Por Javier Rodríguez // Fotos: José Miguel Méndez Febrero 24, 2017

—De aquí, ¿cuántos tienen Tinder?

Fabrizio Copano (27) pregunta y nadie responde. Ninguno de los 2.000 espectadores presentes en la primera noche del XXI Festival Folclórico Sembrando Canto Laja 2017 levanta la mano. Es el viernes de la semana anterior al Festival de Viña.  Su última presentación antes de la gran prueba.

Y nadie le contesta.

—¿Qué hiciste?
—Nada, pasé a otro chiste. Eso es lo que, creo, tiene que hacer un comediante. Tener un arsenal de chistes en la cabeza que puedan funcionar. Justo nadie tenía Tinder en Laja.

—¿Y si te pasa en Viña?
—No tengo tanto miedo. Si me va mal, cuento otro chiste. Y si aun así no funciona, es porque este no era mi lugar. Igual, he visto videos de rutinas de otros años donde uno piensa “este loco no tiene por dónde” y termina con gaviota de plutonio. Si yo bajo de ese estándar, es porque no debo presentarme más en este tipo de escenarios. Sería una elección.

“Es inevitable ponerse nervioso. Trato de pensar que lo vamos a pasar bien. Mi mayor temor es que pifien por el músico anterior, pero no ha pasado desde que Sting cantó antes de Meruane”, dice Copano.

El día de la entrevista con Qué Pasa, Fabrizio Copano viste una polera negra de Louis C.K. —hoy por hoy, uno de los comediantes más reputados de Estados Unidos— porque, según él, era la única limpia que le quedaba. No fue a la gala del festival, ni tampoco se ha quedado en Viña. Llegó el jueves a Valparaíso, junto a la familia de su novia estadounidense. Esto, además de la desconexión de las redes sociales, forma parte de su estrategia para no ponerse nervioso antes de tiempo.

Eso y no dar entrevistas.

—Sé que la idea de los periodistas no es poner nerviosos a los comediantes, pero las preguntas que te hacen esta semana siempre son sobre el fracaso. Como no tengo eso en la cabeza, me recuerdan que es algo que puede pasar. Es raro. ¿En qué pega estás todos los días anteriores a entrar a esa pega escuchando a distintas personas preguntándote qué harás si te va mal? Preferí evitar la pregunta sobre la pifia.

Por eso no dio entrevistas.
Salvo esta.

***

Una casa en La Florida. Un matrimonio de clase media con dos hijos que no juegan fútbol ni son los más populares del curso. Tampoco los más mateos. Sí ven tele, y mucha: con sus padres —él arquitecto, ella diseñadora y dueña de casa—, el canal Rock&Pop: Plan Z y Gato por Liebre. Llegó el cable y las horas frente a la pantalla se multiplicaron. Fabrizio y su hermano mayor, Nicolás, comenzaron a ver televisión argentina. CQC y Cha cha cha, principalmente.

—Era una época premillennial. El gobierno de Frei, un mundo sin problemas. La Florida funcionaba como una incubadora, donde la movilización social es muy difícil. Te puedes quedar ahí y no pasa nada. Una comuna encerrada entre malls. Nosotros después del colegio no íbamos a la plaza, íbamos al Mall Plaza. Mi primer beso, todas esas experiencias están ligadas a espacios comerciales. A un lugar donde no existe el Estado. Una cuestión muy gringa.

—Esa influencia gringa estaba en las series que veías, imagino. ¿Te gustaba Seinfeld?

—La vi entera. Compraba VHS y grababa los capítulos. Como no sabía inglés, veía las cosas con subtítulos y luego yo mismo las traducía. Así fue aprendiendo.

Imagen Imagen Fabricio Copano_-6El menor de los Copano tenía 13 años en aquel entonces y dos referentes como los que quería ser cuando grande: el mismo Jerry Seinfeld y Woody Allen. Copano veía y leía que estos rockstars de la comedia viajaban contando sus chistes, llenaban teatros, tenían amigos con intereses similares. Él quería lo mismo para su vida.

