Por Alberto Fuguet Octubre 28, 2016

Es probable que el legado de Obama (de la idea de Obama, del concepto de un líder posracial, del siglo XXI, de sus palabras y su estilo y forma de ver el mundo) será aun más poderoso que sus dos gobiernos.

Obama, sin duda, envejecerá bien.

La idea de Obama, la revolución Obama, el estado de las cosas Obama, la moral Obama, el humor Obama y la estética Obama (el glamour mezclado con lo cotidiano) lo catapultarán muy arriba en el inconsciente colectivo y tendrá un puesto clave en el panteón no sólo de la historia sino de la cultura pop.

A pocos meses del cambio de mando, Barack Obama ya está siendo echado de menos. Remixes de grandes momentos de Obama aparecen en YouTube. Ahí, editados y condensados, los ocho años de los dos períodos del primer presidente negro (¿es negro?, ¿es solamente eso?) aparecen en la pantalla para recordarles a los milenios, que en parte lo ayudaron y se criaron con él, que sí se puede.

Yes, we can.

Obama es uno de esos personajes que es singular y a la vez plural.

Tiene sentido de historia, de lugar; sabe narrar y, de paso, narrarse.

Más que gobernar, entiende que buena parte implica narrar.

Crear un cuento.

Y lo hizo.

Buena parte de la gente se leyó en él y se vio. También vieron en Obama cosas que quizás no estaban, pero pudieron proyectar en su figura muchas de sus pulsaciones y deseos propios. Desde el principio hablaba en plural, pero no por eso se transformó en parte de la masa. Al hablar con el WE se separó de los que creen que el YO es lo único que importa y expuso a los que hablan en tercera persona como seres limítrofes. Su presentación en sociedad fue en 1995 con sus memorias, antes aún de tener tanta historia y fue acerca de sus orígenes.

En eso Obama conecta con la moral milenio y hasta el universo de los superhéroes: antes que parta la saga, hay un origen. Una precuela. Obama lo entendió y su libro debut fue Los sueños de mi padre: “La forma en que la gente hablaba del alcalde de Chicago era con la familiaridad y el afecto que normalmente se le dedica a un pariente, su fotografía estaba por todas partes, en las paredes del taller de reparación de calzado y en los salones de belleza, pegada en las farolas desde la última campaña electoral; incluso en los escaparates de las tintorerías de los coreanos y de las tiendas de comestibles de los árabes, colocada en un lugar prominente, como si fuera un tótem protector. El rostro del retrato me miraba desde la pared de la barbería; atractivo, pelo cano, cejas y bigote poblado, el destello en los ojos”.

¿Ciencia ficción? ¿Crónica de una campaña anunciada?

Quizás trozo de la narrativa —de la saga— Obama.

En perspectiva, sus grandes triunfos serán aquellos que quizás muchos consideraron menores pero que, eventualmente, serán los que aparecerán en los libros de historia. George W. Bush fue un presidente blockbuster: le tocó el ataque de las Torres Gemelas y reaccionó de igual manera invadiendo un par de países. Obama es más una novela de aprendizaje e incluso es una comedia romántica (el factor Michelle es parte clave de la ecuación). Dos películas de ficción acerca de Obama joven ya entienden el poder mítico de our president: dos cintas indies han comenzado a transformarlo en leyenda antes que deje el puesto. Southside with You es una suerte de Antes del amanecer negro y se centra en la primera cita en Chicago de un joven Barack con una ya más resuelta Michelle. “Aunque eres guapo, no voy a salir con alguien que trabaja en mi oficina”, le dice ella. “Ah, entonces te parezco guapo”, responde con timing perfecto de vuelta. Barry, que era como lo conocían cuando Barack parecía un nombre muy africano, es de Netflix y se hace cargo de la vida universitaria del joven; se estrena poselecciones en diciembre, a un mes de su despedida.

Apostar por algunos de los méritos de Obama es arriesgado, no hay un secreto de su éxito, pero sin duda uno de los aspectos para que Obama sea Obama es su oratoria. Obama es al final un escritor, un lector, un tipo atento a la cultura pop, alguien criado con lo audiovisual, que entiende el poder de las imágenes. Su primer afiche lo transformó en un cómic, y con esas orejas a lo Sr. Spock de Star Trek, de inmediato se alejó del realismo para entrar en el infinito mundo de los afiches y los íconos; porque eso es lo que es a estas alturas: un ícono, un mito; capaz que con el tiempo se vea que a lo mejor no fue tan buen presidente o quizás no el mejor (creo que sí lo fue, y logró mucho a pesar de un deseo vengativo por parte de la oposición de negarle todo), pero sí el más mítico, el más cool, el más conectado, el más estiloso, acaso el más cute y hasta el más guapo, el más calmado, sin duda uno de los que mejor supieron hablar y hablarles.

No a todos, eso sí.

