Por Nicolás Alonso Octubre 30, 2013

© José Miguel Méndez

Pensó: si era capaz de crear un videojuego online en el que miles de personas de todo el mundo compitieran al mismo tiempo para ver quién lograba encontrar más parásitos de malaria en pruebas de sangre africanas, el problema estaría resuelto.

“La ciencia está muy desconectada de la realidad, la transferencia tecnológica es muy pequeña. Los científicos viven en su mundo, en cosas geniales que no consiguen pasar a la realidad. Los científicos tienen que traer ese mundo a la Tierra”.

Todo partió con un libro, y con una patada a destiempo en un partido de fútbol. Era febrero de 2011 y el doctor en Biomedicina Miguel Luengo-Oroz, de 32 años,  jefe de Investigación y Desarrollo del programa Global Pulse de la ONU y jugador amateur de fútbol en Nueva York en sus tiempos libres, salió de la cancha con el tobillo del porte del balón. Condenado a una temporada en casa, comenzó a leer, porque se lo había recomendado un amigo, el libro Reality is broken, de Jane McGonigal, sobre el poder de los videojuegos en la vida de las personas.

Entonces cosas inesperadas empezaron a hacer click en su cabeza. Recordó su vieja pasión por los videojuegos, cuando tenía 12 años, aún vivía en su natal Oviedo, y pasaba su tiempo jugando aventuras gráficas y modelando películas en 3D en su computadora. Sus padres, ambos estadísticos, le habían despertado una pasión científica, y soñaba con ser inventor. Diez años después, cuando estaba terminando su primera carrera, Ingeniería en Telecomunicaciones, haría su primera invención: un algoritmo para un hospital de París capaz de detectar la forma de los glóbulos rojos en imágenes de muestras de sangre. La idea de ese proyecto, de 2003, era atacar un raro fenómeno: cada año, en la capital francesa 20 personas que vivían cerca de los aeropuertos morían de malaria. El mosquito que transmite la enfermedad -que en el mundo mata a 600 mil personas al año, pero en Europa está erradicada- viajaba en los aviones, y los doctores no atinaban a diagnosticarlo. Por eso, la idea era crear un sistema que lo hiciera automáticamente. El proyecto, sin embargo, no llegó a completarse.

Mientras leía, esas experiencias empezaron a conectar en su cabeza, especialista en buscar patrones comunes en flujos de información. Por su trabajo en la ONU, Luengo-Oroz es experto en análisis de big data, es decir, en buscar conexiones entre enormes cantidades de datos en tiempo real. Actualmente, por ejemplo lidera un proyecto para perfeccionar la ayuda internacional a países con desastres naturales, según el análisis del desplazamiento de las personas por sus señales de celulares. Antes, en sus años de estudio, fue capaz de crear un algoritmo que detectó las conexiones lingüísticas, semánticas y sintácticas en la poesía de William Blake, y con él creó un autómata capaz de escribir nuevos poemas con su mismo estilo.

En este caso, cuenta, la conexión llegó de golpe, mientras leía sobre videojuegos con el tobillo hinchado: sabía que en África cada minuto  muere un niño por malaria, y una de las causas es la grave escasez de especialistas, sobre todo en territorios aislados, para analizar pruebas de sangre. En una semana, cientos de casos son detectados en cada hospital, y el análisis de una sola prueba toma a un doctor cerca de media hora. Por otro lado, la humanidad pasa cerca de tres mil horas al año jugando videojuegos. Pensó: si era capaz de crear un videojuego online en que miles de personas de todo el mundo compitieran al mismo tiempo para ver quién lograba encontrar más parásitos de malaria en pruebas de sangre africanas, el problema estaría resuelto. Sonaba raro, pero era factible. “El riesgo era perder credibilidad, quedar como poco riguroso, por mezclar el diagnóstico de enfermedades tan serias con algo, en teoría, tan lejano como los videojuegos”, dice Luengo-Oroz, quien la semana pasada visitó Chile invitado al primer Festival Internacional de Innovación Social (FIIS). “Afortunadamente, hay una cosa que tenemos todos, ricos y pobres, hombres y mujeres, que es un sistema visual que es muy bueno, fantástico, mejor que cualquier computadora”.

