Por Sebastián Rivas Enero 29, 2015

“Cuando las cosas me empiezan a afectar directamente, uno podría ver algo así como ‘es el resto, pero no soy yo’. Para el resto el fin del lucro y del copago está perfecto, pero en lo que concierne a mi colegio, a mis hijos, yo estoy contento y trato de afectar eso lo menos posible”, apunta Sergio Urzúa.

Era uno de los principales éxitos de su primer año de gestión, y Michelle Bachelet no se esforzó en esconder su alegría. El martes pasado, la presidenta se refirió a la aprobación, la noche previa, de la primera parte de la reforma educacional de su gobierno, la que contempla el fin del copago en los colegios, la prohibición de lucrar para los dueños de esos establecimientos y el fin de la selección. Un gran triunfo político, pero que ha tenido costos en su popularidad.

Por eso, en sus primeras palabras apuntó a un nicho clave: “Yo quisiera hacer un llamado a las familias a que tengan calma, a que tengan confianza. No se van a cerrar los colegios, al contrario, todos los cambios se van a implementar gradualmente, justamente para apoyar a los colegios particulares subvencionados y que sigan haciendo así su trabajo educativo”.

La alusión responde a una paradoja que es reconocida en el oficialismo y que está respaldada por cifras de encuestas. Mientras el apoyo a los tres principios en que se basa la reforma se ha mantenido estable o ha subido, el respaldo a la reforma en general se ha desplomado.

El sondeo que publicó esta semana Plaza Pública-Cadem ratifica la tendencia: el 51% de los consultados avala el fin del copago, la misma cifra está de acuerdo con prohibir el lucro y el 50% está en desacuerdo con permitir la selección por méritos académicos. Sin embargo, sólo el 36% de los encuestados dice estar de acuerdo con la reforma en general, y el 55% afirma que la rechaza. Roberto Izikson, gerente de Asuntos Públicos de Cadem, remarca lo llamativo del fenómeno: “El rechazo a la reforma educacional se ha alineado con el rechazo a la gestión de Bachelet. Pero el nivel de apoyo al fin del copago y al fin al lucro especialmente ha ido creciendo y hoy es mayoritario, aunque no contundente. Eso refleja lo polarizado del debate”.

La desalineación no es inédita, pero habitualmente juega en el otro sentido: apoyo a la reforma y rechazo a los detalles. Por ejemplo, si bien la mayoría de los chilenos está a favor del término del binominal, existen discrepancias en si el aumento de parlamentarios es la mejor forma. Y considerando que Educación es el área emblemática del segundo gobierno de Bachelet, la interpretación de los motivos de esa distancia guiará los próximos pasos de la administración.

Las interpretaciones son diversas. Algunas apuntan a que las cifras de apoyo a la reforma están alineadas con la aprobación presidencial, y que en la medida de que ésta repunte, también subirá la adhesión a los proyectos estrella de su mandato. Pero hay quienes apuntan que en los datos hay una “variable omitida”, un factor que distorsiona los resultados y que puede explicar las diferencias: la manera en que los encuestados esperan que la reforma impacte o no en la sociedad, sino que en sus familias y colegios. Y existe información adicional que apunta en esa dirección.

 

LA PARADOJA DE LOS COLEGIOS
Durante años, el académico de la Universidad de Maryland, Sergio Urzúa, ha indagado en una fuente de datos poco utilizada: la encuesta de padres y apoderados que se realiza cada año junto a las pruebas Simce que se aplican a los colegios. El cuestionario, anónimo y confidencial, contiene preguntas que permiten conocer tanto detalles de los hábitos de los estudiantes como la percepción de las familias sobre los establecimientos educacionales.

