Por Sabine Drysdale Abril 9, 2015

© José Miguel Méndez

“Lo que realmente importa no es tanto quién es el dueño del agua, sino quién puede usarla y cómo la usa. Al final, si  el Estado retiene el control, la comunidad se siente más confiada. No hay nada peor que un monopolio  privado. Si va a existir un monopolio, que sea en el sector público”.

Cuando Chile vive una de las peores sequías de su historia, que socava su agricultura. Cuando un aluvión acaba de arrasar con Atacama y su gente, e hizo trizas el suministro de agua potable. Cuando la comunidad agrícola de Caimanes está en guerra con la Minera Los Pelambres por el agua, y mientras tanto, en el mundo paralelo de la ciudad hay gente que se entretiene el fin de semana lavando su auto a manguerazos, las palabras de David Downie, el experto en agua australiano, uno de los hombres que pusieron en pausa los efectos de la sequía en ese país, resuenan como las de un padre que intenta aconsejar a su hijo adolescente. Mucho de esto, dice, lo vivimos antes en Australia. Mucho de esto, dice, logramos aplacarlo. Sonríe, pide un vaso de agua, lo mira, e inevitablemente parte por hablar de lo que parece más trivial.  “La gente en las ciudades cree que porque abre la llave, le llega el agua. Pero para eso existe un complejo mundo de infraestructura, de recursos,  de conexiones, de planificación, de intereses, conflictos y política”, dice. “En algunos países”, agrega, “también corrupción”. Un mundo complejo en el que él empezó a trabajar en los años 70, después de estudiar  Economía y Leyes, cuando entró a la administración pública para convertirse en una especie de ministro del agua en Victoria, una de las zonas más pobladas de Australia, desde donde lideró el plan maestro para preservar ese recurso.  “Siempre ha sido un tema sensible en Australia porque nuestro clima es muy seco y árido en el centro, y lluvioso en la costa, inundaciones un día, sequías el siguiente, y el agua no se encuentra necesariamente donde vive la gente. Y claro,  encima de todo eso tenemos el cambio climático”, explica.

El gran plan partió por lo que parece obvio: crear un mapa que ubicara y midiera el recurso en Australia. Identificaron los ríos, los lagos, reservas y embalses y midieron cuánta agua tenían en las distintas épocas del año. Pero también identificaron cada casa, la convirtieron en una unidad y midieron exactamente cuánta agua entra por las cañerías  y sale de cada una por el alcantarillado, que luego se trata y regresa a los ríos o se usa para regar las plantaciones agrícolas. Es un bien tan valioso en Australia,  que cada litro de agua puede rastrearse de principio a fin y está altamente regulada por las autoridades ambientales y de salud. Así que cuando los asoló la peor sequía de la historia, en 1996, y las reservas en los embalses cayeron a 30%,  ya venían con parte del camino de reformas avanzado. “La sequía lo aceleró todo, tuvimos que aplicar restricciones de emergencia”, cuenta. 

-¿En Australia pueden usar el agua que quieran?
-Sí, excepto cuando hay una crisis y los embalses no están llenos. Ahí se establecen restricciones.  No le cortamos el agua a la gente, pero, por ejemplo, en las ciudades prohibimos el lavado de autos o regulamos el riego de jardines.

-¿Y la gente reacciona?

-Con mucha fuerza. Hemos ahorrado 30% del uso  anual de agua en casas y 40% en industrias con medidas restrictivas. En el sector agrícola, en tanto, tenemos un sistema en que, dependiendo del nivel del embalse,  aumentan las restricciones. Por ejemplo, si un agricultor tiene derechos de agua sobre 10.000 metros cúbicos, pero el embalse está en el 50% de su capacidad, sólo recibe el 50% de esa cantidad. Y si necesita más agua, puede comprar lo que le falte en el mercado.

Una de las medidas de este plan maestro fue crear un mercado de aguas paralelo al de los derechos permanentes. Se puede comprar agua en forma permanente o temporal. E incluso, en años de sequía, puede ser mejor negocio para un agricultor vender el agua que le corresponde que usarla para regar sus cultivos. “Y este mercado funciona cada vez mejor”, dice Downie. “La lógica es que  mientras el agua se mantenga como propiedad del Estado, y siempre será así, según la ley, les damos a los ciudadanos el derecho a usar esa  agua. Así que desarrollamos una relación entre la propiedad estatal y el uso privado, donde  el Estado tiene la capacidad de regular, pero el ciudadano tiene la certeza de que podrá hacer crecer sus negocios, contratar personal, que el banco le dé un préstamo. Y si el Estado no tiene más, puede comprar”. 

-¿Por qué cree que es importante que el dueño del agua sea el Estado?
-Tengo que tener cuidado en cómo definimos el concepto de la propiedad en el agua. El agua cae desde el cielo, ¿de quién es? El agua entra en una casa, ¿de quién es? El agua sale por el alcantarillado, ¿de quién es? Nosotros estimamos que era  más importante centrarse en las regulaciones. En el control sobre el agua y el acceso. Lo que realmente importa no es tanto quién es el dueño, porque el Estado siempre es el dueño,  sino que quién la controla, quién puede usarla y cómo la usa. Al final, si  el Estado retiene el control, la comunidad se siente más confiada. En nuestra experiencia no hay nada peor que un monopolio del sector privado. Si va a existir un monopolio, que sea en el sector público. 

