Por Paula Namur Noviembre 17, 2017

El 25 de octubre pasado la presidenta Michelle Bachelet anunció el envío del proyecto de ley que prohíbe la entrega de bolsas plásticas en 102 comunas costeras.

—Tenemos un manejo inadecuado de las bolsas plásticas en todos los hogares del país. Y la reducción de residuos plásticos arrojados al mar es una tarea que sólo vamos a sacar adelante si todos cambiamos nuestro comportamiento —dijo la mandataria durante el anuncio.

El escenario elegido no fue al azar. En un día soleado en Punta de Lobos (Pichilemu, sexta región) y con vista a los icónicos morros en el sector El Mirador, la mandataria pronunció su discurso en un podio instalado cerca de un acantilado rodeado de cactus característicos de la zona, teniendo de fondo un mar que por su oleaje surfistas de todo el mundo han surcado por años.

La Fundación Punta de Lobos avanzó hacia un modelo de servidumbre voluntaria que permite que privados renuncien a los derechos sobre sus predios en favor del ecosistema.

Luego del anuncio, la presidenta recorrió el sector. Iba acompañada por el ministro del Medio Ambiente, Marcelo Mena, entre otras autoridades, pero también era escoltada por personas emblemáticas de la zona, entre ellos, uno de los surfistas chilenos más reconocidos a nivel mundial: Ramón Navarro.

La historia de Navarro con el mar nació casi junto con él. Su padre, pescador de Pichilemu, le enseñó a nadar y bucear desde muy pequeño. A los 12 años comenzó a surfear y a los 15 comenzó a ganar campeonatos. Hoy es conocido en todo el mundo no sólo por su desempeño arriba de la tabla, sino también en temas medioambientales.

Por estos días, Navarro ve cristalizada una de las causas en que más tiempo ha invertido en los últimos años, lo que califica como el “rescate” de Punta de Lobos, hasta donde llegan más de 30 mil surfistas al año: Fundación Punta de Lobos, de la cual es director, acaba de comprar a privados el sector de El Mirador, 2,2 hectáreas que miran justo a los morros de Punta de Lobos, para preservarlo. Comprando ese terreno, se termina de conservar el borde costero del acantilado.

—Cuando supe que la punta se podía comprar, hace diez años, le escribí a Yvon Chouinard (fundador de la empresa Patagonia). Yo no lo conocía, pero como vi que Patagonia estaba apoyando la reforestación y los parques en el sur, pensé que ellos nos podrían ayudar a tratar de protegerla —dice Ramón Navarro.

 

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Hace años los vecinos buscaban proteger el sector. ¿La razón? En el borde costero estaba permitida la construcción de edificios, y, de hecho, en 2013 había proyectos aprobados.

Buscaron distintos mecanismos para la preservación. Ese mismo año, Punta de Lobos fue declarado World Surfing Reserve, por la ONG internacional Save the Waves. Pero además de eso, se estudió postularlo como santuario de la naturaleza, o que los morros fueran declarados monumento nacional. Pero si esto último ocurría, impediría el acceso a los surfistas a esa plataforma. Mientras, declarar Punta de Lobos como santuario de la naturaleza pondría fin a la pesca artesanal.

—Esta ola es una de las más reconocidas a nivel mundial como ola grande y una de las más constantes de Sudamérica. Los dos morros de ahí son icónicos, no hay un lugar así en el mundo. Tiene cactus endémicos, aves migratorias, y es un lugar histórico para los pescadores artesanales —dice Ramón Navarro—. Invitamos al entonces ministro de Bienes Nacionales, Víctor Osorio, y él mismo nos dijo que la Constitución no le permitía al gobierno entrar en temas privados, por lo cual nos sugirió que lo compráramos a través de privados —agrega.

Por esto, Nicholas Davis, presidente de Euroamérica y empresario turístico de la zona (dueño de hotel Alaia, uno de los más exclusivos del sector), adquirió el 25% del terreno del Diamante (terreno emblemático que mira al mar), lo que impidió el desarrollo de cualquier proyecto inmobiliario y sentó las bases para crear la Fundación.

Una vez creada, la Fundación Punta de Lobos avanzó a un modelo de servidumbre voluntaria, amparada en el Derecho Real de Conservación que se aprobó el año pasado. Según este modelo, privados pueden renunciar a los derechos sobre su predio en favor del ecosistema. La idea surgió en conversaciones con la viuda de Douglas Tompkins, Kristine. “Ella ha sido nuestra asesora en esto. Ella nos ha prestado todo su equipo profesional para que no nos equivoquemos con la elección de los abogados, tipo de land trust, etc. Ellos son los expertos en conservación”, asegura Nicolás Sutil, country manager de Patagonia.

Así, los terrenos quedarían con una Ley de Conservación inscrita en los títulos de la propiedad, de manera perpetua, independiente del dueño. “Estamos comprando un terreno privado para hacerlo público; claramente esto es algo inédito”, sostiene Ramón Navarro.

En paralelo, la municipalidad aprobó el año pasado una modificación al plano regulador, que permitió darle a todo el borde —un total de 17,46 hectáreas— el carácter de área verde. “Al hacer eso, ya nadie puede construir. Si bien el espacio sigue siendo privado, es un área verde, lo cual le da el derecho a todos quienes visitamos Punta de Lobos a apreciar el paisaje, que es lo maravilloso del sector”, asegura el alcalde de Pichilemu, Roberto Córdova.

Según explica Navarro, la Fundación compró el terreno en $600 millones. De estos, Patagonia aportó aproximadamente la mitad a través de un programa de donaciones que posee la empresa, mientras el resto se consiguió entre donaciones de personas y ONG.

El proyecto ha contado con algunos detractores que cuestionan el hecho de que este terreno se mantenga en manos privadas. “¿Por qué la fundación no dona a la municipalidad de Pichilemu todo ese terreno, tal como lo hizo Agustín Ross en su minuto?”, plantea Hugo Toro, concejal de Pichilemu. “Yo aspiro a que este terreno sea pichilemino, que sea nuestra tierra. Eso siempre va a ser particular, y se corre el riesgo de que decidan quién entra y quién no”, añade Toro.

Sin embargo, desde la Fundación aseguran que eso no ocurrirá debido al modelo con el cual se adquirió.

¿Qué viene ahora? En el sector se instalará un centro medioambiental. También se está invirtiendo en la reforestación, trabajando en basureros y restaurando construcciones en el sector.

—Yo soy un deportista, no soy un ambientalista. Pero sí con pasión y corazón traté de hacer lo mejor posible para defender un lugar donde yo tengo mucha historia —declara Navarro.

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