Por Carolina Sánchez, desde Valparaíso // Fotos: Mabel Maldonado Octubre 13, 2017

Esa tarde ardería todo. Pero cuando Alicia Vera, de entonces 49 años, salió aquel 12 de abril de 2014 de su casa y bajó al centro de Valparaíso a trabajar, no tenía cómo saberlo. Y no lo supo hasta que lo vio; hasta que las nubes encima del cerro Las Cañas, se volvieron negras y el humo, de pronto, le impidió respirar. Hasta que sólo se escucharon gritos. Hasta que el único cerro en el que había vivido desapareció del todo, justo frente a sus ojos.

Sin embargo, al día siguiente Alicia fue incapaz de dejar su casa. O lo que quedó de ella. Instaló a sus hijos en un albergue y levantó una carpa, entre las plantas negras y los pedazos de madera carbonizados que alguna vez fueron su hogar. De eso, pasarían dos meses. Entonces le armaron una suerte de mediagua, una medida provisoria ante una de las catástrofes más grandes del último tiempo.

“La gente sigue viendo a esta ciudad como un lugar donde puede borrarse, no les importa nada. Los porteños amamos Valparaíso, sin embargo, no lo respetan”, dice Camila Pericó.

Y esa mediagua, pequeña, de un ambiente, donde no más de 20 centímetros separan el baño de la cocina y la cocina de la cama, se convirtió, a pesar de que se resiste a diario a asumirlo, en su nueva casa. En ese lugar, que le prometieron que sería temporal, viven ella, su hijo y su hermano. Sólo hay dos camas. Tienen otro colchón, pero armarlo en el piso significaría no poder caminar. Decidió no celebrar la Navidad, ni el Año Nuevo, y tampoco los 18 de septiembre. Dice que prefiere que la dejen sola, porque en ese lugar no hay espacio —ni motivo— para celebrar.

Hoy, Alicia Vera Araya está estresada. A ratos se desespera y trata de moverse por su casa, pero el espacio es mínimo. Entonces se sienta en una de las tres sillas que tiene. En sus manos mueve uno de los tantos papeles que el Servicio de Vivienda y Urbanización (Serviu) le ha entregado. En él se lee: “El 15 de mayo se iniciarán las obras”. Pero nada. En el televisor, Pedro Engel predice el futuro de los signos y Alicia se ríe. Dice que tiene que estar atenta para ver si las cosas mejoran. Y hubo un momento en que creyó que así sería.

No cualquiera sube al cerro Las Cañas. Las calles, muchas de ellas pintadas por las barras bravas de los equipos de fútbol, son estrechas. Los caminos, empinados y vertiginosos. Y del Estado, dicen, casi no saben. Por eso cuando Alicia Vera vio al entonces candidato Jorge Sharp, de 31 años, se sorprendió. Y cuando lo escuchó hablar, cuando le dijo que todo cambiaría y que las puertas de la municipalidad estarían siempre abiertas, le gustó.

Después salió electo y pensó que todo podría cambiar. Decidió, entonces, ir al n° 1490 de la calle Condell a verlo, a contarle lo que estaba pasando en esos cerros olvidados. Pero ni siquiera pudo encontrarse con él. Le dijeron que ellos no podían hacer nada, que pidiera hora en el Serviu, unas calles más abajo. Pero ella se enojó. Sintió rabia porque a pesar de que este alcalde la escuchó, nadie le devuelve la casa que el fuego le quitó hace más de tres años.

—Nuestro rol es exigir al Serviu y al Minvu que cumplan los compromisos que tienen, además de fiscalizar y empujar porque la reconstrucción les corresponde a ellos —dice el alcalde Sharp, quien en 2017 decidió cambiar esa normativa después de que los cerros de Valparaíso volvieron a arder. Desde ahora, la municipalidad es la que está a cargo de la reconstrucción.

Sin embargo, las familias que perdieron todo en 2014 deben seguir esperando a lo que haga el Serviu, en medio de papeleos eternos. Mientras, las malezas del terreno de Alicia, a pesar de que intenta evitarlo, no dejan de crecer. El resto de su familia decidió irse y abandonar el único trozo de tierra que tuvieron. Pero ella sigue esperando. De fondo, en otras casas improvisadas, se escucha una canción de reguetón. Y allá lejos se ve una bandera de Chile que no deja de flamear.

 

***

 

La suciedad de Valparaíso no entra por los ojos sino por la nariz. Y Camila Pericó —28 años, pelo rojo, ojos negros y delgada— lo sabe. Hace más de 11 años que lo sabe.

Desde que llegó al puerto siempre ha vivido en el mismo lugar: justo arriba de la calle Cumming, justo arriba de aquel lugar que todos los fines de semana se desborda: comienzan la fiestas, la venta de alcohol en las calles, el consumo de drogas. Porque en Valparaíso, dice, el carrete es en las calles. Y al otro día, en las mañanas, los vestigios de la noche son casi imposible de borrar.

