Por Sabine Drysdale Noviembre 27, 2015

Agosto de 2015. Mediodía. Penitenciaría de Santiago. El olor es punzante, a comida. Un gendarme lo llama por altoparlante. Matías Bravo (25), moreno, crespo, chaqueta roja deportiva, aparece entre los gritos de los internos, camina hacia una sala de murallas sucias y muebles en ruinas, se sienta. “Ya llevo más de dos años acá adentro, entonces me lo he planteado muchas veces. ¿Si es que me arrepiento de haber sido profe? Pude haber repetido un ramo y atrasarme un semestre; por qué no carreteé...”.

El profesor de Educación Física fue condenado a cinco años y un día por abusar sexualmente de S., un alumno de prekínder, cuando hacía su práctica profesional en el Dunalastair. Nunca más podrá trabajar con menores; su nombre quedó estampado en el registro de pedófilos.

VIDAS PARALELAS

Marzo de 2012: S., de cuatro años, entra a prekínder. Más tarde, V., su madre, declara ante la Fiscalía que a las pocas semanas empezó a mostrar rechazo para ir al colegio. M., la nana, declaró ante la PDI que el niño, que partió siendo “tierno, tranquilo y amoroso”, comenzó a cambiar en los meses de abril y mayo de 2012. Que se puso agresivo y con conductas sexualizadas. Que le mostraba los genitales, que se ponía la ropa interior de su hermana, que le dijo a ella en una ocasión: “Tócame el pilín”. Que ella alertó de todo esto a la madre, pero la madre pensó que era algo natural para la edad.

En el colegio también se preocuparon. Las profesoras advirtieron que no se concentraba y era distraído. Fue visto por sicólogos, fonoaudiólogos, psicopedagogos y le contrataron una profesora particular. Pero los padres le tomaron el peso a estos cambios varios meses más tarde, el domingo 21 de octubre, cuando en un almuerzo familiar lo sorprendieron sacándose fotos desnudo con sus primos. Al día siguiente, la madre fue a hablar al colegio y S. se quedó en casa.

Había razones para que V. estuviese alarmada: el 10 de octubre el rector había enviado una circular informando que había un presunto caso al interior del colegio. Y ya habían estallado en la prensa los casos Cumbres, Apoquindo, Hijitus de la Aurora, Colegio Alemán, Mater Purissima, Osito Panda, Sunflowers Garden, Colegio Latinoamericano de Integración, Colegio Mariano de Schoenstatt, y luego vendría el Altamira. Detrás de todos estos casos —salvo el Apoquindo— estaba el mismo abogado querellante: Mario Schilling, tío de S.

En el texto, Schilling reitera que las conductas sospechosas comenzaron en marzo (cuando Bravo aún no entraba a trabajar al colegio). Toma las frases textuales que la profesora escribió en los dibujos de S., pero les modifica el nombre. Donde decía “Míster Andrés”, Schilling escribe “Míster Matías”.

Schilling era entonces apoderado del Dunalastair y antes lo había sido del Hijitus, donde hizo a sus propios hijos declarar como víctimas de abuso, testimonios que fueron desechados y el imputado, el profesor de computación, absuelto tras pasar un año y medio en prisión. Schilling, con un perfil de “experto en abusos”, sembraba pánico a través de la prensa y las redes sociales. Tuiteó: “Madres de niños del Dunalastair revisen sintomatología de abuso sexual en sus niños por favor. RT”. También invitó a los apoderados a una charla en el Estadio Palestino, donde se ofreció como abogado para querellarse en masa, lo mismo que había hecho en el Hijitus, donde consiguió 77 clientes.

