Por Javier Rodríguez // Foto: José Miguel Méndez Octubre 14, 2016

Las dudas comenzaron cuando recién había cumplido ocho. Después de un año y medio en el taller de ajedrez de su colegio, el Guillermo Matta, en avenida Santa Rosa, Marina Ascencio decidía dejar de asistir. Le había enseñado a jugar su padre, Carlos, quien se demoró en hacerle entender que cuando el rival capturaba sus caballos, ella no podía reemplazarlos en el tablero por sus juguetes de My little pony.
Sabía perfecto la función de cada figura. Por eso se indignó cuando en junio de 2013, el profesor, sin explicación, decidió que las niñas tenían que formar parejas si les tocaba jugar contra un niño. Dos contra uno. Marina no dijo nada. Ardió de rabia y recordó cuando un par de años antes la hicieron jugar fútbol mixto en Educación Física y sus compañeros no le pasaban la pelota.
Ese día llegó a su casa y les pidió a sus papás que la retiraran del taller.

Hoy con once años, Marina recuerda esta escena en su casa en Puente Alto. Es viernes por la noche y está cansada. Viene llegando con sus padres —ambos profesores universitarios de Psicología Social— de un cumpleaños. Aun así, le queda energía para reclamar por sus clases de historia.
—Es que no puede ser. Este año tuvimos una clase sobre el voto femenino. Una. No mencionaron ningún nombre. Ni Elena Caffarena, ni Amanda Labarca. En cambio, la de Patricio Aylwin duró dos semanas— dice mientras come un pedazo de pizza arrodillada sobre una silla del comedor.

“Me enfurece. Han dicho que no existo, que soy un invento de mi papá para ser concejal. ¡Concejal!, por último diputado. También que fui un invento de Bachelet. ¿Por qué no la podría haber escrito yo?”, dice Marina Ascencio respecto a la carta que envió al Instituto Nacional.

El reclamo lo hacía con conocimiento ya que, para la carta que envió en julio al Instituto Nacional para que la dejaran postular, buscó ejemplos de mujeres destacadas en la historia de Chile para respaldar sus argumentos.
Pero si hay algo que la tiene obsesionada —“pegada”, según sus padres— es que digan que ella no la escribió. En los largos trayectos en auto desde su casa al colegio, en algún momento lo recuerda. Y empieza.
—Me enfurece. Han dicho que no existo, que soy un invento de mi papá para ser concejal. ¡Concejal!, por último diputado. También que fui un invento de Bachelet. Inverto. Inven... Invento. Es que me enredo con toda la materia que vi hoy en ciencias. ¿Por qué no la podría haber escrito yo—, se sigue preguntando, mientras juega con los posavasos con forma de vinilo de su padre, que en sus ratos libres es cantante de una banda de Heavy Metal llamada Demet.

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Carlos Ascencio (39) y Alejandra Muñoz (40) se conocieron cuando estudiaban Psicología en la USACh a fines de los 90. Ascencio había egresado del Instituto Nacional y Muñoz había desarrollado gran parte de su enseñanza escolar en Montevideo, Uruguay, donde se crió. Por eso, cuando Marina preguntó, en el auto, dónde habían estudiado, le contaron la historia.
—Si no puedo ir al colegio de mi mamá, quiero ir al tuyo, papá.

Le dijeron que no se podía, pero Marina no se quedó tranquila. Comenzó a pedirles que arreglaran el asunto. Que llegado el momento —en sexto básico, en ese entonces iba en segundo— ella quería postular al colegio de su padre. Tenía, además, el ejemplo de su padrino, también ex alumno del Instituto, que partió ese mismo año a estudiar un doctorado en Bioquímica al instituto Marie Curie, en París. Para que supieran dónde iba, le regalaron una biografía de la premio Nobel, que despertó su interés por la desigualdad de género. Comenzó a devorar cada libro que le llegaba —no por nada su favorito es La ladrona de libros—. Así fue como se interesó en la astronomía y descubrió la primera anomalía, que se terminaría transformando en el germen de la carta que hoy la tiene en el centro de la discusión pública.

—En 2013 se dio cuenta de que en el libro de Historia, en la parte de los planetas, aparecía Plutón, que había dejado de serlo. Nos pidió que informáramos que estaba malo. Ahí le dijimos que la mejor opción era mandar una carta. Ella estaba desesperada porque no quería que sus compañeros se confundieran. Mandamos la carta y no pasó nada, pero ella se quedó más tranquila— recuerda Alejandra Muñoz, su madre.

