Por María José Tapia Agosto 20, 2015

"El mayor paralelo entre ambos países es lo que le puede pasar a un gobierno que tiene que tomar medidas económicas más duras, con baja popularidad", destaca Axel Christensen. El domingo millones de brasileros protestaron, pidiendo la salida de Dilma Rousseff.

Fuerte dependencia en las materias primas, una clase media emergente y exigente y aún con brechas de desigualdad que cerrar. Brasil y  Chile tienen ciertas similitudes. Las características  geográfico-sociales de ambos parecen acercarse bastante. Incluso ya hay quienes ven cierta similitud en la dimensión política. “Brasil se está argentinizando; Argentina se está venezuelizando y Chile se está brasilizando”, dispara el director de Inversiones de LarrainVial Administradora General de Fondos S.A., José Manuel Silva.

En ese escenario, hay analistas que incluso aseguran que las políticas del PT —que tienen a Brasil sumido en una crisis profunda— se estarían acercando a las planteadas por la Nueva Mayoría. El caso brasileño aparece hoy como la peor pesadilla que podría arriesgar Chile si todo sale mal. Pero hay, sin embargo, diferencias estructurales que impedirían que Chile llegara a ese nivel de crisis.

El domingo, más de 200 ciudades brasileras se inundaron de gente que pedían la salida de Dilma Rousseff. Fue el reflejo de una crisis que mantiene en vilo al país. La corrupción en Petrobras y una serie de cuestionamientos a las cuentas fiscales de su primer período han levantado la posibilidad cierta de que se enjuicie políticamente a la mandataria. 

La dimensión económica no se ve mucho mejor. Hoy nadie se cuestiona si el país perderá o no el grado de inversión. Las dudas apuntan a cuándo. Y, en medio, Chile ya empieza a sentir la caída del gigante del Cristo Redentor.

Brasil es el quinto comprador de Chile. Cerca de US$ 4.200 millones de los US$ 76.648 millones que se  exportaron en 2014 tuvieron por destino esa nación. Las industrias como el vino, la agricultura y los salmones han visto en ese país una gran fuente de crecimiento. 

Más allá de ello, la profundización de la devaluación de la moneda sería una de las mayores consecuencias. JP Morgan prevé que si Brasil pierde el grado de inversión, salgan de ese país cerca de US$ 6.000 millones. En una primera oleada, la migración incluiría a toda la región, dado el efecto contagio. El retiro de capitales devaluaría aún más la moneda chilena frente al dólar. En el año, el peso ha pasado de $606 a $689 el dólar y las expectativas apuntan a superar los $700; mientras que el real ha transitado de  R$2,69 a  R$3,48, y no se descarta que llegue a  R$3,55 a fines de 2015.

La problemática de esta situación sería la inflación o alza en el nivel general de precios. Hoy, el indicador en Chile acumula un incremento de 2,7% a julio y de 4,6% en doce meses. Según el economista jefe del Banco Itaú, Miguel Ricaurte, el Banco Central estima que en el peor de los casos un 20% de la devaluación se pasa a IPC. “Si pasamos de $650 a $700 (el dólar), estamos hablando de un 10% de devaluación, por lo que un 2% debería transformarse en inflación”. 

En una segunda oleada, los capitales debieran volver, ya que hay varios fondos que tienen la obligación de invertir un porcentaje en mercados emergentes y Chile sería una opción. “Cuando las cosas en la región no andan demasiado bien, es cuando precisamente las fortalezas de Chile salen a relucir más. Nos vemos como la casa más linda de un vecindario complicado”, dice  el director de Estrategia de Inversión para América Latina e Iberia de BlackRock, Axel Christensen.

Las empresas chilenas en su conjunto no resentirían tanto este escenario, dado que son pocas las que se han arriesgado a invertir en Brasil. “El empresario chileno tiene buen análisis. Son mucho más intuitivos, saben que si te brasilizas va a ser mucho costo y cero beneficio”, apunta Silva. Según un informe de Fitch Rating, Latam Airlines, Cencosud y Masisa son las que mantendrían la posición más débil en ese mercado, dada su exposición y nivel de endeudamiento. En el caso de Latam, por ejemplo, cerca de un tercio de sus ventas se generan en Brasil. Ya en el primer semestre, el impacto de la depreciación del real  les significó menores ingresos por US$ 319 millones. 

