Por Nicolás Alonso Junio 9, 2017

Ese 16 de marzo apareció, adentro de una bolsa de basura, el cuerpo de Daiana García. Tenía una media en la boca y una polera blanca. Tenía, también, 19 años. No era la primera, por supuesto: el año anterior, 2014, habían muerto al menos 277 mujeres de la misma forma que ella. Una cada 30 horas. Raptadas, violadas, asesinadas, casi siempre tiradas a la basura. No era la primera, pero fue la que marcó el quiebre:_la que hizo que un grupo de 23 periodistas y escritoras, por primera vez en la historia de Argentina, llamaran a una lectura de textos contra el femicidio en la Biblioteca Nacional, a la que llegó mucha más gente de la que esperaban. Sobre todo padres, madres y hermanos de mujeres muertas, que entonces ni siquiera tenían número en las estadísticas del gobierno.

Entre las 23 que leyeron ese día estuvo la escritora Gabriela Cabezón Cámara, que tres años antes había publicado un libro desgarrador, Le viste la cara a Dios, sobre un tema tan espantoso como invisibilizado:_la explotación sexual forzada en Argentina. El caso de Daiana la había impactado, y pocos días después de que encontraran su cuerpo había escrito en Anfibia un texto devastador, titulado “Basura”, en el que decía: Tiradas a la basura en la bolsa de consorcio: igual que se tira un forro, la cáscara del zapallo, los papeles que no sirven y los huesos del asado entre tantas otras cosas. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos.

“Si los chicos reciben una educación que les permita cuestionar esos roles de poder horribles, los femicidios pararán. Si no, no. La política punitiva no sirve para nada”.

En los meses que siguieron a esa jornada, la ola de asesinatos contra mujeres continuó, y entonces la agrupación tomó un nombre: Ni Una Menos. El 3 de junio de 2015 llamaron a la primera movilización contra el femicidio, que reunió a 300 mil personas en Buenos Aires, y a muchas más en el resto del continente. Desde entonces, han pasado tres años y tres marchas masivas, la última el sábado pasado. El movimiento Ni Una Menos ha comenzado a ser criticado en Argentina por su politización —hoy las marchas tienen un fuerte signo de oposición a las políticas del gobierno de  Mauricio Macri—, y casi nada ha cambiado. Más bien ha empeorado:_el año pasado 290 mujeres fueron víctimas de femicidio en Argentina, y este año ya van 133 muertas. Un cuerpo en la basura cada 26 horas.

Gabriela Cabezón Cámara, al teléfono desde Buenos Aires, dice que al menos eso ha cambiado: hoy, aunque sea, las muertas tienen un número. Y el tema se discute, con menor o mayor espanto, en todo el continente. A pesar de que no hay motivos para suponer que la violencia pare.

—Había una cosa bien loca: ni siquiera existía una estadística. Hasta el año pasado no había cifras. Pero en ese momento, en 2015, hubo más difusión de los casos. Te ibas enterando a diario, y era muy impactante. Hace diez años no te hubieras enterado; en general, sólo las mujeres ricas llegaban a la prensa.  Probablemente antes no se enteraban los medios, porque no me imagino a un editor perdiéndose una carnicería que le permita vender más.

—El movimiento pasó de buscar ser reconocidas como víctimas, primero, a una segunda etapa más frontal, de acción política directa. ¿Cuál es la pelea hoy?

—Es positivo que se pase de la opción de víctimas a pelear por varias causas. Por supuesto, eso tiene menos consenso social. Son muy cínicos, porque dicen que el movimiento se politizó, pero ¿cómo podría no ser político? Cualquier fenómeno social de movilización de masas siempre será usado por los partidos para sus propias metas. Pero, sin duda, hoy hay más poder de parte de las mujeres. También se ve mucho interés en dividir, en quebrar el movimiento.

—Se las acusa de haberse convertido en un movimiento contra el gobierno de Mauricio Macri.

—Y no se dan cuenta de que la primera marcha se la hicimos a Cristina. Una gran parte de las mujeres que participan son kirchneristas, pero es un movimiento plural. En general, en la población que se moviliza no hay muchos simpatizantes de Macri. Pero no es que nadie los invite, ellos no van. En ese sentido, el kirchnerismo fue mucho más inteligente en la primera marcha y se sumó con todas sus columnas, no haciéndose cargo de que también era un reclamo contra ellos. Pero es algo por lo que el gobierno anterior hizo muy poco, y éste también.