Ese lunes que S. faltó al colegio, la nana lo hizo dibujar. Trazó una figura humana y le rayó la cara. Dijo que era el profesor de gimnasia y que era malo. “Es míster Andrés”, dice. La madre se inquieta y le pide a R., la profesora particular, que indague más. Con ella hizo nuevos dibujos: una figura humana con cilindros amarillos. S. dijo y ella escribió: “Míster Andrés comiendo bananas. Le gusta sacarle fotos a su pirula. Le tocaba la pirula y decía tócala otra vez. Si contaba perdía el turno de quedarme con la mamá o el papá. Era un secreto”. Dibujó una figura humana con el cuerpo redondo: “Miss Magdalena. Está enojada porque no le gusta que juegue con míster Andrés. Me decía, no, no juegues a la pirula. Yo le decía que era sólo un rato”.

La segunda práctica

En marzo de 2012, Matías Bravo empezaba el último año de Pedagogía en Educación Física en la Universidad Andrés Bello. Tuvo un primer semestre intenso, siete ramos y una práctica en el Club Providencia. El 30 de julio, entró a hacer una segunda práctica en el Dunalastair. Había llegado recomendado por Jaime Fillol, el jefe de carrera. “Era un buen modelo de profesor: no reprobó ningún curso, no era conflictivo, le gustaba el deporte”, dice Fillol. Las primeras dos semanas fueron sólo de observación y luego trabajó 45 minutos diarios en el patio central del colegio, bajo la supervisión de la profesora titular, con un grupo en el que participaba S. Aunque —y esto fue clave para su condena— hubo unos días, cuando practicaban los bailes patrios, que Bravo se quedó a cargo. “Nunca estaba solo, estaba todo el staff de deportes en el mismo patio practicando”, dice Bravo.

El ambiente en el Dunalastair de súbito se ensombreció. “Vi que mi profe guía estaba llorando en la sala de deportes. Me impactó. Mis compañeros de la práctica me dijeron que habían acusado a un profesor de abuso. Estábamos en el patio, mirándonos las caras, preocupados, pensando cuándo pasó eso”, dice Bravo. Al regreso de vacaciones de septiembre, los sacaron del preescolar y los trasladaron a la básica, hasta que la universidad dio la práctica por terminada el 20 de octubre. Bravo alcanzó a trabajar 20 días con el grupo de S.. Su práctica recibió nota siete y el comentario “Alumno con gran vocación pedagógica, empático y acogedor”.

LA IDENTIDAD CONFUSA

El martes 22 de octubre, al día siguiente de haber hecho los dibujos, los padres le pasaron a la profesora particular un iPad con fotos de las actividades de fiestas patrias, para que S. identificara al agresor. “Se detuvo en una, en que indicó que era Míster Andrés, y luego en otra había un hombre en segundo plano, a quien también indicó como Míster Andrés”, declaró la profesora ante la Fiscalía en diciembre de 2012.

Sin embargo, tres meses después, agregó detalles distintos: que hay un joven con buzo azul al que identificó como míster Andrés, pero le dijo que con él no había jugado a la pirula. Agrandó con sus dedos el rostro difuso de la persona en segundo plano, de buzo negro, y acusa a ese. “Mi impresión es que S. identifica físicamente al sujeto que le hizo esto, aunque lo haya llamado Andrés. Ignoro si el sujeto se cambiaba el nombre porque cuando hablé con los padres, me dijeron que ese sujeto de buzo negro era Matías”, declaró. Sin embargo S. no dio el nombre de “Míster Matías”, sino hasta una semana después. Entonces, la madre le preguntó: ¿por qué tienes esa confusión?

Míster Andrés es profesor de Educación Física y nunca le hizo clases a S. Qué Pasa tuvo acceso a retratos de él y de Bravo de esa época y tienen un gran parecido físico. La forma de la cara ovalada, la tez oscura, el pelo negro con rulos.

El 29 de octubre de 2012, Mario Schilling presenta una querella en favor de su sobrino y en contra de míster Matías “por los delitos de violación impropia, abuso sexual infantil reiterado y producción de material pornográfico”. En el texto, Schilling reitera que las conductas sospechosas comenzaron en marzo (cuando Bravo aún no entraba a trabajar al colegio), y se toma ciertas libertades para sustentar la acusación: toma las frases textuales que la profesora particular escribió en los dibujos de S., pero les modifica el nombre. Donde decía “Míster Andrés”, Schilling escribe “Míster Matías”.

