Por Nicolás Alonso Enero 2, 2014

© Esteban Zúñiga

“Las otras tecnologías (para purificar el agua) son caras”, dice Zolezzi. “Lo que quiero es conectar ciencia avanzada con pobreza, y demostrar que el crecimiento tecnológico puede solucionar los problemas de la humanidad”.

“Mi tecnología puede quedar obsoleta, pero cualquier tecnología que ayude la vamos a poder poner en el mundo con una aceleración que nunca se ha visto. Esa va a ser mi gran contribución. Nadie se va a acordar que fui yo, pero no tiene ninguna importancia”.

En el primer semestre de 2014 iniciarán un primer plan piloto en  Ghana, India, Kenia, Bolivia, Brasil, Paraguay, Chile y Haití. Para este último, el BID tiene disponibles mil millones de dólares sin  ocupar ante la ausencia de soluciones.

Lo que dijo fue esto:

-¿De qué sirven tantas mentes brillantes y tanta tecnología si todavía tenemos niños muriendo cada 21 segundos por falta de agua?

La audiencia del Wired UK Annual Conference, evento organizado en octubre por la revista Wired en Londres para distinguir a las 45 personas con mejores ideas del año, y en la cual estaban Björk, el pianista Lang Lang y el niño genio americano Jack Andraka, entre otras mentes brillantes aludidas, se quedó por un segundo muda ante la provocación de Alfredo Zolezzi.

Luego lo aplaudieron a rabiar, y lo eligieron la mejor conferencia del evento. En esa frase había resumido la revolución que viene preparando desde hace años, en un rincón de Viña del Mar.

En un centro que pocos conocen, pero que pretende cambiar el mundo.

UN CENTRO DE ACCIÓN

Es diciembre de 2013, y hace meses que Alfredo Zolezzi no para. Se ve cansado. Viene llegando de participar en el CEO Summit, una reunión a puertas cerradas con los máximos líderes empresariales de EE.UU., en donde discutieron el futuro. Dice, mientras conduce su camioneta por el centro de Viña del Mar, que era el único chileno presente.

El diseñador industrial de profesión y director del Advanced Innovation Center (AIC) vive a un ritmo frenético. Es casi imposible pillarlo en Chile. El último mes estuvo tres veces en Europa, en juntas con inversionistas, en reuniones con el BID en EE.UU. y Bolivia, dando una conferencia en Costa Rica, y hace pocos días, reunido con enviados de Dubai, de un jeque interesado en su tecnología. Zolezzi dice que no va a vender nada de lo que tiene hasta asegurarse de tener andando el ambicioso plan que se trae entre manos.

¿Y qué es lo que tiene Zolezzi? Antes que nada, tiene un centro de innovación de muy bajo perfil en Viña del Mar, formado con tecnología que era de la NASA y que el gobierno de EE.UU. le cedió, luego de negociaciones con la administración Obama, tras la cancelación del programa de transbordadores espaciales. Zolezzi le propuso hacer un centro avanzado de innovación dedicado a buscar solución a los problemas humanitarios. La propuesta del gobierno norteamericano, con quien el chileno había tenido contacto por un desarrollo anterior de tecnología en petróleo, era que se instalara gratis en el Kennedy Space Center. Zolezzi, en cambio, los convenció de instalarse en Viña del Mar, su ciudad natal.

Lo otro que tiene es una alianza de trabajo con el Advanced Magnet Lab (AML) en EE.UU., uno de los centros científicos de mayor nivel en el mundo y líder global en magnetos y superconductividad, a cargo del científico Rainer Meinke, padre del Gran Colisionador de Hadrones. El acuerdo, dice Zolezzi, es éste: el centro norteamericano convierte el dinero del gobierno de EE.UU. en conocimiento, y el suyo transforma ese conocimiento en valor, con un desafío extra: que los inventos que construyan, aparte de ser rentables, estén destinados a mejorar la vida del sector más pobre de la población. Justamente quienes no pueden pagarlo.

