Por Sinar Alvarado, periodista y escritor colombiano Mayo 12, 2017

A veces el chavismo parece invencible. Parece. Después de casi veinte años en el gobierno, ha podido contener las marchas más multitudinarias; ha superado huelgas prolongadas y un golpe de Estado fugaz; ha encajado derrotas electorales y se ha recompuesto, incluso después de la muerte de su líder, el comandante Hugo Chávez. Hasta ahora, la llamada revolución bolivariana ha lucido casi invencible. Pero algunas cosas han empezado a cambiar.

La principal es el dinero. Durante buena parte de su dilatado mandato, el chavismo exportó millones de barriles de petróleo a un precio muy alto. Esa bonanza mantuvo el crudo por encima de los cien dólares el barril, y el flujo de caja colosal le permitió al movimiento construir una inmensa red de influencia dentro y fuera de Venezuela. Fueron tiempos dorados, cuando Chávez viajaba por la región y regalaba hospitales, puentes, carreteras y refinerías en muchos de sus países aliados. Estos aportes se tradujeron en votos favorables dentro de distintos foros: Naciones Unidas, la OEA y la Unión de Naciones Suramericanas. El poder del gobierno venezolano en la región hacía improbable cualquier veto o presión en contra de sus intereses. Pero esos tiempos se han ido.

Desde hace varias semanas, los venezolanos han transformado la calle en su centro de reunión. Una fracción de la vida civil en ese país se ha recuperado sobre el pavimento.

Porque el precio del petróleo bajó, el aparato clientelista acusó el golpe, y las deudas del país empezaron a acumularse. El Estado venezolano enfrenta hoy a distintos acreedores, desde China, que le ha prestado miles de millones, hasta las aerolíneas internacionales, que han suspendido sus vuelos a Caracas hasta que esas deudas sean saldadas. Mientras tanto, el país se va aislando cada día más.

También el carisma viene a la baja. La victoria electoral de Nicolás Maduro contó con 700 mil votos menos que la última de Chávez, celebrada apenas seis meses antes. Con todo el poder del Estado, con la colaboración de un Consejo Nacional Electoral controlado por el chavismo, y con los medios a su disposición, el “hijo” de Chávez ganó con apenas el 1,5% de ventaja, y desde entonces su aprobación no ha hecho otra cosa que descender. Hoy el gobernante ronda los quince puntos de aprobación, y el escaso capital político se nota en las calles, donde las manifestaciones chavistas, antes multitudinarias, cada vez lucen más escuálidas.

El chavismo, que celebró elecciones frecuentes mientras pudo ganarlas, ahora retrasa las que manda la Constitución (en diciembre de 2016 debían celebrarse elecciones regionales, pero siguen suspendidas). Temen una derrota aplastante, después de haber perdido el control del Parlamento en diciembre de 2015, cuando la oposición logró los dos tercios de la Asamblea Nacional. A las debilidades inéditas de la revolución se ha sumado la fortaleza de la oposición. Reunidos en la Mesa de la Unidad Democrática, los adversarios del chavismo han alentado este mes de protestas mientras exigen elecciones generales, libertad para las decenas de presos políticos y la apertura de un canal humanitario que permita la llegada de medicamentos y comida al país.

Por primera vez en casi dos décadas, el gobierno de Venezuela se ve en jaque. Los opositores, acostumbrados a la derrota, suelen ser escépticos, y nadie apuesta demasiado a un fin cercano para el chavismo. Pero estamos ante un escenario novedoso: nunca la revolución había estado tan débil; nunca sus adversarios fueron tan fuertes.

A este cuadro se ha sumado una última diferencia no tan evidente. La delincuencia, la escasez de alimentos y medicinas, y la represión ejercida por los cuerpos de seguridad, habían desactivado en Venezuela la capacidad de reunión. La gente ya no se encontraba de noche en bares y restaurantes; incluso en los hogares habían disminuido las reuniones sociales. Pero desde hace varias semanas, en protestas constantes contra el gobierno, los venezolanos han transformado la calle en su centro de reunión. Para muchos es un reencuentro: una fracción de la vida civil se ha recuperado sobre el pavimento.

En los medios, ahora, podemos ver a miles de personas que caminan y gritan consignas. Pero vemos, además, músicos que interpretan melodías bajo el sol, bailarinas que ensayan en plena autopista; actores que despliegan frente a los demás sus aptitudes, como otra forma de protesta. Ni siquiera los líderes de la oposición calcularon este fenómeno. Pero está ocurriendo. Y ese afán de recuperación moral, por encima de las deudas oficiales, la impopularidad y la ausencia de apoyo internacional, puede ser el germen de una rebelión definitiva.

Sí, es cierto: el chavismo ha enfrentado desafíos más difíciles, pero eran otros tiempos. Cuando era de verdad un proyecto popular.

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