Por Natalia Mackenzie Mayo 2, 2012

Llevaba 34 años sin síntomas. El cáncer de mamas de Sue Berger parecía un fantasma arrinconado en su pasado, al que de cuando en cuando debía enfrentar para cerciorarse de que siguiera ahí, lejos. Hasta que volvió. Sue ya tenía 80 años de edad, y sabía que el tratamiento al que accedió sería su última lucha. El suyo parecía un infortunio extraordinario, pero las estadísticas indican que casos como el de Berger -descrito en la página de la Fundación Dr. Susan Love para la investigación del cáncer de mamas- son frecuentes: en más del 50% de los pacientes el cáncer vuelve a reaparecer. Con frecuencia lo hace con más fuerza.   

Son muy pocas las personas que no han sido tocadas directa o indirectamente por el cáncer. En Chile mueren cerca de 100 personas al día de esta enfermedad, siendo la segunda causa de muerte en el país después de las enfermedades cardiovasculares.  Décadas de investigación han comprobado que ésta es una enfermedad complicada y perversa, pero ¿por qué exactamente la guerra contra el cáncer ha sido tan difícil de ganar? En los últimos años, la combinación entre el estudio de células madre y la oncología ha dado fuerza a una hipótesis que podría responder gran parte de esta pregunta.

Hoy no existen tratamientos que eliminen de manera específica las células madre cancerígenas. Sin embargo, gran parte de la investigación científica se ha enfocado en aumentar la sensibilidad de estas células a las terapias existentes.

El cuerpo humano está compuesto por trillones de células. Estos “microladrillos” que construyen los cuerpos vivos son entidades dinámicas, las cuales están en constante división, muerte y recambio. Estos procesos se encuentran meticulosamente regulados por factores biológicos responsables de mantener el orden y sincronía que existe entre los diferentes componentes del cuerpo. Sin embargo, como toda maquinaria, hay momentos en que algunas de sus “partes” no funcionan como debieran. El cáncer nace cuando células normales se ven afectadas, ya sea por razones genéticas o externas, y se dividen descontroladamente formando un tumor.

“Los tumores siguen la teoría darwiniana de selección natural”, explica Eduardo Villablanca, instructor de la Escuela de Medicina de Harvard. “Ante los diferentes mecanismos de defensa que nuestro cuerpo tiene al crecimiento celular incontrolado, las células mutan y se modifican. De esta manera, células con el potencial de ser tumorales se seleccionan naturalmente y se escapan a los controles de nuestro cuerpo”.

Infiltradas en el cuerpo del tumor se encuentra un pequeño grupo de células diferentes al resto, llamadas células madre cancerígenas. Como su nombre lo dice, son las que dan vida a todas las células que conforman un tumor, incluyéndose a sí mismas.

La conexión entre células madre y el cáncer viene explorándose desde hace ya muchas décadas, pero no fue hasta 1988 que Barry Pierce definió de manera más precisa el concepto y su posible rol en la enfermedad. Años de investigación demostraron que estas células no sólo son capaces de repoblar el tumor con células nuevas una vez que es aparentemente eliminado con terapia, sino que también son más resistentes a la quimioterapia y radioterapia que el resto de las células que conforman los tumores.

“Desde un punto de vista evolutivo, si pensamos que una célula madre normal debe dar origen a un organismo completo, tiene que ser ultrarresistente para poder mantener la especie”, asegura el doctor Chann Lagadec, investigador de células madre cancerígenas de la UCLA.

De la misma manera, cree Lagadec, el “trabajo” de las células madre cancerígenas es inmortalizar al tumor, por lo que deben distinguirse del resto, siendo capaces de sobrevivir a constantes “insultos” (como peculiarmente les han llamado algunos autores a las diferentes terapias anti-cáncer).

Se cree entonces que así como las células madre normales pueden crear organismos completos o ser un reservorio para órganos que están en constante regeneración, como la piel o la medula ósea, las células madre cancerígenas son la reserva de vida para los tumores. El resto de las células que conforman el cuerpo del tumor no tienen la misma capacidad que las células madre para generar células tumorales nuevas, por lo que su contribución a la supervivencia de largo plazo del tumor es mínima.

Hay otra característica indeseable de las células madre cancerígenas: se piensa también que son las responsables de viajar por el torrente sanguíneo y expandir el cáncer hacia otras áreas del cuerpo, arraigándose en órganos distantes y cultivando nuevos tumores, generando así las dañinas metástasis.

La existencia de las células madre cancerígenas explicaría entonces por qué una paciente con cáncer como Sue Berger, que reacciona bien a las terapias, no es necesariamente “curada” por completo después de ser tratada, y por qué la recurrencia de la enfermedad es generalmente alta.