—Este año ha habido 133 femicidios en Argentina, uno por día, más que cuando no existía Ni Una Menos. ¿Sientes que ha servido de algo marchar?

—Ha generado conciencia. Muchas mujeres hoy pueden empezar a pensar: “Uh, no está bueno que este tipo me pegue”. También los varones, no creo que los golpeadores, pero sí los chicos, que pueden decir: “No está bien lo que hace mi papá, yo no quiero pegarles a las mujeres cuando sea grande”. En ese sentido es valioso.

—El año pasado el femicidio en Argentina llegó a niveles de ferocidad que helaron la sangre, como sucedió con el horroroso caso de Lucía Pérez...

—Ay no, eso es insoportable, no lo puedo ni pensar...

—¿Ves una respuesta aún más violenta, una crueldad reactiva a la lucha de Ni Una Menos?

—Es probable. Hay que pensarlo como cualquier relación opresor-oprimido. En el apartheid, si los negros se paraban y pedían que no los trataran así, los cagaban a palos. Pero ¿cuál es la solución? ¿Nos quedamos tranquilas, así no nos pegan? No, tenemos que liberarnos. Decir: “No nos podés gritar, no nos podés pegar”.

—Aún hoy, muchos buscan responsabilidades en las propias víctimas. Hay una dicotomía de la buena y la mala víctima, la inocente o la que se lo buscó.

—Eso es impactante... cuando veo las notas de esos colegas hijos de puta que ponen “la chica era fanática de los boliches, usaba minifalda y tenía dos novios”, como diciendo “bueno, ¿qué querés?”, es increíble. Son tan machistas que ni se dan cuenta. O sí, y son unos cínicos que tratan de culpabilizar a la víctima, o a los padres que no la cuidaban. ¿Por eso hay que matarla?

—Creo que muchas personas buscan en esos argumentos una explicación que racionalice el horror, que les permita pensar “a mi hija no le pasaría”.

—Sí, también hay un mecanismo defensivo. Está el horror alrededor tuyo y pensás: “Bueno, yo cuando me levanto en la mañana, piso con el pie derecho, y entonces no me va a pasar”. Pero te puede pasar. Le puede pasar a cualquiera.

—En Chile, Nabila Rifo tuvo que soportar que la televisión leyera en vivo su informe ginecológico, y que el juicio girara en torno a su vida sexual.

—Muchos varones aún piensan que sólo pueden tener libertad sexual ellos, y que si las mujeres desobedecemos nos pueden poner en vereda como se les ocurra. Esos juicios lo dejan en evidencia. Muchos quieren conservar las estructuras de poder como están, no quieren que se cuestione el privilegio de que sólo ellos pueden irse de joda y tomarse cuatro vodkas, sin que nadie los mate.

—Actualmente, la ley chilena sólo califica como femicidio el asesinato cometido por un esposo o conviviente, no así por un pololo, amigo o desconocido. ¿Es aceptable esa definición tan acotada?

—Está pensada en relación a la propiedad. Yo no la entiendo. Si te mata un novio, un ex amante, si te mata quien sea por ser mujer, es femicidio. Si te matan por robarte una cartera, no. No hay más discusión.

—¿Te parece que este genocidio silencioso, que ha matado a 2.500 argentinas en sólo siete años, llegará a su fin en un futuro próximo?

—Va a depender de las políticas educativas del Estado. Por eso hay que luchar. Si los chicos reciben una educación que les permita cuestionar esos roles horribles y crear otros donde la distribución de poder sea más pareja, irá mejor. Si no, no. La política punitiva no sirve para nada, la mina ya está muerta. Es bueno que el tipo vaya preso, por mí que lo procesen en una licuadora, pero lo que hay que tener es políticas preventivas, de parte del Estado, que llevarán mucho tiempo.

—¿Eso aún no ha permeado en los colegios?

—Había permeado, pero este gobierno lo cortó. Hoy no se está viendo educación sexual en las escuelas; Macri suspendió el programa. Es una barbaridad.

—¿Qué crees que debe hacer un país como Chile, en donde la reacción social contra el femicidio ha sido poco enérgica, para erradicar esta violencia?

—Políticas educativas, primero que nada. Segundo, refugios para que las mujeres o sus hijos se puedan ir. A los pibes les pegan, ven cómo hacen mierda a las madres... y quedan huérfanos. Ellos deben tener refugios donde ir, y después un plan de ayuda para formación profesional y alquiler de vivienda. Y educación. Eso es.

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