Tal debacle no ha sido gratuita. Brasil ha sumado una serie de políticas que en su conjunto han generado la crisis que hoy tiene en el radar a toda la región. 

REFORMAS IMPOPULARES

“Hoy la impresión es que Brasil es un auto que no tiene chófer. No hay claridad respecto al liderazgo político”, asegura Axel Christensen. A diez meses de la reelección de Dilma Rousseff, su popularidad llega sólo al 8%. 

Los expertos destacan que tanto Rousseff como Michelle Bachelet han intentado apoyarse en ministros de Hacienda con un fuerte lado técnico: Joaquim Levy por el lado de Dilma, y Rodrigo Valdés por el lado de Bachelet. Proveniente del sector financiero, Levy asumió el 5 de enero en reemplazo del izquierdista Guido Mantega, quien fue pieza clave en acrecentar el Estado, con políticas sociales orientadas a mejorar el salario de la población. Levy, en tanto, se reconoce como un hombre liberal y apartidista. Fue secretario del Tesoro durante el primer período de Lula, trabajó en el Fondo Monetario Internacional y en el BID. Su misión: impulsar un programa de austeridad fiscal que ya le ha generado varios detractores. En junio pasado, en el V Congreso Nacional del PT, militantes se paseaban con pancartas con la consigna “Fuera el plan Levy”; plan que ha recortado gastos, elevado tarifas públicas e impuestos. 

“La disminución de la popularidad del actual gobierno podría dar lugar a una creciente incertidumbre sobre el progreso de las reformas. A medida que la economía se debilita, probablemente se verá exacerbado el resentimiento público”, explicó Credit Suisse a fines de marzo. “El mayor paralelo entre ambos países es lo que le puede pasar a un gobierno que tiene que tomar medidas económicas más duras, con baja popularidad”, destaca Christensen.

COMMODITIES A LA BAJA

El denominado ciclo de los commodities parece haber llegado a su fin. Con la economía china debilitada, los países productores de materias primas ya sienten sus efectos. El cobre, en el caso de Chile, ha caído más de 21% en el último año, hasta los US$ 2,2 la libra; mientras que el hierro —62% contenido de fierro—, en el caso de Brasil, ha bajado 14% en el año, lo que se suma a un descenso de cerca de 50% en 2014. El nivel de dependencia hacia las materias primas es, no obstante, bastante menor a la sobredependencia que tiene Chile.  Según el Itaú, los envíos de commodities en esa nación representan un 5,5% del PIB; mientras que en Chile, casi un 15% de su economía son exportaciones de cobre. “Chile con un cobre a US$ 3,50 puede aguantar cualquier cosa, pero con uno a US$ 2,30 y un ciclo de alza de tasa de interés en EE.UU., tenemos menos manija”, enfatiza Silva. 

Más allá de ello, Ricaurte resalta que Chile tiene mejores perspectivas que Brasil en esta línea. El economista jefe del Itaú explica que si bien hasta el año 2019 se prevé el ingreso de nuevos proyectos mineros en Perú e Indonesia, luego no existen nuevos desarrollos en carpeta. La limitación de la oferta va a generar un piso para el precio del metal. A eso, hay que sumarle que China está utilizando el cobre en la infraestructura de distribución eléctrica, cuyo desarrollo se prolongará por cinco años. “China va a demandar cobre, pero ya no va a hacer tantas ciudades, por lo cual el hierro que exporta Brasil no se va a recuperar”, apunta Ricaurte.

CRECIMIENTO DEL ESTADO

En los últimos diez años, el gasto fiscal en Brasil ha subido más de diez puntos. Hoy, el indicador es un 40% del PIB. Tal incremento ha ido aparejado a un crecimiento del tamaño del Estado, otorgando subsidios para sacar a habitantes de la pobreza, como para mejorar las condiciones laborales, por ejemplo, los contratos por ley se ajustan por inflación y existe un 13er sueldo. 

En Chile, el gasto también ha ido al alza, pero de manera bastante más moderada. En 2013, fue de 23,7%, y en 2014 llegó al 24,3% del producto. Para el 2015, el presupuesto apunta a que la inversión pública llegue al 27,5%. “Acá la deuda pública es bastante más baja todavía. La regla fiscal no le va a permitir al Fisco salir a gastar como loco”, explica Ricaurte. 

