Por Paula Molina Marzo 18, 2015

“Sería insensato importar las instituciones de Finlandia y tratar de trasplantarlas a Chile. Mejor que eso, los chilenos deberían reconocer las ventajas de su propio sistema -un pujante sector privado subsidiado- y diagnosticar sus debilidades de forma honesta”.

“Nunca haga dieta sin una pesa y un espejo” fue el título simple y provocador que eligió Thomas Kane para uno de sus artículos a fines del 2014. La dieta es la educación. La pesa y el espejo, las herramientas para medir a los profesores más efectivos en el rendimiento escolar. Un maestro le replicó en su blog: “No necesito una pesa para saber que bajé de peso y, definitivamente, no necesito una pesa para adelgazar”.

Pero Kane, que en los 90 asesoró al gobierno de Bill Clinton en materias educativas, tomó a su cargo el 2009 el MET, un proyecto de 45 millones de dólares de la Fundación Bill y Melinda Gates para dar con las herramientas que permitan evaluar mejor a los docentes. “Sabemos que un profesor puede cambiarte la vida: queríamos saber qué es lo que hacen esos profesores”, explica el académico, que viene al país en una visita que auspicia la embajada de EE.UU. en Chile, invitado por el centro de pensamiento Espacio Público.

Investigando a más de 3 mil educadores,  se sorprendieron de probar que una de las formas más baratas y efectivas de medición son las evaluaciones hechas por los propios escolares.

No todos valoran igual los resultados del MET en Estados Unidos. Pero no hay duda de que la iniciativa le dio nuevo vigor al debate sobre la evaluación docente.

Kane valora las pesas y los espejos, y  a la hora de evaluar al profesorado, las pruebas, las observaciones, los videos. “De alguna forma, Chile ha superado a Estados Unidos, por ejemplo, en tener expertos externos para evaluar las clases de los profesores usando videos”, dice.

Kane también valora los test estandarizados -cuando siguen las mejoras de los estudiantes comparándolos con otros que tengan similares puntos de partida- y la ampliación de la educación privada subvencionada -mientras los padres tengan la información para elegir y no se pueda seleccionar a los alumnos-.

-En una visita previa al país, otro profesor de Harvard, Pasi Sahlberg afirmó que no hay un sistema que haya mejorado con las políticas educativas que tiene Chile, refiriéndose a la elección de escuelas, la selección y establecimientos con fines de lucro financiados con dinero público. ¿Comparte esa opinión?
-Eso es una sobresimplificación y está equivocado. Aquí hay un contraejemplo: Estados Unidos tienen un sistema de educación superior muy alabado, que sin embargo, tiene todos los atributos que Sahlberg critica. Más aún, desde el 2000, Chile ha mejorado considerablemente en el examen de lectura PISA, mucho más que Finlandia, donde los avances se han estancado o declinado en el mismo período. Dicho eso, hay mucho espacio para mejorar en Chile, particularmente en proveer de un mayor acceso a los estudiantes de ingresos bajos y medios a escuelas de mayor calidad. Sería insensato importar las instituciones de Finlandia y tratar de trasplantarlas a Chile. Mejor que eso, los chilenos deberían reconocer las ventajas de su propio sistema -un pujante sector privado subsidiado- y diagnosticar sus debilidades de forma honesta, por ejemplo, asegurando que más familias tengan acceso a las mejores escuelas.

-El actual modelo chileno en reforma ha generado los colegios más segregados por ingreso económico entre los países OCDE. ¿Cómo afecta la segregación al proceso de enseñanza y aprendizaje?

-Chile ha sido extremadamente exitoso en generar un sistema de opciones públicas y privadas para los padres. Pero si los estudiantes de bajos ingresos sólo tienen acceso a escuelas de menor calidad, eso es obviamente injusto. Creando un sistema unificado, en el que los padres están informados de sus elecciones y asegurando que los espacios en los colegios con mayor demanda se repartan justamente -en un sistema de lotería, por ejemplo-, Chile podría crear al mismo tiempo varias opciones y asegurar un acceso equitativo a esas opciones.

-Hoy los colegios en Chile “seleccionan” a sus alumnos. ¿Qué nos puede comentar sobre esa práctica?
-Cuando se usan subsidios públicos es difícil justificar que se permita a las escuelas elegir a sus estudiantes. Debe existir un sistema transparente, limpio, para adjudicar los cupos en los colegios. Pero será muy difícil asegurar aquello sin un sistema unificado donde las familias conozcan sus opciones, hagan sus elecciones y se les asigne un colegio.

