Por Juan Pablo Garnham Mayo 16, 2013

En Japón estiman que  el carbono disponible en las reservas submarinas mundiales de hidratos de gas doblaría el que hoy entregan todos los combustibles fósiles a nivel global. Sólo las reservas japonesas equivaldrían a al menos una década de consumo energético en ese país. 


Hace dos años, cuando la plataforma petrolera Deepwater Horizon empezó a filtrar crudo hacia las aguas del Golfo de México, los ingenieros de British Petroleum pensaron rápidamente en una solución. La opción más obvia, que había funcionado antes a poca profundidad, era encapsular la fuga. Construyeron un domo de 125 toneladas y lo llevaron mil 500 metros bajo el mar. Del domo se podría sacar el petróleo que se fugaba. Sin embargo, un problema surgió: no calcularon que a esa profundidad se crearía una costra que no permitiría sacar el petróleo. Se trataba de cristales de agua congelada, moléculas que encapsulaban metano en su interior y que se producen en esas extrañas condiciones, de alta presión y baja temperatura. El intento fracasó.

Pero ese hielo que para los ingenieros de British Petroleum fue una molestia, en Japón hoy lo ven como una oportunidad. Hace dos meses, la estatal japonesa de hidrocarburos Jogmec anunció que, por primera vez en la historia, realizó una perforación exitosa en el mar, buscando estas formaciones bajo el suelo marino: los hidratos de gas. A cincuenta kilómetros de la costa de Japón, hicieron en el océano Pacífico una perforación de mil metros de profundidad. Ésta permite sacar el gas -principalmente metano- de este material, que existe de manera natural bajo el suelo marino y en la tierra, en los círculos polares. 

De acuerdo a estimaciones de los japoneses, el carbono disponible en las reservas submarinas mundiales de hidratos de gas doblaría el que hoy entregan todos los combustibles fósiles a nivel mundial. Sólo las reservas japonesas equivaldrían a al menos una década de consumo energético en ese país. Los más optimistas dicen que incluso darían para un siglo, en un país que importa más del 85% de su energía y que, sin la planta nuclear de Fukushima, se ha visto con necesidades aún mayores.

“Hasta 1934 los hidratos de gas eran una curiosidad científica, pero ahí se comenzaron a estudiar, porque en los gasoductos se empezó a ver que producían tapones”, explica Juan Díaz Naveas, oceanógrafo de la Universidad Católica de Valparaíso y experto en el tema. Cuando los gasoductos pasaban por montañas, el frío congelaba las moléculas de agua y generaba estos problemas. “Se le llamaba la arteriosclerosis de las cañerías. Pero en los sesenta se descubrió que tenían un potencial energético importante, porque pequeños volúmenes de hidrato acumulan grandes cantidades de metano”, dice Díaz Naveas. Al poner este hidrato a temperatura y presión ambiente -el cual físicamente es muy parecido a un pedazo de hielo o de nieve-, empieza a derretirse y a liberar mucho gas. Tanto, que si se le acerca fuego, se genera un efecto que parece mágico: un hielo en llamas. De cada metro cúbico del hidrato se liberan 164 metros cúbicos de metano. “Un pequeño volumen de roca te da una cantidad apreciable de gas”, explica Díaz Naveas.

EL GOLPE JAPONÉS

La historia parece repetirse. Tal como pasa hoy con los hidratos de gas (o hidratos de metano, como también se les llama), hace unas décadas el shale gas o gas de esquistos era algo que se conocía, pero no era viable. Se trataba de un gas difícil de extraer, ya que se encontraba entre arena, piedra y otros sedimientos. Esto, hasta que ingenieros estadounidenses perfeccionaron la técnica del fracking, que permite recuperarlo de manera eficiente. Las grandes reservas que existen en el subsuelo norteamericano ya están cambiando la dinámica del mercado global de energía. Aunque hoy hay un sobrestock, que ha bajado su precio demasiado como para fomentar su extracción, las proyecciones a largo plazo son felices para Estados Unidos. La Agencia Internacional de Energía ha proyectado que para 2035 ese país será autosuficiente en cuanto a combustibles.