-Activar demanda donde no existe poder adquisitivo. ¡Ése es un desafío! Anda a buscar un libro de economía que diga cómo se hace eso -dice el inventor chileno.

Camina por las oficinas del AIC, en donde una decena de jóvenes ingenieros trabajan en alistar la Alianza del Agua, el proyecto estrella del centro, y detrás de él varios carteles muestran fotos de niños sin acceso a ésta. Los datos que registran son devastadores: más de la mitad de las escuelas primarias no tienen acceso al agua potable, mil millones de niños cada año no tienen agua limpia para beber.

Zolezzi entra ahora en su pequeño laboratorio. Allí muestra su gran invento: un extraño purificador de agua que lo ha llevado por todo el mundo, y con el que pretende solucionar un problema en el que se gastan US$ 12 mil millones al año, sin mayores resultados. A simple vista no parece gran cosa: el Plasma Water Sanitation System -avaluado por el viñamarino en unos 500 millones de dólares- es un tubo de vidrio conectado a unos electrodos, que adentro tiene otro tubo más pequeño por el cual pasa el agua putrefacta. Cuando lo prenden, el tubo se pone de un color violeta intenso, el agua se acelera a gran velocidad, produce un vacío y una descarga eléctrica hace la magia: transforma el líquido en plasma, el cuarto estado de la materia, y en él mueren al instante todas las bacterias y virus, antes de salir otra vez como agua del tubo. Lo han probado con agua con cadáveres de ratones flotando, y alguno se ha atrevido a beberla.

Cuando apagan el invento, que fue probado con éxito durante dos años en el Campamento San José de Cerrillos, Zolezzi pondera su creación, ya certificada en EE.UU.: desde hace 30 años, desde la invención de la lámpara ultravioleta, nadie en el mundo había creado un nuevo método de purificar agua, ni tampoco nadie nunca había transformado un flujo de agua continuo en plasma. Pero la verdadera gracia es otra: construirlo vale apenas $ 100 mil pesos chilenos. Un precio razonable, cree el diseñador, para tratar de solucionar el problema del agua en los países vulnerables.

-Las otras tecnologías son caras, no sirven para solucionar los problemas humanitarios -dice Alfredo Zolezzi, con el tubo en la mano-. Lo que quiero es conectar ciencia avanzada con pobreza, y demostrar que el crecimiento tecnológico puede solucionar los problemas de la humanidad.

Más tarde, de nuevo en su oficina, dirá:

-Por primera vez en el mundo alguien transformó el agua en fuego. Y fue un chileno.

Todo eso, que tal vez es mucho, es sólo una parte del plan.

EL CANAL DEL BIEN

Lo sabía Zolezzi: para lograr que cerca de 1.100 millones de personas puedan de pronto tener agua potable, o al menos para intentar semejante plan, no basta con inventar un tubo mágico. Lo que hay que inventar, cuenta sentado en su oficina -con la medalla Yuri Gagarin, distinción que otorga la Academia Rusa de Ciencias de la Ingeniería, el premio Avonni 2012, y otros galardones apilados al fondo- era algo mucho mayor: un canal de distribución del bien. Un modelo nuevo que fuera capaz de atraer a empresas e inversionistas, y que lograra que para ellos fuera rentable construir y distribuir su purificador por todo el mundo, salvando miles de vidas.

-Nosotros estamos planteando un modelo donde convergen los problemas sociales, las empresas con sus objetivos propios, pero haciendo suyos otros objetivos: lo llamamos el modelo de los objetivos integrados -dice Zolezzi-. El resultado es el cambio que estamos generando.

En el AIC todos repiten el “modelo” como si fuera un mantra, y a las personas que aún no lo adoptan las llaman los “no conversos”. Zolezzi venía trabajando esa idea desde hace décadas, pero podrá llevarla a cabo a una escala mayor a partir de la tercera semana de enero: entonces viajará a Minneapolis y echará a andar, junto al gigante de sistemas de agua Pentair -evaluado en US$ 8 mil millones y quien se encargará, con la empresa Jarden, de construir los equipos-; Danone, 3M, Patriarch Partner, entre otras corporaciones; Fundación Avina -principales financistas, junto al propio Zolezzi, del AIC, y encargados de generar capital social en las comunidades-; el BID, y Unicef, su plan mayor: la Alianza del Agua. También apoyarán el proyecto algunas fortunas privadas europeas, y han tenido conversaciones con Coca-Cola y PepsiCo. Altos ejecutivos de esta última visitaron el AIC hace dos meses.

