Por Juan Pablo Garnham Abril 11, 2013

“Desde un principio, mi padre quería que cobráramos entrada. Esto a algunos del grupo de científicos fundadores no les gustó mucho, pero yo pensé que sería un gran desafío”, explica Julie Packard.

Es una de las vitrinas más viejas de su acuario, pero sigue siendo su favorita. El bosque de quelpos está ahí desde 1984, cuando abrieron las puertas. Se trata de enredaderas de algas que suben por ocho metros y medio, un especie de cuadro vivo que pocos hombres se dan cuenta que existe bajo el mar. “Como una bióloga experta en algas, la idea era compartir este hábitat, lo que ningún otro acuario había hecho”, dice Julie Packard. El problema es que los focus group que hacían mientras construían el lugar no eran favorables. “¡Quelpos! Nada vive ahí, decían, por qué pagarías por ver algas”, recuerda Julie. Sin embargo, ella presionó para construirlo igual. Y funcionó.

No sólo funcionó esa exhibición, sino todo el acuario de la bahía de Monterey, en California, institución que Julie Packard lidera y que en casi treinta años se ha transformado en un referente en el mundo de la biología marina. Se trata de uno de los acuarios más exitosos en el mundo, tanto en  público -llegan casi dos millones de visitantes al año-, como en esfuerzos de investigación y conservación.  Packard visitó Santiago para dar a conocer su experiencia, invitada por el Chile California Council y el consorcio Chile es Mar, liderado por el científico de la UC Juan Carlos Castilla, que justamente tiene como uno de sus objetivos construir un acuario nacional en el país.

Pero Packard también es conocida por ser la hija de David Packard, cofundador de Hewlett-Packard y uno de los hombres que crearon Silicon Valley, a kilómetros de donde se instalaría el acuario de la bahía de Monterey. “Mi padre era un ingeniero y, por supuesto, muy exitoso, pero creo que secretamente quería ser un granjero”, recuerda la científica, “por eso pasamos mucho tiempo como familia en la naturaleza y yo decidí ser bióloga”. El creador de HP no sólo tendría un rol central en la vocación de su hija, sino también en que se concretara el proyecto de este acuario.

“En los Estados Unidos tenemos una cultura única de filantropía. Mis padres crearon una fundación familiar, con la idea de dar dinero a buenas causas, pero haciéndolo como una actividad familiar”, dice Julie Packard, “cuando cumplíamos 21 años, nos ponían en el directorio y tomábamos decisiones juntos”. Desde ahí saldría, en 1978, la donación que permitiría fundar el acuario.

Luego de hacer diversas donaciones en conservación, David Packard pensó que deberían enfocarse en proyectos más importantes. Al mismo tiempo, un grupo de científicos -entre los que estaba otra hija de Packard, Nancy- pusieron sus ojos en una fábrica de sardinas que había cerrado, luego de que la pesca se hiciera escasa. Ése sería un gran lugar para un acuario, pensaron. “Fue una confluencia de eventos. Mi padre quedó intrigado con la idea y dijo ‘pondremos el dinero, pero después tendrá que autofinanciarse’. Ésa sería la actitud desde el principio”, dice Julie Packard. La fundación donó 55 millones de dólares y la construcción comenzó.

 

El mar y yo

La idea de Julie Packard no era dedicarse al mar. Cuando empezó sus estudios, el tema que la fascinaba era la botánica. “Me encantaban las plantas, eran para mí simplemente un milagro, cómo creaban el oxígeno que todos los mamíferos consumimos”, recuerda Packard. Tomó un curso sobre el tema, sin saber que implicaba despertarse a las cinco de la mañana para ir a la costa californiana a estudiar las piscinas que generan las mareas entre las rocas. “A pesar de la hora, ahí me enamoré de la vida que había, así me involucré en el océano”, dice la científica.

Después se fue dando cuenta de que estaba bastante sola en ese interés. Los conservacionistas hablaban de contaminación, de especies en peligro, pero no se estudiaba suficientemente el mar. “Hasta hace pocos años, había poco trabajo en este campo. Existía la noción de que el mar es tan grande, tan vasto, que es difícil tener impacto en él, pero definitivamente lo tenemos”, dice Packard.

