Por Javier Rodríguez // Foto: Agenciauno Octubre 13, 2017

Cuando Buzz Lightyear —sí, el astronauta que protagoniza Toy Story, la saga de Pixar— se daba cuenta de que no podía volar, que sus alas eran inútiles, terminaba llegando a la conclusión de que lo importante, dado que no podría cumplir su sueño, su destino, era aprender a caer con estilo. La frase la ocupó el escritor argentino Eduardo Sacheri cuando su amado Independiente bajó al infierno de la segunda división, y ahora aplica al caso.

Llegar a jugarse la clasificación frente a Brasil no estaba en los planes de nadie. Ni al principio de las eliminatorias ni tampoco hace un par de meses. Como tampoco estaba perder con Paraguay de local, ni con Bolivia en La Paz. Dos partidos que, de habernos dado un solo punto, nos tendrían hablando de otra cosa: del tesón de nuestros guerreros, del pragmatismo del equipo. La misión en São Paulo era casi imposible: sobrevivir al asedio de la, hoy por hoy, mejor selección nacional del mundo.

Vivimos los 10 años más bellos de la historia del fútbol chileno.

La derrota permite la reflexión urgente que los triunfos postergan; es en el dolor donde realmente se crece. Duele, porque Rusia era la oportunidad de soñar con ver a Alexis y Vidal, en los mejores momentos de su carrera, protagonizando el torneo más lindo de todos. De pasar la barrera de los octavos de final, logro que aún sigue en manos de los olvidados seleccionados de 1962. Y aquí radica uno de los grandes problemas que nos dejaron fuera: compramos pasajes a Rusia antes de asegurar el viaje, antes de pedirle los días a nuestro jefe. Pensábamos en ser cabeza de serie cuando no éramos capaces de ganarle a los dos peores equipos de las clasificatorias en nuestra cancha.

La mejor lección que podíamos sacar en estos años de triunfos era, quizás, la más difícil: aprender a ganar. Sembrar para cosechar más adelante. Mejorar en el triunfo.

No lo hicimos. Miramos a los rivales por arriba del hombro. Nos dormimos confiando en las individualidades, nos creímos mejores que el resto. Pensamos que con Vidal y Alexis prendidos iba a alcanzar.

Cuando este equipo tenía que aprender un nuevo libreto, entender que ya no eran los veinteañeros que corrían por cinco con Marcelo Bielsa, no supo hacerlo. Los jugadores no son los mismos de hace ocho años; es difícil que sostengan la presión tan arriba como lo hacían en los tiempos gloriosos de ese equipo que conmovía y que le pasaba por encima a los rivales, con la victoria contra Argentina en el Nacional como la mejor versión de ese fútbol total que el rosarino pregonaba.

La gran tarea de Salah es revalorizar el torneo nacional. La base de la selección nace de los equipos chilenos.

Esta era la hora de reinterpretar, de hacer que el modelo evolucionara, y Juan Antonio Pizzi no estuvo a la altura. Nunca se supo qué quería hacer. ¿A qué jugaba su equipo? No salió a defenderse bien contra Brasil, expuso a Charles Aránguiz por nada, sacudió el plantel con decisiones absurdas dado el contexto (sacar a Marcelo Díaz, cambiar al tercer arquero). Lo de la Copa América Centenario fue un oasis dentro de su paupérrimo paso por la selección nacional.

Se perdió la identidad, esa que tanto había costado conseguir. La forma, en estos casos, a veces es incluso más importante. Cómo conseguimos las cosas. Morir con las botas puestas era una consigna aprendida, el mantra de una selección que nunca había renunciado a ir al frente.

¿Qué quiso hacer Pizzi en São Paulo? ¿Salir a buscar al equipo de Tite? ¿Esperarlo y atacar de contragolpe? Misterios que probablemente quedarán sin resolver. Tal como contra Ecuador en el Estadio Monumental, su gran solución al estar apurado fue meter a un 9 de área (Esteban Paredes), cuando los circuitos no funcionaban. ¿De qué sirve llenar de gente el área si la pelota no llega? Reactivo, nunca supo encontrarle la vuelta a la crisis en la que se encontraba el camarín.

Chile llegó donde llegó —clasificación consecutiva a dos mundiales seguidos, dos campeonatos de Copa América— amparado por una revolución táctica. De la mano de Marcelo Bielsa, luego de Sampaoli, Chile se había convertido en un equipo impredecible, salvaje. El propio Andrés Iniesta, campeón del mundo con España en Sudáfrica 2010, habla en sus memorias de que ganarle a ese Chile fue casi una final anticipada, el empujón final para ganar aquel Mundial. Por eso es triste ver a la Roja tirando pelotazos a la olla, confiando en un jugador como Valdivia, que pese a su infinito talento ya no está para el ritmo de alto nivel. Un final inmerecido para un equipo que deslumbró al mundo entero.

¿Qué queda ahora? Volver a empezar. Algunos jugadores de este plantel puede que lleguen a las próximas eliminatorias. No en su plenitud, pero probablemente Alexis Sánchez será un soberbio número 10, Arturo Vidal se las arreglará para seguir, lo mismo Aránguiz y Medel. Pero el recambio es urgente. Y para eso hay que mirar la competencia interna. Los equipos nacionales en las copas internacionales han sido comparsas; vemos cómo los bolivianos son animadores en las copas internacionales, cómo Venezuela jugó la final del Mundial Sub-20, el Barcelona de Guayaquil, semifinalista de la Copa Libertadores este año. Nosotros no pasamos de las primeras rondas hace largo rato.

Y esa es la gran tarea de la administración de Arturo Salah: revalorizar el torneo nacional, lograr que los equipos chilenos afuera sean competitivos. La base de esta selección estuvo en los últimos grandes equipos nacionales: el Colo-Colo de Claudio Borghi que jugó la final de la Copa Sudamericana en 2006 y la U de Jorge Sampaoli que ganó la misma copa en 2012. Hoy, como está el campeonato, es difícil que aparezcan equipos de ese calibre.

Hay buenos proyectos: Brayan Cortés, arquero de Iquique; Paulo Díaz, Francisco Sierralta, Felipe Mora, que hoy juega en México; Jeisson Vargas, que si enriela el camino, puede ser un aporte; Pablo Aránguiz y Ramiro González, de Unión Española; Augusto Barrios y Ángelo Araos, de Antofagasta; Claudio Baeza y Gabriel Suazo, de Colo-Colo.  Pero necesitan alguien que los encauce. Nombres aparecen rápido. Un sueño difícil de cumplir sería el retorno de Marcelo Bielsa, quien no pasa por un buen momento en Lille. Uno más alcanzable, dada su amistad con el mismo Salah, es el de Manuel Pellegrini. El ingeniero vive un período extraño en una liga extraña, como la china, y quizás es momento de que tome el desafío. Miremos para el lado lo que han hecho Colombia con José Néstor Pékerman, y Uruguay con el maestro Tabárez. Ese puede ser un camino viable.

Ahora hay que comenzar a apagar la música. Ordenar, como siempre se hace después de una linda fiesta. Mirar las fotos, recordar los años gloriosos. Pensar en lo comido y lo bailado. Mirar para atrás con orgullo y sentirnos agradecidos de haber vivido los 10 años más bellos en la historia del fútbol chileno. Pero para eso, claro, hay que aprender a caer.

Ojalá con estilo.

Relacionados