El alza del gasto fiscal para reactivar la economía y menores ingresos provenientes del cobre generarían un déficit para Chile que podría bordear el 3% del PIB para este año.  El escenario de Brasil es bastante más dramático, ya que tiene déficit fiscal primario —es decir, contabilizado antes del pago de intereses—, que a mayo llega a los US$ 2.230 millones, 0,68 del PIB en 12 meses. En mayo, de hecho, Rousseff anunció un severo congelamiento de US$ 22.580 millones para gastos en programas de inversión, educación y salud. “El rendimiento económico más débil de lo esperado, la tendencia alcista relacionada con los gastos del gobierno y la falta de consenso político sobre las reformas fiscales impedirán a las autoridades alcanzar superávits primarios suficientemente altos como para detener y revertir la tendencia creciente de la deuda este año y el próximo”, anunció la clasificadora Moody’s la semana pasada. 

UNA DÉBIL CLASE MEDIA

Una clase media empoderada, que se ha incrementado en la última década y que demanda cosas por parte del Estado es una realidad común entre Chile y Brasil. Hoy cerca de un 40% de la población local y ya la mitad de la brasilera se circunscriben dentro de la llamada clase media.

“Estamos en una situación donde hay una población que viene con el chip de que el país se volvió rico (en el ciclo alto de commodities), por lo que el Estado debe proveer mucho”, explica Miguel Ricaurte. “En Brasil se ha ido desarrollando una clase media que uno la visualiza a partir de las cosas que demanda y del acceso al financiamiento. En ese sentido, es como Chile: la gente gana poca plata, pero tiene acceso a financiamiento”, añade Axel Christensen. 

En Brasil, la base de este desarrollo ha estado en los subsidios y bonos que ha ido entregando el Estado. De hecho, el país tiene un programa llamado Bolsa Familia para sacar a las personas de la pobreza, el cual se ha ido reajustando periódicamente. Hoy uno de cuatro brasileros recibe subsidios de ese programa, que le cuesta cerca de US$ 10.000 millones al Estado. Desde que llegó el PT en 2003, más de 40 millones de personas se han unido a la clase media. “El PT ha sido el rey de los bonos. Si regalas plata, generas una clase media  que no es sustentable en el tiempo, ya que no se ha desarrollado incrementando la productividad”,  cuestiona Silva. Añade que en Chile, la clase media tiene una base más sólida. “Acá existen subsidios, pero tenemos una bencina cara, los precios de la electricidad se calculan en base a parámetros reales, etc.”, dice Ricaurte. “En Brasil, estas políticas se están cuestionando porque vieron que había familias que vivían de los subsidios; en Chile no estamos en eso, a la gente todavía le sale más a cuenta salir a trabajar”, concuerda Christensen. 

LA SUPERESTATAL

El mayor escándalo de corrupción del que se tenga registro fue el puntapié inicial de la crisis brasilera. El supuesto cartel armado para cerrar contratos con Petrobras con un sobreprecio y derivar la diferencia a campañas políticas, mantiene en vilo a varios empresarios, ejecutivos y políticos del partido oficialista. 

Si bien no existe ningún parecido entre esta situación y Codelco, Silva sí pone una alarma en el incremento en la deuda de ambas empresas. Hace siete años la deuda de Petrobras era de US$ 20.000 millones, hoy bordea los US$ 100.000 millones. En Codelco los pasivos también se han incrementado. “Codelco prácticamente no tenía deuda y ahora su deuda llega a los  US$ 12.000 millones, cuando su producción ha sido constante”, señala Silva. “La deuda ha aumentado y va a seguir aumentando, porque parte del plan de inversión previsto va contra deuda”, complementa Ricaurte. 

Ambas compañías, además, tienen una injerencia relevante en la economía de sus respectivos países.  Según datos de Itaú, Codelco representó el 4,2% del presupuesto del gobierno central en 2014, mientras que Petrobras pagó el 2% del PIB en impuestos y royalties al Fisco. La estatal  nacional 

—entre directos y subcontratados— representa el 26% del empleo que da el sector minero. En total son 64.418 personas, y en Petrobras son 80.000.  “Las dos son compañías muy importantes. La gran diferencia es que Codelco se ha podido mantener razonablemente autónoma. El directorio de Petrobras es eminentemente político”, asegura Christensen. 

