Por Paulo Ramírez Noviembre 27, 2013

© José Miguel Méndez

“Hemos estado pensando en la inteligencia de manera equivocada: todas nuestras tecnologías y procedimientos interrogan al individuo: te hago test de coeficiente intelectual, pero no eres sólo tú, eres tú en un contexto. Necesitamos una teoría contextual de la inteligencia”.

“No somos más evolucionados que otras especies: somos especies contemporáneas”. Fuera de nuestro contexto, dice Krakauer, nos vemos más bien inferiores: “Si te quito todos los aportes de la civilización y te pongo en un bosque con un chimpancé, perderás tu complejo de superioridad”.

“Vamos a la escuela para destruir nuestra creatividad. El objetivo es noble, pero el resultado es muy destructivo. Es cierto que resulta muy efectivo para instalar en las personas procedimientos estandarizados y que reciban conocimiento, pero no promueve el pensamiento creativo”.

Tres estudiantes de posgrado llegan a la oficina del director de su instituto y le dicen que quieren desarrollar una nueva generación de ampolletas. Su idea es tomar bacterias E. coli, modificarlas genéticamente para hacerlas fosforescentes y cultivarlas en un pequeño ecosistema esférico y transparente: la ampolleta del mañana. El director ama la idea, pero les dice a los estudiantes que deben conseguir ellos mismos el capital. Publican el proyecto en internet y ofrecen mandar los prototipos a cambio de recursos: no sólo juntan buena parte de los fondos, sino que consiguen cobertura informativa a nivel mundial, tanto que el director recibe una llamada de la Agencia de Protección del Medioambiente de Estados Unidos pidiéndole que les explique cómo es eso de que quieren enviar por correo bacterias modificadas genéticamente.

Éste es el futuro posible y deseable para ese director, David Krakauer, doctor en Biología de la Universidad de Oxford, cabeza del Wisconsin Institute for Discovery de la Universidad de Wisconsin-Madison, y que estuvo en Santiago como profesor de la Complex Systems Summer School Chile, coorganizada por la Universidad del Desarrollo y el Santa Fe Institute, con el apoyo de la Fundación Ciencia y Evolución. Un futuro que integra a jóvenes y su idea loca con la economía global: “Me gusta pensar que este nuevo mundo en que estamos viviendo realmente funciona”. El proyecto, de hecho, existe, se llama Bio bulb y es producto del ingenio de Ana Elise Beckman, Alexandra Cohn y Michael Zaiken.

David Krakauer nació en Hawái, creció en Lisboa y estudió en el Reino Unido, hasta que en 1990 emigró a Estados Unidos invitado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, el mismo de Einstein y Oppenheimer, que estaba abriendo su primer programa de biología teórica. Después se instaló en Nuevo México como investigador del Santa Fe Institute, donde consolidó su visión del trabajo científico como una labor transdisciplinaria.

Más que como un director tradicional, Krakauer dice que se comporta como un “curador”: su secreto está en el buen gusto para darles el visto bueno a los proyectos que los investigadores libremente le presentan. Y le presentan de todo, básicamente porque en esos equipos hay de todo: matemáticos, biólogos, físicos, escritores, informáticos, diseñadores, químicos y hasta una caricaturista. De ella, Lynda Barry, una de las dibujantes más destacadas del país, Krakauer toma un experimento: “Lynda hace la siguiente pregunta: ¿Por qué todos los niños dibujan, todos los niños bailan y todos los niños corren? Y cuando crecen nadie lo hace a menos que se dediquen a eso. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Entonces hace el siguiente experimento: le pide a un adulto que dibuje algo. Y contesta “es que no sé dibujar”. Lo hace con un niño y él dibuja inmediatamente; exige que le den un lápiz. Y no es porque quieran impresionarte con la calidad de su dibujo, aunque te puede impresionar. Lo que están haciendo es usar el papel como un medio para expresar ideas. Los adultos usan ese mismo papel como una forma de demostrarte la calidad de su ejecución artística. Eso hay que destruirlo”, concluye. “El sistema escolar tiene mucha responsabilidad en esta transición hacia el miedo”.