El dilema de los colegios seguía. Cada tanto, Marina empezaba a preguntar qué iban a hacer llegado el momento, pero como quedaba tiempo, no le decían nada. Hasta que a comienzos del año pasado, empezó de nuevo con esa frase que ya se había convertido en su mantra personal. Arréglenlo, arréglenlo, arréglenlo. No se cansaba de repetirlo. Los que sí se cansaron fueron sus padres, quienes le dijeron que ella buscara una fórmula, que era su responsabilidad.
—¿Y cómo lo hago?
—Manda otra carta— le contestó su papá.
—¿Y no puede ser un whatsapp, mejor?— respondió Marina.

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Era mayo de 2016 y se acercaba la fecha en que tenía que ver dónde seguiría su educación. Su colegio sólo llegaba hasta sexto básico, por lo que junto a sus padres decidieron postular a cuatro: el Liceo Italia (su favorito por ser mixto), el Liceo 1, Carmela Carvajal y el Instituto Nacional. Era el momento de arreglar las cosas: había llegado la hora de escribir la carta que le había contado a todo el mundo que haría. Como cualquier niña de 11 años, no tenía idea cómo hacerlo.
Otra vez preguntó.

Ascencio venía llegando tarde del trabajo, cuando Marina le pidió ayuda. Para salir rápido del problema, le pasó una carta de recomendación que había escrito ese mismo día para un alumno, para que la ocupara de modelo. Junto a su mujer la instaron a buscar ejemplos de mujeres destacadas con las que respaldar su petición, incluyendo a su amada Marie Curie. Marina tenía con clases de educación cívica en el colegio, por lo que decidieron que la carta debía ser enviada a la máxima autoridad del país: “la señorita Bachelet”. Lo que para Marina no era cualquier cosa.

En su colegio fue recibida como una heroína. Incluso, la directora la abrazó cuando la vio llegar después de las vacaciones de Fiestas Patrias lo que, por supuesto, la asustó. Sus profesores y compañeros la felicitaron. Y los más molestosos, dice, ni se enteraron, ya que no ven las noticias.

—Cuando era muy chica vio un reportaje sobre cómo Bachelet se había convertido en la primera mujer en llegar a la presidencia de Chile. Eso le llamó mucho la atención, y a partir de ahí la empezó a llamar la “señorita Bachelet”, como les decía a sus profesoras. Al discutir a quién enviarle la carta, llegamos a la conclusión de que tenía que ser al rector del colegio, a la alcaldesa Carolina Tohá y a su señorita Bachelet— recuerda Muñoz.

Para documentarse, Marina acudió a la biblioteca de su colegio, donde encontró sólo dos libros específicos del tema que buscaba: uno de mujeres históricas y otro de Marie Curie. Fueron dos semanas en las que dedicó cada recreo a investigar. La bibliotecaria se dio cuenta de que faltaban libros y pidió más; así llegó, por ejemplo, la biografía de la Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, quien tal como le pasaría a ella misma en el futuro, había sido cuestionada y tratada como un invento mediático.

La carta quedó lista el 28 de julio. El único cambio que hicieron sus padres fue poner “rector” en vez de “director del Instituto Nacional”, como originalmente lo había escrito Marina. A la vez que terminaron la postulación al Nacional, mandaron la carta al colegio por correo certificado y dejaron las otras copias en la municipalidad de Santiago y en La Moneda.

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La primera respuesta en llegar fue la del gobierno, firmada por “Coordinación requerimiento presidencia con ayuda Mineduc”: “Nos permitimos señalar que para que un establecimiento pueda pasar de ser un recinto de varones a uno mixto, el sostenedor debe solicitar una modificación a su resolución de reconocimiento oficial, solicitando la incorporación de género femenino. Para ello deberá acreditar que cuenta, entre otros, con la infraestructura de aulas, patios, baños y otros que le permitan acceder a ser un establecimiento de carácter mixto”, dice la misiva.

La respuesta no dejó contenta a Marina, que les preguntó a sus padres si acaso el requerimiento de infraestructura implicaba cosas como ponerle flores al colegio, para hacerlo más femenino. Ahora quedaba en manos del mismo colegio y de la municipalidad.

Marina, aún ilusionada, se preocupaba de que no alcanzaría a preparar la prueba de ingreso, mientras la apuesta de sus padres era que el colegio considerara un nuevo curso mixto, ampliando el plazo para que postularan niñas. Porque estaban seguros de que, tal como su hija, debía haber más niñas intentando entrar.

