Por Felipe Hurtado H. Febrero 24, 2017

“No hay ninguna prueba o evidencia sobre el efecto negativo de golpear un balón de fútbol con la cabeza. Los resultados de las pruebas a las que han sido sometidos jugadores de fútbol profesionales no son concluyentes (…) Afortunadamente, el fútbol no pertenece a los deportes de alto riesgo para lesiones cerebrales y en la cabeza”.

El comunicado entregado a los medios de comunicación el jueves 16 de febrero por la FIFA no era el primero que realizaba respecto a los riesgos de los cabezazos en los jugadores. De hecho, incluía párrafos textuales de uno que realizó su ex jefe médico del organismo, Jiri Dvorak, hace un par de años.

En esta ocasión salía a desmentir el informe del Instituto Neurológico de la Universidad de Londres, publicado unos días antes en la prestigiosa revista Acta Neuropathalogica, que asegura justamente lo contrario.

La investigación de un grupo de científicos muestra cómo años de golpear la pelota con la testa puede provocar un daño similar al del boxeo en el cerebro y causar Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una enfermedad degenerativa producida por lesiones reiteradas en el cerebro que puede generar demencia. También se le conoce como el “síndrome del boxeador”.

En Norteamérica, la imagen del germano Christoph Kramer deambulando desorientado durante 14 minutos por el pasto del Maracaná durante la final del Mundial de Brasil entre Alemania y Argentina, pegó fuerte.

El documento incorpora la información surgida de los exámenes realizados a 14 futbolistas fallecidos, de los cuales 12 murieron con avanzados estados de demencia. A seis de ellos —cinco futbolistas profesionales y un asiduo jugador aficionado— incluso les practicaron exhaustivos exámenes. Los niveles de ETC encontrados en ellos superaban en  12% a la media de la población. “Los resultados de nuestra investigación muestran que hay una relación entre practicar fútbol de forma profesional y sufrir ETC”, explicó Helen Ling, responsable del ensayo.

El asunto de las consecuencias de los cabezazos reiterados en el fútbol no es nuevo. Varios estudios separados efectuados en los últimos años han concluido que es posible que los golpes repetidos generen fallas en la memoria y también pequeños cambios en las funciones cerebrales. Si bien ninguno es considerado concluyente, la sumatoria de ellos hace imposible pasarlos por alto.

En 2002, en Inglaterra, una investigación determinó que el seleccionado Jeff Astle había muerto por un traumatismo cerebral provocado por cabecear pelotas de fútbol, lo que motivó una solicitud a la Federación Inglesa (FA) para iniciar estudios siguiendo esa línea de investigación, cosa que finalmente no se hizo en su momento.

Sin embargo, el año pasado, a la luz de nuevas informaciones, la FA instó a la FIFA a indagar si acaso la demencia podía estar relacionada a la actividad profesional, a raíz de que tres miembros del equipo campeón del mundo en 1966, Martin Peters, Nobby Stiles y Ray Wilson, padecían de alzhéimer, casos que se sumaban al del “Bombardero” alemán Gerd Müller.

Hasta ahora, tal como expuso la FIFA en su último comunicado, nadie se atreve a ser categórico al respecto.

El británico Andrew Rutherford, de la Universidad de Keele, en el Reino Unido, un experto con más de una década de estudios sobre el tema, dijo en 2014 que no existía evidencia definitiva que vinculara a los cabezazos con enfermedades mentales o cerebrales.

“Es peligroso que cuando alguien que ha sido futbolista sufre de demencia se destaque como un problema relacionado con su carrera deportiva, cuando en realidad podría deberse a un sinnúmero de causas, las mismas que afectan a una persona que nunca ha jugado fútbol”, le comentó a la BBC.

La prohibición

Hasta aquí, los más preocupados por el tema parecen estar concentrados en Inglaterra y Estados Unidos.

En Norteamérica, la imagen del germano Christoph Kramer deambulando desorientado durante 14 minutos por el pasto del Maracaná durante la final del Mundial de Brasil entre Alemania y Argentina, pegó fuerte.

