Por Javier Rodríguez // Fotos: Marcelo Segura Octubre 21, 2016

Mauricio Cataldo, autor quizás, del gol más hermoso del fútbol chileno en 15 años, se baja del bus que lo deja en Castro con su parlante portátil y un micrófono. Está nervioso, porque va a hacer algo que nunca ha hecho. Se ubica a la salida de la famosa iglesia amarilla de San Francisco, esa que sale en las postales.

Y empieza.

—Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él no se pierda, mas tenga vida eterna.

Sigue su prédica presentándose. Soy Mauricio Cataldo, el de la rabona contra la U. Uno de los jugadores más talentosos de mi generación. Me perdí en el alcohol y las drogas, pero ahora sirvo al Señor.

Era marzo de 2013. Cataldo había rechazado renovar su contrato con Arturo Fernández Vial, que militaba en tercera división, para aceptar una oferta del Club Deportivo Comercio de Castro, que le pagaría $200 mil por partido en la liga regional chilota. Además de cubrir sus gastos de alojamiento y alimentación.

Tenía 34 años y estaba solo.

El hoy candidato a concejal de La Florida por el partido Unión Patriótica —aunque tiene nombre de derecha, es un movimiento con ideales de izquierda— sentía que era un renacido. Luego de su retiro en 2008, vistiendo la camiseta de Ñublense, había vuelto a la actividad que, según él mismo dice, nunca lo hizo feliz. Quería demostrar y demostrarse que su historia podía tener un final alegre.

Había dejado las drogas y el alcohol y buscaba llenar ese vacío a través de la fe. Por eso, cuando no estaba corriendo por la carretera para entrenarse o jugando, repartía folletos que le mandaban de una iglesia evangélica en Concepción y predicaba en las plazas. Lo que ganaba lo juntaba para, cuando podía volver a su casa en Santiago, ayudar a su familia.

Mauricio Cataldo 10.jpgEn la capital aprovechaba de jugar en un equipo de la liga de fútbol de la Contraloría. Lo había llevado el empresario Marco Rojas, quien le pagaba por defender al club. Cataldo le comentó que estaba aburrido de viajar, que necesitaba instalarse en Santiago. Rojas le ofreció un pequeño capital para iniciar su empresa, Cata Windows Clean, de limpieza de vidrios. Hoy la empresa tiene un año y es el mismo ex jugador quien limpia los vidrios de supermercados y, a veces, lleva a jóvenes de su población, la Matucana, para que lo ayuden. Rojas le costeó un tratamiento dental y compró los implementos de la escuela de fútbol gratuita que Cataldo dirige de lunes a viernes en María Elena con Julio César, uno de los barrios más complicados de La Florida.

Hoy el presente le sonríe al candidato. Pero no siempre fue así.

—A los 15 años yo ya era alcohólico —dice Cataldo, mientras camina por la cancha de pasto sintético La Calvo, donde de lunes a viernes realiza su escuela de fútbol gratuita a niños de cinco a 17 años del sector que rodea a la estación de Metro Los Quillayes.

El rey de la rabona nació y se crió en una casa en la intersección de Santa Raquel con María Elena, paradero 26 de Vicuña Mackenna. Su padre, alcohólico, maltrataba constantemente a su madre. Cataldo incluso recuerda una vez que vio cómo este la salió persiguiendo con un cuchillo luego de una discusión. Las malas juntas y ese ejemplo lo llevaron a probar el alcohol con sólo once años.

—Éramos chicos. De agrandados tomábamos pisco Limarí, para copiarles a los viejos —recuerda.

Pero el talento no se iba, por más que el destino intentara apartarlo. Cataldo tenía siete años cuando comenzó a ir a los campamentos de verano que organizaba Audax Italiano en La Florida para captar talentos. Los niños acudían en masa: ahí les prestaban zapatos, les daban almuerzo y jugaban fútbol todo el día. Los itálicos no demoraron en notar su talento y lo becaron en su escuela de fútbol. A los 16 años ya era parte del primer equipo. Y a esa misma edad conoció a alguien que lo marcaría para siempre.

—Con Claudio Borghi fuimos compañeros de plantel. Yo lo admiraba, era espectacular, no había visto a nadie así. Cuando joven nos agarraba a los juveniles y nos llevaba al shopping. Nos compraba zapatos de esos Caterpillar, ropa buena. Me llevaba a su casa y me trataba como hijo —dice.

Cataldo demoró poco en comenzar a destacar. Sus taquitos, rabonas —truco que aprendió del maestro, Claudio Borghi— y enganches llamaron la atención del Saint Gallen suizo, ex equipo de Zamorano y Hugo Rubio, y de Colo Colo, que a los 17 años lo quiso comprar. Pero Valentín Cantergiani, en ese entonces presidente del equipo, puso un precio que los demás no quisieron pagar.
Sumaba minutos en primera división, pero no dejaba el estilo de vida al que estaba acostumbrado desde niño.

—Llegaba curado, con la caña. Trasnochado. Juanito Meza, el utilero del Audax, me prendía el sauna para recuperarme, para que no me pillaran con el tufo. A las concentraciones llegaba a recuperarme. Estaban almorzando y yo dormía. Me tenían que ir a buscar. Era penoso.

Una vez que faltó dos días seguidos a entrenar, el plantel se aburrió de sus constantes ausencias y le pidió al entrenador que lo expulsara del equipo. El DT, Claudio Borghi, no quiso. Se llevó a Cataldo al camarín y le dijo que no quería encontrarlo tirado acuchillado en la calle, que necesitaba que parara. No por el resto, por él. Ahí Cataldo lloró y le pidió que lo mandara a préstamo para no perjudicarlo con su permanencia.

