Por Diego Zúñiga Octubre 11, 2017

Los conocimos hace diez años —a algunos de ellos—, cuando aparecieron de forma inesperada en el Mundial Sub-20 de Canadá: Arturo Vidal, Alexis Sánchez, Gary Medel. Parecían distintos: tenían talento, carácter, entrega, se querían comer al mundo, aunque ese torneo —donde brillaron, sin duda— se acabó cuando Medel perdió el control ante los argentinos —algo que habíamos visto tantas veces— y Chile terminó cayendo en semifinales.

Era, en el algún sentido, una historia que ya habíamos vivido más de una vez —ver que una selección juvenil parecía anunciar un futuro esplendor—, pero nadie imaginó lo que venía realmente: un grupo de jugadores que marcarían una década de triunfos, de ganarle a los mejores del mundo, de pararse en cualquier cancha y disputar los partidos con la misma intensidad, con el mismo deseo de ganar.

Para llegar a eso, sin embargo, hubo que recorrer un camino difícil, plantear objetivos, cambiar la mentalidad de muchas —muchas— personas y planificar con ambición, pero conscientes de las limitaciones. Para llegar a eso tuvo que existir Marcelo Bielsa y, luego, un Sampaoli que le sacó el máximo rendimiento a un equipo que parecía no tener techo.
Pero íbamos a perder algún día. Perdimos, de hecho, con Brasil en el Mundial, aunque nos olvidamos rápido de aquello por las dos Copa América que ganamos. Nos olvidamos que un día íbamos a perder, y entonces jugamos estas últimas fechas de las clasificatorias y el mundo se nos vino encima.

Lo de ayer —la derrota ante Brasil— era inevitable, pues veníamos jugando a cualquier cosa.

Quedan algunas imágenes de esta década que nunca olvidaremos —Charles Aranguiz corriendo toda la cancha hasta el minuto 90, Bravo tapando lo imposible, Gary sosteniendo la defensa, Alexis picando el penal ante Argentina, Vidal echándose el equipo al hombro una y otra vez—, pero ahora empieza otra historia, que probablemente no será tan exitosa ni tan épica.

Nos acostumbramos a ganar y nos olvidamos que un día teníamos que perder, que nuestra historia, en realidad, siempre ha estado llena de derrotas y que lo que vivimos en esta década fue sólo un paréntesis; una época hermosa, llena de alegrías y de momentos que nos vamos a contar una y otra vez: ver a Valdivia corriendo y cubriendo el mediocampo ayer, consciente de que se estaba jugando un partido definitivo, es algo imposible de olvidar.

El problema, claro, es lo que viene: iniciar otro proceso, concretar el famoso recambio generacional, elegir un técnico capaz de llevar adelante esta nueva historia y, sobre todo, convencer a una dirigencia que todo esto es un trabajo a largo plazo y que empieza en las divisiones inferiores.

Ayer nos ganó de forma categórica un equipo que hace sólo unos años perdió de manera vergonzosa ante Alemania en su propio Mundial. Fue un quiebre absoluto, que derivó en un recambio y que hoy los tiene como candidatos firmes para ganar el Mundial de Rusia. Y sí, es cierto, puede no tener mucho sentido compararse con un país —Brasil— que saca todos los años al menos uno o dos futbolistas extraordinarios, pero sí es importante mirar el proceso, ver cómo confiaron en un técnico que ordenó un equipo que venía destrozado.

En ese libro hermoso que es Prosas apátridas, el peruano Julio Ramón Ribeyro recordaba un día en que fue a buscar, en París, la casa de una amiga muy querida. Recorrió el lugar, pero no la encontraba. Hasta que se dio cuenta de que habían cambiado un puente y que la casa de ella la habían derribado. Y es ahí, después de todo un día de búsqueda, en que piensa, resignado: “También mueren los lugares donde fuimos felices”.

Pero queda el recuerdo y queda, sobre todo, la opción de saber qué hacer con eso, con esa memoria, con ese pasado, porque ahí está el origen de lo que seremos en el futuro.

 

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