Camila recuerda:

—Salía de mi casa y veía el agua correr por las escaleras, por las veredas. Todo corría. Pero no era agua, era pipí. Un pasaje, al lado de mi casa, lo usaban como baño público. A veces el olor duraba días enteros. Despertabas y parecía como si un huracán lo hubiese destruido todo.

Pero hoy el barrio está limpio. Es una tarde de octubre y el sol parece atravesar los adoquines con furia. El viento sólo se siente cerro abajo. Camila recorre las calles que la recibieron cuando entró a la universidad y dice que el cambio de administración es abismante. La primera vez que lo notó fue saliendo del trabajo. Eran las cuatro de la mañana y acababa de terminar el turno en el bar donde garzoneaba: había personas —con una chaqueta que decía “Municipalidad de Valparaíso”— limpiando la calle. Y así se repitió muchas noches.

Para la administración de Jorge Sharp la basura es un tema primordial. El alcalde lo explica:

—Hemos avanzado en materia de aseo: modificamos las rutas de los recorridos e incluimos GPS, hemos presentado proyectos por más de $ 1.300 millones, destinamos cuadrillas a todas las plazas. El plano de nuestra ciudad se ve más limpio gracias a una mejor gestión y al empeño que le ponen cientos de trabajadores del aseo.

Sin embargo, saben que falta mucho por avanzar, especialmente en los cerros, en los sectores más altos, en aquellos lugares donde, por años, el Estado no ha llegado.

Una prueba de fuego, sin duda, fue el Carnaval Mil Tambores. Hace un año se recolectaron más de 400 toneladas de basuras. Y las batucadas, la música, los cuerpos pintados, poco importaron cuando Valparaíso amaneció. Este año, en cambio, se recogieron 260 toneladas menos de basura. Días antes, la alcaldía había decretado ley seca, además de usar un plan de contingencia similar al de Año Nuevo.

A pesar de que Camila piensa que Valparaíso está cambiando, sabe que el abandono que ha sufrido su ciudad está lejos de superarse. Y son cambios, cree, que ni el alcalde por el que votó podría solucionar del todo.

—La gente sigue viendo esta ciudad como un lugar donde puede borrarse, no les importa nada. Los porteños amamos Valparaíso, sin embargo no lo respetan. Sigue siendo una ciudad donde la gente viene a perderse.

Y ella sabe de perderse. Los primeros años de universidad se trataron principalmente de eso. Pero hace casi dos años fue mamá y la vida le cambió. Valparaíso, dice, no es para niños. Al menos no por ahora. Ha pensado en irse. Quiere conocer otra ciudad, una que pueda recorrer con su hija pequeña sin pensar en qué habrá pasado anoche en ese lugar. O poder caminar por calles con veredas, encontrar parques.

Pero es difícil dejar el puerto. Por ahora, dice, está pensando en el norte. Buscar, quizás, un lugar con más sol. Pero, sobre todo, un lugar sin cerros.

 

***

 

No fue sino hasta el 29 de septiembre de 2016. Hasta entonces, Jorge Sharp nunca pensó que sería alcalde. Pero justo después del debate que organizó CNN con los otros candidatos, vio que podía suceder. Ganar con más del 50% de los votos, sin embargo, nunca lo imaginó.

El día que salió electo, el 23 de octubre de 2016, dijo, eufórico:

—¡Que lo sepan los poderosos! Hoy llega la gente digna y decente a recuperar Valparaíso —y añadió—: No estamos aquí por azar. Hoy tenemos la oportunidad de que la gente gobierne esta ciudad. Nuestro desafío es vencer la desigualdad.

“La cantidad de frustraciones y demandas insatisfechas son demasiadas, por lo que se requiere de más largo aliento que mi periodo como alcalde”, comenta el alcalde Jorge Sharp.

Desde entonces vive momentos de dificultad y hay días, incluso, que se desespera. En otras ocasiones se desconcierta. Especialmente cuando conoció, en primera persona, el estado de la ciudad:

—Fue desconcertante ver cómo las autoridades locales anteriores fueron tan cómplices del deterioro de la ciudad. El cómo dejaron caer a Valparaíso, que llegara al punto que ha llegado: parece estar tapada, escondida, con toda la basura. Pero no sólo en residuos, sino también en la corrupción.

Jorge Sharp sabe que en cuatro años no se podrá dar solución a todos los problemas que tiene la ciudad. Eso, asegura, ha sido una de sus grandes lecciones de este tiempo.

—En estos diez meses hemos aprendido que responder a todas las expectativas es imposible.  La cantidad de frustraciones y demandas insatisfechas son demasiadas, por lo que se requiere de más largo aliento que mi periodo como alcalde. Lo que nosotros estamos haciendo es encaminar ese proceso: girando la ciudad en otra dirección.

Para eso, asegura, necesitan más años, otros periodos. Sin embargo, la hoja de ruta, señala, puede liderarla él —en una reelección— o nuevos liderazgos.

