Por Juan Pablo Garnham Agosto 22, 2013

En 2006, los científicos dieron un gran paso: lograron una molécula que combatía el virus sin causar la enfermedad. “Eso no se había podido hacer y cuando lo logramos fue muy importante”, dice Susan Bueno.


“Ahora vendrá lo más costoso, los estudios clínicos, que necesitan financiamiento”, dice Kalergis (en la foto de abajo), “hemos contado con recursos para realizar la investigación y desarrollo, pero no nos sirve de mucho tener la vacuna guardada en el refrigerador”.


Era el primer invierno desde su vuelta a Chile e iba a ser uno duro. El doctor Alexis Kalergis había pasado diez años estudiando en el extranjero. Había estado realizando su doctorado y su posdoctorado en Nueva York, estudiando temas de inmunología y, al llegar a Santiago, se sorprendió al ver lo que pasaba con un virus común, pero que en Chile muchas veces es mortal, especialmente en niños muy pequeños. Sólo en el mes de junio de 2004, el Instituto de Salud Pública reportó 1.746 casos de virus respiratorio sincicial (VRS), más del doble del mismo mes del año anterior. En julio, la situación fue peor: 2.597 personas fueron contabilizadas por la red de vigilancia del ISP. En agosto, otros mil casos llegaron a los centros de salud por estos problemas. “Ese año hubo más niños afectados que lo normal. Fue algo serio”, recuerda Kalergis, “yo sabía del VRS, pero en Estados Unidos y en Europa no se manifiesta tanto a nivel social”.

Mientras el sistema público de salud colapsaba, Kalergis empezó a pensar un proyecto en el que ha trabajado por los últimos nueve años y que espera que dure al menos cinco años más: generar una vacuna preventiva del virus sincicial. “Hoy existe un fármaco, un antiviral, pero que es muy caro”, explica el doctor, quien es académico de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC y dirige el Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia. Este remedio tiene un costo de cuatro mil dólares y, por precio y efectividad, finalmente sólo es recomendado en casos extremos. La solución que plantea Kalergis sería distinta: una sola inyección en la vida, para todos los recién nacidos y a precio razonable.

“Se trata de una vacuna que esperamos tendrá un costo accesible al Minsal a través de su programa ampliado de inmunizaciones”, explica, “lo que podría ser muy interesante para compañías farmacéuticas. Estamos hablando de vacunar a todos los nacidos vivos en Latinoamérica y Europa, es decir, casi 200 millones de dosis al año”.

Suena muy bien. Pero la historia cuenta que encontrar una solución al virus sincicial no es fácil. En los años 60, la edad de oro de las vacunas, la viruela iba camino a ser erradicada totalmente del planeta gracias a este tipo de medidas -el último caso registrado data de 1977- y la polio estaba siendo controlada con muy buenos resultados. “En ese periodo apareció un vacuna contra el virus sincicial, fundamentada en una metodología equivalente a la utilizada para la de la viruela y la polio”, dice Kalergis, “pero esa aproximación fue un fracaso. Aumentó los aspectos nocivos de la infección. Los niños vacunados sufrieron una enfermedad más severa que los sin vacunar”.

La experiencia decía que el camino iba a ser difícil, pero las expectativas hacían soñar. El doctor calculó que el costo de todo el proceso sería de 25 a 30 millones de dólares, desde la investigación básica hasta las pruebas clínicas. “Eso es si todo sale bien. Chile invierte cada año esa cantidad de dinero solamente en campañas de emergencia producto del virus sincicial”, dice el científico, “son entre 20 y 25 millones de dólares sin obtener una solución real, sólo mitigando las consecuencias de la infección”. Con esta primera vacuna no sólo se ahorraría dinero, sino que además disminuirían los casos de una enfermedad que afecta, especialmente, a la población más vulnerable del país: niños y ancianos.

