Por Consuelo Ferrer Mayo 23, 2016

Francisco Lermanda era un niño inquieto. Por eso, a los 12 años, su abuelo pensó que sería una buena lección que entrara a trabajar con los bomberos. Que así aprendería y, a la vez, ayudaría a su familia -calmándose- y al resto -apagando incendios-. Hoy, tres décadas después, es el coordinador de Topos en Chile y para Latinoamérica.

Ahora viene llegando de Ecuador, donde fueron a ayudar en el rescate posterior al terremoto. Está coordinando los siguientes movimientos para dar con Kurt Martinson y además busca a Marcos Roldán, un argentino desaparecido en Cochiguaz hace tres años; a Álvaro Plaza, un bombero caído en el aluvión del norte; y a José Vergara, un joven que fue detenido por carabineros hace ocho meses en Alto Hospicio y liberado en el desierto. Como patrulla, están acostumbrados a ser la última esperanza.

¿Qué es lo que los diferencia de las demás patrullas de búsqueda y rescate?

Todos nosotros sentimos un tremendo compromiso social y una gran empatía asociada al dolor de la gente, de la mamá que tiene perdido un hijo. Eso es lo que finalmente nos mueve. Yo me dediqué por entero a esto, que requiere mucho tiempo y un gasto de plata importante, una dedicación especial. Y tampoco tenemos problemas en gastar nuestro dinero. Hay algunos que se gastan la plata en casinos, otros toman, otros gastan una millonada en fumar y salir: yo dedico esa plata al rescate.

¿Y cuál es el criterio para que un rescatista se convierta en un topo?

Nosotros nunca hemos buscado súper rescatistas. Yo prefiero entrenar a una buena persona, que tenga valores y la capacidad de trabajar en equipo, y después convertirla en rescatista. La base fundamental de nuestro equipo es la empatía con la víctima. Eso no es una frase cliché para nosotros, para escribir bonita en un papel: es nuestra forma de desarrollar de manera humana y profesional la actividad del rescate. Es nuestra carta fundamental. También tenemos un denominador común: estamos todos locos.

¿Cuál es esa locura?

Hay que estar loco para meterse a una mina de 400 metros oscuros de profundidad, para pasar pascua y año nuevo en una misión, tu cumpleaños lejos de tu familia, dieciochos de septiembre fuera del país o dejar botado el cumpleaños de tu propio hijo. Y que, a pesar de eso, tu hijo no quiera ser batman ni spiderman ni súperman, sino rescatista como su papá, eso es tremendamente satisfactorio. Y lo que te potencia es eso: el abrazo de tu hijo a la salida del aeropuerto.

-Cuando pasa algún desastre natural, de inmediato piensas en...

¿...En salir? Es automático y nos pasa a todos. Tenemos un grupo de whatsapp y cuando hay un terremoto en cualquier parte empiezan a llegar mensajes: disponible, disponible. Yo tomo el teléfono y de inmediato sé con cuánta gente cuento, y todos tenemos nuestra mochila lista. Yo no tengo para qué ordenar mis cosas en mi casa: tomo mi mochila y sé que con ella puedo sobrevivir treinta días en cualquier parte del mundo. Estamos preparados para eso, es lo que hacemos. Somos profesionales del tema.

Hasta la fecha han realizado dos cursos de capacitación en Concepción con una alta convocatoria, y ahora preparan un tercero. ¿A qué atribuyen ustedes el interés de la comunidad?

La primera vez recibimos seiscientas solicitudes y sólo podíamos entregar 150 cupos. Había un presidente de una junta de vecinos, una mujer que era educadora de párvulos, incluso una sobreviviente del Alto Río. Todos los cupos se llenan, incluso llegan personas a la lista de espera. Yo creo que se relaciona con que cuando miras a quién tienes al lado en un terremoto, nunca tienes a un rescatista, carabinero o bombero. Tú tienes a tu hermano, a tu familia, a tu papá, a tu pololo, a tu vecino, a tu amigo, incluso a algunos desconocidos. Toda persona debe aprender de rescate y aprender, más que lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer.

¿Todavía en Chile las personas no saben reaccionar ante un sismo?

Pero no necesariamente es culpa de ellos. Regularmente los letreros de evacuación dicen: "En caso de terremoto prefiera las escaleras", y eso es un verdadero suicidio para la gente. Nosotros el 90% de las víctimas que hemos encontrado en edificios las sacamos de las cajas de escala. Son verdaderas trampas mortales para la gente. La escalera se convierte en un acordeón, y todo lo que pille entremedio lo mata. No hay que evacuar: lo que hay que hacer es esperar a que el sismo termine y salir cuando alguien entendido en el tema lo pida. Nunca hay que dejar un departamento, menos cuando está temblando, e incluso después de terminado el temblor.

¿No les da impotencia que estén tan difundidas cosas que al parecer son así de riesgosas?

Absolutamente. En el colegio a los niños les dicen que se tienen que parar de su mesa y salir de forma ordenada caminando hacia el patio. Muchos de los accidentes y las lesiones que se provocan en los colegios después de un terremoto son por proyección de cosas: revientan vidrios, vienen cosas del techo, se caen los cables, las cornisas. Los niños deben replegarse: meterse debajo de su mesa, en posición fetal y con las manos en su nuca hasta que termine el temblor y alguien capacitado les diga que pueden salir. La evacuación no es lo óptimo.

¿Y qué vendría siendo lo óptimo para la ciudadanía en un país como este?