Tras la querella, S. declara por primera vez ante la Fiscalía y da nuevos detalles. Dice: “La pirula era de este color claro, así (y muestra una tiza de color damasco). Yo le daba besos en la pirula. Yo le mordía para que le salga sangre. La Miss Marda me vio y dijo: basta, que no juegues más a ese juego”.
Matías Bravo no se enteró de que había una querella en su contra hasta seis meses después de la denuncia, cuando fue detenido y formalizado. Sin sospechar en lo que estaba envuelto, se había titulado, trabajaba en el Estadio Israelita, ahorraba para comprarse un departamento y empezaba a salir con una joven.

La defensa contactó al profesor alemán Günter Köhnken, inventor del método de análisis de credibilidad de testimonio que usó la parte querellante, para una metapericia. Su informe fue lapidario. A petición de los querellantes, la metapericia fue rechazada como prueba por el tribunal.

Mientras tanto, el Ministerio Público le había encargado a Rossana Grez las pericias sicológicas de credibilidad del testimonio; ante la ausencia de testigos de los abusos, las revelaciones de S. son la principal prueba en el juicio. Los querellantes enviaron a su propio perito, Patricia Condemarín, como oyente a una de las entrevistas y accedió a los videos de las otras dos.

Ese privilegio no lo tuvo la defensa, que denuncia que tampoco accedió a los videos y sólo le fueron entregados los audios incompletos.

Rossana Grez señaló en su informe que S. “no entregó relato asociado a los hechos que se investigan”. Pero da una hipótesis: el trauma del abuso se lo impidió. La perito Condemarín concluyó que sí presenta un relato creíble de abuso. La defensa contactó al profesor alemán Günter Köhnken, de la Universidad de Kiel, inventor del método de análisis de credibilidad de testimonio SVA que usaron Grez y Condemarín, para una metapericia. Su informe fue lapidario: dice que no hay relato, que no se puede desechar la hipótesis de que la declaración no se base en experiencias reales, se refiere al testimonio, en partes, como fantasioso, dice que es imposible concluir que la declaración sea válida y creíble y fustiga a las sicólogas Grez y Condemarín por tener un razonamiento ilógico y un total desconocimiento de la metodología SVA.

Sin embargo, a petición de los querellantes, la metapericia fue rechazada como prueba por el tribunal y tampoco se permitió que Köhnken declarara en el juicio con el argumento de que había “sobreabundancia de pericias”.

IMG_0834.jpgLas transcripciones de las entrevistas a S. son un material difícil de digerir. Se muestra como un niño extremadamente inquieto, dice incoherencias, le cuesta recordar hechos recientes y mezcla situaciones que podrían ser reales con otras que sólo pueden ser fruto de su imaginación. Dice que Miss Magdalena —su profesora de gimnasia, que entonces presentaba un avanzado embarazo— se subía por una escalera al techo de la bodega, miraba los abusos y luego lo retaba.

Ella, a tres años del caso, aún sigue con secuelas sicológicas por haberse visto envuelta en estas declaraciones que la sitúan como cómplice. Dejó la docencia y se mudó fuera de Santiago. S. también dice que su amigo A. presenciaba los abusos, pero A. declaró ante la Fiscalía y no señaló nada de esa naturaleza. También dice que su “enemigo” estaba ahí mirándolo todo. Cuando Grez le pregunta quién es, da el nombre de su padre. Cuando le pregunta qué ropa tenía puesta cuando el míster le sacaba fotos, contesta: “ropa de piloto”.

El abogado querellante, Matías Balmaceda (Schilling fue alejado de la causa), dice a Qué Pasa que es natural que aparezcan este tipo de incoherencias. “Que un niño diga frente a una situación eventual de abuso que estaba ahí un referente de protección, que para él es Miss Magdalena, no significa que haya estado. Es quien a él, quizás, le hubiera gustado que estuviera para defenderlo. Tan absurdo como poner a su papá presente. Lo relevante para el tribunal es que él reconoce a una persona en un hecho unívoco de abuso y que no cambia nunca su relato y que es que míster Matías le introducía el pene en la boca. Además, él da sensaciones de asco, de color, de tamaño que cualquier sicólogo sabe que es imposible que un niño reproduzca si es que no hubiese ocurrido”, explica.

