Por Ana Rodríguez y Pablo Vergara Julio 23, 2015

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"La cárcel es un punto clave para cualquier luchador. ¿Por qué caímos? Hay que hacerse una autocrítica. Me fui de la CAM por no estar de acuerdo con los peñis en la forma, no en el fondo. Pasó que las comunidades dependían de la CAM para hacer algo. Nos fuimos haciendo aparato". 

Testimonio de un Weichafe 

(Invierno de 2013)

Nací en la completa pobreza, para qué decirlo. Mis primeros zapatos los tuve a los diez años. Nací en el Lleu Lleu (Octava Región, cerca de Tirúa). Mi madre es del sur de Tirúa. Mi padre fue de los primeros dirigentes (mapuche). Él encabezaba movilizaciones "simbólicas".

En los 90 empezamos a hacer cosas. Eran cortes de camino por la recuperación de un fundo. La pelea duró cuatro años. Dos compañeros de Concepción llegaron en función de apoyo y para dar la experiencia sobre lo que significaba luchar. Ellos nos orientaron. La lucha nuestra en ese entonces era simbólica: hacíamos la ocupación, llegaba la policía y empezaba la negociación con la Conadi y se acababa ahí, chao.

Las cosas fueron así como unos dos años, porque un día a una ocupación llegaron los pacos y no llegaron en la onda de negociar, sino que tirando balines y bombas y empezó un enfrentamiento. Nosotros usamos ondas, palos, wetruwe (lanzapiedras). Hicimos trincheras, armamos una línea de defensa. La estrategia de defensa de los ancestros, que los padres nos ensenaron de chicos, para cuidar las ovejas.

Los mayores recibieron bien a la gente que nos vino a ayudar. Ellos enseñaron a luchar y empezaron a hacer un trabajo más político. Y ellos se engancharon con la cosmovisión. Luchar empezó a entenderse como defender el espacio. Y recuperar el espacio no sólo para trabajarlo, sino recogiendo lo sagrado.

Los mayores no sólo hablaban de espacios sagrados. Además se soltaron y empezaron a contar la historia de su pasado. Narraron y oímos la historia. Ahí en ese humedal, dijeron, hay un espacio sagrado.

Cuando chico, en los 80, era del AdMapu. Salía escondido por la noche. Se avisaba para que uno fuera escondido a las reuniones. Después, en el Liceo Técnico, en el internado, los peñis del hogar hacían trabajo político social en todos los hogares. No todos estaban conscientes en ese tiempo de qué era ser mapuche. (El dirigente) Jose Nain recorría y hacía charlas en el liceo de Lebu, por ejemplo.

Con la gente que llegó me fui formando, conocí  otro nivel de lucha, más de calidad, de estrategia.

El weichafe tiene que tener respeto a la vida, incluso a la del enemigo. No va a la pelea a mandar. Los ancianos y los niños se quedan atrás. Son los jóvenes, son la vanguardia, los que hacen sabotaje.  El weichafe crece, forma, hace estrategia. Camina. Weichafe es humildad, respeto, dignidad. Pasar desapercibido. Es clandestino. Es dejar casi todo. Y por eso se entiende, entiendo, a algunos peñis en la actitud en que se encuentran hoy, lejos (de las organizaciones).

Fue la vida más bonita que he conocido. Fui feliz. Era cien por ciento lucha. No importaba el frío, sufrir, el hambre, el desprecio. No importaba nada. Todo era caminar. Todo por la lucha. Se forma y se camina, se recorre todo el territorio y se piensa en todo el territorio. Se pasa por el monte comiendo harina tostada y en las comunidades te recibían con mate, sopa, cazuela. Nunca anduve con el estómago lleno, pero el hambre no me vencía.

La primera vez que caí preso no me conocían. Guardé silencio. Me venían siguiendo esa vez y me detuvieron en un bus. Pero cuando caí detenido la última vez, para el enemigo era la clave, la pieza del movimiento mapuche. Según la inteligencia chilena, soy de los seis que fueron a Colombia y además tengo ascendiente en las comunidades.

Uno entiende el trabajo: ellos (la inteligencia del Estado) trabajan en lo que uno hace.

Mi última detención fue en un allanamiento. Fueron cien efectivos los que allanaron mi comunidad. Me llevaron a mí y a otros seis peñis. Fue de madrugada. No había armas en mi casa, solo unos juguetes de mis hijos y verlos a ellos mirando cuando les levantaban las camas, eso toca lo emocional.

