Por M. Cecilia González Septiembre 30, 2016

“No tenemos nada que envidiarle a Santiago”, le explica Javier Castillo, estudiante de tercero medio del Liceo Luis Correa Rojas de Curepto, a una audiencia de científicos y académicos que lo escucha con atención en un seminario en el campus San Joaquín de la Universidad Católica. Detrás de él se proyecta una fotografía que tomó junto a sus compañeros de curso. Dos caballos descansan en medio de la neblina, en lo que parece una postal perfecta del Chile rural. Sólo que, en realidad, la neblina no es neblina: es humo.

Javier es uno de los aproximadamente 1.000 estudiantes chilenos que desde 2015 son parte del Observatorio Mundial de Jóvenes por el Clima, iniciativa que nació a fines de 2014 en Francia, cuando comenzaba la cuenta regresiva para la Conferencia de las Naciones Unidas, COP 21, que se celebraría en noviembre de 2015 en París.

Con el apoyo del Ministerio de Medio Ambiente francés, la Unesco y el Centro Edgar Morin, la idea era la siguiente: durante todo el año, estudiantes de los cinco continentes se organizarían dentro de sus países para crear propuestas que sirvieran de insumo a la conferencia, las que luego ellos mismos tendrían la oportunidad de discutir en París, en un evento paralelo al de la ONU. Pero el compromiso no terminaba ahí. Durante 2016, los miembros del Observatorio tendrían la responsabilidad de seguir los acuerdos, y evaluar si se estaban cumpliendo.

En total, 20 países se sumaron al pacto, entre ellos Brasil, India, China y Estados Unidos. En Chile, el proyecto quedó a cargo de Luis Flores, investigador de la Facultad de Educación de la Universidad Católica. Al alero de esa casa de estudios, y con el financiamiento del Ministerio de Educación y el programa Explora de Conicyt, 16 liceos de las regiones de Tarapacá, Valparaíso, Maule y Metropolitana fueron invitados a ser parte del Observatorio. Todos eran colegios periféricos dentro de sus comunas, con un alto índice de vulnerabilidad.

Guiados por un equipo de investigadores y siguiendo la metodología del aprendizaje basado en proyectos, los profesores comenzaron a incentivar a sus alumnos a identificar problemas concretos que estuvieran afectando a su comunidad, y que investigaran cómo estos se relacionaban con el cambio climático.

El resultado, dice Luis Flores, fue revolucionario, porque los jóvenes terminaron comprometiéndose a fondo con sus causas. “Se produce un círculo virtuoso que no siempre se genera en la formación formal de la escuela, porque los niños aprenden desde un problema que los involucra a ellos mismos y a sus familias”, explica el investigador.

De generación en generación

Antiguamente, para los habitantes de San Fernando un verano lleno de hormigas era sinónimo de un invierno lluvioso. Pero hace un par de décadas, esa predicción –junto a muchas otras creencias populares–, se dejó de cumplir.

Por eso, para los estudiantes del Liceo San Fernando –que en un 70% provienen de zonas rurales o costeras de la Región del Maule– era fundamental que su proyecto recogiera la memoria colectiva de la comunidad.

“Se produce un círculo virtuoso que no siempre se genera en la formación formal de la escuela, porque los niños aprenden desde un problema que los involucra a ellos mismos y a sus familias”, explica Luis Flores, investigador a cargo del Observatorio.

Guiados por su profesor de historia, Víctor León, lo primero que hicieron fue encuestar a dos personas de su entorno cercano. Conversando con sus padres, tíos y abuelos, se dieron cuenta de que, pese a que todos notaban que el clima había cambiado, muy pocos manejaban conceptos como “cambio climático” o “calentamiento global”. Mucho menos sabían cuáles eran las medidas para poder combatirlo.
A kilómetros de distancia, en el valle de Azapa, la situación era parecida. Los estudiantes del Liceo Agrícola José Abelardo Núñez –que son, en un 50%, extranjeros provenientes de Perú o Bolivia– se dieron cuenta de que el agua, un elemento precioso por su escasez en la región, estaba siendo utilizada de manera indiscriminada en las plantaciones de olivos, y que sus padres fumigaban los campos sin ningún tipo de control.

Mientras que en Curepto, el humo que agobiaba al pueblo se debía al uso desmedido de la leña como método de calefacción.

La conclusión en los tres liceos fue la misma: había que educar a la comunidad. Y cada uno comenzó a organizar talleres y a poner el tema en la agenda de sus localidades.

En Curepto, los jóvenes le presentaron al alcalde René Concha un proyecto para crear un centro donde se distribuyera leña seca, mucho menos contaminante que la húmeda que normalmente usan en sus casas.
En Azapa, en cambio, los jóvenes organizaron charlas de ecofumigación sustentable para sus padres, y un grupo de alumnos fue a otros colegios de la región a enseñarles a los profesores cómo hacer compostaje.
“Nos dimos cuenta que teníamos que trabajar con las generaciones que vienen después de nosotros, porque nosotros vamos a salir del colegio y los cambios tienen que seguir”, dice Ian Contreras, alumno de cuarto medio del liceo.