Pasaban los días y las respuestas no llegaban. Ahí decidieron que había que cambiar el curso de las cosas y que la historia la supieran no sólo sus protagonistas. Cercanos les recomendaron judicializar el caso, pero Ascencio no quiso.
—Había varios fundamentos legales que nos respaldaban. Incluso estaba la opción de intentar algo a través de la Ley Zamudio. Pero al final, eso era exponerla a ella, obligar a la institución a recibirla. A mí, como ex institutano, me gustaría que el colegio lo hiciera por sus propios medios. Por eso mi resistencia a judicializar— dice Ascencio.
Con la aparición de la carta en La Tercera, el 18 de septiembre, todo se aceleró. Y aunque los Ascencio intentaron prepararse, no fue suficiente. Sus teléfonos sonaban todo el día con solicitudes de entrevistas, los esperaban afuera de las universidades donde hacen clases, les escribían a sus cuentas personales de Facebook, obligándolos a bloquear todo.

Y si al principio atendían a los medios, hubo un momento en que se asustaron. Fue cuando, mientras Ascencio atendía a periodistas de CNN y TVN en la sede de Lota de la Universidad San Sebastián, apareció el presidente del centro de ex alumnos del Instituto Nacional, Mario Benavides. Según Ascencio, este se le acercó y sin siquiera saludarlo, lo enfrentó: “¿Por qué quieres destruir el colegio?”, le dijo. Ahí se dieron cuenta de que estaban tocando fibras sensibles y que si hoy lo encaraban a él, mañana le podía tocar a Marina. En ese momento, decidieron cortar todo contacto con los medios de comunicación.

13 de junio de 2014/ SANTIAGO Fachada del establecimiento tras el desalojo por parte de carabineros esta madrugada del Instituto Nacional. Las autoridades informaron de 17 detenidos siendo trasladados a la posta 3 para constatar lesiones FOTO: FRANCISCO CASTILLO D. /AGENCIAUNOBenavides, por su parte, le baja el tono a la escena.
—Nos encontramos y conversamos sobre el tema. Lo insté a preocuparse respecto al tema de la pérdida de la excelencia, porque para mí son prioritarios otros asuntos como ese. Además, basado en la diversidad que debe existir en nuestra sociedad, tiene que haber colegios que sean de un género— explica el presidente de la asociación de ex alumnos del Instituto.

A fines de esa semana, de vuelta al colegio, los esperaba un trabajador de CorreosChile. La respuesta de la alcaldesa había llegado.

“Con motivo de tu carta hemos instruido al director de Educación de la municipalidad que realice la propuesta formal a todos los consejos escolares de los colegios que no son mixtos, a abrir nuevamente esta discusión, pero esta vez con un carácter más formal, de manera de avanzar en definiciones con aquellos colegios donde ya se ha madurado la posibilidad de hacer este cambio e incluir a hombres y mujeres en la matrícula. Me gustaría mucho que esto se resolviera positivamente, y que pronto no sólo el Instituto Nacional sino que todos los colegios de Santiago puedan acoger a niños y niñas por igual”, terminaba la carta firmada por Tohá.

Era un avance. Marina, ya resignada a no entrar al Nacional, eso buscaba.

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En su colegio fue recibida como una heroína. Incluso, la directora la abrazó cuando la vio llegar después de las vacaciones de Fiestas Patrias lo que, por supuesto, la asustó. Sus profesores y compañeros la felicitaron. Y los más molestosos, dice, ni se enteraron, ya que no ven las noticias.

El 30 de septiembre Marina y sus padres se reunieron con la directiva del centro de alumnos del Nacional, que les agradeció por visibilizar un tema por el que vienen peleando hace años.

Medio resignados a que Marina no entre al Instituto Nacional, por lo menos este año, sus padres confían en que en el futuro las cosas cambien. Fernando Soto, rector del Instituto aseguró que era primera solicitud de este tipo que les llegaba, y no se cierra a la idea.

—Tenemos que avanzar hacia una educación que sea reflejo de lo que nuestros estudiantes deben enfrentar en la vida social real, avanzar hacia un sistema donde no haya diferenciación por género. Pero hay visiones distintas y, por lo tanto, cuando enfrentemos este debate habrá que hacerlo en un momento en que nuestra comunidad educativa esté madura, cosa que en el momento social que vivimos no es fácil. No puede ser una decisión que dependa sólo de la opinión del rector— explica.

Marina dice que seguirá peleando, por lo menos hasta que todos los colegios de un solo sexo en Chile –que hoy son sólo el 3,8% según un estudio del Mineduc—pasen a ser mixtos.
—¿Y cuando no queden colegios segmentados por género, cuál será tu siguiente pelea?
—Creo que ahí es suficiente. Por ahora, pedir ayuda. ¡Ayuda! —dice riendo, mientras su hermana menor, Alicia, la tira de un brazo para que deje la entrevista y la acompañe a ver en la televisión el final de Barbie y el castillo de diamantes.

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