Mira, yo pasé el 8,4 de septiembre en Salamanca, que fue casi el epicentro, y lo pasé con mi hijo. Él ya está entrenado en el tema. Tiene ocho años y es el delegado de seguridad de su curso, y fue el primero que mantuvo la tranquilidad. Nunca lloró ni gritó que nos íbamos a morir. Tiene una cultura asociada al control de las emergencias y no porque yo lo tenga robotizado para eso. Él es proactivo: se preocupa de la cañería del gas, de que no se prendan velas para no generar un incendio. Ese es el cambio que buscamos generar nosotros: que la gente entienda que vivimos en el país más sísmico del mundo y que tenemos que tener una cultura preventiva.

Lo que dices contrasta completamente con el protocolo de seguridad difundido en el país como oficial. ¿Lo que hacen ustedes no va en contra de las reglas?

En Chile hay poco entrenamiento y poco conocimiento del tema. Algunas cosas que a nosotros nos parecen completamente evidentes, a otras personas les parecen increíbles. Lo que priorizamos es la vida y uno de nuestros lemas es que nadie va a estar muerto hasta que lo encontremos. Por eso las normas pasan a segundo plano para nosotros. La norma Insarag dice que después de 72 horas es muy baja la probabilidad de vida de una persona atrapada dentro un edificio, y regularmente después de ese tiempo ordenan la intromisión de máquinas retroexcavadoras y tractores. Cómo se explica entonces que nuestra patrulla haya sacado 14 personas vivas en Haití, la última después de 28 días. Dónde está la norma ahí.

¿Cómo lo explicas tú?

Lo que pasa es que las necesidades fisiológicas de un haitiano son totalmente distintas a las de un europeo. A un haitiano lo metes en un edificio en Alaska y a las 24 horas lo tienes muerto, y si tienes un suizo y lo pones en Haití, probablemente también se va a morir a las 12 horas. Las necesidades fisiológicas no están dictadas por una línea transversal que cruza la vida de todas las personas.

¿Y el sistema oficial de búsqueda y rescate en Chile cómo funciona?

Regularmente nos encontramos con mucha desorganización. Preguntamos si buscaron en cierta parte y nos dicen que sí, pero no saben quién, ni cuándo, ni qué encontraron. Acá, a nosotros, el "parece" no nos sirve. Nosotros generamos una base de datos. Hoy, después de un mes de búsqueda organizada, yo me puedo parar frente a San Pedro de Atacama y puedo decir objetivamente qué patrulla buscó en cada sector, en qué horario y qué encontraron. Y todavía seguimos buscando. Estamos cubriendo todas las zonas y es por eso que lo decimos con mucha vehemencia: si Kurt Martinson está ahí, lo vamos a encontrar.

Además de este caso, hace un par de meses buscaron –y encontraron– a Manuel Ferrada, el funcionario de la PDI que estaba desaparecido.

Más que hacer un rescate de vivos, nuestra especialidad es buscar gente, y regularmente es la gente que ya no se busca. Siempre llegamos a buscar donde otros ya se rindieron. Hemos visto que, en algunos casos, nos llaman para justificarse. Cuando una persona no está, llaman a los topos porque después de nosotros no viene nadie más. Tienden a pensar que si nosotros, que somos un grupo reconocido de rescatistas en el mundo, no lo encontramos, entonces es porque no está. Y normalmente lo encontramos.

Y cuando han tenido que sumarse al aparato de rescate chileno, ¿cómo ha sido?

Tengo que hacer una crítica  y es a la Onemi. En septiembre del año pasado les mandamos un correo para poder ir y participar del rescate en Tongoy, y todavía estamos esperando la respuesta. Así ha pasado en todas las emergencias. Una de las cosas que a mí me inquieta es que después de haber estado casi un mes trabajando en Alto del Carmen, donde había 27 desaparecidos, haya aparecido alguien de la Onemi y me dijera: "¿Y ustedes estaban aquí?". Si ellos no sabían que estábamos ahí, ¿a quiénes tenían para buscar a la gente?

A pesar de eso ustedes no están certificados oficialmente dentro del país, ¿cómo manejan eso?

Nuestros pares nos miran con un poco de escepticismo, aunque sentimos que operacionalmente a la gente eso no importa. A ti te importaría súper poco, si alguien saca a tu mamá de entre los escombros, si está certificado o no. Esa es la visión que tenemos nosotros. Los topos nacen por una necesidad del pueblo y fueron bautizados por él, haciendo la analogía con el animalito que hacía hoyos. En el terremoto de 1985 en Ciudad de México los sistemas de emergencia colapsaron, y nadie podía sacar a hijos, papás ni mamás, y fueron los mismos vecinos los que se juntaron. Usando chuzos y palas, con mucho más cariño y romanticismo que técnica y profesionalismo, lograron hacer rescates y empezaron a tener resultados.

¿Ustedes se sienten herederos de esa responsabilidad?

Es la necesidad que tiene el pueblo de poder acceder a un grupo profesional y efectivo, eso es lo que le importa a la gente. A mí encontrar un cadáver, a estas alturas, no me genera impresión: me genera respeto, porque estamos directamente conectados a esa persona y su familia. Detrás de ellos hay un dolor, una tragedia que nosotros vinimos a mitigar. Ya lo más malo pasó, de ahí en adelante hay que empezar a recuperar. Ésa es la labor que tenemos nosotros.

Relacionados