Por M. Cecilia González Octubre 28, 2016

Para Dan Ariely, uno de los más reconocidos economistas conductuales, el fenómeno Trump tiene una explicación sencilla: “A la gente le gusta que los políticos mientan”. Parece una afirmación contra intuitiva, pero el autor de The (Honest) Truth About Dishonesty la respalda con horas de investigación en el Centre for Advanced Hindsight, su laboratorio en la Universidad de Duke, Estados Unidos, donde desde 1996 se ha dedicado a estudiar cómo y por qué las personas toman las decisiones que toman.

Lo que pasa en el caso de la política y las mentiras es más o menos así. Todos, de acuerdo a nuestras creencias, deseamos que ciertas políticas públicas sean aprobadas por sobre otras. Mientras más convencidos estamos de que esa política va a generar un bien, más dispuestos estamos a sacrificar la honestidad del discurso político con tal de que se apruebe.

Por ejemplo, quienes están en contra del calentamiento global no sólo permiten que los políticos exageren las consecuencias de este fenómeno en el mundo, sino que les gusta que lo hagan. “Siente que los están defendiendo”, explica Ariely. Lo mismo se aplica a otras políticas, como el polémico Obamacare, la tenencia de armas o el aborto.

Según el economista, lo que opera en la psiquis de los ciudadanos no es ni maldad ni ingenuidad, sino la naturaleza humana. Los experimentos del Centre for Advanced Hindsight han demostrado, en primer lugar, que las personas mentimos todo el tiempo, aunque sea un poco. Segundo, que existen distintas condiciones que nos hacen más propensos a faltar a la verdad. A esto Ariely lo llama el factor de elusión: las excusas que nos permiten seguir pensando que somos buenas personas, al mismo tiempo que nos beneficiamos de hacer trampa. Por ejemplo, “todo el mundo lo hace” es un factor de elusión. Y “todos los políticos mienten” funciona bien a la hora de justificarse.

Esto no quiere decir que nos gusta que los políticos nos mientan todo el tiempo. Los estudios demuestran que tiene que haber una causa que creamos lo suficientemente noble para permitirlo. El problema es que una vez que empezamos a mentir –o a aceptar las mentiras–, los límites se vuelven difusos. “Las mentiras son una pendiente resbaladiza”, advierte Ariely. La campaña presidencial de Estados Unidos, donde según el portal de chequeo de datos PolitiFact el 51% de las declaraciones de Trump son completamente falsas, es un ejemplo crítico de esto.

Ariely, sin embargo, cree que el problema tiene solución. “Pensemos en la naturaleza humana ¿La gente quiere ser corrupta? Yo creo que no, que la vocación de servicio público existe, pero en el camino pasan muchas cosas y se olvidan. Tenemos que recordarles esa vocación”, sostiene. En ese sentido, acciones tan sencillas como que el espacio para firmar documentos oficiales esté al principio y no al final –una medida que está tomando la administración de Obama al interior del gobierno– han tenido resultados promisorios. Porque todos sabemos que mentir es malo, sólo que a veces se nos olvida.

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