Por Mauricio Morales, director del Centro de Análisis Político de la Universidad de Talca Marzo 31, 2017

Según IDEA (Institute for Democracy and Electoral Assistance) hay 115 países (54%) que utilizan el voto de nacionales en el extranjero para distintas elecciones. Cifras más actualizadas indican que ya son 132 países. El promedio mundial de participación de nacionales en el extranjero —según una investigación desarrollada por Víctor Sánchez— bordea el 10%. Generalmente, este cálculo se realiza sobre la base de los votantes en función del total de población en el extranjero por país. Esto incluye personas menores de 18 años. Es decir, un universo mayor al de potenciales votantes. Se hace de esta manera debido a los distintos mecanismos de registro por país. En algunos se utiliza un empadronamiento meticuloso y en otros simplemente no existe un sistema de registro. Por tanto, la única forma de comparar los países es utilizando este indicador.

Los niveles de participación electoral de nacionales en el extranjero para países como Colombia y México —siguiendo el cálculo señalado— son de 4% y 0.78%, respectivamente. Distinto ha sido el resultado en Perú y España, con un promedio cercano al 30%. Esta alta variación en los niveles de participación de los nacionales en el extranjero no parece estar asociada al régimen electoral de sus países de origen (voto obligatorio vs./ voto voluntario), ni a los niveles de competitividad de las elecciones, ni a la posibilidad de que esos nacionales en el extranjero elijan un representante propio. Tampoco parece responder al grado de “vejez” del sistema, es decir, al año de instauración del voto en el extranjero. Por ejemplo, en Nueva Zelandia —que instituyó este sistema en 1890— la participación ha bordeado el 6%, mientras que en Australia —con voto en el exterior desde 1902— la participación ha promediado cerca del 15%.

La clave para lograr que el proceso sea exitoso está en los mecanismos de inscripción. Si las embajadas  se quedan estáticas esperando que los chilenos vayan a inscribirse, partirá dañado de origen.

¿De qué depende, entonces, la participación de los nacionales en el extranjero? Si bien no hay evidencia contundente, todo parece indicar que la participación responde a dos factores. En primer lugar, el grado de organización de los grupos de migrantes y su vinculación con los partidos y candidatos más competitivos. En segundo lugar, las facilidades que se les otorgan a los nacionales en el extranjero para inscribirse y para votar. Hay cierto consenso en que la única forma de estimular la participación pasa por simplificar ambos procesos —inscripción y votación— en un afán por reducir al máximo los costos. Esto implica que el trámite de inscripción sea gratuito y que existan locales de votación distribuidos de manera estratégica de acuerdo a la densidad poblacional de los potenciales votantes.

¿Qué se puede esperar en las próximas elecciones de noviembre? Recientemente ha surgido la discusión en torno a la participación electoral de los extranjeros en Chile y de los chilenos en el exterior. Respecto al primer punto, una encuesta realizada por la Universidad de Talca muestra que la predisposición a votar de los extranjeros en Chile para las municipales 2016 fue de 34%. Dado que presumiblemente tanto migrantes como nacionales sobredeclaran su predisposición a votar (dicen que van a votar, pero finalmente no lo hacen), es probable que la cifra sea ostensiblemente inferior. De lo contrario, la participación de migrantes sería casi idéntica a la de los nacionales, lo que de por sí sería sorprendente. Respecto al segundo punto —la participación de los chilenos en el exterior—, la cifra es impredecible. Es muy difícil llegar al 30% que registra Perú (al menos en los comicios de 2006), no es descartable que la participación bordee el 5%, como sucede en Colombia, y tampoco es descabellado que sea inferior al 1%, como sucedió en México.

La clave para lograr que el proceso sea exitoso está en los mecanismos de inscripción. Si las embajadas y los consulados se quedan estáticos esperando que los chilenos vayan a inscribirse, entonces el proceso partirá dañado de origen. Se requiere de una campaña activa para ingresar compatriotas que quieran votar y, posteriormente, lograr que los locales de votación estén distribuidos de la manera más eficiente posible. De lo contrario,  si los costos para los potenciales votantes aumentan, la situación podría parecerse a la de México. En los comicios de 2006 se inscribieron poco más de 40 mil personas y votaron 33 mil de un universo desconocido, pero superior a los 4.2 millones. Claro, esos 33 mil representan un 82% de los inscritos, pero un 0.78% de los potenciales votantes.

Es sobre este último universo donde debemos evaluar el éxito o el fracaso de la iniciativa.

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