Por Facundo Fernández Barrio Desde Buenos Aires Noviembre 23, 2015

Dicen los que saben de carreras y apuestas que “caballo que alcanza, quiere ganar”. Esa máxima del turf  aplica para lo que ocurrió en las elecciones presidenciales de la Argentina: tras haber comenzado la campaña con bajas expectativas de triunfo, y luego de haber conseguido un sorprendente resultado en la primera vuelta, el candidato opositor Mauricio Macri logró en el balotage lo que hace algunos meses parecía imposible: derrotó al peronismo en las urnas luego de doce años de hegemonía kirchnerista. Pero la carrera electoral fue la más pareja en la historia democrática del país, y Macri la ganó por una cabeza. El ajustado resultado final, sumado a las tensiones económicas y al poder de fuego que el kirchnerismo conservará en el Congreso y en las calles, harán de la “gobernabilidad” un desafío central para el presidente electo desde su primer día de mandato.

Apenas unas horas después del triunfo opositor, Marcos Peña, cerebro de la estrategia electoral de la alianza Cambiemos y futuro jefe del gabinete de ministros, salió a dar un mensaje de calma y aseguró que “la gobernabilidad la darán los argentinos”. Es que propios y ajenos coinciden en que Macri asumirá con un limitado margen de maniobra. Su punto de partida es muy distinto al que disfrutó Cristina Fernández de Kirchner tras las elecciones presidenciales de 2011, cuando la mandataria obtuvo su reelección en primera vuelta con el 54% de los votos y casi treinta puntos de ventaja sobre su rival. Esta vez, Macri superó por menos de tres puntos –cerca de 700 mil votos– en segundo turno al oficialista Daniel Scioli.

El panorama económico requerirá mucha destreza de los timoneles macristas para esquivar la tormenta en el horizonte. Aunque la Argentina ya no es el país incendiado que recibieron los Kirchner en 2003 –la deuda pública está bajo control, hay un alto nivel de empleo y un mercado interno robustecido–, el próximo presidente llegará a la Casa Rosada en un contexto de alta inflación, tipo de cambio atrasado, escasas reservas de dólares en el Banco Central, déficit fiscal y casi nulo crecimiento del producto. El ciclo internacional tampoco ayuda: a mediados de diciembre, la Reserva Federal de Estados Unidos pondrá fin a la era del dólar relativamente barato, lo que encarecerá el crédito y abaratará las exportaciones.

En el Congreso Nacional, Macri tampoco tendrá las cosas fáciles. En Diputados, necesitará cintura política para tejer acuerdos con el resto de la actual oposición y así fijar su agenda en la Cámara. Pero en el Senado, el Frente para la Victoria conservará quórum propio. Una actitud beligerante de los senadores peronistas que hoy apoyan a CFK obligaría al nuevo presidente a gobernar con Decretos de Necesidad y Urgencia, un instrumento que la oposición –y el propio Macri– le criticó durante años a la administración kirchnerista.

El reparto territorial del poder también traerá sus complejidades. La coalición Cambiemos se quedará con las gobernaciones de solo cinco de los 24 distritos argentinos. Es cierto que esos territorios concentran la mitad de la población del país. De hecho, Macri será el primer presidente desde 1989 cuyo partido gobernará al mismo tiempo en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, los dos distritos con mayores recursos presupuestales. Pero el Partido Justicialista (PJ) mantendrá bastiones impenetrables en el norte y en el sur del país, así como en algunos municipios estratégicos del conurbano bonaerense.

Por si todo aquello fuera poco, Mauricio Macri verá debutar al kirchnerismo en el rol de oposición. Es bien conocida la capacidad de movilización de la militancia K, especialmente de sus agrupaciones juveniles y de sus sindicatos afines. Y no menos evidente es su visión de Macri como el enemigo ideal: el blanco perfecto. Todavía es una incógnita el papel que jugará Cristina Kirchner en los próximos cuatro años. Defensores y detractores de la presidenta reconocen por igual su habilidad para reinventarse. También de ella dependerá que la Argentina sea un país más o menos gobernable.

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