El plan, explica Zolezzi, está basado en la siguiente idea: Pepsi gasta 79 litros de agua para hacer uno de bebida. Levi’s, 11 mil para un blue-jean. Apple, 45 mil para un teléfono. Su convocatoria es a que las corporaciones que gastan agua -en un mundo que en 2025 tendrá a dos tercios de su población con estrés hídrico- la repongan a través de la Alianza del Agua, solucionando un problema humanitario y volviéndose totalmente sustentables. A su vez, las personas podrán donar dinero a través de éstas para instalar purificadores de plasma en distintos países, y observar por webcam su utilización. Con ese modelo, y con una directiva presidida por Zolezzi y por Stephan Schmidheiny -de parte de la otra pata fuerte del acuerdo, Avina-, en el primer semestre de 2014 iniciarán un primer plan piloto en ocho países con problemas de agua: Ghana, India, Kenia, Bolivia, Brasil, Paraguay, Chile y Haití. Para este último, el BID tiene disponibles mil millones de dólares sin ocupar ante la ausencia de soluciones, y buena parte de la población padece de cólera.

-Te voy a hacer a ti parte de la solución de un problema que hoy por definición no tiene solución -dice Zolezzi-. Utilicé el plasma para convocar, y luego va a quedar instalado un canal de distribución del bien. Mi tecnología puede quedar obsoleta, pero cualquier tecnología que ayude la vamos a poder poner en el mundo con una aceleración que nunca se ha visto. Ésa va a ser mi gran contribución. Nadie se va a acordar que fui yo, pero no tiene ninguna importancia.

Una vez chequeada la efectividad de esos 60 equipos -requisito del BID para comprometer más recursos- el siguiente paso será instalar 500 mil unidades. Zolezzi dice que necesita US$ 20 millones para los primeros dos años, y que con un octavo de los US$ 12 mil millones que se destina anualmente al conflicto del agua en el mundo podría solucionar el problema por completo. Actualmente está en periodo de negociaciones con corporaciones, filántropos e inversionistas, y en este momento le están gestionando reuniones con Bill Gates y Bill Clinton, entre otros.

Una vez instalado el canal, y firmada una licencia que le permita a la Alianza del Agua utilizar la tecnología por siempre a precio de fabricación, el diseñador dice que entonces sí hará una empresa con fines de lucro para crear unas 70 aplicaciones extra: para farmacéuticas, hospitales, transporte, industria automotriz, barcos, defensa y desastres naturales, entre muchas otras. Recién entonces, dice, venderá la tecnología y se dedicará a manejar su cruzada del agua.

-Cuando yo tenga entregada esta licencia en un contrato irrevocable, permanente y a precio de costo, y tenga todo eso firmado, voy a vender. Y ahí no quiero ganar plata, ¡quiero ganar muchísima plata! Pero no plata de los pobres.

LAS OTRAS REVOLUCIONES

A Alfredo Zolezzi le gusta hablar únicamente de sus proyectos. Cuando le preguntan sobre hechos importantes de su vida, se incomoda. No le gusta hablar del pasado. Explica sus motivaciones escuetamente: dice que no se puede olvidar de los niños pobres que mueren todo el tiempo. Que están con él donde esté. Y que eso lo ha llevado a usar toda su creatividad en tratar de hacer algo.

-En las conferencias, la gente empieza a hablar como si yo fuera un santo, pero yo hago esto por el motivo más egoísta: porque me hace sentir tranquilo. Me hace feliz.