El problema está alineado con las preocupaciones académicas de Krakauer. Su tema es la historia evolutiva de los mecanismos de procesamiento de información en la biología y la cultura (“la evolución de la inteligencia desde el Big Bang al cerebro”). Pero su inquietud básica es aun más fundamental: la supervivencia de la vida como la conocemos.

Dice que estamos en medio de una guerra termodinámica: “Es una guerra entre el crecimiento de la población y la depredación de los recursos naturales. Por una parte, la población está creciendo a un ritmo  sin precedentes. Al mismo tiempo, estamos consumiendo los recursos. La población crece exponencialmente mientras la energía se consume exponencialmente”. Para él hay una sola salida: “Lograr que la inteligencia crezca más rápido que las demás fuerzas”.

Es justamente la inteligencia lo que Krakauer ha estudiado durante casi toda su vida. “Somos una especie biológica como cualquier otra. No puedes encontrar ninguna diferencia realmente significativa entre nosotros y otros seres vivos. Hemos tratado de encontrar esa diferencia, y no existe. Aun así, hacemos cosas extraordinarias, tenemos a un Da Vinci, a un Stendhal, a un Neruda. ¿Por qué? ¿De dónde sale esa capacidad?”.

Eso sí, en su concepto el uso del término es muy distinto al convencional.

INTELIGENCIA EN 3 DIMENSIONES

“Todo ser vivo tiene inteligencia”, dice, desde el más simple al más complejo. Pero esa inteligencia no puede ser separada del contexto en el que existe: “Tal vez hablas varios idiomas, pero no inventaste esos idiomas, te fueron dados. Tienes algunas ideas sobre el mundo dentro de tu cabeza -que el planeta es redondo, que está en una galaxia llamada Vía Láctea, que existió una vez un hombre llamado Julio César-, pero no inventaste ninguna de ellas. Tienes estilos de razonar, tal vez literarios o matemáticos, y no inventaste nada de eso ¡El 99% de lo que eres no es tú, te fue dado por la historia y la cultura! Y en el pequeño laboratorio de tu cerebro, estas cosas que te fueron dadas y transmitidas, son combinadas y recombinadas en nuevas maneras, para crear tu identidad y tu contribución al mundo”. Es eso lo que a Krakauer le interesa.

“Hemos estado pensando en la inteligencia de manera equivocada: todas nuestras tecnologías y procedimientos interrogan al individuo: te hago test de coeficiente intelectual, te hago una prueba, pero no eres sólo tú, eres tú en un contexto. Con ese lápiz, ese papel, que te están aumentando la memoria. Necesitamos una teoría contextual de la inteligencia. Las teorías que tenemos son ahistóricas, no evolutivas, y eso es un problema. Si no puedo hacerle un test de coeficiente intelectual a un pájaro, no considero ese test un buen instrumento para medir la inteligencia, porque necesito entender el espectro total”, dice.

Su propuesta teórica sobre la inteligencia considera tres dimensiones distintas: inferencia, representación y estrategia. “La inferencia es cómo conocemos, nuestra capacidad de inducción y deducción. La representación es cómo codifico y archivo el conocimiento. Y cómo lo uso en mi conducta, ésa es la estrategia. Las tres son dimensiones de la inteligencia. Un virus es un organismo altamente estratégico: usa muy poco poder de inferencia y representación para hacer un daño gigantesco (desde nuestra perspectiva, no la suya, claro). Estratégicamente es muy inteligente: mucho más que nosotros, pero no tiene el poder de inferencia. Hay que partir por descomponer algo que parece muy monolítico, por eso las diferentes especies animales se ubican en puntos diferentes de este espacio tridimensional”, explica.