Pero quizás uno de los aspectos más interesantes del trabajo que ha hecho Packard y su acuario es cómo han logrado conjugar ciencia, educación y la parte comercial. “Desde un principio, mi padre quería que cobráramos entrada. Esto a algunos del grupo de científicos fundadores no les gustó mucho, pero yo pensé que sería un gran desafío”, explica Julie. Para ella, sería un incentivo a crear una experiencia de primer nivel, por la que la gente estuviera dispuesta a gastar su dinero. De hecho, una de las primeras cosas que hicieron al empezar a armar el proyecto fue un estudio de mercado para saber si en ese lugar, en la bahía de Monterrey, había suficientes turistas. Los números funcionaban, pero los resultados superaron sus expectativas desde el primer año. “Estamos muy orientados hacia nuestras audiencias, siempre tratamos de crear la mejor experiencia para ellos, de refrescarla, de crear nuevas exhibiciones y demostrar su valor todo el tiempo”, dice Packard.

Esta especial mezcla entre ciencia y sostenibilidad económica los ha llevado a seguir innovando. A fines de los ochenta le pidieron a una estudiante que tratara de dedicar parte de su tiempo a ver si era posible conservar una medusa de alguna forma en un acuario. Normalmente, debido a sus cuerpos gelatinosos, eran imposibles de conservar entre vidrios o murallas. “Ella empezó a hablar con colegas en distintas partes del mundo, incluidos unos que construyeron tanques especiales. También estudiamos, en muchos casos por primera vez, la historia de vida completa de distintos tipos de medusas”, recuerda Packard. De a poco, juntaron distintos especímenes y a conservarlos exitosamente, hasta que lograron tener suficientes para armar una exposición al respecto. “Fue increíblemente exitosa, y luego todos los acuarios de los Estados Unidos nos comenzaron a imitar”, dice.

Hoy, gran parte de la innovación la hace el Monterey Bay Aquarium Research Institute, una institución asociada, pero independiente, que también se creó con fondos de los Packard. Ahí, tomando la pasión por la ingeniería de David y el interés por el mar de Julie, científicos y técnicos están trabajando en nuevas formas de explorar el océano. “Se trata de una nueva generación de instrumentos exploratorios, drones acuáticos, que son el futuro, porque son mucho más baratos e implican menos riesgos para los humanos”, explica Packard. Hoy estos vehículos autónomos ya están siendo utilizados para crear mapas más precisos del suelo marino y estudiar la química del oceáno, lo que permitiría entender mejor fenómenos como el cambio climático o El Niño.

 

Ciencia y emoción

Es lunes en la mañana y Julie Packard habla en un auditorio lleno del GAM. Muestra una foto de un niño totalmente embobado con un gran pez. “Al final lo importante es esto”, dice. Esta lección es algo que Packard aprendió con el tiempo.

“Cuando partimos con el proyecto, nosotros como científicos pensábamos que todo era sobre dar datos. Que si la gente sabía lo que pasaba en los océanos, ellos harían algo”, comenta Packard, “pero con el tiempo nos dimos cuenta que no es así. Que lo que importa es que la gente tenga una conexión emocional con los animales”.

Esto no es sólo una sensación que ellos tienen en el acuario de la bahía de Monterey. Constantemente están haciendo evaluaciones de sus exposiciones, del impacto que éstas tienen. También realizan encuestas sobre la actitud y el conocimiento del público estadounidense sobre el mar. “Muy tempranamente descubrimos que preocuparse por el océano no está correlacionado con conocer la información, lo que fue contra nuestra intuición. Saber datos sobre el mar no tiene que ver con cuánto te preocupas por él”, dice Packard.

Ésta fue una de las lecciones que la científica intentó transmitir en la conferencia del lunes, pensando en la idea de que haya, algún día, un acuario similar en Chile. Otro punto en el que hizo especial énfasis fue en la importancia de pensar económicamente en este proyecto. “La mayor parte de los acuarios en Estados Unidos son construidos como sociedades público-privadas, donde el gobierno quizás donó el terreno o generó bonos para financiar la construcción. Eso ha funcionado muy bien”, dice.

Según Packard, si el proyecto se estudia correctamente, ésta puede ser una situación donde no sólo la ciencia resulte ganadora. “Si se hace una buena planeación comercial, si se elige bien el lugar y el tamaño del acuario, puede tener un impacto tremendamente positivo para la economía”, explica Julie Packard. En el caso de Monterey, la ciudad ha visto un aumento en el turismo y los negocios asociados al acuario y ella espera que así también sea el día que se construya uno en Chile.

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