Por Juan Pablo Garnham, desde Nueva York Enero 8, 2014

“El problema (en Chile) son las condiciones en las cuales se da el financiamiento”, dice. “Si te doy la plata a tres años y te digo que tu plata depende de un reporte anual de progreso, lo que he hecho es inhibir la creatividad y la ciencia de alto riesgo”.

“Si tú tomas gente con gran talento, que ya existe en Chile, y le das los recursos, que ya tenemos, puedes lograr mucho. Chile tiene una calidad humana estupenda, pero sería bueno hacer algunos cambios para mejorar el nivel competitivo”.

El pasado lunes 6, Zuker (abajo, en la foto) habló junto a otros cinco destacados científicos en el ex Congreso Nacional.

En la mesa de su oficina hay una cajita de endulzante chileno, uno de esos dispensadores de marca común y corriente. Charles Zuker la toma, hace sonar las pequeñas pastillas y se ríe. “No existe acá, es horrible, sólo las venden en pequeños paquetes”, dice. Se ríe no sólo porque, estando donde está, en una oficina en el campus clínico de la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde todo se puede conseguir, él acude a un producto de su Chile natal. Se ríe también porque sabe que una de las grandes razones por las que él está ahí es eso: el sabor.

“Mi llamada siempre fue a entender cómo los sentidos representan el mundo”, dice el científico. “En definitiva, cómo transformas detección en percepción. Al principio esto lo vimos a un nivel muy básico, mucho más que ahora: observando los fotorreceptores en tu retina”. Zuker nació en Arica en 1957 y comenzó sus estudios universitarios en la Universidad Católica de Valparaíso. Sin embargo, terminó emigrando a Estados Unidos, donde sacó su doctorado en el MIT e hizo su posdoctorado en Berkeley. Luego de eso trabajó por veinte años en la Universidad de California en San Diego, hasta que en 2009 el Nobel en Medicina Richard Axel lo convenció -luego de intentarlo numerosas veces- de mudarse a la costa este, para trabajar en Columbia.

En San Diego comenzó a estudiar la visión en la mosca de la fruta, pero hoy su trabajo tiene otro sentido: en su laboratorio el tema es el gusto. En el piso superior a su oficina, en el barrio de Washington Heights, una veintena de alumnos, técnicos y estudiantes de posdoctorado trabajan con ratones, tratando de entender cómo estos roedores -y de paso también los humanos- captan que algo es dulce, salado, amargo, ácido o umami (el quinto sabor, que los científicos relacionan con el glutamato).

Su trabajo lo ha llevado a aparecer numerosas veces en revistas en las que muchos científicos chilenos sueñan con publicar al menos una vez en su vida, como Science, Cell y Nature, además de otras publicaciones como el New Yorker y el New York Times. Trabaja codo a codo con premios Nobel  como Torsten Wiesel, Susumu Tonegawa y el mismo Richard Axel, además de otros investigadores como Cornelia Bargmann y Tom Maniatis, este último la primera persona en clonar un gen humano y uno de los fundadores de las primeras compañías de biotecnología. De hecho, a estos cinco científicos los convenció de venir a Chile para participar en el simposio Mentes Transformadoras, del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI), de la Universidad de Chile, que repletó el ex Congreso Nacional el lunes pasado.

Luego de varias décadas de trabajo en Estados Unidos, en los últimos cuatro años Zuker ha vuelto repetidamente a Chile y ha incrementado su relación con la comunidad científica del país. Estuvo en el festival Puerto de Ideas en Valparaíso y ha trabajado con el BNI. Sin embargo, cree que falta un cambio radical en el sistema de financiamiento para lograr investigaciones de impacto.

“Chile tiene un capital humano extraordinario. Yo lo sé, porque yo viví en ese mundo hace veinte años. Nosotros podríamos discutir sobre por qué la ciencia que se hacía en Chile era de poco impacto en esa época. Y la razón es porque no hay suficiente financiamiento”, dice Zuker. “Eso lo entiendo completamente, el país tenía otras prioridades, teníamos que darle de comer a la gente antes de preocuparnos de investigar los ojos de la mosca. Pero está el otro lado también, que es el hecho de que lo que ha hecho grande a este país, Estados Unidos, es una visión de hace sesenta años de que vamos a financiar ciencia básica sin ninguna expectativa, porque es ella la que, si estamos correctos en las apuestas que hacemos -algo que puede pasar una de cada diez veces- podemos producir descubrimientos que transforman la condición humana. Hoy en Chile el financiamiento que hay no es a la par, pero es ultracompetitivo en relación al financiamiento regular en Estados Unidos, ¡pero el trabajo sigue mediocre debido al sistema de financiamiento que sigue igual!”.

-Entonces usted no ve el financiamiento en Chile como el problema…

-Más fondos siempre son importantes, pero el verdadero problema son las condiciones en las cuales se da el financiamiento. En EE.UU. el financiamiento se da haciendo una apuesta. Tú propones un proyecto a dos o cinco años, te dan la plata y lo que esperan de ti es saber los resultados después de esos cinco años. Si hiciste algo súper especial entonces, puedes renovarlo. Si no, filo.

-¿Qué le ha permitido esto concretamente a usted?

-Esta visión te permite en estos tres o cinco años experimentar, buscar, tratar de encontrar la magia de lo que buscas. Pero si te doy la plata a tres años y te digo que tu plata depende de un reporte anual de progreso, y este progreso tiene que ser tangible y medible, cosa que yo pueda evaluarte el próximo año, lo que he hecho es completamente inhibir lo que es creatividad y lo que es ciencia de alto riesgo, porque tengo nueve meses para hacer algo.