Frente a este escenario, en Estados Unidos ven a los hidratos de gas como un proyecto de futuro. “Esta es una inversión de largo plazo. Nos encontramos haciendo ensayos de producción y seguiremos haciéndolos”, explica Timothy Collett, científico del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), que ha participado en las iniciativas más importantes de Norteamérica al respecto: en el centro de investigación de Mallik, junto a Canadá, y posteriormente en un proyecto en Alaska, junto a Laboratorio Tecnológico Nacional de Energía. Estas dos iniciativas son parte de los intentos más adelantados en Occidente de producir este tipo de combustible. El trabajo en estos dos campos en el Ártico le ha permitido a Collett hacerse una idea clara de qué tan cerca estamos de la explotación masiva de hidratos de gas.

“Hoy creemos que hay suficiente información para que la explotación técnica sea posible. Pero esa definición es limitada: no incluye la comercialización. Ése será el siguiente paso, pero nadie sabe bien cuándo llegaremos a él. Necesitamos más pruebas comerciales”, dice Collett. Según el científico de la USGS, no hay urgencia: Estados Unidos  aún está maravillado por el rápido crecimiento del shale gas. “Tiene muchísimo potencial”, explica. 

Frente a la oferta de otras alternativas y los costos de los hidratos de metano, no hay grandes incentivos. En Japón, en cambio, las cosas son distintas. “Es un escenario donde hace mucho sentido. Su producción de gas es nula. Necesitan buscar otros proyectos. El costo actual de sus combustibles es muy alto y su estructura de impuestos puede pagar las investigaciones”, dice Collett. Japón quiere hacer de los hidratos de metano su shale gas, lo que les permitiría una independencia energética que siempre ha estado muy lejana. Para esto invirtieron en uno de los buques científicos más avanzados del mundo: el Chikyu, una embarcación que costó más de 540 millones de dólares y que puede perforar más de siete mil metros bajo el nivel del mar.

La reciente explotación precomercial de Japón permitirá avanzar justamente en lo que Timothy Collett ve como pendiente: saber si, comercialmente, los números dan. Si los resultados son positivos, podrían cambiar la historia de ese país. El gobierno ha anunciado  que estaría en condiciones de tener esos datos en 2018. Mientras tanto, ya surgen las voces que alertan de los cambios que podrían llegar si una potencia como Japón llegara a explotar comercialmente estas fuentes de energía. Sumado al shale gas, los hidratos de metano dejarían en una complicada situación a los productores de petróleo como Rusia, Irán, Venezuela, Iraq y Kuwait y, posiblemente, podrían generar inestabilidad política en esos estados, que dependen casi exclusivamente de estos recursos. 

Por otra parte, este resurgimiento de los combustibles fósiles es visto como una amenaza a las energías limpias. Su bajo costo desincentivaría los avances en eólica y solar. Porque, si bien estos gases son más ecológicos que el petróleo y el carbón -no generan plomo ni material particulado-, contribuyen de la misma manera liberando dióxido de carbono a la atmósfera.Por ahora, la comunidad científica y el mundo esperan.

¿ESPERANZA EN CHILE?

En los mapas que muestran la distribución de los hidratos de gas en el mundo, hay un pequeño punto en las costas chilenas, al sur de Puerto Montt. “Frente a la península de Taitao, en Chile, hay lo que se conoce como un punto triple de tectónica de placas. Se juntan la placa Sudamericana, la placa de Nazca y la placa Antártica. Este tipo de unión es único en el mundo”, explica Juan Díaz Naveas, de la UCV. En 1988 un buque norteamericano, parte de un programa mundial de investigación del océano profundo, llegó a esa zona para hacer análisis científicos. Hicieron un mapa, una especie de escáner del fondo marino, de cien kilómetros de largo y diez de profundidad. “Ahí se descubrió por primera vez que en Chile efectivamente había evidencia de hidratos de gas. Por eso aparece ese punto en el mapa”, dice Díaz Naveas.