-En Chile tenemos casos de comunidades y agricultores que reclaman que reciben agua a medias o contaminada de las mineras que están más arriba en la montaña. ¿Eso sucede en Australia?
-No, no tenemos ese sistema de derechos. En Australia si es que se tiene un derecho de agua sólo es por un porcentaje del sistema. Todos comparten esto, no hay preferencias de un tipo de usuario sobre otro, un pequeño agricultor o una  compañía enorme tienen el mismo derecho. Y si a la minera, por ejemplo, no le alcanza, puede comprarla en el mercado a gente que quiera venderla. La primera respuesta a la gran sequía de 1996 fueron las restricciones, pero como ésta se fue profundizando, se vieron obligados a invertir en infraestructura. Es crucial. Construimos la conexión, las cañerías  entre distintos sistemas para que  así pueda comercializarse el agua, 750 millones de dólares para conectar  dos sistemas separados por 75 kilómetros. Para que los agricultores de Victoria estuvieran de acuerdo con que parte de esa agua se fuera al área urbana, gastamos 2.500 millones de dólares en la modernización de todos los sistemas de regadío”.

“La idea es que la comunidad trabaje junta, así se obtiene el mejor resultado económico”, explica luego. “Nosotros  tenemos una mentalidad bastante económica, obviamente la riqueza del país es muy importante y lo que aprendimos en este largo y duro proceso, que tomó muchos gobiernos, es que al unir a la gente  y decirles cuáles  son las opciones, darle toda la información, pudimos llegar a este sistema donde todos tienen un derecho. Cuando nos sentamos  con los agricultores en los 80, había  todo tipo de inseguridades y eso es lo que veo hoy en Chile. Pero  lo que aprendimos es que hay que sentarse con la gente, ir a los sitios y medir el agua, entender dónde está, mejorar los sistemas de colaboración con las comunidades, que es fundamental. En Australia, el agua es tan importante para nuestra economía que  creemos  que la mejor manera de hacerlo es que la gente esté de acuerdo. Conseguimos que la mayoría lo estuviera.

-¿Los australianos confían en los gobiernos?
-No. No confían en los gobiernos para nada.  Por eso es que el  proceso de consulta es tan importante. Y es difícil vender un plan de largo plazo porque los gobiernos generalmente duran cuatro años.

-¿Para cuántos gobiernos ha trabajado?
-Ocho o nueve. De derecha e izquierda. La primera vez que entregamos derechos de aguas  fue en un gobierno de  izquierda. Y hemos tenido gobiernos de derecha a los que no les ha gustado. He visto todo tipo de opiniones dependiendo del sector político del día.

-Usted debe ser un artista de la negociación...

-(Sonríe) Pero también está la evidencia. Los hechos, la información, los datos duros entregados por entes independientes. Por economistas, por abogados.

-¿Luego de la crisis hídrica de 1996 y con todo este nuevo sistema, podría decir que en Australia resolvieron el tema de la sequía?

-No. Pero donde yo vivo, en Victoria, el centro urbano está a prueba de sequías por los próximos 30 a 40 años.

-¿Qué pasa si en tres años no llueve?
-Si en tres años no llueve, tenemos suficiente agua con las plantas de desalinización para proveer a las zonas urbanas. En el caso de los agricultores, si no llueve, los niveles de los embalses bajarán y habrá un problema. Pero para eso está el mercado del agua. Pero es poco probable que nos quedemos sin agua.

-En Chile, como ustedes, tenemos una extensa costa. ¿Por qué no se ha transformado en agua? ¿Es la  desalinización el futuro de  este problema?
-Tengo un dicho que a veces  se malentiende: “La escasez de agua depende de la locación”. Se trata de dónde tú estás. Si ves la foto desde arriba, hay agua para todo el mundo, el tema es el precio que estás dispuesto a pagar para que te llegue. Si estás en la costa y se acaba el agua, una planta desalinizadora es relativamente más barato que si estás en el centro y no hay otra manera de conseguir agua. El agua desalinizada es mucho más cara porque tiene que haber un sistema de cañerías que la transporte. Pero en cinco  de las siete ciudades capitales de Australia  tenemos plantas desalinizadoras como reserva, como una medida de emergencia. Es caro, pero es mucho más caro para la economía que se te acabe el agua. Nuestros economistas estiman que en 100 años, el plan va a pagarse muchas veces porque esperamos más sequías  y no puedes construir  embalses rápido, ni puedes llenar los embalses rápido, pero puedes construir una planta desalinizadora, según nuestra experiencia, en 3 ó 4 años.

-Hoy estamos en una sequía grave en Chile. ¿Cree usted que deberíamos cambiar de mentalidad y empezar a pensar que esta es la situación normal?

-Hay que cambiar de mentalidad. No sugeriría necesariamente que hay que asumir que esta va a ser la norma, pero sí creo que hay que asumir, desde el  punto de vista de la planificación, que cuando tienes una población con más necesidades de crecimiento, tienes que tomar en cuenta más eventos climáticos extremos. Para mí  esto se trata más  sobre la planificación que sobre los embates del clima, porque el clima no lo puedes controlar. Lo que sí puedes controlar son los planes que tienes para hacer frente a esas sequías o inundaciones.

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