 

PREGUNTAS  EN EL LABORATORIO

Kalergis dice que el trabajo científico consiste en hacerse preguntas sucesivas que se van complejizando y enriqueciendo. El peak del virus en 2004 fue lo que comenzó una lluvia de éstas en su caso. Primero pensaron cómo hacer una vacuna, luego cómo se hace una vacuna contra un virus, cómo se hace una vacuna contra el virus sincicial y cómo enferma éste. “Así llegamos a preguntarnos cómo hacer una vacuna para el VRS, al que no le gusta una molécula que se llama interferón gamma”, dice Kalergis. La clave era producir esta molécula.

El problema era que muchos habían fracasado en este trabajo: al crear una vacuna lo que se está haciendo es generar un patógeno modificado que, al ser inoculado en el individuo, produzca anticuerpos y células que puedan hacer frente a futuras enfermedades, sin causar la enfermedad. “Pero formular una vacuna de VRS en una versión que no cause la infección era algo que no se había logrado hacer”, explica la doctora Susan Bueno, profesora de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC e investigadora del Instituto Milenio, quien ha colaborado codo a codo con Kalergis en el diseño y estudio de la vacuna.

Entre 2004 y 2005, los científicos comenzaron a pensar en posibles ideas para hacer frente a este problema. Plantearon varias opciones y empezaron a estudiar y a experimentar buscando la mejor formulación. Bueno explica que éste fue un periodo de trabajo intenso y laborioso, pero interesante. “Son pocos los momentos en que uno obtiene resultados positivos en la investigación científica, pero el mismo proceso de búsqueda de buenos resultados es entretenido. Mientras más te cuesta, uno tiene que pensar en nuevas ideas, probando más cosas y aprendiendo mucho”, explica la microbióloga.

Finalmente, a principios de 2006 descubrieron que una de sus ideas era la correcta: tomaron un fragmento del virus sincicial y lo produjeron in vitro en el laboratorio, para que al usarlo como vacuna no generara los efectos nocivos de la enfermedad. “Eso no se había podido hacer y cuando lo logramos fue muy importante”, dice Susan Bueno.

Sin embargo, la tarea más larga sería la que se avecinaba. Una vez que lograron hacer de esta idea una vacuna, tendrían que probar que la idea funcionaba. “Esto iba a ser lo más lento”, explica Bueno. En el laboratorio, repitieron una y otra vez experimentos tratando de confirmar que la vacuna no causaba la enfermedad, sino que protegía. Trabajaban con pequeños ratones blancos, los que tienen un sistema inmune muy similar al de los humanos. Los vacunaban y luego los iban pesando todos los días. Si perdían peso, quería decir que estaban resfriados. “Pero ninguno de los que vacunamos tenía síntomas de la enfermedad”, relata  Bueno. Este proceso tomó tres a cuatro años, pero permitiría estar listos para el siguiente paso: escalar la vacuna y probarla a niveles masivos.

Generar vacunas en cantidades industriales sería otro problema. En Chile, la única organización que lo hacía, el Instituto de Salud Pública, cerró su planta en los años 90, así que tuvieron que mirar al extranjero. En Estados Unidos encontraron una fundación que podría hacer este trabajo con los estándares de la Food and Drug Administration (FDA) y en 2009, bajo un estricto acuerdo regulatorio de confidencialidad y de la manufactura, mandaron la semilla a ese país para generar entre dos mil y cuatro mil vacunas. “Un gran cantidad de estas dosis se van a ir en pruebas preclínicas, de estabilidad, esterilidad, toxicidad”, dice Bueno. En paralelo, en 2007 hicieron la solicitud de patente tecnológica para la vacuna en Chile y en varios países, siendo recientemente concedida en Estados Unidos.  Con posterioridad publicaron los resultados de sus estudios de ciencia básica en la revista de la Academia de Ciencias de EE.UU., artículo que fue revisado y aprobado de manera confidencial por el Premio Nobel de Medicina Ralph Steinman, entre otros evaluadores.

