Por Diego Zúñiga // Foto: Reuters Junio 9, 2017

Las cinco copas

En menos de un año y medio, Zidane ha conseguido como técnico: dos Champions League, una Liga de España, un Mundial de Clubes y una Supercopa de Europa.

Aquella noche, algo se acabó para siempre en Berlín.

Todo ocurrió rápido: la imagen fugaz de una pesadilla imposible. Cosa de segundos: Zinedine Zidane —uno de los jugadores más extraordinarios de las últimas décadas—, en un movimiento inexplicable, le daba un cabezazo en el pecho a Materazzi y se despedía de la final de la Copa del Mundo 2006.

Algo se acabó aquella noche en Berlín, en el Estadio Olímpico: el camino de un futbolista que parecía jugar en un tiempo diferente al de sus compañeros; la elegancia y la fantasía y la sobriedad reunidas en un solo hombre, que parecía lento, pero sin embargo con uno o dos movimientos ágiles podía cambiar el curso de un partido. Lo hizo una y otra vez con el Real Madrid —donde lo ganó todo—, y también con aquella selección francesa, que estuvo tan cerca de la gloria, pero que se quedó esperando una alegría que se esfumó por ese cabezazo, la tarjeta roja y los penales que le dieron la copa a Italia.

Después de ese 9 de julio de 2006, vino un epílogo que probablemente todos olvidamos: Zidane jugó sus últimos partidos por el Real Madrid y, entonces, se retiró convertido en una pequeña leyenda, a pesar de ese gesto final.

Luego, desapareció.

Entre fines de 2006 y principios de 2013 supimos muy poco de Zinedine Zidane: que se estaba formando como director técnico, que iba a trabajar en el Real Madrid, que se preparaba en silencio, alejado de las cámaras, del ruido.

Entre esos años de ausencia de Zinedine Zidane lo que pasó, en realidad, fue que apareció un muchacho llamado Lionel Messi y también un técnico jovencísimo llamado Pep Guardiola y la historia del fútbol, en muchos sentidos, nunca volvió a ser la misma: lo ganaron todo con el Barcelona y construyeron un fútbol tan hermoso como letal, lleno de magia y de toques y de pausas y de momentos inolvidables. Un fútbol lleno de sutilezas que marcaría una época que parecía no tener final, hasta ahora.

Hasta que Zinedine Zidane regresó.

Ya no está vestido de corto, dentro de una cancha, sorprendiéndonos con esos movimientos inefables, sino que está ahí, a un costado del campo de juego, vestido de manera impecable —traje negro, camisa blanca, corbata negra—, dirigiendo a un Real Madrid que parece no tener límites por ahora. Un equipo que busca marcar una época tal como ese Barcelona de Messi-Guardiola, y se están acercando. Al menos, las cifras son rotundas: en el año y medio que Zidane lleva dirigiendo al Madrid, ha ganado cinco de los siete títulos que ha disputado, incluyendo dos Champions League de manera consecutiva, algo inédito en la historia.

Pero no se trata sólo de cifras y de triunfos, sino de cómo Zizou —siendo un entrenador muy silencioso— ha convertido al Madrid en un equipo lleno de matices, donde conviven un par de jugadores de clase mundial con una nueva camada de futbolistas que ha aprendido de Zidane la inteligencia para moverse en la cancha como pocos: ese mediocampo del Madrid —el inesperado Casimiro, junto a Modric y Kross— se complementa a la perfección con dos laterales que vienen de otro planeta —Marcelo y Carvajal—, y qué vamos a decir de esa delantera, con un Ronaldo convertido en un nueve insoportable, y allá lejos, al lado de Zidane, en la banca, un grupo de suplentes que podría estar jugando de titular en cualquier equipo del mundo.

Lo del sábado pasado en Cardiff fue eso: derrotaron a una Juventus excepcional, y lo hicieron jugando un segundo tiempo perfecto. ¿Qué les dijo Zidane a sus jugadores en ese entretiempo? No lo sabremos nunca. Sin embargo, da lo mismo. Ahí están, para la posteridad, esos 45 minutos finales en los que el Madrid dio una cátedra de fútbol. La confirmación de que este equipo empieza a escribir una historia que marcará nuestra época.

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