Por Juan Pablo Garnham Noviembre 20, 2013

© Claudio Reyes

Lo que era un problema científico, hoy es político, dice Harte, quien estuvo en Chile como parte de la Escuela de Verano del Santa Fe Institute, una instancia donde investigadores de distintas áreas se reúnen a conversar sobre problemas matemáticamente complejos, que se realizó en Zapallar.

“Una de las cosas que más me dan esperanza es ver el gráfico del precio de kilowatt de energía solar, donde cada cierta cantidad de años estamos logrando la mitad del costo con el doble de la efectividad”, señala Harte.

John Harte se da vuelta y se queda pegado mirando a un picaflor. “En esta zona de Chile hay dos tipos. Ése es un picaflor gigante”, dice, mientras más que observarlo, lo admira. Habla de él con la seguridad de un ornitólogo, aunque él es doctor en Física. Pero su historia es algo más complicada que eso. Su viaje comenzó cuando era pequeño. Le gustaba la naturaleza, los pájaros, la historia natural. “Pero cuando llegué al colegio, los profesores me dijeron que no podía ganarme la vida observando aves o como un amante de la naturaleza”, dice Harte.  “Como era bueno para las matemáticas, me dijeron que debería estudiar Física”.

Después vinieron años en Harvard y en la Universidad de Wisconsin, un posdoctorado en el CERN -donde posteriormente se construiría el gran colisionador de hadrones- y un puesto como académico en Yale. “Cuando estaba ahí dije ‘¿sabes qué?, ahora quiero hacer lo que siempre me gustó desde que era un niño’”, recuerda. Lo que comenzó a hacer lo llevaría a otros lugares muy distintos y es la razón por la que pasó por Chile como parte de la Escuela de Verano del Santa Fe Institute, una instancia donde investigadores de distintas áreas se reúnen a conversar sobre problemas matemáticamente complejos, que se realizó en Zapallar con la colaboración del Centro de Investigación en Complejidad Social de la UDD. Harte comenzó a acercarse a temas de la naturaleza. “Primero empecé a hablar de la lluvia ácida y me interesé por los pantanos en Florida, entre otros”, dice el científico. En 1971 publicó el libro Patient Earth sobre éstos y otros fenómenos medioambientales y ahí nombró un problema que aún no era problema. “Ahí dijimos que el cambio climático no parecía ser algo grande en este momento, pero que podría empeorar muchísimo y explicamos qué era lo que lo causaba”, explica Harte.

Dos años después, dejó definitivamente Yale y la física -al menos en su aspecto más tradicional- para ser uno de los fundadores de algo nuevo en esa época: un centro de trabajo interdisciplinario sobre energía y recursos naturales en la Universidad de California, Berkeley. “Hasta hoy es mi casa. Tenemos economistas, ingenieros, científicos sociales, analistas de sistemas y ecólogos”, dice el académico, que justamente hoy se autodefine como ecólogo, ya que en los últimos cuarenta años ha trabajado en esa área.

La labor de análisis de datos y creación de modelos -donde aplica la matemática que aprendió como físico- la combina con trabajo de campo. Ahí ha realizado una investigación de largo aliento: a fines de los 80 creó un experimento, que sigue hasta la fecha, donde trata de adelantarse en el tiempo y conocer el efecto futuro del cambio climático. En las praderas de las faldas de las montañas Rocallosas, en Colorado, instaló pequeños calentadores en áreas específicas, suspendidos desde alambres, a un metro de altura sobre el suelo. “No es luz, sólo calor. Los calentadores ya llevan prendidos 23 años, día y noche, verano e invierno”, explica Harte, “sólo aumentan la temperatura en dos grados Celsius, porque en esa época pensábamos que ése iba a ser el cambio a 2050”. Pero, aún así, han visto un cambio notorio en el suelo y en la vegetación de esa área. En una zona que atrae a turistas en primavera para ver sus plantas silvestres, éstas han casi desaparecido y los arbustos han aumentado. “Lo importante es que esto causa que la nieve se derrita varias semanas antes y eso hace la diferencia”, dice el científico, “la abundancia y éxito reproductivo de estas plantas ha disminuido a un cuarto”. El otro fenómeno que han observado es cómo el suelo pierde carbono, aumentando el dióxido de carbono en la atmósfera.  “Esto es relevante  porque los suelos del planeta, en su materia orgánica, contienen cuatro veces la cantidad de carbono que el que existe en el CO2 en la atmósfera”, comenta.

Antes de que este experimento comenzara, Harte estaba relativamente solo en esta área. Un puñado de académicos compartían con él esta preocupación. Hoy, Harte está satisfecho con el cambio en la comunidad científica. “A esta altura, un 97% de los científicos climatólogos están convencidos de que esto es real y si les preguntas a los ecólogos, la cifra es al menos así de alta”, dice Harte. El problema, explica, ya no es científico. El problema ahora es político.

