Por Diego Zúñiga Marzo 10, 2017

Se escribe contra el olvido. Se escribe para dejar una huella, una marca. Se escribe por incomodidad. Se escribe porque queremos dejar detenida la memoria corte de apelaciones.jpgen una página, en cientos de páginas, en una historia que tiene un principio, pero de la cual desconocemos el final. Se escribe porque la memoria es tramposa y no somos capaces, muchas veces, de entenderla. Se escribe por miedo a que aquello que vivimos desaparezca. Se escribe contra todos, contra uno mismo, contra la historia oficial. Se escribe para contar nuestra verdad, nuestra parte de la historia, porque nos cansamos de las mentiras, de los relatos a medias, del olvido.

No es difícil imaginar a Carmen Hertz (1945) frente a su computador, escribiendo  durante meses, repasando su vida, la infancia, sus amigos y sus amores, los que se fueron, los que desaparecieron. No es difícil imaginarla deteniéndose en el asesinato de Carlos Berger, narrando detalladamente esa noche eterna que fue la dictadura, y lo que vino después también: las protestas, su trabajo incansable en la Vicaría de la Solidaridad y luego la transición, los pactos de silencio, la batalla eterna por detener todo intento de impunidad, ese mundo opaco que fueron los 90, la alegría que nunca llegó, o que si llegó, fue de una manera difícil de entender, llena de cláusulas y pies de página absurdos.

Años que se podrían narrar con rabia, pero que Carmen Hertz los cuenta con una voz íntima y entrañable en La historia fue otra (Debate), sus memorias, que no son sólo de ella sino las de una generación que vio cómo el mundo cambiaba de un día para otro, entre guerras y revoluciones, entre golpes de Estado y movimientos sociales que terminarían por configurar nuestro presente. Una generación que estaba convencida de que iba a cambiar el mundo, pero finalmente fue el mundo el que los cambió a ellos.

 

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Fue una propuesta de Melanie Jösch, directora editorial de Penguin Random House.

Un día de 2015, se acercó a la abogada Carmen Hertz y le propuso que escribiera sus memorias, que era necesario dejar registro de todas esas historias que había protagonizado, que eran muchas, muchísimas, y que estaban íntimamente relacionadas con la historia reciente del país.

No fue fácil, dice Carmen Hertz. Lo pensó mucho. Sentía pudor. Pero luego de conversarlo con algunos amigos aceptó. Y lo que hizo, entonces, fue pedirle a la periodista Rocío Montes que la entrevistara, que la ayudara a recordar. Así, en largas jornadas, Hertz fue rememorando su vida. Y luego de escucharse una y otra vez, empezó a llevar ese relato oral al papel.

—Cuando fui recordando, me di cuenta de que quería que fuera más como la crónica de una época. Los anhelos de una generación, la del 60 —cuenta Hertz sentada en el living de su casa—. En algún sentido también fue una terapia, porque terminé hablando de muchas cosas que nunca había hablado.

La vida de Carmen Hertz es la vida de aquellos que vieron cómo el mundo entraba en un vértigo inefable, y ella lo narra así, con la intensidad que exige el recuerdo de esos años imparables. De alguna forma, haber vivido todo eso la hizo entender que era necesario compartir esa historia.

“Cuando fui recordando, me di cuenta de que quería que fuera más como la crónica de una época. Los anhelos de una generación, la del 60. En algún sentido también fue una terapia, porque terminé hablando de muchas cosas que nunca había hablado”.

—Yo sentí que era fundamental mostrar la crónica de una época sobre la que se ha mentido mucho. La generación de los 60 no fue una generación de un grupo de locos. Fue una generación que irrumpe en un momento en que el pensamiento revolucionario y progresista iba a cambiar el mundo para hacerlo más inclusivo, más justo. Estábamos llenos de hitos. Había triunfado la Revolución cubana, estaba la guerra de Vietnam, Mayo del 68, el movimiento popular avanzaba en sus demandas y en sus exigencias. Todo eso nos hizo llegar a la Unidad Popular, que es un periodo cuyo relato se ha distorsionado de manera realmente atroz. Para mí ese fue el mejor periodo de mi vida. Es cuando vi a la gente, a los ciudadanos de este país, más protagonista de su historia  —explica Hertz, quien en sus memorias va narrando con soltura sus años de infancia, la relación con sus padres, sus primeros amores —memorable es la relación que tuvo con José Miguel Insulza en la universidad—, sus años de formación en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, su militancia en el MIR y todo ese ambiente político y enardecido que fueron los 60. Luego vendría la UP, se emparejaría con Carlos Berger, nacería su hijo Germán, se irían a Chuquicamata y entonces llegaría el golpe. Ahí la historia se convierte en una tela negra. Los amigos desaparecen, los amigos mueren, Carlos Berger es ejecutado en medio del desierto por la Caravana de la Muerte. La historia se quiebra en cientos de pedazos que Hertz es capaz de tomar y poner en su lugar. El relato estremecedor de esos años debería ser oscuro y sin esperanza, pero no abandona nunca el tono entrañable con que están narradas estas memorias.

