Por Nicolás Alonso Noviembre 15, 2012

El campus es extraño. Parece una especie de nave gigantesca, que bien podría ser el refugio nuclear de una película apocalíptica. Y funciona como tal: los alumnos que ingresan casi no vuelven a salir durante diez semanas. Es el Ames Research Center, la sede de la NASA en Silicon Valley en donde está instalada la Singularity University desde su creación en 2008, y es uno de los lugares donde la hondureña Susan Fonseca, founding architect del proyecto, jamás en su vida pensó que pondría un pie.

La antropóloga y abogada -que hace casi dos décadas llegó a EE.UU. sin dinero ni interés por la ciencia-  es hoy la encargada de hacer encajar las piezas de un programa de estudios caótico, que tiene como objetivo desarmar y volver a armar el cerebro de jóvenes que llegan de todo el mundo a conocer cómo será el futuro. Entre otras cosas, la pasantía incluye inteligencia artificial, nanotecnología, genética y biología sintética, y algunas de sus actividades son manejar un simulador espacial, realizar una operación quirúrgica, sintetizar ADN o crear un robot inteligente.

“La tecnología está avanzando a una velocidad en que ya no cabe duda que nosotros no somos el final de la evolución, hay otras etapas más”, dice Susan Fonseca, sin titubear. “Hoy estamos convergiendo con la tecnología, y puede que pronto actualicemos nuestra propia inteligencia con tecnología que nos ayude a procesar la información”.

Cuando Susan, que ríe todo el tiempo, empieza a decir esas cosas, se pone seria y parece como si interpretara a un personaje de ciencia ficción. Pero lo que dice no es literatura: son los fundamentos de la singularidad, una corriente de pensamiento que está dominando la ciencia de vanguardia, y que motivó la creación de la universidad. La doctrina, que tiene entre sus principales exponentes a Ray Kurzweil, importante inventor norteamericano y también fundador de la universidad, plantea que de aquí a dos o tres décadas la tecnología crecerá de forma brutal a causa de la inteligencia sobrehumana de las máquinas, volviendo el desarrollo prácticamente infinito e incontrolable.

Por eso la urgencia. Por eso la extraña universidad. Tanto Kurzweil como Peter Diamandis, genio de la NASA y emprendedor espacial, se plantearon un objetivo: preparar a las mentes de los jóvenes líderes del mundo para que manejen de forma correcta ese boom. Y para eso le pidieron ayuda a Susan Fonseca, quien había brillado asesorando las relaciones diplomáticas entre EE.UU. y Centroamérica, y que recientemente había ayudado a coordinar la Singularity Conference. Sus responsabilidades, le dijeron, no se limitarían a organizar la universidad, sino también conseguir inversores y manejar el enorme río de egos que correría por esos pasillos. Ella aceptó, a cambio de una condición: que la universidad buscara solucionar los grandes problemas de la humanidad. Al poco tiempo, había conseguido unir a Google a la causa.

“Yo les dije: quiero ser parte, pero sólo si vamos a concentrarnos en generar un impacto real en los problemas críticos del mundo. Pedí que incluyeran áreas como leyes y ética: si hacemos una medicina contra el VIH, ¿cuál va a ser el acceso, cuánto vas a tener que pagar por ella?”, cuenta Susan. “Yo no veo un futuro de hombres versus máquinas, sino como una fusión. Por eso es muy importante que todas las voces sean parte, porque en esa fusión es importante que no dejemos a nadie atrás”.

En esa línea va justamente la segunda mitad del programa, del cual han sido parte una decena de chilenos, y que elige todos los veranos a 80 alumnos entre más de 2 mil postulantes: tienen que diseñar un proyecto que solucione un problema de importancia global, y que impacte en diez años a un billón de personas, en especial de las zonas más necesitadas del mundo.

Ésa es la parte que más le interesa a Susan, y donde más experiencia ha aportado. Varias de esas carencias, para su pesar, pudo conocerlas de sobra.

 

En la frontera

Susan Fonseca se define a sí misma como una mujer que durante toda su vida ha caminado por la frontera de dos mundos. Y no lo dice sólo por su actual función de humanista en un mundo de científicos, sino también por su infancia, cuando esos mundos fueron su padre y su madre. Él, un profesor hondureño hijo de analfabetos, que tuvo su primer par de zapatos a los 17 años y logró emerger estudiando Agricultura en EE.UU. Ella, una enfermera norteamericana que llegó a entregar ayuda humanitaria a la violenta y pobre Honduras.

