Por Nicole Leiva y Cecilia Correa Febrero 24, 2017

“Ayer estaba en una zona de la ciudad cuando vi a unos niños de entre 7 y 8 años hurgando en la basura y peleándose con los perros por la comida”, dice por teléfono Zoraida Guánchez (58) desde Caracas. Llora. Esta dueña de casa, que trabajaba en diseño gráfico, pero que está cesante, se refiere a la cruda realidad que vive la mayoría de la población venezolana. La mayor parte es la que debe sobrevivir con el sustento mínimo.

Según la Encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi) realizada a 6.500 familias por las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, la pobreza alcanzó al 81,2% de la población. Aumentó en 34,1% respecto de 2014. Peor, el 52% de los venezolanos vive en pobreza extrema.

Flamencos, osos hormigueros, perros, caballos y palomas son algunos de los animales que venezolanos hambrientos han estado cazando para comer.

El mayor problema que debe enfrentar diariamente el 80% de los 31 millones de venezolanos es la dificultad para conseguir los productos, partiendo por los alimentos básicos: la harina P.A.N. (Productos Alimenticios Nacionales) para elaborar la arepa, el arroz, la leche y las pastas. Comer carne o un pedazo de torta es parte del pasado.

La crisis alimentaria que sacude al pueblo venezolano es uno de los eslabones de la cadena de desabastecimiento, en la que se incluyen gasolina, agua, medicinas, electricidad, hasta el papel higiénico y la pasta de dientes.

Pero el hambre es casi transversal socialmente. Y no cesa.

En el barrio Las Mayas, uno de los más pobres de Caracas, una niña de 13 años tiene cerca de 20 kilos menos de lo que es saludable. “Sus brazos son básicamente huesitos”, dice Roberto Patiño, fundador de la organización Alimenta la Solidaridad, que busca y administra donaciones para comprar alimentos que se cocinarán en los sectores más desfavorecidos. Este proyecto ha logrado alimentar a 580 niños desde hace seis meses, de lunes a viernes. “Sin este almuerzo, tendrían sólo una comida en sus casas, que muchas veces es solamente pan”, explica.

El 74,3% de los venezolanos encuestados han perdido, en promedio, 8,7 kilos, en el último año. Y la desnutrición (3,9%) aparece por primera vez desde que se realiza el estudio, hace tres años.

“Los niños lloran de hambre”, dice Patiño.

Se ha vuelto común ver filas afuera de los restoranes y de los camiones de basura para hacerse con los restos de comida. Y la caza indiscriminada de animales exóticos y domésticos —desde flamencos, osos hormigueros, perros, gatos, burros, caballos y palomas— es otra de las medidas extremas a las que muchos venezolanos han tenido que recurrir para sobrevivir. Incluso se ingieren alimentos venenosos ­—como la yuca amarga— por su bajo costo. La semana pasada, en la capital, ocurrió el primer caso de muerte por intoxicación con este tubérculo. Una familia de cuatro miembros y su vecina le compraron a un buhonero (contrabandista) tres kilos, porque era más barato.

El autocultivo de hortalizas, que nunca había sido parte de la cultura del país caribeño, hoy es un boom. Tiene suerte el que cuenta con un pedazo de tierra en su patio para sembrar tomates, cebollín, zanahoria  y lo básico para cocinar a diario.

Comer: un bien de lujo

La escasez de alimentos ha disparado la inasistencia escolar. “A veces mi hijo de 10 años ha tenido que faltar a clases porque no teníamos comida y no queríamos mandarlo mal alimentado”, dice Glorinda Monterola (43), a la que no le quedó más alternativa que venirse a Santiago de Chile para trabajar como empleada doméstica, dejando a su familia en Caracas para poder enviarle dólares.

VENEZUELA-ECONOMYLa razón de fondo de la carestía son los estratosféricos precios de los productos básicos debido a la recesión en la que está sumergido el país. Venezuela tiene la inflación más alta del mundo. Según estimaciones extraoficiales, en septiembre de 2016 la inflación anualizada llegó al 705,8%. Se espera que para este año sea de 1.700%. El Banco Central no publica las estadísticas.

Para un país que depende de las importaciones, los dólares son un bien de lujo. El ex presidente Hugo Chávez estableció un control cambiario hace catorce años para evitar la fuga de dólares. A esta medida se atribuye la gran responsabilidad del deterioro económico. Con el sucesor Nicolás Maduro, la crisis ha empeorado.

“Ante la falta de dólares, las importaciones disminuyeron en un 60% en los dos últimos años, lo que produjo la crisis de escasez y el desabastecimiento”, explica Francine Jácome, directora ejecutiva del Instituto Venezolano (Invesp). Sostiene que la escasez de alimentos es de entre un 60% y 80%. Muchas empresas han tenido que paralizar su funcionamiento al no poder comprar en el exterior los insumos necesarios para la producción.

