Por Francisco Aravena Diciembre 23, 2013

© José Miguel Méndez

“Las cosas que se quedan contigo son las que pensaste para resolver un problema. Eso es lo que se recuerda. Entonces ¿qué es educación? ¿Meter información, apilar? La educación debiera ser aquello que recuerdas de por vida. Eso es educación”.

Como todo científico, Bruce Alberts enseña que hay grandes oportunidades en el fracaso. Pero eso no quiere decir que los fracasos no duelan. O dejen perplejo. Sucedió hace un par de años, cuando decidió echar un vistazo a lo que estaba aprendiendo su nieto de 12 años -muy satisfecho con sus buenas notas- en sus clases de ciencia en la escuela.

Alberts esperaba que las cosas “estuvieran mejor”, comenta, tras el esfuerzo que él había encabezado, impulsando en parte del período en que fue presidente de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (entre 1993 y 2005) una profunda reforma a la educación en ciencias en las escuelas del país. Los National Science Education Standards (NSES) establecieron en 1996 una serie de guías para profesores y administradores escolares, promoviendo el enfoque de “ciencia como pregunta”, es decir, abandonar la memorización de información y promover en los niños la curiosidad y su propia búsqueda de respuestas con el método científico.

Pero varios años después, un vistazo al libro que su nieto usaba en la asignatura Ciencias de la vida lo desanimó. “El material en cierto sentido era muy avanzado, pero en cuatro páginas, como una perfecta guía de estudio para un examen universitario: si lo entiendes, tiene sentido. Pero si no lo sabías de antes, no aprendes nada, porque es una frase tras otra, una acumulación de datos”, comentó Alberts durante su paso por Santiago, hace unas semanas. “Y luego empecé a interrogar a mi nieto sobre qué sabía sobre aquello que estaba estudiando. Era impactante: sólo estaba memorizando un montón de palabras. Le pregunté ¿qué es una célula? Porque la célula es lo más fascinante, maravilloso. Y no sabía. Para él la célula era esta cosa, esta  especie de caja dentro de la cual sucedían una serie de cosas. Todo el contexto estaba perdido”.

El nieto de uno de los autores del libro de referencia en biología celular, The Molecular Biology of the Cell, no sabía qué era una célula. Bruce Alberts, entonces editor en jefe de la revista Science, una de las publicaciones científicas más importantes del mundo, se sentó entonces a escribir. “Hay una desconexión en el corazón del sistema educacional de los Estados Unidos que está teniendo un efecto devastador en la manera en que los niños aprenden”, comenzaba su editorial de diciembre de 2012. “La investigación demuestra que el aprendizaje más significativo tiene lugar cuando los estudiantes son desafiados a dedicarse a un tema en profundidad, lo cual sólo puede hacerse en una cantidad relativamente baja de materias en un año escolar cualquiera. Pero el proceso tradicional de establecer contenidos mínimos tiende a promover  una cobertura comprensiva superficial de un tema, ya sea biología o historia, dejando poco espacio para el aprendizaje en profundidad”, continuó. 

Desde luego, no se trataba sólo de su nieto y su libro de clases aprobado por el estado de California. Es el problema que Bruce Alberts ha observado y combatido permanentemente desde sus diversos roles, promoviendo políticas públicas, programas y diálogos, tanto dentro como fuera de su país. “Por algún motivo, al sistema educacional le cuesta mucho incorporar las revelaciones que proporcionan las investigaciones sobre el aprendizaje”, dice, asombrado aún tras tantos años de observar el problema. “Hay muchos estudios que demuestran que enseñar ciencia de esta manera es mucho más efectivo. Pero una gran parte de los cuerpos académicos son resistentes al cambio, y hay una razón para ello: todos aprendieron de esa manera y aprendieron bien, con clases expositivas, así es como se sacaron buenas notas. Creen que funciona porque funcionó para ellos. El problema es que ellos mismos no eran estudiantes promedio, sino personas seleccionadas justamente por aprender bien”, explica. “Pero esto de memorizar… Vuelve en un año y te hago la misma prueba sin avisarte: si sólo lo memorizaste lo habrás olvidado. Las cosas que se quedan contigo son las que pensaste para resolver un problema. Eso es lo que se recuerda. Entonces ¿qué es educación? ¿Meter información, apilar? La educación debiera ser lo que recuerdas de por vida. Eso es educación”.