—Recordar todo lo de Chuqui no fue fácil. Ahí tenía bloqueadas muchas cosas.

Vendrán, entonces, los años de exilio, luego el regreso a Chile y la búsqueda de la verdad, de saber qué pasó con su marido. Vendrá el tiempo de trabajar en la Vicaría de la Solidaridad, de buscar justicia. Lo narra así, con el mismo desenfreno de aquellos años violentos. No hay en estas memorias espacio para lamentarse ni para llorar. La vida no lo permitía.

3.jpg 5A.jpg—Siento que todas las actividades y los hechos en que me tocó participar han sido un privilegio como generación. Es cierto que sufrimos una derrota atroz. Pero seguimos. Todo ese periodo de la resistencia tampoco lo viví como: “Oh, qué terrible lo que me pasó a mí”. Nunca sentí que el asesinato de Carlos fuera algo personal. Era algo más grande. Viví muchos momentos de gran dolor, de pena. Pero el haber estado en espacios de resistencia duros contra la dictadura, como fue estar en la Vicaría, y enfrentar a los fiscales militares y ayudar a los perseguidos y denunciar los casos y tomar testimonio a los sobrevivientes es algo que te absorbía la vida, era nuestra vida. Entonces tú nunca te sentías una víctima. Era todo vertiginoso, era estar ahí luchando y peleando todo el día —dice Hertz, quien en sus memorias pone en un lugar de reconocimiento a todos los movimientos populares que surgieron durante la dictadura, a los que salieron a marchar, a los que tomaron opciones por las armas también.

—Esa siempre ha sido una situación invisibilizada. Porque la lucha que dio el movimiento popular fue la que permitió el plebiscito, no la campaña publicitaria estupenda del No ni el dedo de Lagos ni el lápiz con que se dijo sí o no. Fue la gente que se demolió saliendo día a día la que logró que se acabara la dictadura.

Difícil encontrar otras memorias que hablen con tanta precisión sobre lo que ha sido la historia reciente del país. Carmen Hertz escribe con intensidad, pero también con una cercanía que nos obliga a avanzar por el relato y a ver cómo ella nos narra aquellos sucesos que ya conocemos. Es una mirada lúcida y crítica también, que se da incluso espacio para el humor y las anécdotas que hacen más ligera una vida compleja y llena de matices. Pero no baja la guardia, nunca. Sobre todo cuando le toca narrar la transición, época con la cual es particularmente crítica.

—No hemos sido capaces de debatir sobre la transición porque se volvió algo intocable, sacrosanto. Si tú la tocabas, te estigmatizaban. Era la transición modelo. Después de la española era la mejor que había. Pero es necesario el debate político, es necesario porque así se puede rearmar todo esto que vivimos ahora de una mejor manera.

Son los años 90, la aparición de las fosas en Pisagua, su trabajo en la Cancillería, los pactos, la justicia en la medida de lo posible, la detención de Pinochet en Londres y la lucha constante porque el tema de los derechos humanos no se olvide, no se deje a un lado. Luego, su participación en la serie Ecos del desierto, de Andrés Wood, y el reencuentro con Carlos Berger, el reconocimiento de sus restos y el funeral simbólico en el Memorial de los Detenidos Desaparecidos en el Cementerio General. La historia que parece cerrarse, aunque no se ha terminado, pues aún no se dicta sentencia a los responsables de su ejecución.

“El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”.

La frase es de William Faulkner.

La frase abre, como epígrafe, las memorias de Carmen Hertz.

La frase resume perfectamente lo que encontramos adentro de estas páginas: una historia hecha con la materia de los recuerdos; una historia sobre el pasado, pero que termina acá, en el presente. Unas memorias que parecen estar hechas para el futuro.

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