A mí me llevaron a una comisaría de Carabineros. Tuve suerte que no me tocara la PDI, ellos son más brutos. En la cárcel conocí a (Héctor) Llaitul (jefe militar de la CAM), Ramon Llanquileo, (José) Huenuche, sus historias con la PDI y el ERTA (Equipo de Reacción Táctica de la Policía de Investigaciones) y las torturas. A mí me dieron cabezazos, culatazos; nada comparado a lo que le paso a los peñis.  Cuando pasa eso no siente dolor uno; le duele más al enemigo.

Dos personas me llevaron a la CAM. Me dijeron: tú tienes cualidades políticas y militares, ¿te gustaría ser parte de un proyecto? Y ese proyecto era formarse como luchador y conocer esa experiencia sin dejar de ser persona.

El weichafe se forma desde el vientre de la madre. Ahí viene el weichan (el espíritu de lucha). Si fuera mapuche de cartón, emocional, habría tomado la lucha por gusto, como una moda, y ahora estaría en una buena pega o estudiando para ser otra cosa en la vida.

Mi formación política fue en las comunidades. Llegaba por huellas, por los caminos del territorio. Ahí se hacían redes, se entrenaba la cabeza. Hablando con las comunidades y con los jóvenes. Lo militar fue en la lucha. Y una lucha que no se planifica: que se ve ahí.

Nos agarrábamos en las plantaciones forestales, en los caminos o en sus faenas. Con los guardias privados, con los empleados de las forestales y con los pacos. Fue la lucha más bonita que he visto. Era de día o de noche, a veces no sabíamos dónde estaban ellos. Teníamos que caminar kilómetros en las plantaciones y los sorprendíamos. Las peleas eran a combos, a veces. Entre los pinos. Fue muy bonita.

Hubo gente que fue quedándose en el camino. Uno fue más constante, consecuente. Y pudo madurar y ver la lucha en un concepto más amplio, que es la reconstrucción del pueblo mapuche. Una lucha política, militar, cultural, social. Para defender el Nukemapu, la madre tierra.

Ese es el equilibro. El enemigo consiguió violentarnos culturalmente.

Los espacios sagrados nos daban firmeza, ideas y dignidad. Los mapuche fueron fuertes y hoy son débiles. La colonización trastocó los valores espirituales del mapuche.

La CAM fue una expresión que se transformó en una idea de lucha, en el germen que alimenta la idea de los que luchan. Pero organizacionalmente vive aún. Viven y lo dicen. Y lo hacen. Los sabotajes: ahí están. Valoro mucho lo que hacen.

La cárcel es un punto clave para cualquier luchador. ¿Por qué caímos? Hay que hacerse una autocrítica. Me fui de la CAM por esa autocrítica, por no estar de acuerdo con los peñis en la forma, no en el fondo. Lo que pasó es que las comunidades dependían de la CAM para hacer algo. Llegó un momento en que los mirábamos hacia atrás. Nos fuimos haciendo aparato. No tiene que pasar.

Y si nos volvimos aparato fue por la seguridad. Nos fuimos aislando porque el Estado estaba infiltrando a las comunidades. La gente a veces nos veía como bichos raros. Yo entiendo al peñi Llaitul en su formación winka de izquierda, que a lo mejor quiso complementarla con lucha mapuche. Es distinto a la izquierda más digna, con más formación militar. Fuimos no oyendo a los peñis. Algunos lograron entender y supieron ver que lo que había que hacer era sumarse a la lucha, no imponer una manera.

La CAM venía de un concepto winka al comienzo. Pero cuando fui a la CAM no visualizaba el concepto de organización winka. Recién ahora veo como se hacen las cosas como mapuche.

Al principio había lonkos, machis, werkenes. Funcionaba. Había cualidades de organización mapuche. Había kimches (ancianos sabios). Las machis tenían una función cultural en lo organizacional.

Después nos fuimos alejando de eso. Con la Operación Paciencia pasamos de ser una organización semiclandestina a una organización clandestina. No queríamos dejar fuera a los lonkos, pero tuvimos que hacerlo, por seguridad.

Cuando íbamos a las comunidades, pedíamos permiso o no hacíamos nada. Pero se sentían los lonkos pasados a llevar. Nos distanciamos de las comunidades.