EL PROBLEMA DE LOS CONSENSOS

En estos momentos, científicos de todo el mundo están trabajando en el quinto reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la hoja de ruta de la ONU para conversar sobre este problema. La primera parte de este trabajo se publicó en septiembre y estableció que a fines de este siglo la temperatura promedio del planeta aumentaría en al menos 1,5 ó 2 grados Celsius. Sin embargo, Harte es crítico de estos datos.

“El IPCC usa simulaciones computacionales para hacer predicciones, pero el proceso del IPCC no son los científicos sentándose y haciendo correr sus modelos; sino que son los científicos reuniéndose y conversando sobre cuál es el consenso de todos los modelos”, explica el académico de Berkeley, “por esto, es un grupo muy conservador, que trata de hacer declaraciones en las que todos estén de acuerdo”. Este proceso, dice Harte, tiene varios problemas. “Tienes a gente ligada a los combustibles fósiles en el grupo”, explica. La otra dificultad es que, según sus investigaciones, cuando hay análisis de fenómenos inciertos como éste hay una tendencia a subestimar los peores escenarios. “Si es que hay errores, es más posible que éstos existan donde los problemas son más graves”, comenta Harte.

Al científico, uno de los datos que más le preocupan, y al que hace referencia el último informe del IPCC, es el derretimiento del hielo ártico.  “Ha bajado en casi un 50% y estamos pronosticando veranos sin hielo en el océano Ártico para alrededor de 2030”, dice Harte, “los científicos predijimos esto, pero que iba a ser más lento. Los datos van más adelante que los modelos”. En estas zonas, al igual que en las montañas, el problema es que la vida vegetal y animal no tiene cómo emigrar hacia lugares más fríos. “Algunas criaturas se podrán adaptar, pero los osos polares están condenados”, comenta Harte. Mientras tanto, los deshielos en la Antártica podrían provocar cambios en todo el resto del planeta.

“La capa de hielo occidental de la Antártica contiene suficiente agua como para aumentar los niveles del mar en siete metros. Y si Groenlandia también se derrite, son siete metros más”, explica Harte.

A pesar de estos pronósticos, el científico ve pequeñas señales optimistas. “Una de las cosas que más me dan esperanza es ver el gráfico del precio de kilowatt de la energía solar, donde cada cierta cantidad de años estamos logrando la mitad del costo con el doble de la efectividad”, dice el estadounidense, “lo otro son cosas como lo que hizo Obama, donde ni siquiera tuvo que pasar por el Congreso. Simplemente decretó que los automóviles debían doblar su eficiencia en los próximos quince años”.

Estas ideas están contenidas en un e-book que Harte publicó junto a su mujer, titulado Cool the Earth, Save the Economy: Solving the Climate Crisis is EASY. El “EASY” (fácil) va deliberadamente en mayúsculas. “La E es de eficiencia. Usamos la mitad de nuestra energía innecesariamente”, explica Harte. La A es por el impacto de los automóviles, la S es la energía solar y eólica y la Y es de tú (“you”) y el impacto de las pequeñas cosas que cada persona puede hacer. Lo más interesante es que en ese libro Harte hizo el cálculo de los costos de mantener la matriz energética actual versus cambiar a energías limpias. “Ignorando los costos de contaminación y de posibles guerras, la extracción y conversión de combustibles fósiles desde 2008 a 2030 costará a Estados Unidos 20 billones de dólares”, dice Harte, “nosotros obtuvimos que el costo de transición a energías limpias es también alrededor de 20 billones. Si sumas los costos medioambientales, que empezarán a herir a las economías, el escenario limpio es incluso más barato”.

Esta respuesta, haciendo eco de los números y la cantidad de dinero, es un cambio que Harte ve necesario entre científicos y activistas. El shock de documentales como el de Al Gore ya no es suficiente, dice. “Creo que eventualmente las señales económicas van a ser tan obvias como para que todos se den cuenta de que hay que hacer este cambio, pero quizás esto no pase a tiempo. El punto es que es posible hacerlo”, dice el científico.

Para Harte, la amenaza está en los que dicen que el planeta tiene que adaptarse, como lo ha hecho antes, y que no hay otra opción. “No podemos adaptarnos al cambio climático. ¿A qué te vas a adaptar? ¿A un grado más? ¿A dos? ¿A cuatro? ¿Ocho? Va a ir poniéndose peor y peor. ¿Vas a construir murallas en el mar cada vez más altas?”, dice. “La gente sigue subestimando la inmensidad de lo que va a significar esto para el problema. No podemos adaptarnos a catorce metros más de nivel del mar. Eso es simplemente un punto de inflexión para la civilización”.

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