Desde la cárcel, Bravo tiene otra mirada: “Los sicólogos pareciera que tienen un poder sobrenatural para decir esto es mentira y esto es verdad. El niño dijo cada cosa... El niño no se sabía ni mi nombre”.

El pene de Matías Bravo fue periciado. El informe del médico forense Leonardo González Wilhelm concluye que no hay marcas atribuibles a una mordedura. La prueba, sin embargo no fue presentada en el juicio. “No la mostramos porque se abría el tema de la violación y era muy arriesgado. Lo podrían haber condenado a 15 años”, dice Alejandra Bruna, tía de Bravo.

Pero fue absuelto de ese delito y el de producción de pornografía infantil. El tribunal sólo le creyó a S. cuando habló de abusos. Según el fallo unánime, estos sucedieron más de una vez, “en días no determinados entre el 30 de julio y el 13 de septiembre del año 2012”. Si bien la querella y las primeras declaraciones de la nana y la madre dicen que las conductas erotizadas habían empezado entre abril y mayo de 2012, la nana rectificó las fechas varios meses más tarde en una nueva declaración, donde señaló que todo empezó después de vacaciones de invierno.

Los abusos, dice el tribunal, sucedieron en una bodega que quedaba en el patio, a pocos metros de las salas de clases. Según fuentes del Dunalastair era como un clóset, sin ventanas ni luz eléctrica, atiborrada de pelotas, colchonetas, donde apenas cabía alguien. Ahí, dijo S. jugaba con Bravo al “juego de la pirula”, que describe como una “pinta” donde hay que pillar al otro.

El “sitio del suceso” nunca pudo ser periciado por la defensa, ni realizar una reconstitución de escena, ya que el colegio la demolió al finalizar el año escolar 2012, mucho antes de la formalización. Y lo hizo debido a las denuncias y con el permiso de la Fiscalía, según las palabras de la directora Mariella Luci en la carpeta investigativa. La familia de S. no interpuso demandas civiles contra el colegio. Según fuentes calificadas, llegaron a un acuerdo privado que alcanzaría $ 80 millones.

S. fue sometido a una rueda de reconocimiento tras un vidrio ahumado. Bravo y míster Andrés estuvieron presentes. S. reconoció a Bravo y dijo que míster Andrés no estaba. “No, él es bueno”, señaló.
“Míster Andrés tenía rulos, como Matías, pero ese día apareció con el pelo corto”, dice Patricia Silva, tía de Bravo. Las fotografías de la rueda, expuestas en la carpeta, así lo confirman.

En el juicio, S. tuvo que ratificar su testimonio frente al juez Francisco Lanas y a la fiscal Carmen Gloria Guevara. Les habló de la bodega del terror, reiteró que ahí estaban su amigo A. y Miss Magdalena. Le preguntaron por el color del pene de Bravo: color piel. ¿Qué hacía con la pirula?: ponérsela en la mano. ¿Qué más?: nada más. Le insistieron para que diera detalles, pero S. se exasperó y se dio el siguiente diálogo:

Fiscal: Francisco te va a preguntar.
S.: Muéstrale la lista, ¿la trajiste?
Fiscal: ¿Qué cosa?
S.: La lista, ¿la trajiste?
Fiscal: ¿La qué?
S.: La lista.
Juez: ¿Qué lista?
S.: La que hicimos nosotros.
Fiscal: ¿Cuál? ¿Conmigo?
S.: Sí.
Fiscal: No, no me acuerdo.
S.: Está en tu cuaderno.
Fiscal: ¿Qué cuaderno? Acuérdame tú poh, yo no me acuerdo, yo soy viejita ya.
Juez: ¿Qué cuaderno? ¿Me cuentas a mí?
S.: El cuaderno, y dijiste conmigo en tu oficina de las cosas que me hizo el míster.
Fiscal: ¿Habré sido yo o habrá sido otra? Porque tú no entraste en mi oficina, estuvimos en la sala de reuniones, ¿te acuerdas?
S.: Eso.
Juez: Ya, eso era.
(Y el juez cambia abruptamente de tema).

