Por Javier Rodríguez Julio 3, 2017

Un joven Arturo Vidal, con el pelo teñido de rojo, había avisado antes de viajar a Canadá que iban por el campeonato. En Chile fue mirado con extrañeza. El fallecido Eduardo Bonvallet dijo que no estaba a la altura de la selección nacional. Se dijo que era un payaso, que se ubicara.

Ese equipo perdió con Argentina. Una derrota fea, que podía ser leída como un aterrizaje forzoso. Esa campaña era una anomalía. Un accidente de la historia.

Pero algo pasó.

Vino Marcelo Bielsa y nos enseñó que la falta de talento se podía equilibrar con disciplina y sacrificio. Que jugar bien no significaba tirar túneles y tacos sin sentido, sino aprovechar las capacidades propias, presionar, ir al frente. Jugar de igual a igual donde fuera. Respetar el libreto. Salir a guapear al Centenario de Montevideo. Ganar en Lima. Derrotar con propiedad a Argentina.

Alexis Sánchez pasó de encarar defensas en el municipal de Calama a Turín, Barcelona, Londres, con el mismo éxito. Mientras, Arturo Vidal se inventó un puesto, el del mediocampista que hace todo. Y así comenzó a avanzar esta selección de Bielsa. Luego, un paréntesis con Borghi. Más tarde, el perfeccionamiento del modelo con una traumática pero característica salida de Sampaoli. La aparición de Díaz y Charles AránguizChile vs Alemania. Una Copa América, la primera de la historia. Los jugadores corriendo; de fondo, el monumento a los detenidos desaparecidos en el Estadio Nacional: Un país sin memoria es un país sin historia. La Roja celebraba con conciencia de su tránsito. La explosión era proporcional al sufrimiento previo. Y esa no sería la única copa.

Hace diez años, Chile perdió esa semifinal contra Argentina por errores propios. Por un foul innecesario de Medel, por no saber salir a buscar. Chile tenía que aprender a ganar. Eso faltaba. El escenario, para el que jugadores como Alexis, Vidal y Medel habían nacido, esa vez los devoró. Faltaba mascar la derrota, aprender a domar el hambre. Ese mismo año, Marcelo Díaz peleaba un puesto en la Universidad de Chile. Aceptaba jugar de lateral. Coqueteaba con el retiro.

Ayer, Chile entró a la cancha a jugar la final de la Copa Confederaciones contra Alemania, el campeón del mundo. Era el mismo equipo que, hace 16 años, entendió que debía cambiar el camino: que ya no servía el orden frío, el pelotazo largo al 9; que abrió las puertas de la selección a los inmigrantes para que aparecieran talentos como Özil, Boateng, Sami Khedira, quienes le dieron ese valor agregado que necesitaban para ponerse a la altura de Brasil e Italia. Y arrasó: Eurocopa, Mundial y hace pocos días obtuvieron, también, la Eurocopa sub-21 contra un equipo español lleno de cracks que se tomarán las portadas del futuro, como Marco Ascencio, Dani Ceballos, Saúl Íñiguez y Héctor Bellerín.

Ayer, Chile perdió y otra vez con un error. Pero el sabor es distinto. Es distinto porque el error se comete por buscar la perfección, la mejor opción para salir jugando. Si Díaz se equivocó fue porque buscó, en el área, la mejor forma para que Chile siguiera atacando. Y así como en el 2007 le torció la mano a entrenadores miopes, ahora volverá a levantarse para seguir dirigiendo la orquesta de Pizzi. Pero nos salvamos: tal como Medel en Toronto, Jara debió ser expulsado. Errores que no se pueden cometer si se quiere seguir en la elite.

Los primeros 25 minutos del partido fueron de lo mejor que Chile mostró en esta copa. Precisión, toques de primera, un mediocampo que aparecía por todos lados, laterales descolgados. Una sinfonía. Alemania ahogada. Pero antes del gol, vino el error.

Y, contra Alemania, se paga caro.

La discusión de si acaso los germanos llevaron o no un equipo alternativo, no es relevante. Este equipo sabe a lo que juega. Y lo saben en las escuelas de fútbol en Berlín, en Dortmund, en Gelsenkirchën. Los triunfos de Alemania son producto de una siembre que viene de hace tiempo y que el resto de los países, Chile incluido, debe aplaudir e intentar copiar y adaptar a su realidad.

Ayer Chile perdió. Y duele. Porque los triunfos morales ya presentan el consuelo suficiente. No podemos echarle la culpa a la suerte, tampoco a la Señora FIFA.  Nos equivocamos nosotros porque no supimos ganarlo. Y eso es lo que nos deja tranquilos.

Hay muchas lecciones que sacar. ¿No mereció un lugar Esteban Paredes en esta nómina? ¿Hizo falta Matías Fernández cuando el equipo era largo y se necesitaba alguien que conectara las líneas? Todas estas preguntas se debe estar haciendo Pizzi. El argentino ha sabido mantener a Chile en la cima, pero si quiere optar a más, debe minimizar el margen de error. Sobre todo frente al arco rival. Felipe Mora y Nicolás Castillo —ausentes de la copa por lesión— podrían jugar un rol fundamental en ese sentido.

La derrota es pedagógica. El gran objetivo de esta selección, probablemente su última oportunidad, es hacer historia en el Mundial de Rusia. Este partido demuestra que el camino es el correcto, pero hay aspectos que corregir. Y de cara al mundial, yo prefiero el miedo. Porque, como dijo Marcelo Bielsa, “te obliga a estar atento”. Y mientras estos jugadores sigan activos, nuestra obligación es seguir soñando.

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