Transitar por esa frontera definió todos los ámbitos de su identidad: su nacionalidad hondureño-norteamericana, su inglés perfecto en una vida a veces sin agua potable ni electricidad, sus recorridos por el país brindando ayuda, frente a dos violaciones en las cuales nadie pudo ayudarla. A los 17 años emigró como su padre a EE.UU. a estudiar en la University of Georgia, y vio por primera vez un computador. Estudió Antropología y Leyes, pero conocer a Bruce Klein, un experto en inteligencia artificial que más tarde sería su esposo y la involucraría en el mundo de la singularidad, fue su primera puerta de entrada a la ciencia.

“Mi infancia fue linda, dura y real”, recuerda. “Me crié con dos realidades y dos lenguas. Luego fue lo mismo: con mi esposo científico había un intercambio del cual salía algo muy bueno. Ésa es también la idea de la universidad”.

Junto a su esposo crearon en 2001 el Inmortality Institute, un foro dedicado a reunir expertos para el estudio de la ampliación de la vida. Coordinar a esos científicos fue una experiencia que le serviría años después, cuando Peter Diamandis leyera, mientras visitaba Torres del Paine, el libro The Singularity is Near de Ray Kurzweil, se pusieran de acuerdo entre ellos y la contactaran -la habían conocido cuando organizó la Singularity Conference- con la extraña idea de fundar una universidad del futuro, de la cual ella se convertiría en el núcleo humano entre los científicos.

Según Kurzweil, Susan se transformó en un pilar de la institución. “Ella es el corazón y el alma de la universidad. Su visión, pasión y determinación son las cualidades que queremos que cultiven todos los miembros”, dice. “Ella aboga por aprovechar la tecnología para resolver los problemas reales de personas reales. En muchos sentidos, los valores y la visión de la universidad reflejan la pasión de Susan y sus valores personales de  bondad, diversidad y humanidad”.

Matías Rivera, director de Reforestemos Patagonia, fue el último chileno en asistir a la universidad. La primera semana tuvo que crear, junto a sus compañeros, titulares para los diarios del futuro, del tipo “primer hombre camina por Marte” o “hombre muere atropellado por auto que se maneja solo”. Luego los colocaron en cajas, según cuántos años pasarían antes de que se cumplieran: diez años, veinte, treinta, o imposible. “Después de tres semanas con una sobrecarga de información tan colosal que tu mente colapsa, las abrimos y volvimos a ubicar los titulares. La categoría imposible, que estaba llena, pasó a 30 años, de 30 a 20. Todo se corrió al presente”, cuenta.

Susan dice que algunos de los proyectos más interesantes que han surgido de los alumnos tienen que ver con la impresión 3D. Un grupo de jóvenes está creando una impresora de viviendas para damnificados de desastres naturales, que en el futuro podría imprimir (construir) casas enteras en tres días con sólo diseñarlas virtualmente. Otro grupo está diseñando una impresora para instalar en la Luna, con la cual se podrían construir repuestos para estaciones espaciales o viviendas para habitar el satélite.

Pero a ella lo que más le interesa, luego de la muerte de su padre por un trasplante fallido, son las impresoras de órganos, máquinas capaces de crear órganos humanos, diseñados para ser compatibles con el receptor. “Estuve tres meses en el hospital con mi papá, y yo vivo en un mundo en que sé que hay impresoras casi listas”, cuenta. “Fue una gran frustración. Por eso estoy más involucrada aún con estas tecnologías que pueden eliminar el sufrimiento”.

En paralelo a su trabajo en la universidad, hoy está creando Women@TheFrontier, una red de apoyo mundial a mujeres líderes de todas las áreas, que surgió a raíz del bajo número de mujeres que llegaban a Singularity University. Por eso, esta semana visitó Chile y expuso en la Sofofa sobre oportunidades para mujeres, con la presencia de la ministra Carolina Schmidt. Allí anunció que Chile será el primer lugar donde lanzará su iniciativa, y que su directora para Latinoamérica será la chilena Bárbara Silva, ex alumna de la universidad.

“Creo que uno de los desafíos más grandes de la humanidad es la falta de voz de las mujeres en los problemas del mundo”, concluye Susan, quien volverá en abril de 2013 a lanzar su proyecto. “Lo he visto toda mi vida, como abogada, diplomática y en la ciencia. Siento una urgencia por cambiar esa dinámica. Y lo voy a hacer ya”.

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