Los venezolanos le han puesto nombre a la causa de su delgadez: la “dieta de Maduro”. Este apodo generó polémica el año pasado, cuando el presidente preguntó en un acto público a uno de sus colaboradores por qué estaba tan flaco, y desde la audiencia respondieron: ¡la dieta de Maduro! El mandatario dijo riéndose: “La dieta de Maduro te pone duro, sin necesidad de Viagra”. El comentario generó indignación en las redes sociales y en los medios de oposición, que lo consideraron como una burla al hambre que padece la gente.

El Negocio del Hambre

Para encontrar comida, los venezolanos no duermen.

Tienen que levantarse a las 2 am, al menos un día a la semana, para llegar a hacer una cola interminable. Si están con suerte, podrán comprar algunos de los alimentos disponibles. Lo que encuentren. El gobierno creó un sistema de organización que asigna un día a la semana para comprar comida en los supermercados, según el último dígito de la cédula de identidad.

A David Pérez (27), comerciante de una agencia de lotería, que vive con su esposa y dos hijos (7 años y 10 meses), le toca ir el día lunes, en que corresponden los dígitos 0 y 1. Se levanta a las 3 am para hacer la fila y, a veces, logra conseguir un kilo de arroz o de pasta a las 7 am. La harina P.A.N. para la arepa, la base del desayuno nacional, es muy difícil de encontrar.

Las cajas con alimentos básicos que distribuye el gobierno a la población no llegan a destino y se revenden en precios desorbitantes en el mercado negro.

Otros no tienen el mismo éxito y deben esperar hasta 12 horas en las filas. Los invade la angustia de si volverán a sus casas con las manos vacías y tener que regresar la semana siguiente para repetir la rutina.

Lo que no se consigue de manera legal, se compra en el mercado negro a precios excesivamente altos. Esto profundiza la desigualdad social entre los que tienen acceso a los bienes básicos y los que no. Los que cuentan con dólares de afuera son los que comen.

En Venezuela los bolívares no tienen casi ningún valor por la devaluación de la moneda local y los dólares es imposible encontrarlos a no ser de que se compren en el mercado paralelo por 70 veces más que en el mercado de divisas oficial (controlado por el gobierno). En el mercado oficial un dólar se vende a 10 bolívares, pero es casi imposible comprar a esa tasa.

Las personas que administran el mercado negro se enriquecen de tal manera que el sistema se ha convertido en un negocio millonario. Zoraida Guánchez explica que en un comienzo eran los “bachaqueros” (los compradores que revenden los productos decenas, y cientos, de veces más caros) los que eran dueños del negocio informal. Ahora son los guardias y soldados del gobierno quienes lucran ilegalmente con la compraventa de productos de primera necesidad.

Y es que el Ejecutivo, para racionar la distribución de alimentos, instauró los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Es la asignación de una canasta básica de alimentos que se vende a cada familia en 10.000 bolívares. “La caja apenas trae un arroz, un aceite, una harina P.A.N., salsa de tomate y un par de cosas más. Pero no alcanza”, dicen las dueñas de casa.

Sin embargo, los venezolanos alegan que el sistema se ha convertido en un negocio. No todas las cajas llegan a las manos correspondientes y muchas van a parar al mercado negro, donde se revenden a un precio mayor.

Zoraida Guánchez es de aquellas venezolanas que debe hacer negocios con los guardias del gobierno cuando no consigue los alimentos que necesita en el supermercado, pagando hasta 50.000 bolívares por una caja básica, que en realidad debería costar 6.000.

Muchos denuncian que las bolsas (cajas) llegan de manera esporádica a las casas, una vez cada tres meses incluso, y que el gobierno las utiliza como un “arma de manipulación política”, favoreciendo a los adherentes del partido en desmedro de los más necesitados.

Uno de los miembros del comité local de la ciudad de Barinas, David Dávila (42), encargado de la distribución de las cajas en su comunidad, niega que haya una crisis alimentaria, argumentando que el problema no es la inexistencia de alimentos, sino los precios, pero reconoce que hay corrupción. Donde la gente no protesta pueden pasar seis meses sin ser atendida. “Si no se organizan y no hacen su censo es más fácil que el Estado no las tome en cuenta porque no existen”, dice.

Los hábitos y las tradiciones de la cultura venezolana han cambiado. Donde antes había fiestas y abundancia, hoy reina la tristeza y el racionamiento. Las entrevistadas recuerdan cómo antes se reunían en fechas especiales como festividades, cumpleaños o Semana Santa. Ya no tienen motivos ni medios para celebrar. Se reúnen rara vez con lo poco que tienen para comer. Las vacaciones, los paseos de fin de semana, las salidas a restoranes, los eventos sociales y los pequeños placeres, como comer un trozo de torta o un helado,  son un buen recuerdo.

“Éramos ricos y felices, pero no lo sabíamos”, dice Zoraida Guánchez.

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