El trabajo de masificación de la vacuna tenía altos riesgos: además de los costos, al recrear la vacuna en otro contexto ésta quizás podría no funcionar. “Nosotros la hacíamos en dosis pequeñas, para nuestros ensayos y ahora había que escalar todo. Esto podía ser un problema, porque la vacuna podría perder propiedades”, explica Susan Bueno. Comprobar que, a pesar del cambio de proporciones, la vacuna mantenía sus propiedades fue un alivio para Bueno y Kalergis.

En este momento, las dosis están en producción en Estados Unidos y el proyecto ha ganado apoyo desde Conicyt y desde la Iniciativa Científica Milenio. La iniciativa, que ha sido posible gracias a Fondef, ha ido creciendo bajo el alero de la UC y con ayuda del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia, que dirige Kalergis. Este centro y los fondos del Estado han permitido mantener la llama encendida para alcanzar un horizonte que está aún lejos. “No creo que se pueda avanzar mucho en este proyecto así, sin financiamiento sostenido”, explica Kalergis, “los volúmenes de recursos para hacer un desarrollo tecnológico de este tipo son importantes”. Sin embargo, en distintos momentos la iniciativa ha tenido que desacelerar su trabajo debido a falta de fondos, como pasó en 2010. 

“Ahora vendrá lo más costoso, los estudios clínicos, que necesitan financiamiento. Hemos contado con recursos para realizar la investigación y desarrollo, la producción, pero no nos sirve de mucho tener la vacuna guardada en el refrigerador si no tenemos los recursos para probarla en adultos voluntarios”, dice Alexis Kalergis. En el Ministerio de Salud también miran con interés el trabajo que están haciendo en la UC y el ministro Jaime Mañalich ha declarado que sería “un gran avance para la salud pública”.

En un par de semanas más, las primeras dosis de la vacuna estarán listas en Estados Unidos y, si los fondos lo permiten, comenzarán allá las pruebas moleculares y químicas, para luego continuar con pruebas en animales y, finalmente, en pacientes. “Si hay recursos durante todo el período podríamos pensar que tendríamos la vacuna lista en cinco o seis años más o menos”, concluye Kalergis. Si todo sale bien, en ese momento, por fin, las cifras que lo alarmaron cuando llegó a Chile, en 2004, podrían comenzar a disminuir y los inviernos serán menos duros en los consultorios y hospitales.

El largo camino a una vacuna

LA OTRA CONSECUENCIA

La bioquímica Janyra Espinoza llegó a trabajar como tesista de Alexis Kalergis y se sumergió en las investigaciones sobre el virus sincicial. Querían trabajar en algo nuevo, algo que no se hubiera explorado. “En mi búsqueda empezaron a aparecer trabajos que mencionaban que algunos niños hospitalizados con casos severos presentaban alteraciones neurológicas”, explica Espinoza. Eran pocos, un 1% de los hospitalizados graves, pero no dejaba de ser interesante que el VRS pudiera influir en esta área. “Entonces mi pregunta fue si el virus tenía alguna capacidad de llegar al sistema nervioso, como un blanco secundario de infección”.

Trabajando con animales infectados y sanos, la hoy estudiante de doctorado hizo test cognitivos. El primero fue de aprendizaje espacial; el segundo midió habilidades intuitivas. “Vimos diferencias. Los animales con VRS tienden a tardar el aprendizaje y mostraban deficiencias intuitivas”, explica . A partir de estos hallazgos estudiaron el hipocampo de esos animales y pudieron observar que ahí había fallas relacionadas a la enfermedad. “Lo importante es que nosotros vimos que estas secuelas no eran permanentes y que, después de un tiempo, se mejoraban”, explica Espinoza, “y además que los animales vacunados no presentaban signos alterados”. Estos resultados fueron también publicados en la revista científica de la Academia de Ciencias de Estados Unidos. El trabajo ha llamado muchísimo la atención y la bioquímica espera evaluar si este fenómeno tiene repercusiones en personas infectadas por el VRS, para así identificar métodos de estimulación temprana que corrijan un posible déficit en el aprendizaje.

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