Por Paula Molina // Foto: Marcelo Segura Enero 22, 2016

Yo veo que Chile hoy se está haciendo las grandes preguntas sobre la justicia, la desigualdad, acerca de qué significa ser ciudadano. Eso no pasa habitualmente en la historia de los países y me parece inspirador”. Lo dice Michael Sandel, uno de los principales filósofos políticos vivos, veterano y reconocido académico de la Universidad de Harvard, donde su curso, titulado simplemente Justicia, se ha convertido en una especie de rito al que han peregrinado por años estudiantes de distintas partes del mundo, convocados por una pregunta simple y provocativa: ¿Cómo hacer lo correcto?

Sandel recibe a Qué Pasa en Santiago, a donde llegó tras una breve visita a la Antártica, para dar la charla magistral en la inauguración del Congreso del Futuro. Sorprendió con su mirada crítica a las influencias en Chile de las ideas de Milton Friedman y su admiración por los actuales debates para reformar la educación, los impuestos y la Constitución.

—He estado siguiendo a Chile en los últimos años y creo que este es un momento especial. Parece ser un tiempo de energía cívica, de despertar incluso.

—¿Y cómo cree que se generó este “despertar” que ve en Chile?
—Chile ha disfrutado del crecimiento económico y la prosperidad, ha sido un caso de prosperidad económica de América Latina. Cuando los países disfrutan de cierto nivel de éxito económico, empiezan a plantearse preguntas más profundas sobre su forma de vida, sobre la democracia y sobre cómo lidiar con los problemas que las economías de mercado crean, como la desigualdad, y la erosión de los lazos sociales. Así es como yo veo el debate chileno hoy, como un intento por profundizar la democracia.

—Hay quienes plantean que este modelo fue el que generó el crecimiento en Chile y se preguntan por qué cambiarlo.
—Es una pregunta justa y razonable. Una forma de enfrentarla es dibujando una distinción entre tener una economía de mercado y convertirse en una sociedad de mercado. En años recientes, en Estados Unidos, en Chile y en muchos países capitalistas democráticos pasamos de la una a la otra. La economía de mercado es una herramienta valiosa y efectiva para organizar la economía productiva. Pero una sociedad de mercado es diferente. Es un lugar donde casi todo está a la venta, donde los valores del mercado dominan todos los aspectos de la vida. Y ahí es cuando se vuelve dañina.

—En el debate por la reforma educacional hubo quienes defendieron que los padres tenían derecho a contribuir a la educación de sus hijos, que el Estado no les podía quitar esa opción. ¿Qué piensa, desde el punto de vista de su idea de justicia, sobre eso?
—Es un dilema difícil que también se plantea en Estados Unidos y que no tiene una respuesta fácil. Piensa en un sistema donde el Estado provee una cierta cantidad de dinero para cada estudiante, y donde las familias luego pueden pagar más para mejorar la educación de sus hijos. El peligro de esos sistemas es que van a privar a las escuelas públicas de los recursos que necesitan. Y la educación pública es esencial a un sistema democrático. Es la forma en que creamos no sólo oportunidades, sino también ciudadanos democráticos. Cualquier sistema que usemos tiene que permitir que las escuelas públicas gratuitas sean fuertes, sean buenas y no lugares donde sólo van los más pobres.

"Cuando los mercados deciden estos temas por nosotros, lo que hacen es entregar un atajo a lo que debería ser decidido a través de la deliberación democrática. Creo que tenemos que superar nuestra resistencia a debatir los grandes temas éticos en el ámbito público"

—¿Cómo afecta al sistema que quienes puedan vayan a colegios más caros?
—Es un equilibrio difícil. No importaría que los hijos de las familias más ricas fueran a escuelas que están más allá del alcance de los demás, si eso no tuviera un efecto en las escuelas públicas. Pero cuando permites que el dinero determine quiénes acceden a los mejores colegios, la educación pública se vuelve el lugar al que sólo van los pobres. Creo que cualquier solución que se adopte en estas materias tiene que prevenir que la educación pública quede restringida a los más pobres.

—Y eso no sólo para beneficiar a los más pobres…
—No, porque el punto de la educación pública no es sólo que todos tengan acceso a la educación, también es mezclar estudiantes de distinto origen, para que aprendan los unos de los otros.