Eso, claro, y conquistar a sus compañeras de curso. Porque al no jugar fútbol, dice, tuvo que aprender a burlarse de los que jugaban. La comedia era una forma de validarse frente al resto, aunque no entendieran mucho que esperara hasta la madrugada para ver un late show gringo a mitad de semana.

—Lo de las mujeres fue clave. Pensé: estos chistecitos que escribo pueden ser una herramienta. Seinfeld tiene una cita en cada capítulo. Woody Allen para qué decir: se agarró a su hija. Podía burlarme de los futbolistas y parecer mejor que ellos, aunque fuera mentira, pero la comedia tiene ese efecto.

Su primera aparición pública fue en la “Zona de Contacto” de El Mercurio donde, siguiendo la huella de su hermano, comenzó a publicar historias cortas. Cada semana tomaba dos micros desde La Florida para asistir a reuniones en las oficinas del diario en Vitacura y llegar a su casa pasada la medianoche en un colectivo. Así, dice, se dio cuenta de que existía vida fuera de La Florida.

Luego todo pasó muy rápido. Demasiado, según él mismo. Ayudar a su hermano mayor con guiones, conocer a sus compañeros de generación y pioneros del stand up en Chile, como Sergio Freire y Pedro Ruminot, un programa en Vía X con su hermano del que fue despedido y muchas presentaciones en bares. Muchas con menos de diez personas. Varias con la mayoría bostezando.

—Escribía algo que me parecía chistoso y lo presentaba. A veces no venía nadie. Perderle el miedo a que te vaya mal es lo que hace a un buen comediante. No perderle el miedo al nivel de que no te importe. Pero perderle el miedo a que no funcione. Esos shows te hacen perder la vergüenza.

Mientras todo esto pasaba, Fabrizio Copano terminaba el colegio. En 2007 dio la PSU y, gracias a un buen puntaje, le dieron una beca completa en Publicidad en la Universidad del Pacífico.

Duró tres semanas.

—No lo soporté. Un universo muy cuico, de zorrón insoportable. Había un hueón que andaba con chupete, esa era su gracia. Y todo el rato esperaban que dijera algo chistoso.

—¿Y por qué entraste, entonces?

—Para ganar plata. Porque en este país nadie te dice que hay que estudiar para saber. Todos  entran a la universidad, sin importar tu puntaje. Por eso ahora te subes a un Uber y te encuentras con que el que maneja es un abogado sin pega. Una estafa en la que todos caímos. Creímos que íbamos a hacer plata, pero la plata la estaban haciendo las universidades.

Salió y al año siguiente entró a Literatura en la UDP, donde conoció a alguien que sería clave en su carrera y se convertiría en uno de sus mejores amigos: Alejandro Zambra. Estudió tres años, intercalando la lectura del Popol Vuh y de La Divina Comedia con su trabajo como creador de chistes del The Clinic y comediante en El Club de la Comedia, que comenzaba a ser un suceso.

Copano, de a poco, se va haciendo un lugar en Estados Unidos. Ya se presentó en espacios como The Living Room, donde ha actuado Aziz Ansari, y en California, en octubre pasado. Radicado en Los Ángeles, agenda shows sin la fama que tiene en Chile.

Fue tal el éxito del programa que tuvo que dejar la universidad en tercer año. Tenían giras a Rancagua, La Serena. Viajaba por el país contando chistes. Tal como Jerry Seinfeld. Empezó a ganar plata. A los 23 años tenía un departamento propio, una relación estable, éxito. Y perdió el foco: comenzó a animar un late —cosa que nunca quiso— y se olvidó de que su vida estaba en los escenarios.

—En un momento te mareas y piensas: “Podría animar el matinal un día”. Uno ve a estos tipos llegar en los medios autos, les va la raja, no trabajan mucho. Pero después te das cuenta de que no, de que justamente eso era lo que evitabas, la continuidad. Sentí las paredes, como en The Truman Show.