Con la izquierda, con el MIR, tenemos diferencias. Es por la dificultad de la imposición. En la experiencia, viendo los elementos, el entendido capta: su lucha no es la nuestra. Ellos quieren alcanzar el poder sin el mapuche ahí. Y lo que nosotros queremos es reconstruir el mundo mapuche, no reinsertarnos en la sociedad.

Estuve dos años preso. En la cárcel uno tiene que saber vivir, no quebrantar sus ideas. La postura política es clave para mantenerse digno. Una vez preso, ya no se puede ser cien por ciento mapuche.

El Estado logró que mi comunidad me aislara. Hay un testigo secreto en mi comunidad. Me acusan por otras cosas. El Estado logró su objetivo: hacer de mí un enemigo interno. El testigo secreto declaró por rivalidad, por plata, por envidia, porque yo no le quitara su cargo en la comunidad.

Al Estado la CAM le provocó miedo y por eso nos respondieron así.

Hoy trato de conspirar con lo que me visto. La cosmovisión es lo central: soy un elemento más en la naturaleza. Cuando un winka ve un árbol nativo, ve dinero. Yo veo lo sagrado.

No veo perspectiva estratégica en cómo se da la lucha a veces. Quemar una escuela no tiene contenido político si no tengo algo para reemplazar esa escuela, con elementos mapuche. Eso es inmadurez política. Y no tiene perspectiva porque solo significa la militarización del territorio.

No se ha terminado la lucha. Con (Héctor) Llaitul nos encontraremos,tal vez. Pero tengo este camino.

 

Testimonio de un carabinero en la zona de conflicto (Enero de 2014)

La alimentación es buena. Pero la paga la (empresa) forestal. Algunas de las camionetas que usamos son de la forestal, también. La comida cuesta $8.500 y se descuenta de las pagadoras, las liquidaciones de sueldo. Todos los días. También el alojamiento, aunque se supone que donde estamos es un cuartel.

El viático los diez primeros días al mes es al 100%, son $17 mil por viático, menos $8.500; luego al 60% y después al 40%. Se hace poca la plata, al final ni siquiera conviene. La otra vez un suboficial le comentó esto a un general que nos visitó. Lo trasladaron al poco rato.

Vivimos en un conteiner. Adentro tiene tres literas, seis camas. Hay aire acondicionado, una sala de estar. Además, hay un casino por ahí. Son, dicen, buenas condiciones con todo.

La comisión (de servicios en la zona de conflicto) dura 23 días y no tenemos vínculos con los policías locales.

Hay mucho servicio, eso sí. Entrante y saliente. Se sale noche o día. Es hacia lugares con medidas de protección dictadas por el tribunal y en las vías públicas. Hay fatiga. Hay que andar con chalecos antibalas y casco y chalecos tácticos (de blindaje ligero). A veces todos andamos tensos. Muchos piden por eso permiso para salir (de descanso). Antes no se podía: todo el servicio era de una tirada.

Tomamos mucho Red Bull.

A veces vigilamos fundos que no tienen protección. Nos mandan allá. No preguntamos.

Una vez íbamos de escolta de un camión forestal y nos dispararon. Íbamos a una faena forestal y no nos detuvimos porque los camiones tenían que pasar. Seguimos a los camiones porque es otro equipo el que llega al enfrentamiento. Pero lo que pasa es que entre que se demoran en llegar —nadie quiere agarrarse a balazos en el campo— y que los atacantes se van, nunca encuentran a nadie.

Los cortes de camino son distintos. De noche esta la opción de darse vuelta y buscar una vía alternativa. Pero de día, siempre va a llegar el GOPE a limpiar el perímetro.

Nos han disparado con calibre 38 y 9 milímetros. En las comunidades a veces nos tiran piedras. A veces también disparan.

La última vez que me dispararon, la bala entró al vehículo.

El tiempo de respuesta que tiene el (equipo de) apoyo si ocurre algo es de veinte minutos.

Nos repartimos en facciones. Las facciones son dos carabineros que se dedican a las labores de vigilancia. Nosotros picamos la leña para repartirla entre las facciones, para que puedan hacerse un fuego al menos.

La sección la componen veinte carabineros y un oficial.

Para la noche nos dan una bengala por carro en servicio. Es una bengala de luz, que proporciona 40 segundos de luminosidad. No tenemos bombas de gas de color (que se usan para señalar zonas). No tenemos GPS.