“No nos hemos enfocado en atacar el blanco indicado”, asegura Lagadec. “Si (las células madre cancerígenas) no son destruidas, el tumor va a reaparecer, y puede que lo haga con más fuerza”, explica.

Y esto se debe a que después de ser expuestas a tratamientos, las células madre cancerígenas que sobreviven y dan origen a nuevos tumores son siempre las más fuertes. Por lo que el nuevo tumor será más poderoso.

Se demostró también que al irradiar células de cáncer de mama en laboratorio, algunas células tumorales “no-madre” adoptan características de sus supuestas progenitoras, adquiriendo la capacidad de dar origen a nuevos tumores y resistirse de manera más eficiente a las terapias, según reportan Lagadec y otros investigadores en un paper reciente. Es difícil pensar que lo que cura hace daño, pero la compleja orquestación de esta enfermedad es sin duda una de las grandes razones por las cuales quizás la guerra contra el cáncer no avanza a la velocidad que esperamos.

Sin embargo, décadas de investigación en oncología no han pasado en vano. Notables avances científicos y médicos han permitido flanquear la enfermedad desarrollando tecnologías para su detección temprana -y, por ende, tratamiento precoz y un mejor pronóstico- y un aumento en la especificidad de los medicamentos para los diferentes tipos de cáncer.

Esto tampoco implica que las terapias convencionales no logren su cometido. La quimioterapia y radioterapia han sido altamente exitosas en el control de diferentes tipos de cáncer, extendiendo la vida o salvando de la muerte a miles de pacientes. La teoría de las células madre cancerígenas abre más bien la posibilidad de complementar las terapias existentes con nuevos tratamientos específicamente dirigidos a destruir este pequeño grupo de células, y avanzar así hacia una cura más rápida y definitiva de la enfermedad.

La teoría de las células madre cancerígenas abre la posibilidad de complementar las terapias existentes con nuevos tratamientos específicamente dirigidos a destruir este pequeño grupo de células, y avanzar así hacia una cura más rápida y definitiva de la enfermedad.

Actualmente no existen tratamientos que eliminen de manera específica las células madre cancerígenas. Sin embargo, gran parte de la investigación científica se ha enfocado en aumentar la sensibilidad de estas células a las terapias existentes, en alterar sus capacidades de generar vida a otras células tumorales, y en la destrucción específica de reservorios de células madre “normales” que podrían estar abasteciendo al órgano enfermo de células madre cancerígenas.

Como muchas hipótesis que intentan revolucionar la ciencia o la medicina, ésta no está exenta de controversias y un sinfín de preguntas sin resolver. El debate se genera en parte, por un choque de convicciones entre científicos que han hecho de la investigación del cáncer su vida.  “Es difícil para algunos científicos escuchar que lo que han hecho hasta ahora está mal, especialmente después de haber invertido tanto”, asegura Lagadec.  “Pero en realidad lo que decimos es que se deben eliminar ambas poblaciones celulares (para lograr una cura definitiva)”.  

Por otro lado, aún no está claro cuál es el origen de estas células, y qué es exactamente lo que las identifica como tales cuando se estudian en el laboratorio, donde células madre y no-madre residen juntas sin mayores diferencias morfológicas. Tampoco está claro si los avances médicos basados en esta teoría podrían aplicarse a los diferentes tipos de cánceres ya que no todos se comportan de la misma manera. Pero desde un punto de vista científico, la controversia y las preguntas abiertas son sanas y sólo sirven para alimentar más y mejores descubrimientos.

La teoría de las células madre cancerígenas podría ser entonces una pieza clave para entender y combatir de manera más eficiente el cáncer. Sin embargo, se debe tener claro que ésta es una enfermedad multifactorial que se rige también por efectos externos como son el envejecimiento poblacional, el sedentarismo y la mala alimentación. Esto, además de la pesada carga de estresores que recaen sobre la población, como las malas noticias, el tráfico, el smog, y quizás hasta la persecución enfermiza del éxito alimentado por excesivas ambiciones.

A pesar de que en los últimos años se ha demostrado que mientras más células madre cancerígenas tiene el tumor, peor es el pronóstico de un paciente, se requiere sin duda alguna más investigación para lograr trasplantar de manera exitosa esta teoría desde el laboratorio a la clínica. Sin embargo, la consolidación de la idea ya es un paso importante, que si llega a dar los frutos que promete, no sólo revolucionaría la manera en que vivimos, si no también la manera en que morimos.

Relacionados