Uno de los sellos del Observatorio es que aborda el tema del cambio climático no sólo desde una perspectiva científica, sino como un tema de educación cívica. La idea es que los más jóvenes tienen que tomar conciencia de que existe un problema, ya que la solución pasa por cambiar hábitos que están arraigados en la sociedad.

“Tenemos la sensación de que a veces el mundo científico está muy alejado de las comunidades y de la ciudadanía en general, y desde esa perspectiva, este proyecto es distinto”, piensa el profesor Víctor León.

Talento de exportación

Imagen Acr3FE1No todos los proyectos que Chile ha presentado en el Observatorio nacieron junto con él. Por el contrario, ha servido para divulgar y hacer crecer trabajos que existían desde antes.
Por ejemplo, el cojín cargador de celulares del Liceo Antonio Hermida Fabres de Peñalolén, ubicado en la población de Lo Hermida. Antes de volverse miembros del Observatorio, los estudiantes del taller de ciencias del colegio, acompañados por su profesor Rodrigo Serrano, sentían la necesidad de darles una utilidad a las largas horas que los alumnos pasan sentados en sus escritorios durante la jornada escolar.

Así nació la idea de fabricar un cojín que, debido a los metales y a las soluciones químicas que tiene en su interior, transforma el calor en electricidad.
Aunque el proyecto ya estaba en marcha, el Observatorio los obligó a ponerlo en contexto: tuvieron que investigar cuánto contaminaba el uso de los cargadores convencionales y cuánta energía se estaba ahorrando con el método que proponían. Los resultados los han expuesto en seminarios y ferias científicas.

“El taller me ha dado la oportunidad de hacer cosas que nunca antes me había imaginado. Por ejemplo, jamás había usado un microscopio, pero ahora quiero estudiar Bioquímica”, cuenta Fernanda Gajardo, estudiante de tercero medio que se sumó este año al equipo.
En el Liceo Marítimo de Valparaíso, en cambio, las dos horas de clases de Medio Ambiente son hace casi diez años parte del currículo para todos sus alumnos. Y aunque para los profesores del colegio se había transformado en una cosa normal, el año pasado, tras participar en una conferencia online para profesores del Observatorio que se hizo en junio, les sorprendieron las reacciones que su iniciativa generaba en los educadores de otras partes del mundo.
“Todos coinciden en que lo ideal es que estos temas sean parte del currículo, porque para generar conciencia no basta con que exista un taller o que haya voluntarios. Nuestro colegio muestra que eso es posible”, dice Mercedes Muñoz, jefa de UTP del liceo.

El Observatorio ha tenido impacto en varias direcciones, y tanto los profesores como los alumnos crean, modifican, comparten y reciben propuestas que día a día trabajan en la sala de clases.

La comitiva

Aunque una de las principales motivaciones del trabajo era el viaje a la COP21, los atentados de París aguaron los planes. Como medida de seguridad, una semana antes de la conferencia las autoridades francesas decidieron que ningún menor de edad podía participar en las actividades oficiales. Los miembros de la comitiva chilena –más de 20 personas, entre estudiantes y profesores– se quedaron con los pasajes comprados y las maletas hechas. Pero sus propuestas sí fueron escuchadas: Luis Flores fue el encargado de presentarlas frente a un auditorio de 300 personas, mientras los autores del informe lo seguían desde Chile vía streaming.

Pese a la frustración, la mayoría de los liceos siguió trabajando durante el 2016, revisando y actualizando las propuestas del año pasado a partir de lo resuelto en los Acuerdos de París. Incluso se sumó un nuevo establecimiento: el Liceo Hanga Roa, de Isla de Pascua.
A mediados de septiembre representantes de varios de los colegios viajaron hasta Santiago para participar en el seminario de preparación que se realizó en el Salón de Honor de la UC, donde presentaron sus propuestas ante el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas Juan Carlos Castilla; el ministro de Energía, Máximo Pacheco, además de académicos y parlamentarios.

Se elaboraron las conclusiones que, entre el 17 y el 23 de octubre, una comitiva de cuatro estudiantes del liceo de Azapa expondrá en la reunión preparatoria del Observatorio en Toulouse, Francia. Ahí serán los encargados de representar a Chile en el debate que culminará con las propuestas que van a llegar hasta la COP22, que se va a realizar en Marruecos a fines de noviembre.
Gustavo Madrid, uno de los estudiantes de la comitiva, le toma el peso a esta responsabilidad. “La parte más bonita de esta investigación es que resuelve problemas sociales, y para eso hay que acercarse a las personas y escuchar sus problemas. Nosotros viajamos en nombre de todos ellos”.

Relacionados