Por Felipe Hurtado H. // Fotos: Mauricio Palma Septiembre 15, 2017

Sobre el tatami instalado al centro del gimnasio de la Universidad de Limerick, en Irlanda, el chileno Rodrigo Rojas se enfrenta al japonés Okada Yasunori. Justo antes de que empiece el combate por el título de la categoría kumite de la Japan Karate Association (JKA), una de las más antiguas, un ceacheí se cuela desde las tribunas mecano ese domingo 20 de agosto. Catorce minutos después, cuando el especialista nacional consigue el impensado título, el grito de “¡Chile, Chile!” se apodera del lugar por completo.

“Hay muchos títulos internacionales en el karate chileno”, dice Rojas.

El pecho de Rodrigo Rojas se hincha como nunca antes. Acaba de ganar el trofeo del estilo más importante del país de los inventores de este deporte, que se llaman a sí mismos los “guardianes de la tradición”, una corona que históricamente apenas un puñado de extranjeros han logrado arrebatarles a los especialistas nipones. El desafío de dedicarse casi por completo al karate, que había tomado después de ganar el Panamericano de Brasil en 2016, pagaba. Y con creces.

“Nunca tuve claro si convertirme en karateca, porque en Chile es difícil dedicarse a deportes que no sean populares, como el fútbol. Pero ser campeón panamericano me dio el monto financiero para poder sostenerme, que es lo que importa. Soy kinesiólogo, así es que por cualquier cosa tengo un respaldo para poder echar mano”, explica el karateca, aún en Europa después de su título, manteniendo su calendario de competencias.

Rojas tiene 27 años, es de Peñalolén y fue en esa comuna, en el condominio en que vivía, cuando se acercó definitivamente al karate. Fue el primer alumno de un novel profesor, el que hoy se mantiene como su entrenador y ha evolucionado hasta convertirse en coach nacional, César Tolorza.

Quería ser como su padre, Nelson, un karateca aficionado. “Idolatraba a mi viejo, como todo cabro chico. Me gustaban mucho las peleas y quería aprender a pelear”, cuenta. Pero antes de continuar debió convencer a sus padres, que veían en este arte marcial un caldo de cultivo para la agresividad que mostraba su hijo y que lo tenía condicional en el colegio.

Sucedió todo lo contrario.

“Me tranquilicé. Canalicé todas mis energías en los entrenamientos. Además, esta disciplina te entrega valores y también enseña cómo tratar la agresividad”, explica.

Se enfocó de la forma que lo hacen quienes han encontrado su lugar en el mundo. Sacrificó tiempo con los amigos, cumpleaños y eventos familiares por estar practicando o compitiendo. Entró a estudiar Ingeniería Civil en la Universidad Adolfo Ibáñez, sin embargo, tuvo que dejarlo. “Era la carrera o entrenar y yo no pensaba dejar de entrenar. Además, la universidad tampoco me apoyó mucho”, subraya.

No volvió a mirar atrás. “Uno hace esto porque ama el deporte y no lo hace como sacrificio, es algo que ni siquiera te cuestionas. Representar a mi país es lo que me llena. Ser deportista y llevar esa bandera en el pecho me encanta. También quería tener la chance de poder decir que me dediqué al deporte que me gusta. Nunca me iba a perdonar si no lo intentaba”, asegura.

 

El karate chileno

El triunfo en Irlanda fue especial, lo reconoce. Pero no cambia nada. “Hacía 21 años que ningún karateca no japonés ganaba el Mundial. Me siento feliz por eso, pero también sé que son detalles que le dan sabor al triunfo. Espero que en el futuro pueda haber otro chileno que lo vuelva a hacer y se logre que el karate sea más grande en Chile”, enfatiza.

Rodrigo Rojas asume que no es el único que está colaborando en ese sentido. Hace casi una década, David Dubó fue campeón del mundo y, apenas unas semanas atrás, Valentina Toro alcanzó el primer lugar del mundo en el ranking juvenil.

“El éxito no es sólo mío o de David, detrás hay mucha gente que, como ocurre en Chile, no ha tenido gran exposición. El karate chileno es realmente una potencia. Tenemos a Gabriela Bruna, tres veces monarca latinoamericana adulta, este año Carolina Videla salió campeona sudamericana y panamericana. El año pasado, Javiera González fue segunda en una Copa del Mundo. Hay muchos títulos internacionales en el karate chileno. Podemos estar presentes en los Juegos Olímpicos en más de una categoría, ¿por qué no soñarlo?”, analiza.

 

Objetivo: medalla olímpica

Rojas reconoce que la percepción hacia su figura comenzó a cambiar sobre el tatami de la Universidad de Limerick, sin embargo aclara que eso no cambia nada.

“Quedé sorprendido por el tema del respeto hacia mí. Todas las personas se acercaban a felicitarme. Te lo tomas bien, pero siempre con los pies en la tierra; hay que seguir entrenando. Haber ganado o perdido no hace la diferencia, porque el lunes tengo que volver a practicar igual. Son momentos que voy a llevar siempre en mi cabeza y que disfrutaré mucho, pero al día siguiente es como si nada hubiese pasado. No sirve vivir de los recuerdos. Tienes que volver a entrenar más fuerte aún, porque ahora todos están entrenando para poder ganarte”, resalta.

Irlanda fue sólo una estación en la ruta de Rodrigo Rojas, cuyo objetivo apunta a Tokio 2020, donde su disciplina hará su debut en el programa de la cita de los cinco anillos. No pretende ir sólo a hacer número, sino que, como sobre el tatami central del gimnasio de la Universidad de Limerick, apuesta alto. “Quiero lograr la clasificación, ganar una medalla y darle a Chile más triunfos. Mis objetivos nunca han cambiado. El título fue sólo un pequeño paso más para acercarme a los Juegos”.

 Lugares para practicar karate

“No hay que tener ninguna condición especial para el karate. Lo único son las ganas y la motivación de aprender algo nuevo”, asegura Rodrigo Rojas sobre los requerimientos para acercarse a esta disciplina. Agrega que hay distintas formas para encararlo: como deporte o por superación personal.
Acá, tres academias a las que puede acercarse si le atrae el mundo de las artes marciales.

Club Deportivo de Karate O-Ichiban, que se dedica al JKA (la misma disciplina que practica Rojas). Ubicado en Ejército Libertador 341 (Gimnasio Entretiempo), ofrece cursos que van desde los $6.000 a los $30.000 mensuales.

En Las Condes (Alcántara 772) está Budo Karate Dojo, cuyos costos por las clases fluctúan entre $28.000 y $38.000, además de una cuota de incorporación de $20.000.

El Kyokushon Kai (Eyzaguirre 1086, tercer piso), que significa “la última verdad” y es presentado como el “karate de verdad”, cuenta con programas para niños desde los cuatro años.

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