-En el proyecto MET usted ha trabajado en cómo medir las formas de enseñar más efectivas. ¿Qué lecciones le parecen relevantes para Chile?
-Al principio la gente nos decía: “Enseñar bien es un arte. No se puede medir”. Piensa en la capacidad de hablar en público. Sería imposible describir las distintas formas en las que Martin Luther King o los grandes oradores en la historia chilena se distinguieron, pero sí se podrían describir los diez atributos de un gran discurso: un punto claro, una conexión emocional entre quien habla y su audiencia, si el orador mira a su audiencia a los ojos o lee un papel, etc. Con los profesores es parecido. Nunca podremos diseccionar cada cosa que hace un buen profesor, pero podemos, por ejemplo, observar cómo hacen las preguntas. ¿Son preguntas de sí o no? ¿Hacen preguntas que requieren razonamientos de los estudiantes? ¿A cuántos estudiantes distintos les preguntan en la sala? Descubrimos, por ejemplo, que las técnicas para hacer preguntas se asocian con un mejor aprendizaje.

-Entiendo que uno de los hallazgos más inesperados del MET fue lo confiables que son las evaluaciones que hacen los escolares de sus profesores.
-No conozco ninguna institución de educación superior en Estados Unidos donde los estudiantes no evalúen a sus profesores. Es un accidente histórico que esa práctica sea tan escasa en la educación básica y secundaria. Las evaluaciones de los estudiantes no son perfectas. Muchos profesores universitarios se quejan de ellas, pero la mayoría admitiría que son útiles para mantenernos enfocados en la enseñanza. Las evaluaciones de los estudiantes no deberían ser la única medida de un profesor, pero debería ser una de las formas de entregar feedback a los profesores sobre su trabajo diario.

-Chile ha tendido a mirar hacia Finlandia para encontrar prácticas educacionales exitosas. Se valora el prestigio de los profesores y sus altos sueldos. ¿Qué relevancia le da a esos factores?
-Es importante atraer y retener a los profesores de mayor calidad, pero un sueldo alto no asegura un buen resultado. Sueldos altos generan más postulaciones, pero si las escuelas no son capaces de identificar y encontrar a los profesores más efectivos, los sueldos más altos no beneficiarán a los estudiantes. Hemos aprendido dos lecciones importantes: los profesores difieren dramáticamente en su habilidad para ayudar a los estudiantes a aprender, y es muy difícil saber quiénes serán los profesores más efectivos cuando los contratas. Sin embargo, las escuelas pueden aprender mucho sobre su efectividad en los dos primeros años de un profesor, monitoreando cuánto aprenden los estudiantes, observando a los profesores y preguntando a los estudiantes y a los padres sobre su efectividad… Aquellos profesores que sean superestrellas durante sus primeros dos años de clases deben recibir un gran aumento de sueldo al tercero. Los que no, deberían buscar otro trabajo.

-¿Es necesario atraer a los mejores estudiantes a la carrera de pedagogía para tener mejores profesores?
-La evidencia sugiere que la enseñanza de calidad -lo que hacen los profesores en la sala de clases- es el ingrediente clave para el aprendizaje. Y es difícil saber quiénes van a ser buenos profesores antes de que entren a la sala. Al menos en Estados Unidos, vemos que la efectividad de los profesores está muy poco relacionada con los lugares donde estudiaron o con sus notas.

-La evaluación docente causa cierta tensión en Chile. En su experiencia, ¿cómo se instala una conversación pública respetuosa en torno a la evaluación docente?
-Siempre es una discusión difícil, pero hay dos formas de reducir parte de esa desconfianza. Primero, es útil separar la evaluación. Para los profesores nuevos debería existir una vara muy alta, que al final de sus primeros dos años determine si continúan o no en la profesión. Para los profesores con más experiencia, en cambio, el punto de la evaluación es proveerles feedback y sugerir dónde necesitan mejorar su práctica. La desconfianza se crea cuando tratamos de tener un sistema de evaluación para dos propósitos tan distintos.

-En Chile desde el 2013 un movimiento de académicos y profesores ha llamado a detener pruebas estandarizadas como el Simce chileno. Argumentan, entre otros, que los test estrechan los objetivos y las prácticas educativas.

-Las pruebas estandarizadas son necesarias para  mejorar. Sin ellas, sería imposible ayudar a los padres a saber en qué escuelas sus hijos pueden mejorar, o evaluar a un profesor al final de sus dos primeros años, saber si debe ser promovido o no.

-Ya que trabaja bajo la idea de que un profesor puede cambiar la vida de un estudiante, ¿qué profesor cambió la suya?
-Hubo muchos profesores que enriquecieron mi vida, desde el kínder hasta que me gradué del colegio. He sido increíblemente afortunado. Una de ellas fue Gertrude Sherman, mi profesora en 5º y 6º grado. Tenía fama de ser la más dura del colegio. Y lo era. Hacíamos esquemas de gramática cada día frente a la clase, pero eso me hizo un mejor escritor. En ciencias sociales, nos enseñó la lucha por los movimientos sociales a medida que se libraba en mi propia ciudad, porque crecí en el sur de Estados Unidos. Pero al final del año me dio un marcador con una frase de Henry David Thoreau: “Si un hombre no marcha al mismo paso que sus compañeros, puede que sea porque escucha un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota”. Nunca lo olvidé.

Relacionados