Por Javier Rodríguez Noviembre 26, 2015

“O el asilo contra la opresión. O el asilo contra la opresión. O el asilo contra la opresión…Vuestros nombres, valientes soldados, que habéis sido el sostén, nuestros pechos los llevan grabados…”. Son las dos de la tarde y la ceremonia está terminando. Ya fue la liturgia del sacerdote Jaime Herrera y Gonzalo Rojas, el historiador, ya leyó su discurso Augusto Pinochet Ugarte: tres decisiones fundamentales para la historia de Chile.

En los asientos de más adelante, se empieza a formar una cola. Los fotógrafos se amontonan alrededor y se arma un pequeño tumulto. Es la gente que espera para saludar a Lucía Hiriart -cuya asistencia al evento estuvo en duda hasta el último minuto dado su delicado estado de salud y avanzada edad (92)-, y a tres de sus hijos: Marco Antonio, Verónica y Jacqueline Pinochet.

- Señora Lucía, ¿le puedo hacer un par de preguntas?

La viuda de Pinochet levanta la vista y hace un gesto con la cabeza indicando que prefiere que no le pregunten nada.

- Pero, ¿qué le parece toda esta gente en su casa, en la celebración del cumpleaños de su marido?

- Bueno, es muy emocionante que toda esta gente esté presente. Me hace pensar que aún quedan chilenos que son fieles, leales, y que es necesario que Dios ayude a nuestra patria.

- ¿Encuentra que el país está pasando por un mal momento?

En eso, aparece una mujer de unos 50 años, pelo negro y 1,60 mts de estatura que termina la entrevista con una mirada poco amistosa.

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A las 9 de la mañana comenzó a llegar la gente a la Municipalidad de Vitacura, el lugar acordado para tomar los buses que llevarán a los adherentes al homenaje a realizarse en la parcela que la familia Pinochet tiene en Los Boldos, Región de Valparaíso.

“¡Chi chi chi, le le le, viva Chile y Pinochet!”. El grito de barra es organizado por una señora que aparenta unos 70 años, ocupa unos grandes anteojos de sol Gucci y viste un traje de dos piezas rosado. Mientras los siete buses TurBus reservados por la Fundación Pinochet -encargada del evento- se estacionan, los presentes pasan el tiempo recordando frases célebres de su ídolo y haciendo bromas sobre los comunistas. Renán Ballas es un militar en retiro que se presenta como “capitán díscolo y rebelde, pero nunca maricón”. Se pasea por el estacionamiento de la municipalidad pidiendo a los invitados que lean la columna de Gonzalo Rojas en El Mercurio.

Los buses parten. Adentro se reparten bolsitas de colación consistentes en un jugo en caja, un paquete de papas fritas y otro de galletas de mantequilla.

Aniversario-Pinochet

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Al llegar a la arbolada entrada del recinto, se forma un taco. Periodistas de distintos medios se agolpan para tomar las primeras impresiones de los invitados. Uno del séptimo bus les grita: “¡Vinimos a celebrar al libertador de la patria, a quien nos curó del cáncer marxista!”. El bus avanza lentamente y sigue derecho por el paseo don Augusto, pasando por el camino doña Lucía, por el que se sigue para llegar a la casa familiar.

El cumpleaños se celebra en una carpa blanca frente a la capilla donde están guardadas las cenizas del presidente de la Junta Militar. Adelante, frente a la familia, el sacerdote Jaime Herrera comienza la liturgia, en la que honra al que dice es “el soldado con más años de servicio del mundo, que fue secuestrado en tierra extranjera”, refiriéndose a la detención de Pinochet en Londres.

Mientras Herrera enumera los logros del fallecido cumpleañero –lograr la mediación papal para evitar la guerra con Argentina, el repunte económico de Chile, haber estado siempre encomendado a la Virgen María, según sus palabras- llega Cristián Labbé, el único representante “político”. Tampoco hay uniformados. Las señoras que antes cantaban proclamas y luego escuchaban atentas la misa, se lanzan sobre el ex alcalde para saludarlo. Pucha que lo echamos de menos, mi coronel. Usted será siempre mi alcalde. Duro nomás con la Josefa, oiga. Vuelva, por favor se lo pido. El ex edil UDI se saca fotos con todos, le indica los asientos disponibles a las ancianas, responde que desde que salió del sillón de Providencia que está en campaña para volver.