Sin embargo, aquel no es el único punto donde se ha encontrado este compuesto. Entre 2002 y 2007, Díaz Naveas y un grupo de científicos chilenos y extranjeros participaron en cinco viajes, donde sondearon las costas chilenas buscando este compuesto. Recorrieron desde la desembocadura del río Rapel hasta el golfo de Arauco analizando el fondo marino. “La idea era tener un primer conocimiento de este sector que no estaba explorado. Fue aquí porque es el sector más poblado de Chile y, al estar más cerca del sector de mayor consumo, sería mejor explotar acá”, explica el oceanógrafo.

Se trata de un trabajo de largo plazo, mucho esfuerzo, con pocos recursos para algo que en otros países se trabaja a altos costos. Han necesitado de la ayuda de varias universidades europeas, de Fondef, del SHOA y de la Office of Naval Research de la armada estadounidense. Sin embargo, ha habido pequeños triunfos. Como cuando, en octubre de 2004 encontraron algo que los sorprendió. Era el cuarto “crucero” o salida a terreno. Ya habían recorrido varias veces las costas centrales de Chile y habían tenido indicios de la presencia de hidratos de metano. Iban de vuelta a Valparaíso, cuando un grupo de investigadores de la Universidad de Concepción que trabajaban junto a ellos en un proyecto paralelo encontraron gran cantidad de organismos vivos en el suelo marino, a 780 metros de profundidad, a 72 kilómetros de Concepción. “Si hay organismos vivos, está saliendo metano”, pensaron los científicos.

El problema era que ya no les quedaban testimonios: habían usado todos los tubos que enviaban al suelo marino para sacar muestras. Agarraron uno roto y, de forma artesanal, empezaron a soldarlo con la ayuda de uno de los marinos a bordo del buque de apoyo científico de la Armada Vidal Gormaz (hoy ya dado de baja). Lo tuvieron listo a altas horas de la noche. Lo tiraron al mar a la madrugada: un tubo de metal de cinco metros que, al caer, se enterraría en la tierra y permitiría obtener la muestra. Lo sacaron a la superficie cuando el sol salía. “Fue notable. Del agua salía olor a gas, como si hubiera un escape”, recuerda Juan Díaz Naveas. De los cinco metros del testigo, casi cuatro correspondían a hidrato casi puro, que se deshacía al tomar contacto con el ambiente. Jugaron con él. Lo prendieron y vieron su llama. Por supuesto, guardaron una muestra en el buque, que posteriormente el presidente Ricardo Lagos visitó el mismo año, en tiempos en que la incertidumbre energética comenzaba a hacerse más evidente. 

“Debemos alegrarnos de lo que hemos encontrado, del paso que se dio y del buen incentivo para seguir trabajando; pero todavía no saquemos cuentas alegres, porque tenemos que trabajar mucho antes”, señaló el entonces mandatario. El problema es que, después de eso, pasaron los años y la investigación que encabezó Díaz Naveas terminó.

Avanzar en Chile como lo ha hecho Japón es algo que se ve lejano. “Es un recurso que se encuentra bajo el fondo del mar, entre 400 y 1.000 metros de profundidad de agua y que necesita una plataforma flotante de alta tecnología, cuyo costo de operación fluctúa entre US$500.000 y US$700.000 diarios”, explican desde ENAP. “Por ahora es un experimento demasiado caro para ser ejecutado con recursos chilenos”.

Mientras tanto, Díaz Naveas prepara nuevos proyectos de exploración para cuando el buque de la Armada Cabo de Hornos sea inaugurado. El potencial bajo la tierra, él lo sabe, está. Lo pendiente es ver si algún día será rentable explotarlo.

 

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