Por M. Cecilia González Julio 27, 2016

Lo de Wendy Kopp (49) fue algo personal. Aunque en 1988, cuando cursaba su último año de college en la Universidad de Princeton, major en políticas públicas, se sentía –como muchos de los jóvenes de su edad–, algo perdida, sin ningún plan más allá de la graduación, de lo que estaba segura era de que la etiqueta con la que los medios llamaban a su generación, The Me Generation, era una injusticia.

No creía, como decía el lugar común de la época, que todas las personas de su edad sólo estuvieran interesadas en ellas mismas o que sus aspiraciones se limitaran a conseguir un trabajo en Wall Street. Ella, pensaba, no era así, ni tampoco sus amigos, y estaba segura de que si les daban una opción distinta no dudarían en tomarla. Pero necesitaban que esa opción existiera.

Los pedazos de lo que más tarde se convertiría en Teach for America llegaron de a poco. El primero, mucho antes de 1988, de la mano de su compañera de habitación en la universidad. A Kopp, que había crecido en Texas y toda su educación la había realizado en establecimientos de prestigio, la marcó profundamente ver cómo su amiga, una estudiante brillante del Bronx, simplemente no podía seguir el ritmo de las clases.

La segunda fue el estreno, ese mismo año, de la película Con ganas de triunfar, sobre un profesor de matemáticas de los barrios marginales de Los Ángeles que logró que sus estudiantes, sumidos en la pobreza y la violencia de las pandillas, aprendieran cálculo. Pero la idea no estuvo completa hasta que en una conferencia sobre educación varios de sus compañeros expresaron que, si les daban la posibilidad, estaban dispuestos a hacer clases.

Con esos tres elementos en mente, le pareció que la solución a su inquietud era evidente: crearía el primer cuerpo de profesores voluntarios de Estados Unidos, seleccionando a graduados promisorios de las universidades de élite, quienes enseñarían por dos años en las escuelas más vulnerables del país. Presentó el proyecto como tesis, pero sus profesores le dijeron que era imposible, que no podría reunir los $ 2.5 millones de dólares que necesitaba, ni tampoco a 500 voluntarios. Desde ese momento en adelante, su vida giraría en torno a convertir la organización que soñaba en realidad.

Hoy, Teach for America es una de las ONG dedicadas a la educación más grandes de Estados Unidos, con más de 50.000 profesionales que han pasado por sus filas, un presupuesto superior a $300 millones de dólares anuales y apoyos tan transversales como los de los presidentes George Bush y Barack Obama. Desde 2007 hasta la fecha el modelo se ha expandido por 42 países del mundo gracias a Teach for All, una red de organizaciones inspiradas en la que fundó Kopp y que ella misma dirige. Entre ellos está Enseña Chile, organización que recluta universitarios recién graduados y los prepara para enseñar en escuelas públicas, y que este año cuenta con 221 profesionales en sala, en 97 colegios vulnerables de ocho regiones del país.

—En Chile, el debate gira en torno a la desigualdad de acceso a educación de calidad. En los 27 años de Teach for America, ¿cómo ha evolucionado este tema?

—Nuestro entendimiento de la naturaleza del problema ha cambiado. Pero el hecho de que las circunstancias en que un niño nace predicen sus resultados educacionales y a partir de ello, su vida, no ha cambiado en lo más mínimo.

—¿Por qué?

—A pesar de que vivimos en una era en que un grupo de personas puede cambiar la forma en que el mundo se comunica en una sola noche con una nueva aplicación, hacer cambios profundos en educación sigue tomando mucho tiempo. Es un problema con muchas dimensiones y la solución pasa por hacer cambios en mentalidades y prácticas centenarias.

—¿Es un problema global, o cada realidad es distinta?