Ya existían para entonces un par de proyectos de crowdsourcing, o colaboración abierta, que habían sido exitosos en ciencia. En 2009, la U. de Yale estrenó Planet Hunters, una plataforma a través de la cual cualquier usuario registrado podía buscar planetas en la señal de la misión espacial Kepler de la NASA. El motivo era que no había suficientes astrónomos para analizar la información disponible. Hace unos días, unos voluntarios del sitio descubrieron un sistema solar de siete planetas, similar al nuestro, a 2.500 años luz de la Tierra. Un año antes, la U. de Washington lanzó Fold.it, un juego virtual en el que los usuarios ayudan a científicos a describir las estructuras tridimensionales de las proteínas. Inspirado en esos dos proyectos, Luengo contrató a un desarrollador de software, se asoció con el doctor sudafricano John Frean, del Instituto Nacional de Enfermedades Comunicables de Johannesburgo, y en sólo dos meses publicó la página web de Malaria Spot, el primero videojuego para cazadores de parásitos. “Con el acceso abierto a la información, la ciencia se está democratizando. La posibilidad de conectarte gratis desde todo el planeta, permite que cualquiera puede participar de un proyecto común”, dice. “Hoy existen los ciudadanos-científicos. Lo que yo hice fue introducir el hecho de que no se tratara sólo un desafío científico, sino de un problema real”.

La idea era hacer una primera prueba online con 40 muestras de sangre reales, extraídas de pacientes del doctor Frean, para comprobar si era posible que gente sin ningún conocimiento de medicina diagnosticara malaria con la misma exactitud que un especialista médico, con un promedio de diez años de estudios universitarios.

15 mil jugadores le dieron la respuesta.

CAZADORES DE PARÁSITOS

La interfaz de Malaria Spot es sencilla. Con el mouse manejamos una mira, que bucea durante un minuto en una muestra de sangre color violeta, mientras una música de violín en plan detectivesco suena de fondo. Es fácil advertir parásitos, pequeñas manchas de tonalidad más oscura, aunque no siempre es sencillo distinguirlos todos de las manchas de ADN que también contiene la imagen. Cazar 17 parásitos en una muestra, y ganar por ellos 128 puntos para pasar de nivel y subir el ranking de la página deja una sensación extraña. Es imposible no pensar en la persona a quien le sacaron esa sangre y en sus pocas chances de supervivencia.

Todos los resultados -30 mil veces han sido analizadas las 40 muestras de testeo en el año y medio que lleva el juego online, desde cien países distintos- se transforman inmediatamente en estadísticas, con las cuales Luengo desarrolló  un patrón de diagnóstico con igual nivel de éxito que las mismas imágenes analizadas por especialistas. “Llegamos a la conclusión de que todo jugador acierta dos de cada tres. Pero si juntas lo que hicieron varias personas, puedes tener una apreciación colectiva que te entrega un porcentaje mucho mejor”, cuenta. “La respuesta es que si juntas los datos de 13 personas que hayan jugado un minuto, el diagnóstico es correcto”.

Con esos datos, publicados en un artículo en la revista Journal of Medical Internet Research, el experimento de Luengo ha despertado interés científico como posible solución a la escasez de médicos en las zonas de África afectadas por malaria, dengue y tuberculosis. Por eso, ya prepara su primera puesta en marcha con análisis de muestras de sangre en tiempo real, que será realizada en el invierno de 2014 en Mozambique. La primera etapa consistirá en dos semanas subiendo al juego cada jornada las 200 pruebas médicas diarias de un hospital local, y comparando sus resultados con los obtenidos por los especialistas. “Esto puede tener un impacto importante en lugares sin  servicio de asistencia médica”, dice Luengo. “Si funciona, la visión es diseñar un cajita donde tú metes un dedo, te coge una gota de sangre, se hace la foto con el microscopio-teléfono y lo manda a la red de telefonía móvil. Allí se diagnostica, y te devuelve una luz roja o verde. Si es roja, vaya usted al centro médico más cercano”.

De cumplirse todos los planes, el científico español piensa que la experiencia puede replicarse con otras enfermedades masivas en zonas de bajo nivel sanitario, como la tuberculosis. Ya ha sido contactado por grupos de científicos de UCLA y del Instituto del Cáncer de Reino Unido, con investigaciones también en la línea de crowdsourcing, y su experiencia está siendo estudiada en varias universidades de EE.UU. Él sueña con subir la apuesta, y a futuro transformar todas esas iniciativas en un nuevo tipo de teletrabajo para lugares de extrema pobreza. Un batallón pagado de diez mil personas en África, explica, para combatir los males que los afectan a ellos mismos.

La situación de África, reflexiona Luengo, constituye una responsabilidad moral tanto para los científicos como para los políticos globales. “No tiene ningún sentido que al día de hoy estemos tratando este tipo de enfermedades que retrasan el desarrollo de los países. Y son cosas que nosotros ya superamos”, dice. “La ciencia está muy desconectada de la realidad, la transferencia tecnológica es muy pequeña. Los científicos viven en su mundo, en cosas geniales que no consiguen pasar a la realidad. Los científicos tienen que traer ese mundo a la Tierra”.

La clave, dice el científico, está en crear los juegos correctos. Y volver a jugar.

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