabetismo científico. Tal como el mismo Sagan advierte en su libro El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad, éste ha sido impuesto en parte por nosotros mismos. Solemos enseñar la ciencia sin la magia, sin el “eureka” que se requiere. No parece haber demasiada diferencia entre el discurso del profesor de física o el de homeopatía. Ambos entregan información como si se tratara de una revelación mística. Y la ciencia no se trata de aprender. Se trata de descubrir. Se trata de conducir al estudiante, al espectador, al público, por el camino que llevó a los  grandes descubrimientos, para así recrear el “momento eureka”. Para mostrar que las ideas a las que llegaron los héroes de la ciencia no eran arbitrarias. Eran inevitables ante el poder de la observación, de la experimentación, de la evidencia.  En palabras de Sagan: “Si sólo enseñamos los resultados y productos de la ciencia - no importa cuán útiles o incluso inspiradores sean- sin comunicar su método crítico, ¿cómo puede una persona cualquiera distinguir ciencia de pseudociencia? Ambas son presentadas como afirmaciones sin fundamentos”.

Ann Druyan transmite el orgullo hacia su fallecido marido en cada palabra. “Nuestro sueño cuando Carl, yo y Steven Soter concebimos y escribimos la serie original era lanzar una gran red sobre un público lo más amplio posible”, cuenta. “Atraer personas no sólo hacia el poder de la ciencia que nos permite hacer cosas que para nuestros ancestros habrían sido hechicería. También queríamos formar tomadores de decisiones informados en esta sociedad, que aspira a ser democrática. No podemos ni siquiera comenzar a llevar a cabo esta aspiración si excluimos a los científicos, porque vivimos en una civilización que está basada enteramente en la ciencia y en la alta tecnología”.

UN NUEVO COSMOS

¿Cómo luchar 34 años más tarde en contra del analfabetismo científico? ¿Cómo sensibilizar a la sociedad hacia la llamada religiosidad cósmica? ¿Cómo mostrar hoy la profunda fuente de espiritualidad que nos revela la ciencia? ¿Cómo convencer de que el escepticismo y la observación cuidadosa pueden llevarnos a ideas tan fantásticas, tan profundas, tan disparatadas, y que nos acercan más que ninguna empresa humana a la contemplación  y veneración de la belleza natural? Neil deGrasse Tyson tiene un pensamiento muy similar al de Sagan, pero un estilo bastante distinto, quizás más apropiado para estos tiempos. Se trata de un tipo histriónico, hiperquinético y con un gran sentido del humor.

“Nuestro nuevo Cosmos no repite nada de la serie original, pero usa esa primera aventura como una plataforma para esta nueva serie de aventuras. Y lo que está en el corazón de éstas es el ethos científico, precisamente como en el original ”, me comenta Ann Druyan.

Ojalá podamos verla también en horario prime en nuestra televisión abierta, otra vez. Necesitamos mucha más ciencia y pensamiento científico. Porque quizás desde la nave espacial de la imaginación de DeGrasse un grupo de niños  se sume a las filas de la ciencia y, además de mover la frontera del conocimiento, nos ayuden a luchar contra de la superstición. A educar a futuras generaciones, un ejército de gente de ciencia que bombardee el oscurantismo de nuestras ciudades con dosis concentradas de escepticismo, amor por la naturaleza, pensamiento crítico y la alegría profunda de observar como nada es tan bello como mirar y teorizar, con cuidado y autocrítica, los confines más profundos del universo.

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