Mientras estudiaba Diseño Industrial en la U. Católica de Valparaíso empezó a fascinarse con crear cosas. Primero un semáforo distinto, luego una máquina para pintar objetos, más tarde -asegura-el airbag, cuando éste aún no existía. Luego empezó a intentar diseñar nuevos materiales, pero no encontraba, cuenta, científicos en Chile que quisieran hacer algo más que papers. Entonces se le ocurrió una aplicación de ultrasonido para mejorar la productividad del cobre, y se fue a Rusia a buscar a los expertos. Pasó allá 11 años, y se obsesionó con desarrollar una tecnología en petróleo que llegó a probar con éxito en EE.UU., y que lograba, a través de ultrasonido, transformar el crudo sólido de pozos abandonados a estado líquido, factible de ser extraído. En 2008, cuando creía que sería multimillonario, todo se vino abajo por una larga pelea judicial con sus socios.

Intentando replicar en superficie el éxito de su experimento, notó que lo que estaba logrando era transformar el petróleo en plasma. Entonces vino a su cabeza otra idea: hacer lo mismo con agua de alcantarillado. Ahí empezó  el viaje que hoy ocupa su vida.

Pero tiene otros proyectos importantes: este año firmó con el Advanced Magnet Lab -el centro más avanzado del mundo en el tema-, Avina y el Estado de Florida un Consorcio de Superconductividad -que le valió el apoyo de Corfo con más de US$ 7 millones-, para ser los primeros en producir materiales superconductores para innovación en el mundo. Dice que si lo logran, podrían pasar, por ejemplo, toda la energía de una central hidroeléctrica por un filamento de un cable. Ya tiene comprometida la inversión de Lynn Tilton, una de las mujeres con mayor fortuna en EE.UU., dueña de 75 compañías, entre ellas el gigante MD Helicopters.

-La superconductividad va a ser a la humanidad lo que fue el transistor. Toda máquina, todo motor, toda cosa que gire será más eficiente, pequeña, barata, liviana. ¿Qué pasaría si el transistor lo hubiera manejado yo con Avina, y nos hubiéramos preocupado del impacto social, económico y ambiental? Eso queremos hacer: trazar por dónde se va a desarrollar esa tecnología, y eso es maravilloso. Trazarla desde Chile.

Además, está a punto de realizar la primera prueba, en un país sudamericano, para una tecnología de petróleo parecida a la anterior, pero ahora con ultrasonido de alta y baja frecuencia, capaz de actuar sobre varios pozos petroleros abandonados al mismo tiempo, transformando el crudo sólido en líquido. De toda la producción que saque de esos pozos, un 50% será para el AIC.

A pesar de estos megaproyectos, poco se sabe en Chile de Alfredo Zolezzi. La explicación es simple: casi siempre rechaza las entrevistas, y no le gusta tener demasiados focos encima, aunque sabe eso le juega en contra en su reconocimiento. Dice que no le importa. En EE.UU. es distinto. Vivek Wadhwa,  empresario tecnológico norteamericano, académico y columnista del Washington Post y de Forbes, dice: “Debería ser un héroe nacional chileno. Mi predicción es que dentro de diez años, él será llamado el Albert Einstein de hoy. Que va a impactar a la humanidad. Y más que Einstein, porque Alfredo va a salvar las vidas de millones de personas”.

Alfredo Zolezzi trata de huir de esos calificativos. Lo avergüenzan. Asegura, sentado en su discreta oficina, que él no es ningún genio. Qué sólo sabe a quién hacer las preguntas.

-Yo me considero un revolucionario, pero mis armas son la innovación y el trabajo. No soy un científico, no hago la ecuación. Si lo necesito, busco a un científico que la haga. Yo tengo un modelo, y hago que las cosas funcionen. Lo que impacta a la gente es que se dan cuenta de que no soy ningún genio, que no tengo doctorados, no tengo posgrados, no soy experto en nada.

Antes de despedirse, volverá a repetir:

-¿De qué sirven tantas mentes brillantes y tanta tecnología si todavía tenemos niños muriendo cada 21 segundos por falta de agua?

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