Alberts visitó Chile a principios de este mes, como uno de los invitados a la conferencia con la cual la Fundación Ciencia y Vida celebró sus 15 años de existencia. Ahí participó en un panel sobre, cómo no, Ciencia y Educación, donde ejemplificó una experiencia de clases con la aproximación correcta a la ciencia: los niños de un curso se ponen calcetines blancos y parten a recorrer el jardín de la escuela. De regreso, sacan con unas pinzas todo lo que ha quedado en sus calcetines, clasifican y analizan su muestra: semillas, barro, hojas, flores, etc. Luego se les pide que saquen sus propias conclusiones sobre el paisaje y la estación del año. En todo minuto, explica, el profesor actúa más bien como un entrenador, en lugar de estar entregando información y diciendo qué es correcto o incorrecto. Los niños establecen sus hipótesis y luego las ponen a prueba. “Se trata de empoderarlos para ver el mundo de manera diferente”, comenta. “De involucrarlos en la búsqueda de respuestas; de ver el mundo como científicos”.   

Eso, por cierto, pasa por un cambio en los mismos profesores. “Los más jóvenes son más abiertos a analizar lo que indican las investigaciones y enseñar de otra manera”, comenta Alberts. “Estamos tratando de que la gente no dé charlas, clases expositivas. Mira, hoy todas estas clases, conferencias, están disponibles gratis online para todos. ¿Por qué deberían los profesores tratar de replicar eso, si la mayoría de estos cursos online son mejores que sus propias exposiciones, porque han sido seleccionados por esa razón? Eso pone presión en el cuerpo académico, los obliga a preguntarse ¿para qué estoy yo aquí?”.

UN ENVIADO ESPECIAL

El concepto de educación científica adquirió nuevas dimensiones para Bruce Alberts por obra y gracia de la Casa Blanca. Todo comenzó con el discurso del entonces flamante presidente Barack Obama en la Universidad de El Cairo, en junio de 2009, donde definió una nueva manera de relacionarse entre su país y el mundo musulmán. Ahí la ciencia jugaría un rol central, con apoyo y transferencia de tecnología y conocimientos, a través de la creación de centros científicos y la designación de enviados científicos -una suerte de embajadores voluntarios- para apoyar el fortalecimiento de la ciencia en esos países. Bruce Alberts fue escogido para desempeñar esa función en Indonesia, y no resultó sorpresivo. Otra vez: se trataba de un problema que había estudiado en su período en la Academia de Ciencias.

“Siempre he sido muy crítico con la manera en que como Estados Unidos dábamos ayuda internacional. Sabía que lo que debíamos hacer era ayudar a los demás países a construir su propia institucionalidad científica con excelencia”, explica. “De otra manera… tenemos a excelentes científicos africanos conduciendo taxis en Nueva York: no hay lugar en su país para que vuelvan. Es necesario crear mejores instituciones para ciencia y tecnología y retener a los talentos de manera más efectiva. Hay países donde los buenos científicos deben esperar a tener 60 años para obtener financiamiento para sus ideas e investigaciones, trabajando en instituciones que sólo apoyan a quienes tienen trayectoria”, ejemplifica. Alberts siguió visitando Indonesia y generando programas de intercambio aun después de que su período como enviado -un cargo honorario- terminó, en 2011.  “Ha sido gratificante, y también ha ayudado a nuestra embajada a pensar más en ciencia: tienen científicos con PhD en el staff, y un programa de ciencia y tecnología. Fue muy provechoso”, concluye.

Incansable a sus 75 años, Alberts sigue trabajando en sus dos frentes: la educación científica y la colaboración internacional. “La ciencia es asombrosa: si detallas exactamente lo que hiciste, otros pueden probarlo, recrearlo. Es una aventura comunitaria. Es una invención humana muy distintiva: dejar la información de tu invención disponible para que otros la puedan reproducir. Es muy interesante”, dice. “Y ha funcionado asombrosamente bien”.

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