-Usted trabaja con apoyo de una entidad privada, el Howard Hughes Medical Institute. ¿Cómo funciona?

-Mi ciclo de trabajo son siete años. Yo hoy tengo un experimento que, si funciona bien, de acá a cinco años tendremos algo muy especial. Yo entiendo que esto es hacer una apuesta, pero eventualmente aprendes dónde hacer la apuesta. En lo que se ha quedado pegado el financiamiento en ciencia en Chile es en este modo de operación donde te dan plata por tres años, y año a año esperan este reporte de progreso. Para lo que hago yo es imposible: yo tengo cero resultados al año.

“Algunos pueden decir:  pero nosotros no podemos estar botando la plata con gallos que no van a funcionar. Oye, esto es selección natural, como Darwin”, agrega luego. “Con aquellos que no hacen nada, perdiste esos tres años, pero en realidad no. Algo se tiene que haber hecho, un trabajo, crearon algo, entrenaron a alguien. Pero esa persona no va a estar dentro del pool de los que van a ser financiados para la próxima vez.  Al final van a emerger aquellos que realmente estén haciendo trabajos que producen cambios”.

-Si estuviera en Conicyt, ¿qué cambios propondría?

-Empezaría por hacer un cambio gradual para crear un nuevo programa. De la plata que Conicyt da, separaría un 30%, que sería específicamente dedicado a ciencia de alto riesgo y alto retorno. Esto quiere decir que las chances de que funcione son de un 10%. Pero si funciona, transforma, genera un antes y un después, que es lo que todos queremos hacer. Pero hay que tomar una parte significativa del fondo. Si pones el 5% o el 10% en esto, no cambias la cultura. No empiezas a estimular realmente a esta gente que tiene gran necesidad de tener libertad. Yo quiero estar limitado por el talento, no por los recursos.

-Algunos creen que Chile debería focalizar su gasto enfatizando tres o cuatro áreas de interés nacional.

-Éste es un debate muy importante. Muchos piensan en que deberíamos tomar otro extremo, enfocarnos en temas locales, donde Chile necesite tener investigación para cambios que impacten el país, en áreas más aplicadas. Yo no soy de esa visión. Mi visión es que, si tú tomas gente que tiene gran talento, que ya existe en Chile, y le das los recursos que ya tenemos, ningún centavo más, puedes lograr mucho. Chile está el descueve, con una calidad humana estupenda, pero sería bueno hacer algunos cambios para mejorar el nivel competitivo.

-Tenemos bajos índices de fuga de cerebros comparados con otros países en desarrollo...

-Exactamente, pero si vas después y les preguntas a estas personas que volvieron a Chile cómo están, el feedback que he recibido yo es: me encanta estar acá, colegas súper estimulantes, pero es una batalla continua tratar de hacer el trabajo que quiero hacer, porque no existe el tipo de apoyo. Y no me refiero sencillamente al apoyo económico, sino también al apoyo intelectual, el que dice que vamos a abrazar la curiosidad y la creatividad. Todas estas herramientas hacen exactamente lo opuesto: cohíben este tipo de actitudes.

LOS PRIVADOS EN EL LABORATORIO

La fundación que ha financiado a Charles Zuker por más de dos décadas trabaja de manera distinta a los fondos tradicionales. “Ellos apuestan en la persona, no en el proyecto. Ésta es una visión basada en la lógica de que buena gente va a hacer buena ciencia. Porque el mejor indicador del éxito futuro es el éxito pasado”, dice el científico. La evaluación de sus proyectos también es distinta: cada siete años, Zuker debe presentar las cinco mejores investigaciones que ha hecho. “Tenemos reuniones anuales donde das una charla de quince minutos, pero yo tengo mi financiamiento comprometido, no tengo que presentar un reporte cada año. No tengo que justificar lo que hago, no tengo que decirles si quiero cambiar mis proyectos”, dice Zuker.

-¿Es posible algo así en Chile? Gran parte de lo que donan los privados hoy van más a apoyar la educación básica que la investigación en las universidades...

-Hay una cosa que no existe en Chile y que es la filantropía. Yo creo que en ciencias hay oportunidades extraordinarias. Hay gente que puede dejar un legado. Eso es lo que todos queremos, un legado que marque una diferencia. ¡Y en ciencias hay ejemplos tan tangibles!

Zuker, además, se ha involucrado en la creación de empresas de biotecnología. Cuando estaba en San Diego, creó Aurora Biosciences, con el Nobel Roger Tsien, empresa que terminaría abriéndose a la Bolsa y sería comprada por otra compañía. Luego, cofundó Senomyx, que hoy está en el Nasdaq y que trabaja con empresas como Nestlé para producir productos más sanos, pero con el mismo sabor que los originales, entre otras iniciativas. Su tercer proyecto aún no se transa públicamente y está investigando maneras de combatir la obesidad y la diabetes. “Empezamos hace tres años y aún estamos en una fase de descubrimientos y pruebas clínicas”, dice Zuker.

-¿No hay una contradicción entre el crear empresas que resuelven problemas específicos y el fomentar ciencia básica, donde no se busca un resultado tangible e inmediato?

-Absolutamente, aunque en el fondo no la hay. Por un lado, hay que ser lo suficientemente inteligente para que, si tu descubrimiento básico tiene un impacto práctico, ayudar a desarrollarlo. Pero donde se elimina la contradicción es que en mi vida, yo, Charles, soy 100% ciencia básica, laboratorio. No hay nada que haga ahí que tenga la más mínima visión de aplicación. No trabajamos diciendo mira, si esto que está acá pasa, en unos años más puede que nos ayude a esto otro. Para nada. Simplemente queremos hacer cosas que sean interesantes, pero que puedan enseñarnos importantes lecciones.

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