Un presidente pop

Our president, como lo tildó la revista gay Out, que lo puso en portada y recordó su apoyo por el matrimonio igualitario y lo emocionante y liberador y sereno y ponderado de su discurso anunciando la rectificación por parte de la Corte Suprema de que la Constitución garantiza la igualdad matrimonial.

“Esta decisión es una victoria para América. Esta decisión afirma lo que millones de americanos creen en sus corazones: que cuando todos son tratados igual podemos ser más libres”, dijo una mañana de verano en los prados de la Casa Blanca.

Pero lo cierto es que our president es una estampa tan bella como fatal.

Este líder fue abrazado por los que lo sintieron suyo y fue escupido por aquellos que lo consideraron ajeno, otro, un usurpador, un alien que llegó de otro planeta (y algo de eso es cierto: llegó del planeta real y tuvo que rearticular).

No fue el presidente de todos; ingresó a la fama nacional con un discurso en la convención demócrata del 2004 que nominó a John Kerry y lo hizo con su físico, su cara, su raza y con sus palabras: “No hay una América liberal y una América conservadora: lo que existe son los Estados Unidos de América. No hay un país negro o un país blanco o un país latino o un país asiático; lo que tenemos son los Estados Unidos”.

Estados, sí; unidos, poco. Y como buen escritor, Obama se fascina con las palabras; con la idea de poder alterar la realidad con sus ideas, sus mensajes. Lo cierto es que sí hay varias Américas y su acceso a un poder no sólo real, sino simbólico, sólo ayudó a dividirla más. Con el tiempo se verá si su período fue el inicio del fin o quizás sólo una reacción esperable y parte de un necesario ajuste de un país blanco a un país (y un mundo) mestizo, híbrido, mezclado.

Si gana Trump, Obama pasará de ser un ex presidente que sale con un gran apoyo a transformarse rápidamente en un monumento. Su trabajo será no ser sólo un sólo un mito, una estrella; el tiempo jugará a favor, tal como la historia. Su futura biblioteca presidencial de seguro que deberá fusionar lo visual (pocos presidentes han sido tan mediáticos o han entendido tanto a los medios) y las típicas memorias (bien pagadas, inmensas, nunca leídas, rápidamente saldadas) que sin duda serán algo digno de leer y con una prosa y una historia (qué historia: un negro en la Casa Blanca, el amor irrestricto de la mitad educada de la población; el odio destilado y oscuro del resto de aquellos que están perdiendo el poder y la forma de vida que siempre tuvieron) a la altura de sus primeros dos libros.

Si Reagan antes fue un actor de segunda; si Johnson fue un tejano vulgar; si Jimmy Carter era un granjero de maní, entonces Barack Obama eventualmente dejará de aparecer como el primer presidente negro (algo que no es en rigor; es birracial y quizás esa es la razón de su triunfo: para los blancos representa el tipo de negro que desean; para los negros es el negro que pudo ser aceptado por el resto) para ser visto como algo más complejo: el primer presidente escritor, el primer presidente inmigrante (con el tiempo se entenderá que sus intentos de no invadir o de establecer lazos con Cuba, entre otros, tienen que ver con ser hijo de inmigrante, con entender el rol de Estados Unidos en el exterior, con sopesar el ostentar el poder con abusar de él), el primer presidente pop. Obama sabía y entendía de cine y lo veía y lo citaba (al mismo nivel de Reagan) y soltaba sus listas de Spotify (Bob Dylan antes del Nobel; Sly & the Family Stone; Justin Timberlake) y compartía sus lecturas de verano (iba a librerías y compraba una memoria de un surfista o el best seller La chica del tren o la aclamada novela histórica negra The Underground Railroad, de Colson Whitehead) y, hace poco, sin que nadie se lo pidiera, aceptó la propuesta de la revista Wired para entregar su lista de cintas clave de ciencia ficción que todos debemos ver: “Blade Runner nos hace preguntarnos qué implica ser humano; Encuentros cercanos... es una cinta fundamentalmente optimista”.

Obama saldrá como un optimista y un presidente algo frío y cerebral, pero sin duda humano. Como el Sr. Spock, tenía orejas grandes, era birracial y se sentía un alien. Pero en eso conectó con muchos. La idea del outsider que ingresa; ahora deberá crear su tercer acto como el insider que sale.

Al final quizás es cierto: no fue el presidente de todos; fue el presidente de los que no temen, de los progres, el de las minorías, el de los que piensan y leen y les interesan las artes y desean comer bien, el de los que viajan o entienden que el mundo parte en la frontera y no termina; el presidente de las elites de las grandes ciudades; un presidente sofisticado y sagaz y articulado. Más que un presidente negro, fue uno azul, demócrata. Ahí triunfó y ahí también no pudo lograr más.

Por ahora.

Con el tiempo, la gente hablará de los años Obama.

Y lo echarán —lo echaremos— de menos.

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