Terminó su relación de siete años, renunció a sus compromisos en Santiago, y partió a Nueva York.

A empezar de cero. O casi.

***

Copano dice que uno de los comediantes con el peor nombre de Sudamérica salvó su vida. El venezolano Bobby Comedia lo invitó a un show en el bar Las Urracas, de Vitacura, en noviembre de 2013. Ahí le comentó que quería generar una red de comediantes latinos llamada Las Culpas de Colón. Hicieron un tour que los llevó a Argentina, Colombia, México, Sídney, Miami, y Copano se dio cuenta que sus chistes también funcionaban afuera. Vendieron la licencia al canal internacional Comedy Central para hacer el show en formato de programa televisivo y partió.

—¿Se puede hacer humor para otros países pasando la barrera de lo local, sin ser fome?

—Hay cosas universales, pero también hay que trabajar. Si voy a Colombia, me siento con un comediante de allá y empiezo a probar los chistes con él. Esto funciona, esto no. Así vas agregando y quitando. Pruebas antes los chistes en bares y después te subes con una rutina más probada. Ahora empecé a hacer chistes sobre asuntos más grandes. ¿Cómo funciona Latinoamérica? Brasil es la pista de baile. Perú y Bolivia, los baños. En Colombia se compra la droga. Y Chile es el VIP porque queda lejos y está la gente más fome del carrete.

En Nueva York se quedó en el departamento de Zambra, quien realizaba una beca otorgada por la Biblioteca de Nueva York. Viajó pensando que habría un circuito de bares para latinos donde hacer sus rutinas, pero estaba equivocado. Tuvo que traducir sus chistes, reducirlos a la mínima expresión para aprovechar los pocos minutos que le daban en los micrófonos abiertos.

—¿Y no te costaba?

—Sí, mucho. Fracasaba todas las noches.

De a poco fue creando una rutina para Estados Unidos, donde ocupa un punto de vista poco común para los norteamericanos: el del latino fome.

—Digo que soy de un país latino que no es alegre. Les doy la bienvenida a Latinoamérica: ahora que tienen un dictador yo les puedo explicar cómo funciona. Entonces explico que creen que lo van a odiar, pero después van a decir que igual trae plata a la casa, que si llevamos tanto tiempo juntos para qué se van a separar. Y está funcionando.

“(Al principio) escribía algo que me parecía chistoso y lo presentaba. A veces no venía nadie. Perderle el miedo a que te vaya mal es lo que te hace un buen comediante. Perderle el miedo a que algo no funcione. Esos shows te hacen perder la vergüenza”.

Esta rutina ya la ha presentado en espacios como The Living Room, donde se han presentado anteriormente comediantes como Aziz Ansari (Master of None), y en California, en octubre pasado. Pero todo esto ha sido de a poco. Ahora radicado en Los Ángeles por recomendación de su agente, se gana un espacio a pulso, agendando shows sin la fama que tiene en Chile, donde ha vuelto para escribir y dirigir tres películas: Barrio universitario, Héroes: el asilo contra la opresión y Prueba de Actitud. Todas tuvieron un relativo éxito de taquilla, aunque no lo dejaron contento.

—Siempre he tenido aspiraciones en el cine, pero los proyectos no han salido como me gustaría. No estoy conforme con ninguna de las tres películas que he hecho. Pienso que quizás debería esperar un rato, tomar más clases. El cine es una  cuestión colectiva, entonces es muy fácil que se te arranquen los proyectos. Cuando vuelva a hacerlo, creo que será con un corto con, a lo más, tres personas.

Mientras, además de colaborar con la revista Condorito, desde hace dos años trabaja en el proyecto web Más Mejor para Broadway Video, con la misma productora de Saturday Night Live y The Tonight Show de Jimmy Fallon.

***

—El humor ha sido lejos el arma más útil para herir a Donald Trump. ¿Crees que los comediantes tienen que tener un discurso político?