LAS OTRAS DENUNCIAS QUE LA FISCALÍA DESECHÓ

La de S. no fue la primera denuncia de abuso en el Dunalastair. Hubo cuatro más, una contra míster Diego, presentada por el colegio en favor del hijo de una ex profesora el 9 de octubre de 2012, que motivó la carta del rector, y otras tres en noviembre de 2012 y enero de 2013 contra míster Andrés, el mismo que nombra S.. Ninguno fue formalizado, pese a que la evidencia era, a lo menos, parecida a la que se usó contra Bravo: los reconocieron en fotografías, relataron juegos sexuales, las sicólogas que los atendieron, por separado, constataron indicios de abuso.

A Bravo le ofrecieron ir a juicio abreviado y obtener su libertad. Tenía que declararse culpable. Se negó. “Cuando te condenan por algo que no hiciste, se te van las esperanzas en todo. Siempre tuve la esperanza de que esto se iba a aclarar, que era imposible que condenaran con esas pruebas”.

Incluso en uno, la misma Fiscalía pidió una pericia al Cavas de la PDI, que refrenda el abuso. A míster Andrés nunca se le tomó declaración. La Fiscalía Oriente señaló a Qué Pasa: “Se tomó la decisión de no perseverar por no haberse reunido antecedentes suficientes para fundar una acusación durante la investigación”. Sin embargo, una alta fuente al interior de la Fiscalía señala: “A la Fiscalía le complicaba abrir otra causa, cuando ya había un condenado por los mismos hechos en el mismo período. La segunda causa siempre es menos creíble que la primera e indica que algo hiciste mal porque no fuiste capaz de vincularlos, entonces no hay ningún incentivo”.

La madre que motivó la primera denuncia declaró como testigo en el juicio a pedido de la defensa de Bravo. Hoy se arrepiente profundamente de lo que dijo. “Yo también colaboré para que lo condenaran. Mi hijo me dijo, mamá, no era solamente Míster Diego, y yo del único que tenía una foto, era de Matías y le dije ¿este también? Este, me dijo. Y ahí, en un arrebato, le escribí un mail a la fiscal, tontamente. Matías y Andrés son superparecidos, morenos, crespos. Además, todos creíamos que no podía ser que esto pasara en la bodega de los materiales, si eso queda a vista y paciencia de todo el mundo”, dice.

A Bravo le ofrecieron ir a juicio abreviado y obtener su libertad; tenía que declararse culpable. Se negó. Ahora, sentado en esa sala en ruinas, llora.

“Cuando te condenan por algo que no hiciste, se te van las esperanzas en todo. Siempre tuve la esperanza de que esto se iba a aclarar, que era imposible que condenaran con esas pruebas. Tengo cinco años para estar aquí haciendo nada. Lo único que me mantiene en pie es mi familia”.

Su familia está evaluando antecedentes para revisar la sentencia ante la Corte Suprema. Mientras, y para no desquiciarse, Bravo les enseña a los reclusos a jugar vóley, trabaja en la “biblioteca” redactando escritos para sus compañeros y toca guitarra. Le enseñó en la cárcel Julio Lorca, el profesor de música del Altamira, que Schilling acusó de violación y que, tras un año y medio en la cárcel, fue absuelto.

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El acusador

Mario Schilling fue el abogado querellante en una serie de causas de alta connotación sobre abusos sexuales a menores. Alentó demandas colectivas y desfiló por micrófonos y cámaras de televisión. Hasta fue candidato a diputado con la misma bandera. Pero sus casos más sonados fueron cayendo. Ahora el acusado es él.

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