La misa sigue. Ahora Herrera las emprende contra el comunismo. “Cuando era niño, tenía 9 años. Durante la presidencia de mi general, los letreros decían 'no pisar el pasto'. Antes de que él llegara, sabemos que los letreros decían 'por favor, no comer el pasto'”, dice. La audiencia ríe a carcajadas. Invita a los presentes a darse la paz y luego termina invitándolos a todos a verse en 100 años más, ojalá celebrando la misma misa en la catedral de Santiago.

Arriba un drone sobrevuela el terreno, intentando tomar imágenes para un medio de comunicación, emitiendo un sonido similar al que hacen los mosquitos. A los presentes al parecer, por su cara de fastidio, les molestan tanto como los zancudos.

Ahora viene el turno de Gonzalo Rojas Sánchez, autor de Chile escoge la Libertad. La presidencia de Augusto Pinochet Ugarte, quien asoma al escenario acompañado de un estruendoso aplauso. Desde los asientos lo mira Hermógenes Pérez de Arce, quien en otra época asumió el mismo rol que hoy el profesor de Derecho PUC, y numerario del Opus Dei, desarrolla defendiendo a Pinochet.

El discurso de Rojas tiene por nombre Augusto Pinochet Ugarte: tres decisiones fundamentales para la historia de Chile y se explaya largamente en el desarrollo de su carrera. Cuenta cuando era un veinteañero que hizo puerta a puerta para convencer a los chilenos de aceptar la constitución que el régimen les ofrecía. “A diferencia de lo que quieren hacer hoy: cambiarla mal y pronto”, afirma. Luego repasa la salida “solemne” de Pinochet del cargo, manchada por las “absurdas peticiones de la Concertación, como no dejar que se tocara el himno cuando entró el presidente Pinochet al Congreso”.

Termina su lectura, y pide un aplauso para “la señora Lucía, por recibirnos en su casa”. De inmediato, los asistentes se dan vuelta para cantar el himno mientras se inaugura el flamante regalo de la fundación Pinochet a la familia: un mástil de 20 metros, en el que se comienza a izar la bandera nacional.

Cristián Labbé mira la escena, mientras las señoras siguen acercándose para pedirle selfies.

- ¿Siente que los adherentes de Pinochet, que hoy están en política, le han dado la espalda?

- Ese no es el factor a evaluar. Aquí lo que hay que evaluar es el hecho de poder hacer un recordatorio del general de una manera muy sobria, muy familiar, muy prudente, muy en el estilo de lo que queremos para este país: un país unitario, unido, pacificado. Eso es lo que hay que destacar. Hay que buscar las cosas positivas. Son tantas las cosas que nos unen y tan pocas las que nos separan.

- ¿Está con un discurso de unidad?

- Pero siempre. Lo que pasa es que la tolerancia ha sido bastante mezquina con el sector que representamos. Hoy día hay una sola verdad, solo una versión de la historia, y no hay una humildad para reconocer los momentos que vivió el país en las condiciones que estaban dadas. Por eso hay que entregarse y tener fe en que Chile puede unirse. Cada uno con su conciencia, cada uno con su historia, cada uno con sus responsabilidades.

La fila para saludar a la viuda de Pinochet va creciendo, y las bandejas con pancitos y canapés comienzan a llegar. Luego de un rato, cuando ya no queda nada que comer, los buses comienzan a ocuparse. Adentro una mujer de unos 60 años, pelo rubio corto, y chaqueta del mismo color, le reclama a una amiga por haberla cortado de la foto que le sacó con Gonzalo Rojas. Pero se le olvida rápido: tiene que organizar la comida que tendrá junto a sus compañeras del Partido Orden Republicana Por mi Patria, que el nieto del homenajeado, Augusto Pinochet Molina, busca formar, en el restaurant alemán Lili Marleen.

El bus parte de vuelta a Santiago y la encargada de pasar la lista, una joven estudiante universitaria becada por la Fundación, comienza a repartir nuevamente las colaciones.

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