—Una cosa que no anticipábamos es que el problema es bastante similar en todos los países, sin importar su nivel de desarrollo. Cuando piensas en los niños más marginados de cualquier ciudad del mundo, su existencia se parece más a la de los niños más marginados de otras ciudades que a la de los más privilegiados de la suya propia. Enfrentan los mismos desafíos: pobreza, falta de acceso a un sistema de salud adecuado, falta de educación inicial, mala nutrición… y las escuelas jamás están a la altura de suplir todas esas necesidades extra. Lo positivo es que las soluciones también son compartibles, y eso hace que nos podamos mover mucho más rápido.

—En Estados Unidos, en los últimos tres años ha caído en un 35% el número de postulantes.

—Es un fenómeno mucho más grande que Teach for America. En total, el porcentaje de recién graduados que escoge trabajar en servicio social ha caído a la mitad en los últimos tres años. Debido a todos los problemas económicos que trajo para muchos la crisis subprime, hay un foco mayor en la seguridad laboral.

—¿Qué es lo que hace que un profesor sea bueno?

—Primero, que desarrollan vínculos muy fuertes con los alumnos y sus familias. Pero lo más importantes es que entienden realmente qué está en juego para los estudiantes y tienen una visión de hacia dónde quieren llegar con ellos. Estos dos factores provocan que los estudiantes tengan una misión y trabajen más duro de lo que jamás lo han hecho para alcanzarla.

—Teach for America fue concebida como una solución temporal, pero ya van cumplir tres décadas. ¿Fallaron en su propósito inicial?

—El verdadero propósito de las organizaciones de Teach for All es liberar los liderazgos colectivos para que todos los estudiantes tengan las mismas oportunidades. Cuando hayamos logrado eso, nos retiramos. Pero estamos muy lejos.

LA ASESORA

Desde que Enseña Chile se fundó en 2009, Kopp ha venido cinco veces al país para asesorar al equipo. La última visita, en mayo de este año, la realizó en un momento clave para la organización, que en 2015 se enfrentó a uno de los peores obstáculos de sus siete años de existencia. Pese a que desde un comienzo el Colegio de Profesores se ha opuesto al trabajo de Enseña Chile, alegando que sus profesores no están adecuadamente preparados, el año pasado casi consiguieron hacer que la organización desapareciera cuando, en medio de la discusión por la carrera docente, trataron de modificar el artículo 46g de la Ley General de Educación para prohibir hacer clases sin un título de pedagogía. Luego de un intenso trabajo en el parlamento lograron revertir el proyecto, dejando que titulados en otras disciplinas puedan hacer clases por hasta tres años.

—En Chile, un obstáculo es lograr los mejores alumnos se interesen en estudiar pedagogía.

—Las comunidades con los avances más significativos en este tema no están haciendo una cosa distinta, sino que muchas: reclutan de manera agresiva a los mejores candidatos, los seleccionan a través de un proceso riguroso, y están cambiando la forma en que los profesores son compensados, pagándoles más y más temprano. Pero para esto, es necesario invertir cerca de las escuelas. Es difícil hacerlo a nivel nacional, porque necesitamos liderazgos fuertes en las comunidades.

—El otro eje de la discusión ha sido el lucro en educación. ¿Es legítimo?

—Es completamente contextual. En África hemos apoyado a emprendedores que proveen educación con fines lucro y el impacto ha sido realmente enorme. En países así de subdesarrollados no lo habríamos logrado de otra forma. Pero en Estados Unidos he visto proveedores que existen por motivos muy distintos a entregar educación de calidad, así que entiendo el miedo que hay en Chile.

—¿La solución es más control del Estado?

—Llevamos tanto tiempo esperando que sean los gobiernos los que se encarguen de cuidar a nuestros niños que el resultado ha sido un laberinto de requisitos y regulaciones que han desempoderado a los educadores. Los gobiernos más exitosos son los que se están trabajando con todos los actores que están disponibles, públicos, privados, con o sin fines de lucro.

—¿Quién, en ese esquema, evalúa a los profesores?

—Deberíamos dejar a los directores seleccionar y evaluar a sus profesores. Si queremos que los colegios sean capaces de rendir cuentas, tenemos que empoderar a sus líderes para que sean capaces de hacer lo que tengan que hacer para alcanzar la excelencia.

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