Con eso en la memoria y la estadística de que 46.200 contusiones se produjeron en futbolistas en competencias escolares durante 2010, más de las que sumaban en conjunto el béisbol, básquetbol, sóftbol y la lucha, y un 30% de las cuales estaban relacionados con los cabezazos, las soccer moms, como se denomina a las madres que acompañan a sus hijos a los partidos, llevaron en 2015 a la federación estadounidense a prohibir los cabezazos para los menores de 11 años y limitarlos durante los entrenamientos para los niños entre 11 y 13 años.

Germany's Christoph Kramer is substituted by Germany's Andre SchuerrlLa campaña parental llegó a tal nivel que presentaron, ese mismo año, en conjunto con un grupo de futbolistas, una demanda contra la FIFA y otras asociaciones nacionales con el objetivo de modificar las reglas del juego, para así limitar los riesgos de lesiones en la cabeza, sobre todo en los niños.

Una jueza de Oakland desestimó la moción. Entre sus argumentos citó que los involucrados en el fútbol sabían que “las lesiones son parte del juego” y que quienes lo practican “asumen el riesgo de lesionarse”.

En el fondo, dijo que si no quieren sufrir traumas en la cabeza, no jueguen fútbol.

La misma idea había tenido la neuróloga Ann McKee, en 2014. Después de una investigación en que participaron 37 jugadores aficionados en Estados Unidos, también promovió —sin éxito— la opción de vetar los testazos del deporte más masivo del planeta.

Un tema sensible

En Estados Unidos, los efectos nocivos del deporte posteriores al retiro de los profesionales tiene una sensibilidad especial y las intenciones de limitar las posibles complicaciones derivadas del fútbol se sustentan en los peligros comprobados que existen en dos de sus deportes más tradicionales: el fútbol americano y el hockey sobre hielo.

En 2016, luego de años de negativas, la NFL, la liga de fútbol americano, aceptó pagar mil millones de dólares a un fondo para ex jugadores que sufrían de problemas neurológicos emanados de las severas contusiones recibidas durante su época activa, algunos de carácter degenerativo.

En el caso del fútbol americano, las pruebas resultaron tan contundentes que la misma liga, a través de Jeff Miller, su vicepresidente de salud y seguridad, reconoció la conexión entre los golpes sufridos y la ETC.

El caso, incluso, resultó atractivo para Hollywood, que filmó la película Concussion, en que Will Smith interpreta al doctor de origen nigeriano, Bennet Omalu, quien luchó para sacar a la luz estos hechos.

En el hockey sobre hielo, la muerte por una sobredosis accidental de analgésicos y alcohol de Derek Boogaard, de 28 años, fue el hito que llamó la atención sobre un tema del que todos sabían, pero nadie quería tratar: las consecuencias negativas de los golpes de un deporte que permite las peleas de puños, una de las especialidades de Boogaard.

Tras su deceso, la familia entregó su cerebro para que fuese estudiado por la Universidad de Boston, cuyos resultados arrojaron evidencia de etapas iniciales de ETC.

Nada en Chile

La ANFP no cuenta con una comisión médica ni la comunidad neurológica en el país reconoce estudios sobre los riesgos de los cabezazos.

Roberto Maturana, neurólogo de la Clínica MEDS y del Hospital Dipreca, se ha documentado sobre el tema y si bien asegura que las investigaciones existentes no son suficientes para afirmar que los testazos provoquen daño neurológico o deterioro cognitivo permanente, “sí está claro que produce síntomas neurológicos, como el mareo”.

Por lo mismo, considera positiva la serie de documentos que se están publicando, porque proponen una investigación a gran escala y una intervención política. En Chile, creo que la ANFP sólo los hará si el Ministerio del Deporte los insta a hacerlo”.

El especialista opina que es necesario un estudio formal, que involucre a las sociedades médicas y a las organizaciones que agrupan a los clubes profesionales y de aficionados. “Tienen que definir en conjunto una dinámica de estudio para evaluar si pasa algo o no. Y debe hacerse antes de que suceda algo que lamentar”.

La FIFA afirma que lleva 15 años investigando este fenómeno y asegura que las contusiones producto de los cabezazos son mínimas, una cada 200 mil horas. Es su forma de salir jugando de un terreno que se ha vuelto fangoso y que, considerando la aparición constante de nuevas evidencias, se hace inevitable enfrentar definitivamente.

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