Por Nicolás Alonso Agosto 20, 2015

Que el fenómeno había retomado fuerza, lo tenían claro, y quedó plasmado en la última actualización semestral de su catastro de campamentos: en julio de este año, el instrumento de TECHO arrojó 681 campamentos en el país, cinco más que a comienzos de año, y 34.195 familias viviendo en ellos. 1.655 más que hace sólo cinco meses.

También sabían dónde estaban las principales grietas: Antofagasta, con un aumento de 1.958 familias y 12 nuevos asentamientos (y sólo dos cerrados), y La Araucanía, con 107 nuevas familias y tres nuevos campamentos. Y que la contraparte, donde se han focalizado los esfuerzos, eran la RM, con 74 familias erradicadas; Valparaíso, con 156; Los Lagos, con 105; y Tarapacá, con 96. En la suma nacional:22 nuevos campamentos y 16 cierres efectivos.

Pero lo que no sabían con certeza —aunque lo veían— era el grado de precarización de estos bolsones de pobreza extrema. Por eso, en mayo de este año, la ONG realizó su primera encuesta nacional de campamentos, en un intento por volver a dar visibilidad a un drama social que juzgan olvidado. Sobre todo en los 169 campamentos que ellos han identificado en su catastro que no se encuentran en la última medición del Minvu, realizada en 2011.  

Juan Cristóbal Beytía, capellán de la institución, dice que el instrumento, aparte de caracterizar demográficamente a este segmento vulnerable —61,3% son menores de 30 años; 5,9% del total extranjeros, 32,8% en Antofagasta—, mostró un aumento en la precariedad, ante el cual el país no puede seguir haciéndose el desentendido.

—¿Los campamentos se volvieron invisibles?

—En el discurso político y económico los campamentos salieron del horizonte, y si uno mira los datos, estamos peor que hace 14 años atrás. Queremos visibilizar esta realidad que permanece oculta en un país que tiene 20 mil dólares per cápita, y por eso se cree que los campamentos son del Antiguo Testamento. Pero no es así.

—¿Por qué perdieron importancia?

—Las políticas hoy están diseñadas para la clase media. La pobreza extrema en Chile ha ido disminuyendo, pero en los campamentos ha aumentado. Ahí hay una cosa de cálculo político: cuando la gran mayoría de la población es clase media, para allá apuntan los políticos. Y los pobres se empiezan a transformar electoralmente en actores irrelevantes. Como país hay una inmoralidad.

 

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