Por Liliana Guerra, doctora en Estudios Latinoamericanos y académica Trabajo Social UC Noviembre 4, 2016

El fenómeno de la migración ha estado presente desde siempre en la historia. Sin embargo, las migraciones modernas se caracterizan –parafraseando a Castells, Marshall, Portes y otros– por causas de tipo económico y político, como resultado del sistema capitalista y de la división internacional del trabajo. Esta perspectiva en el actual contexto mundial nos lleva a abordar el tema de las migraciones desde la teoría de la globalización, que sostiene que la división del trabajo a nivel mundial se ha acentuado producto de la polarización de los niveles de desarrollo alcanzados por las economías mundiales. Las diferencias en la distribución de los beneficios que genera la economía entre el norte y el sur, hace que miles de personas salgan a buscar mejores oportunidades que les permita sobrevivir.

Nuestro país no se ha caracterizado por altas tasas migratorias, como sucedió con Argentina, Brasil o Estados Unidos. Históricamente la población de inmigrantes en Chile se ha mantenido entre el 1 y el 3%, con dos flujos importantes de inmigrantes entre el siglo XIX y principios del XXI. El primero, a partir de 1850, cuando se dicta una ley migratoria que permitió la llegada de aproximadamente 2.500 colonos alemanes que se establecieron en el sur del país. Entre 1859 y 1890 personas de origen asiático llegan a trabajar en el norte. Entre 1883 y 1905 arribaron más de 8 mil ciudadanos españoles, italianos y suizos. En los inicios del siglo XX llegaron yugoslavos pertenecientes al imperio austrohúngaro, que se establecieron en las zonas de Antofagasta y Magallanes. En esa misma época llegaron árabes. Finalmente, después de la guerra civil española, llega un importante grupo de ese país.

Las condiciones habitacionales de los haitianos son significativamente peores que las de su país de origen. A partir de esto, identifican discriminación y abusos del mercado inmobiliario.

La segunda corriente se produce principalmente con inmigrantes latinoamericanos tras el retorno de la democracia y con el desarrollo económico del país durante la década del 90. Actualmente, de acuerdo a la encuesta Casen 2015, hay 465.319 inmigrantes en Chile, cifra que corresponde al 2,7% de la población. De acuerdo al censo de 2002, se duplicó el porcentaje de población migrante. Este crecimiento, más la llegada de población indígena andina y afrodescendiente, hacen que la opinión pública perciba que el país se está “llenando” de inmigrantes, cuestión que en muchos casos activa nuestro clasismo, xenofobia y racismo, haciendo que muchos de los extranjeros que llegan al país enfrenten dificultades.

Una de las comunidades de inmigrantes que sufren en muchas ocasiones discriminación es la de los haitianos, debido a su color de piel y a que no manejan el idioma. De acuerdo a Extranjería, las mayores tasas de rechazo al ingreso en controles fronterizos efectuada por la Policía de Investigaciones, están compuesta por haitianos. A pesar de esto, los haitianos continúan llegando; la comunidad que vive en Chile ha crecido en un 144% desde el 2014 a la fecha, asentándose básicamente en la Región Metropolitana. Esta comunidad se caracteriza por ser mayoritariamente masculina, lo que no ocurre con el resto de los colectivos de inmigrantes, que tienden a ser ligeramente femeninos. En términos de educación, suele pensarse que los haitianos que llegan carecen de ésta, cuestión que no es así, pues sólo el 10,6% de ellos se encuentra en esta condición. El resto se distribuye en un 24,9% que posee educación básica, un 46,8% con educación media, un 2,3% con educación técnica, y un 15,4% con educación universitaria. Por otra parte, las condiciones habitacionales de la población haitiana son deplorables y significativamente peores que las de sus hogares en su país de origen. A partir de esto, los haitianos identifican discriminación y abusos del mercado inmobiliario, especialmente hacia ellos como afrodescendientes.

Estoy convencida que los inmigrantes nos ofrecen una importante oportunidad de desarrollo cultural y económico, pero situaciones como las antes descritas dan cuenta del gran desafío que tenemos como país para lograr que la riqueza de la inmigración se traduzca en una sana convivencia intercultural y en progreso social y económico tanto para nosotros como para los inmigrantes.

El aumento de la población inmigrante es una oportunidad que nos permite a los chilenos relacionarnos con personas que sienten, hablan, interpretan y valoran de forma distinta. Esto lo podemos vivenciar día a día en la Clínica Jurídica de la UC, donde a partir de este año hemos comenzado un proyecto conjunto entre la Facultad de Derecho y la Escuela de Trabajo Social, donde atendemos gratuitamente a cualquier migrante que lo precise. Para ello estudiantes en práctica de ambas carreras se hacen cargo de los diversos casos, siempre bajo nuestra supervisión como profesores.

Si no tenemos la capacidad para valorar las diferencias, es en gran medida por ignorancia o rechazo a la diversidad cultural, lo que habla de un fracaso en la formación humana para la interculturalidad. Es por ello que este año dentro de mis actividades académicas me he abocado, junto con otras dos profesoras de Trabajo Social, a generar un curso interdisciplinario cuyo objetivo es desarrollar competencias interculturales para realizar intervenciones con población étnicamente diversa.

De acuerdo a estimaciones del Servicio Jesuita a Migrantes, de aquí a ocho años la cantidad de inmigrantes en el país podría llegar a un millón de personas, por lo tanto, se hace imprescindible una nueva ley de migraciones con una perspectiva acorde a los tiempos y, por otro lado, abrirnos a una educación intercultural en los diversos niveles de la sociedad, que nos permita generar oportunidades de inclusión para ese “otro” distinto, pero que no por ello deja de aportar a nuestra sociedad.

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