En esa línea, se estima que los resultados de la estatal brasileña estarían sumamente afectados. “Esto podría hacer que le bajen la clasificación de deuda, lo que podría afectar la clasificación de riesgo de la deuda soberana”, plantea Ricaurte.

LA DEBILIDAD DE LAS INSTITUCIONES

La falta de seriedad de las instituciones brasileñas es una de las principales falencias del país. “El Banco Central en Chile es autónomo. En Brasil es utilizado por el gobierno para hacer políticas públicas”, precisa Christensen. Hoy la inflación en Brasil supera el 9% y la manipulación del Central ha hecho que justamente no pueda abocarse a disminuir ese porcentaje. Recuerda una vez que los bancos privados se quejaron de que no podían competir con las condiciones de crédito que ofrecían las entidades estatales. “En Brasil, bajaron las tasas para hacer más accesibles los créditos, sacrificando su institucionalidad y el manejo de la inflación. Acá nunca habría eso”, apunta Ricaurte. De hecho, asegura que en Chile, pese a que la inflación está alta, uno mira las encuestas y las personas siguen pensando que en dos años más va a estar en 3%, “porque el Central va a hacer lo que se necesite”. El diagnóstico es compartido por el resto de los expertos. Según precisan, es esta economía de mercado y la seriedad de nuestras instituciones lo que dificultaría una crisis al estilo brasileño. 

EL CAOS DE LOS FONDOS DE PENSIONES

Actualmente, Brasil se gasta en torno a un 9% del PIB en el pago de pensiones. En el país existe un sistema universal público —de reparto— y dos complementarios de carácter privado y voluntario. Las críticas apuntan a que las altas pensiones, relacionadas sobre todo a funcionarios públicos, han generado un gran déficit. Esto, a diferencia de lo que ocurre en Chile, donde las AFP han operado como una especie de colchón, un poder comprador en períodos de crisis, ya que por normativa tienen la obligación de tener papeles locales. 

Según explica Silva, Chile tiene empresas que se endeudaron afuera como, por ejemplo, los bancos. Sin embargo, esa entidad puede prepagar su deuda externa, emitiendo bonos en el mercado local que son compradas por las AFP, situación que no se repite en Brasil. “El problema que tienen los países latinoamericanos que no tienen AFP es que las empresas locales y el gobierno no tienen financiamiento en moneda local y deben endeudarse en dólares y ahí se te produce un descalce”, explica el director de Inversiones de LarrainVial Administradora General de Fondos. Da un paso más: “Cuando se te devalúa la moneda y los ingresos están en moneda local y la deuda en dólares, no puedes pagar”.

UN EXCESIVO PROTECCIONISMO

Ya son varias las décadas en las que Chile lleva mirando al exterior. Los cerca de 17 millones de habitantes han hecho que el país se oriente al exterior y desarrolle empresas que compiten a nivel mundial. Los 203 millones de Brasil han derivado, por el contrario, en un modelo económico donde la demanda interna es la clave, y la competitividad una de sus deficiencias. Brasil es muy proteccionista, por lo que sus industrias son muy poco competitivas. 

“Los empresarios se han dedicado justamente a hacer lobby para tener más proteccionismo”, explica Silva. “Chile nunca podría haber tenido una política orientada a promover la demanda interna, como desarrollo Lula y profundizó Dilma”, complementa Christensen. 

Dado ello, Silva asegura que ahora que el mercado interno se les está cayendo podrían tener  dificultades para exportar. “Si la gente no está comprando autos, los van a empezar a exportar. Chile no tiene eso. Está el área agroindustrial que tiene menos valor agregado”, rebate Ricaurte. 

Aún no hay claridad si los parlamentarios someterán a Rousseff a un juicio político, más que por el escándalo de Petrobras —que podría teñir a varios militantes— por las supuestas irregularidades en las cuentas fiscales de su primer período. Los empresarios brasileños están justamente buscando alguna fórmula para sostener al Gobierno y evitar el llamado impeachment y sus complejas consecuencias. En paralelo, los analistas ya visualizan la pérdida de grado de inversión para 2016. Es que, como señala el mercado: Brasil será siempre una eterna promesa. 

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