Casi un año después de la elección, el alcalde responde todas estas preguntas mientras se toma un café al costado del Palacio Baburizza, el museo de Bellas Artes de Valparaíso. Duerme poco, tiene ojeras y usa lentes oscuros. Cada vez que avanza por las calles la gente se le acerca, le cuenta sus problemas.

—Yo creo que ni el político o política más experimentado está completamente preparado para poder abordar lo complejo que supone el desafío de levantar y recuperar Valparaíso —dice.

Entremedio, una señora le toca el brazo: le pide que limpie el cerro donde vive, que construya parques.

Y Jorge Sharp se lo promete.

 

***

 

Lidia Mancisidor, de 51 años, tiene ojos tristes. Cuando se le mira directamente rehúsa la mirada ajena. Sus manos, tal vez, explican más que sus ojos. En uno de sus dedos tiene una cicatriz. La toca como si la pudiera borrar. Pero aunque así fuera, jamás podría olvidarla del todo: en una discusión, su hija, Paloma, enajenada por la droga, rompió un vidrio. La madre se cubrió la cara y entonces el vidrio penetró su piel.

La niña, en ese entonces de no más de 13 años, quería dinero para consumir pastillas y marihuana, pero Lidia se lo negó. Las discusiones ocurrían todos los días. A veces sólo eran garabatos, otras veces la adolescente la golpeaba. El papá, más de cuarenta años mayor que la madre, la responsabilizaba. Él llevaba años maltratándola. Nunca la golpeó, pero fueron décadas de minimizarla, de no permitir que hablara, de decir que su opinión no valía. En ocasiones, amigos de él creyeron que era extranjera, pues nunca la escucharon decir una palabra.

Lidia decidió refugiarse en su trabajo. Lo único que le permitía escapar, a ratos, de la vida en su casa, además de la esperanza de independizarse económicamente. Hacía años que trabajaba en jardines infantiles con menores en riesgo social en Valparaíso y había desarrollado un extenso trabajo sindical que ocupaba gran parte de sus días.

En ese camino, participó durante largo tiempo en el consejo de la sociedad civil, a cargo de la Municipalidad de Valparaíso y Jorge Castro, quien fuese alcalde por dos periodos consecutivos. Ahí, dice, la relación con el alcalde pasaba más por su secretaria que por él.

—Siempre estuvo ese muro infranqueable de autoridad. Luego fue el gran incendio de Valparaíso y Castro hizo el comentario que muy pocos han olvidado: “¿Te invité yo a vivir acá?”. Ese fue el quiebre total con la gente —agrega—. Pero en el último incendio, Sharp parecía un voluntario más. Eso la gente lo notó.

Además, lo ocurrido con las inmobiliarias —el alcalde hace unas semanas paralizó dos grandes proyectos en el Puerto y ha cuestionado otros, lo que ha significado un constante enfrentamiento con el mundo privado—, asegura Lidia, es algo que nunca imaginó que pasaría. En febrero de este año, de hecho, en la Villa Berlín, donde ella vive, se movilizaron para frenar la construcción de un edificio de 28 pisos en una de las áreas verdes del lugar. Sin embargo, sabe que el alcalde no puede hacer nada y hoy las obras se están llevando a cabo.

Camila Pericó concuerda. A tan sólo unos pasos de su casa se levantó un edificio en un terreno muy pequeño y cercano a las otras viviendas. En caso de incendio, asegura, el peligro se vuelve mayor.

Jorge Sharp, como se ha consignado en otros medios, lidera una batalla con las inmobiliarias del sector. Sabe, no obstante, que debe existir un equilibrio en esa relación.

El alcalde dice:

—Inversión hay. ¿Falta? Sí, mucha. Pero creo que hay que impulsar una nueva forma de relación: las inmobiliarias tienen que cumplir con la ley y el instrumento de planificación. También deben ser capaces de impulsar proyectos que armonicen de mejor manera con el territorio donde se instalarán. Eso supone desarrollar proyectos que no sean invasivos, que mantengan la arquitectura del lugar, que no generen un estrés urbano donde se afecten servicios, tránsitos o la vista —agrega—. Las puertas de Valparaíso están abiertas, pero debe cambiar la relación con la comunidad.

A Lidia Mancisidor, el discurso que escuchó de Jorge Sharp, el día que salió electo, la emocionó. Quiere ser optimista, pero lo que encuentra muchas veces es todo lo contrario:

—Desde que asumió dejó de designar recursos a temas que no eran importantes, como la millonaria iluminación de la Plaza Victoria y destinó otros a limpiar la ciudad. Yo hoy día camino por las calles y no es lo mismo que antes. Pero trabajar para hacer retroceder el neoliberalismo, como dijo él, es muy complejo y profundo. Haber salido electo es muy valorable, pero tienen que pasar los cuatro años para ver si puede realmente avanzar contra el sistema.

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