La Universidad de Concepción quiso recibirlo.

Cinco minutos del alargue del primer tiempo. En esos tiempos, el campeonato chileno de primera división se definía en playoffs, con gol de oro en caso de empate.

Mauricio Cataldo era parte de ese joven plantel de la Universidad de Concepción que sorprendía de la mano de Fernando Díaz, con figuras como Jorge Valdivia, Luis Pedro Figueroa y el “Táctico” Riveros, pero no era protagonista.

—Ese día el Nano Díaz no me quería citar porque estaba gordo. Yo seguía carreteando, me mandaba dos días seguidos tomando. Llegaba a tomar leche antes de los entrenamientos para recuperarme. Pero al final me citó contra la U. La rabona siempre la tiraba en los entrenamientos. Como la pelota, por la forma en la que le pegaba, se iba cerrando, casi siempre le pegaba al travesaño.

Era junio de 2003. Ni la U ni el local, la Universidad de Concepción, quieren arriesgar mucho. El que hace el gol gana. Van cinco minutos del alargue en el viejo estadio de Collao. Mauricio Cataldo, que llevaba pocos minutos en la cancha, toma el balón afuera del área grande y esquiva un rival. Sin mirar el arco, hace lo imposible: saca un pelotazo de rabona bombeado que entra en el segundo palo del, en ese entonces, joven Johnny Herrera. Un gol de oro que le hacía honor a su nombre.

Se podría haber pensado que la carrera de Cataldo iba a despegar ahí. Que con 24 años iba a llegar donde todos sus cercanos pensaban. Pero no.

—Estaba destrozado, el cuerpo no me daba. A los 25 años no podía seguir. Nunca fui feliz jugando fútbol. Ya no quería entrenar, no quería ver a mis compañeros.

Jugó un par de temporadas más en Audax, luego en Cobreloa y Santiago Morning. Nunca logró despegar. A los 27 años, en Ñublense de Chillán, decidió retirarse. Estaba con depresión, tenía una hija que no veía. Volvió al barrio y probó la cocaína.
Ahí, dice Cataldo, tocó fondo.

Sus amistades –las buenas, como les dice él- lo obligaron a internarse a un centro evangélico en la avenida 10 de julio en Santiago, que recibía alcohólicos y drogadictos. Ahí conoció la fe. Según él, Dios lo hizo dejar el trago y las drogas de un día para otro.

“Llegaba curado, con la caña. Trasnochado. Juanito Meza, el utilero del Audax, me prendía el sauna para recuperarme, para que no me pillaran con el tufo. A las concentraciones llegaba a puro recuperarme. Estaban almorzando y yo dormía. Me tenían que ir a buscar. Era penoso”.

—¿Se pueden dejar así?
—Con Dios todo es fácil. Los que no lo tienen a él, quizás no y recaen, como me pasaba a mí. Que estaba un rato, unos meses, sin consumir y luego volvía. Si me puse pellet, todas esas cosas cuando jugaba, y no me funcionó nada, porque después me volvía más fuerte. A los 33 años, a la edad de Cristo, destaca, le llegó una segunda oportunidad: un dirigente de Arturo Fernández Vial lo invitaba a ser parte del plantel que, en 2012, buscaría volver al profesionalismo.
El resto ya es historia conocida.

El lunes previo a las elecciones municipales, Cataldo llega temprano a La Calvo. Está abrigado, hace un frío inusual para mediados de octubre en Santiago. Viene con polar, pantalón de buzo y un jockey que dice Cata Windows Clean, el nombre de su pyme de limpieza de vidrios. Viene, de hecho, de lavar los de un strip center.

—¿Cómo salió la oportunidad de ser candidato a concejal?
—Una amiga, la María Olga Morales, me dijo que se iba a tirar de alcaldesa por La Florida. Yo le dije que iba a apoyarla si ella me ayudaba con las escuelas de fútbol. Porque el anhelo mío es que se hagan escuelas en toda La Florida y trabajar con los papás también, que el papá pueda dejar lo malo. Porque muchos papás están presos, muchos venden drogas, entonces cómo si un papá vende droga el niño va a salir bueno. Eso es palabra de Dios. Él en Éxodo capítulo20 habla de la maldición de tercera y cuarta generación. Por eso al papá hay que hacerlo cambiar su vida también. Y bueno, me ofreció ser candidato y dije que sí.

—¿Y has tenido que hacer campaña?
—He hecho poca campaña, por las lucas, porque no hay mucha plata del partido. Aunque igual la gente me apoya harto, si viví en varios lados de La Florida, entonces tengo hartos amigos. Si tenía más amigos que Roberto Carlos cuando estaba en lo malo. Cuando iba a Costa Varua llegaban todos, me saludaban, se tomaban todo gratis. Gente que ni conocí y yo los invitaba.

—¿Sientes que con esto que estás haciendo, con tu empresa, con la escuela de fútbol, si logras salir electo, puedes rescatar a los futuros Mauricio Cataldo?
—Sí, esa es mi idea, ya que uno se frustró en esto del fútbol. Dios me bendijo con la rabona e igual se acuerdan de mí, pero tengo una herida de lo que no pude entregar. No mostré lo que tenía. Yo podría haber llegado a Europa. Así que por lo menos quiero ayudar a estos cabros, para que no tengan que pasar por lo mismo que pasé yo.

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