En esta lectura, la peculiaridad -y la superioridad del ser humano- se diluye: “No somos más evolucionados que otras especies: somos especies contemporáneas; todas estamos aquí, estamos igualmente evolucionadas”. Más aún, fuera de nuestro contexto, dice, nos vemos más bien inferiores: “Si te quito todos los aportes de la civilización y te pongo en un bosque con un chimpancé, rápidamente perderás tu complejo de superioridad. No podrías decir que eres el más evolucionado. Esos animales demostrarán muy rápido que son más competentes que tú para sobrevivir en ese ambiente. No hay absolutos en esto, todo tiene que ver con el contexto”, insiste.

Para el biólogo, la capacidad cognitiva es, además, ubicua. Lo explica dibujando dos ejes: uno horizontal “que muestra que los seres humanos y también los microbios somos todos seres cognitivos”, y uno vertical, “que va del cerebro a la célula, tal vez incluso hasta el átomo”. Sí, se apura: “El átomo. Dirás este tipo está loco, pero me refiero a una inteligencia muy, muy, muy pequeña, a nivel atómico. Un átomo no hace inferencias y no tiene estrategia, pero tiene poder de representación: un átomo puede representar su propio estado”.

Tal como en el Santa Fe Institute, en el Wisconsin Institute for Discovery, Krakauer está rodeado de profesionales a los que describe como “gente ultracreativa, frustrada por las restricciones de la academia. Personas que conservan esa habilidad de jugar, con una curiosidad crónica, siempre preguntándose por qué, por qué, por qué, combinado con el rigor en su materia”. Y, agrega, con un ambiente que las apoya, que construye “una comunidad donde te sientes seguro para tomar riesgos. Tal vez estas personas en solitario ya son buenas, pero en colaboración con otros y con un ambiente que los apoya se vuelven excepcionales”.

Esa convicción lo hace ser muy crítico de los sistemas educativos actuales.

“Vamos a la escuela para destruir nuestra creatividad. El objetivo de los colegios y de las universidades es noble, pero el resultado es muy destructivo. Es cierto que resulta muy efectivo para instalar en las personas procedimientos estandarizados y que reciban conocimiento, pero no promueven el pensamiento creativo. Y eso no es sorpresa: si tienes a 500 chicos en un salón y un tipo frente a un pizarrón ¡ése no es un modelo de interacción creativa bajo ningún estándar! Actualmente, el propósito de la educación es salir con una especie de reporte de logros, y eso a mi juicio es un gran error. Eso sólo sirve propósitos económicos, ayuda a escoger a los empleados. Lo que me interesa son los colectivos, las comunidades, el aprendizaje activo, aprendizaje al hacer, mucho más parecido al kindergarten que a la escuela”.

Para Krakauer, en todo caso, eso está comenzando a cambiar gracias a la tecnología: “Ella va a destruir un mal modelo de pedagogía, reemplazándolo. El modelo pedagógico unilateral, unívoco y unidireccional se está yendo”.

La educación, para él, debe ser transformadora, y hay que unirla a la investigación y al emprendimiento. Pero eso no basta: para sobrevivir frente a esas fuerzas destructivas que nos amenazan (la sobrepoblación y la depredación de los recursos naturales) necesitamos ser exponencialmente más inteligentes: “Pero las estructuras educacionales, sociales, políticas, que eran suficientes para un mundo con menos de mil millones de personas sin comunicaciones globales, son completamente inadecuadas para este tiempo. Necesitamos revolucionar la educación, el emprendimiento, la sociedad para que nos permita sobrevivir a esta presión termodinámica. Hay que ser idiota para no darse cuenta de lo que está pasando”.

A fin de cuentas, él es optimista: “Es demasiado fácil ser pesimista. Si vamos a usar nuestra inteligencia de una manera correcta tenemos que usar los computadores para ayudarnos a reimaginar al gobierno y a la sociedad. Mi proyección impresionista del futuro es una forma de gobierno radicalmente descentralizada donde las tecnologías empoderen a las comunidades locales, con comunicaciones globales, porque necesitamos compartir recursos a través de las redes. Y eso ya lo estamos viendo”.

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