La instrucción que tenemos es que ante cualquier ataque tenemos que parapetarnos y disparar con las escopetas antimotines. Son balines de goma. Los de Fuerzas Especiales pueden usar la escopeta, una. Esa la usa el más antiguo. No llevamos lacrimógenas porque no sirven en el campo abierto. Salimos con munición de guerra.

Después de la muerte de Matias Catrileo eliminaron las subametralladoras UZI de las facciones.

Faltan escopetas. Y munición. Hay una escopeta por facción. Y puede que no.

No hay armas particulares. Los oficiales las tienen autorizadas para el servicio. Las malas condiciones en que están las armas fiscales explican eso.

Tampoco hay inteligencia previa. Nada. Solo para los aniversarios nos advierten que puede pasar algo, pero ya lo sabemos porque hemos estado leyendo los diarios.

Usamos nuestros celulares particulares para avisarnos si pasa algo. La idea es no meternos en la señal de CENCO (Central de Comunicaciones de Carabineros, que canaliza los llamados y en la que quedan registros de los mismos) porque después eso nos cae encima, la cosa administrativa, y siempre hay sumarios porque todo queda grabado. Que si aviso mal, que si no aviso. Llamamos o mandamos mensajes con los celulares. Sobre todo de noche. "Que van unas luces hacia tu sector", y esas cosas. En CENCO las comunicaciones quedan grabadas y eso sirve para los sumarios. A veces uno sale trasquilado de ellos.

Los que nos atacan son de ahí mismo. Es un movimiento político. Gente de afuera, mucha no mapuche, entra al lugar. Los controles de identidad que se hacen en el camino quedan en los libros, especialmente si el controlado es un extranjero. Inteligencia no revisa eso. O al menos no se concentra en eso.

La mayor preocupación que tenemos no es que nos ataquen. Es que la inteligencia nos encuentre durmiendo en el servicio y nos hagan sumario, que nos joda la Dipolcar (Direccion de Inteligencia Policial de Carabineros). Por las cosas formales siempre lo hacen. No les importa si uno no ha comido, si no ha dormido. Siempre nos pueden encontrar en una falta. Eso se nota cuando uno vuelve al cuartel. Hay que hacer aseo, cortar el pasto, cuidarse de los atrasos al final del servicio porque se dan a cada rato. Uno deja el servicio a las ocho de la mañana, por ejemplo, pero llega al cuartel a las 12, a desayunar, y a las 15 está citado para servicio otra vez. Nunca hacemos instrucción.

Un oficial nos dijo una vez que lo que pasaba era que había un conflicto social y que Carabineros rompía la paz social. Pensamos que era un hueón. Aca puedes entrar a algunas comunidades y ponerte a conversar. Y hay otros que no son agresivos cuando recuperan terrenos. Lo que hay es harto cuatrerismo. A una señora le robaron veinte animales. A otro seis.

Además, algunos amenazan a los que participan de las tomas.

Nadie entiende lo que pasa. El general va en helicóptero, sobrevuela, revisa las formaciones. Pero no ve nada.

Nos mandan a muchos lugares y algunos no tienen órdenes de protección. Que cuidemos maquinas, dicen. No sabemos de quién son las máquinas que están en faenas forestales. En las forestales tampoco hay jefe de seguridad.

Hay un dueño de fundo que dispara el cuando pasa algo. Quería una vez que fuéramos a sacar a una gente que estaba en el predio vecino al suyo. Él llama por teléfono a los generales, le da órdenes a las facciones. Como muchos, tampoco da comida. En otra parte, en una casa que mandaban a proteger, la señora nos cobraba mil pesos si queríamos usar su baño porque decía que le ensuciábamos.

Los anarcos aparecen a veces. Ellos saben cómo operar. Empiezan algo y luego desaparecen.

Salimos sin linternas de noche. Llevamos las nuestras, porque no las pasan para el servicio.

En las vigilancias no hay miedo. Los que tienen miedo, se quedan adentro de los autos.

Los balazos llegan a la parte delantera de los vehículos, hacia la parte del conductor. Eso sí, nunca le han disparado al vidrio. Disparan abajo y adelante. A los blindados sí les disparan en cualquier parte.

La colación que tenemos es galleta, pan y jugo. Como la que dan en los buses que viajan por la carretera en la mañana.

En el cuartel nos alimentamos con puro huevo, café y leche.

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