—Para mí la comedia tiene que ser igual que la música. Está Jorge González, que tiene crítica social, pero luego hace una canción de amor. Hay cantantes muy políticos y otros no, y son igual de buenos. Hay una concepción errada de que el stand up tiene que derribar políticos y no es así. Bill Cosby no es el mejor ejemplo hoy, pero antes hacía rutinas familiares y era genial. Lo mismo Seinfeld. Y eso pasa con Sergio Freire, que hace un stand up súper bueno, pero no tiene el mismo efecto de Edo Caroe pegándole a Jovino Novoa.

—¿Y con qué te sientes cómodo? Igual tomaste parte en las movilizaciones estudiantiles.

—Sí, claro. No soy un comediante político, pero sí tengo un punto de vista y no lo voy a esconder en Viña. Los chistes los construyo desde cosas que me dan risa. No me pongo en plan “ahora voy a hablar de los políticos”. Si veo las noticias y algo me da rabia y da para chiste, está bien. Me pasó con el tema de la educación. Pero no todos los temas me llaman.

—Pero igual el Festival de Viña es un escenario distinto, donde puedes aprovechar de dar un mensaje, de meter goles.

—Sí, es cuático, es inevitable pensar que es el momento de decir cosas que no provocarían nada si las dijera, por ejemplo, en el casino de Ovalle. Pero siempre desde el chiste, no desde la vocería.

—Cuando chico, ¿soñabas con el Festival de Viña?

—Puta, nunca lo soñé. Aunque siempre lo vi, sobre todo los humoristas. Y es un paso inevitable en mi carrera. Nunca me imaginé que Viña era como el objetivo a llegar, por eso yo creo que también lo estoy haciendo joven, como para sacarlo de la lista más que nada. Igual me va a validar también en Chile si es que me va bien. Van a decir: “Ah, en esto ha estado trabajando todo este tiempo”. Como pasó con la Natalia Valdebenito.

—¿Estás nervioso?

—Es inevitable. Trato de pensar que lo vamos a pasar bien. El mayor temor siempre es que pifien por el músico anterior, pero no ha pasado desde que Sting cantó antes de Ricardo Meruane. Y J Balvin es súper bueno, pero Sting es otra cosa. En el peor de los casos, si pifian mucho, me voy a sentar en el público y le pediré al Rafa que solucione el problema. Es asunto suyo.

—Y si te va bien, ¿qué viene?

—Me gustaría seguir siendo el comediante que viaja. Que va a un país, hace reír y se va a otro. Creo que eso quiero hacer por un buen rato, me gustaría obviamente volver al cine en otra parada en un rato más. Así mismo hacer algo en televisión, pero una serie. No me imagino actuando, pero sí escribiendo. Y tengo una idea que también estoy desarrollando, que es un documental sobre la comedia latinoamericana” He pensado mucho que no existe bibliografía, un libro, como con la historia de otras artes.

—En ese sentido, buscas poner a la comedia al mismo nivel que la literatura y que el cine.

—Es que es un arte, y en Estados Unidos lo tienen claro. Y acá hay mucho material: el comediante favorito de Pablo Escobar, al que mandaba a buscar en helicóptero, era Lucho Navarro, el chileno que se presentó en The Ed Sullivan Show. Deberíamos ensalzar la comedia de la misma manera que los gringos ensalzan su cultura y demostrar que hay una tradición latinoamericana. Quiero darle bibliografía a la comedia. Dignificar mi trabajo. Y la única forma es poniéndole una historia.

—Entonces no importa tanto cómo te vaya en el Festival. Los planes siguen igual.

—En término reales, nada va a cambiar. En términos mediáticos o en lo económico, puede afectar. Pero nada me va a detener. Tampoco me voy a ir para la casa si me va mal. Va a ser una lección. Como sea, tengo que trabajar más. Es un show importante, pero un show más. Habrá muchos antes y después. Es como dar la PSU.

 

 

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