Por Javier Rodríguez // Fotos:AGENCIAUNO Septiembre 8, 2017

Terminé adolorido, pero nada, queda poco, ya me voy a retirar.

Las palabras de Arturo Vidal, en la zona mixta del Estadio Hernando Siles de La Paz, donde Chile, luego de 17 años, volvió a perder puntos contra la débil selección boliviana (lo dicen los números: ocupan el penúltimo lugar de la tabla con 13 puntos, que serían 17 sin el castigo de la FIFA), podían atribuirse a la calentura del momento. El mediocampista salió en los últimos minutos, adolorido, y cuando terminó el partido dejó la cancha llorando. La impotencia era evidente.

Pero luego vino esto: “Perdón Chile por estas 2 derrotas!!! Dejamos todo en el campo pero no se pudo. Seguiremos peleando!!! 2 partidos y el Mundial me quedan, gracias por tanto cariño en todos estos años!!!”. Una publicación en la cuenta de Instagram del jugador que, sin duda, suena a despedida. ¿Habrá sido una decisión que el mejor jugador en la historia del país meditó en Munich antes de venir o que apuró en Chile, luego del escándalo en el casino Monticello, aún no aclarado?

Se han hecho varias interpretaciones de ese mensaje: que Vidal les habla directamente a Juan Antonio Pizzi y a la prensa, que quiere carta blanca al venir a la selección, que siempre ha respondido y lo seguirá haciendo, que hay que esperar, que si clasificamos al Mundial el discurso cambiará.

¿Qué pasa por la cabeza de alguien que, de a poco, comienza a amagar con renunciar? ¿La búsqueda de un respaldo más fuerte? ¿Que le pidan que no se vaya?

Decir que Vidal es un jugador más sensible que el resto no sería un descubrimiento. Los genios son distintos, sus espíritus más volubles que los del resto. El jugador carga con la mochila de clasificar a Chile al Mundial y, por si fuera poco, de ser el líder de un país que les pide que sean los adalides de la moral y las buenas costumbres y que es incapaz de pedírselo a sus representantes elegidos. Así, es difícil que no sucumba.

¿Qué ocurre en la cabeza de uno de los mejores volantes del mundo cuando en un centro de más de 50 metros decide cabecear, a pesar del grito de su arquero, y convertir un autogol?

La situación de Vidal refleja fielmente lo que pasa con la generación más ganadora en la historia del fútbol chileno: está perdida. Pisando la delgada línea entre la evolución o el estancamiento. Y eso se vio claramente en los últimos partidos contra Paraguay y Bolivia: falta de chispa, rabia contra un enemigo común al que aún no ponen nombre —que probablemente termine siendo la prensa—, errores no forzados que cuestan puntos (el autogol de Vidal, el penal infantil de Marcelo Díaz) y, lo más preocupante, una pérdida de identidad futbolística: Chile ya no es el equipo que presiona arriba, que provoca las equivocaciones del rival, que se genera múltiples oportunidades de gol. Otra vez, los números, que hoy tan angustiados nos tienen: Chile no anota desde el partido contra Australia en la Copa Confederaciones. Son cuatro partidos sin goles convertidos. Demasiado para una selección con aspiraciones mayores.

Chile deberá ir a jugarse la clasificación a Sao Paulo contra Brasil. Quizás Alexis, Vidal, Bravo y Medel recordarán esos octavos donde Chile casi elimina al dueño de casa en el Mundial de 2014.

Lo de Vidal sirve para analizar el contexto general. Un equipo que se encuentra en el punto clave, de decidir qué proponer. Seguimos con 11 titulares irremplazables —se sumaron Pedro Pablo Hernández y Paulo Díaz, uno de los pocos plus que le ha dado Pizzi a la Roja—, pero no tenemos más. Y los jugadores ya no son esos veinteañeros con hambre de ir a demostrar, a comerse al rival. Hoy la mayoría juega en Europa, puede decir que tuvo una carrera exitosa, llegan agotados por extenuantes temporadas con sus clubes. No por nada Alexis habló de que “llega el momento en que te cansas”. La influencia de su fallido traspaso al Manchester City fue evidente en estos partidos.

El entrenador debe saber adaptarse a eso y, tal como hizo Sampaoli —antes de que empezara con la cantinela del rehén y quisiera escapar esos meses previos a que se descubrieran sus arreglos con Sergio Jadue—, comenzar a buscar un juego más apto para esos jugadores, buscar la maduración del sistema. Ya no era ir a buscar arriba como locos, no: el equipo controlaba el balón y a través de su circulación generaba espacios. Sabía cuándo presionar fuerte arriba, cuándo esperar. Era un libreto que comenzaba a aprenderse y que en las primeras fechas de las clasificatorias sí dio réditos. Eso y volver a entusiasmar a los jugadores con la posibilidad de un broche de oro a la historia de la generación que más alegrías les ha dado a los hinchas chilenos.

Ahora, entre tantos problemas, hay elementos para tener fe. Aunque esta vez los números digan lo contrario —tenemos que ocuparlos cuando sirven, no nos vamos a poner resultadistas a estas alturas—. Esta selección es un equipo reactivo al escenario donde actúa. Demasiado, quizás. El mejor partido de la era Pizzi lo jugó contra Alemania en la final de la Copa Confederaciones. El error de Marcelo Díaz —algo está pasando con Cara de Pato— fue clave, sí, pero lo cierto es que Chile dominó con profundidad y generó oportunidades de gol en una final importante. Contra el Portugal de Cristiano fue lo mismo.

Descontando que obtengamos los tres puntos ante un Ecuador que va a la baja —si no les ganamos, no hay nada que hacer—, Chile deberá ir a jugarse la clasificación a Sao Paulo contra Brasil. Y seguramente Alexis, Vidal, Bravo y Medel recordarán aquellos pesadillescos octavos de final donde Chile estuvo a punto de eliminar al dueño de casa en el Mundial de 2014.

Con Brasil hay cuentas pendientes. Quizás llegó el momento de saldarlas.

¿Qué pasará por la cabeza de uno de los mejores volantes del mundo cuando se da cuenta de que tiene la chance de clasificar a su selección jugando contra el mismísimo Brasil de Neymar? Ahí es donde Arturo Vidal, el mejor de Chile, deja de enredarse y comienza a soñar con esa noche que, si él quiere, puede ser histórica.

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