—¿Existe otra instancia donde se pueda generar esa cohesión social?
—La educación pública es la más poderosa, pero no es la única. También lo son los espacios públicos, los lugares comunes, los parques, las áreas de recreación, la salud, el transporte, las instituciones culturales, las bibliotecas, los festivales y eventos públicos: todas ellas son formas de reunir a gente de distintas clases.

—¿Qué pasa cuando esos espacios se privatizan?
—Hay un peligro. Cuando nos convertimos en sociedades de mercado, esos espacios y lugares comunes se empiezan a vaciar, porque a medida que la gente tiene dinero, “compra” la forma de salir de ellos.

—Quizás la lógica es que el crecimiento económico en algún momento va a permitir que todos tengan acceso a esos mejores lugares privados.
—No creo que sea posible privatizar todas las cosas buenas de la vida, y luego esperar que todos los que integramos la sociedad tengamos dinero suficiente para disfrutar de esos bienes. No existe sociedad en la historia del mundo que yo conozca que haya tenido éxito en un proyecto similar. Lo que me hace pensar que necesitamos preocuparnos todos de la necesidad de tener espacios comunes, espacios compartidos de ejercicio democrático y ciudadano. Lugares que sean públicos y que sean suficientemente buenos y atractivos para que los ricos y los pobres quieran ser parte de ellos: ese es el desafío.

—¿Qué país ha logrado ese equilibrio?
—A lo largo de la historia de Estados Unidos hemos tenido mejores y peores momentos. En uno de esos períodos de mucho activismo y creatividad ciudadana se generaron dos movimientos: el movimiento por las escuelas comunes, en los años 1830-1850, cuando la idea de la educación pública se inventó y fue defendida no sólo para dar oportunidades a los pobres, sino como una forma de reunir a las personas, incluyendo a los inmigrantes, cruzando las diferencias. Que estudiaran y aprendieran juntos permitió crear una identidad ciudadana común. Hoy las escuelas públicas no están lejos de ser perfectas, y muchas son pobres, están segregadas. No estuvimos a la altura de nuestra propia idea.

—¿Otro ejemplo?
—La era progresista. A principios del siglo XX, cuando se crea el Central Park en Nueva York, existía un movimiento por los parques públicos. Piensa en los parques: son un lujo, son una forma de recreación. Pero durante la era progresista la gente abogó por los parques, no sólo para recrearse, sino por el beneficio de permitir que los ricos y los pobres compartieran un espacio abierto, que crearía un sentido democrático común.

—El mismo Estados Unidos que construyó el Central Park nos dio las ideas de Friedman. ¿Por qué se volvieron tan relevantes en Chile?
—Bueno, parte del atractivo de las ideas sobre el libre mercado de la Escuela de Economía de Chicago es que parece ser un sistema que genera resultados. Parece que genera prosperidad y riqueza. Y hasta cierto punto es verdad. La pregunta que sigue es ¿cómo prevenimos que ese sistema inunde todas las demás áreas de nuestra vida? Pero hay una segunda razón por la cual la idea del laissez-faire es tan atractiva. Es porque el mercado parece ser una forma neutral de resolver cuestiones controvertidas, sobre cómo distribuir los bienes, qué es una sociedad justa, qué bienes deberían ser públicos. Como los mercados pretenden ser formas neutrales de tomar decisiones, nos entregan un cierto tipo de libertad. Porque si todo eso fuera verdad —y en último término, no lo es— el mercado nos liberaría de enfrentar los difíciles desafíos ciudadanos de debatir, discutir y conversar entre nosotros y tratar de persuadirnos los unos a los otros respecto a qué vamos a entender por justicia, cuáles van a ser los bienes públicos o cómo vamos a valorar los bienes en nuestra sociedad.

—Preferimos evitar el debate, dejar que decida el mercado.
—Tendemos a evitar el debate de los grandes temas éticos en la política, porque sabemos que tenemos ideas distintas, que es difícil, que es controversial y porque queremos evitar el conflicto. Quizás incluso nos preocupa que la mayoría imponga a la minoría sus valores. El mercado “pareciera” entregarnos una forma alternativa de decidir estas materias.

—Pero usted cree que es un error, una apariencia.
—Es un error, porque los mercados no son neutrales. Cuando los mercados deciden estos temas por nosotros, lo que hacen es entregar un atajo a lo que debería ser decidido a través de la deliberación democrática. Creo que tenemos que superar nuestra resistencia a debatir los grandes temas éticos en el ámbito público.

—Tenemos que hacer el trabajo.
—Tenemos que dejar de “externalizar” al mercado nuestros juicios morales.

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