Urzúa revisó la información de la base de datos de la encuesta hecha en el Simce 2013 para cuartos básicos, respondida por casi 200 mil apoderados: lo que encontró fue que el 95% de los padres señaló estar de acuerdo o muy de acuerdo con que el colegio de sus hijos es un buen lugar para aprender; el 91% señaló que lo volvería a matricular en el mismo establecimiento y el 89% dijo que se lo recomendaría a familiares y amigos. Cifras que apenas varían si se controla por tipo de establecimiento: por ejemplo, en los particulares subvencionados los porcentajes son 96%, 92% y 91%, respectivamente.

En un año en que ya el debate sobre la reforma educacional estaba instalado, y con el recuerdo de las movilizaciones de 2011 y 2012 aún fresco, la cifra indica que en general los padres valoran el establecimiento en el que están sus hijos. Aún más, las tasas altas se mantienen independiente de factores como la votación de Bachelet en cada comuna o los índices de vulnerabilidad. En esas tres variables, prácticamente en todas las comunas las respuestas positivas fueron más del 80%, y en más de la mitad la tasa superó el 90%. Un ejemplo: en La Pintana, donde la presidenta obtuvo el 74,3% de la votación en la segunda vuelta de 2013, el 87,6% de los padres afirman que volverían a inscribir a su hijo en el mismo colegio en el que va hoy.

“La base de datos es consistente con la visión de que en la reforma cada uno de sus elementos puede ser atractivo desde un punto de vista conceptual, pero cuando las cosas me empiezan a afectar directamente, uno podría ver algo así como ‘es el resto, pero no soy yo’. Para el resto el fin del lucro y del copago está perfecto, pero en lo que concierne a mi colegio, a mis hijos, yo estoy contento y trato de afectar eso lo menos posible”, apunta Urzúa.

Izikson plantea que, de acuerdo a las mediciones de Plaza Pública-Cadem, un punto de inflexión se dio a mediados de octubre, con la marcha de la Confepa que tuvo amplia cobertura mediática. En su análisis, la imagen puede haber influido en el recelo de los apoderados hacia la reforma, que en abril -antes de que se detallara su contenido- contaba con el 60% de apoyo. Sobre todo porque el grupo en que ha crecido el rechazo a la reforma es el C3, identificado con los particulares subvencionados. “Cuando uno ve una movilización de padres por televisión, un grupo de familias que se siente afectada, se puede generar empatía: ¿qué va a pasar con mi colegio?”, argumenta.

Aun cuando las explicaciones pueden ser variadas y multidimensionales, el dato extraído apunta a una dimensión distinta de la reforma educacional: los mismos padres que mayoritariamente se muestran conformes con el colegio en el cual sus hijos se educan podrían, entonces, tener temor a un cambio en las condiciones actuales. La incertidumbre se ubicaría no en el efecto social de la reforma, sino que en la manera en que ésta impactaría en la realidad personal.

“Aquí hay varias dimensiones. Una es desde el punto de vista técnico, que es si la reforma educacional va a realmente poder satisfacer las expectativas. La impaciencia que se pueda generar le juega en contra al gobierno en esa área. Y desde el punto de vista político, el gobierno al menos ha mostrado mucha confianza en que va a haber un tiempo de cosecha. La pregunta es si eso se va a producir. De nuevo, esa incertidumbre puede tener costos”, plantea Urzúa.

 

A LA CAZA DE LA CLASE MEDIA
Para Mauricio Morales, director del Observatorio Político-Electoral de la UDP, el contraste de los datos es consistente con un elemento que han mostrado permanentemente los sondeos: el grupo más crítico de la reforma educacional es la clase media, el segmento que es más propenso a tener a sus hijos en colegios particulares subvencionados. El recelo se explicaría porque es el grupo en el que se prevé que las condiciones vayan a cambiar de forma más radical tras la reforma, dado que los tres cambios aprobados no impactarán directamente -a lo menos en una primera etapa- ni en los privados ni en la mayoría de los establecimientos públicos, a excepción de los liceos emblemáticos. “Probablemente no son los pobres ni tampoco los ricos. A la mayoría de esa clase media aspiracional le gustan los colegios subvencionados, quisieran que los más pobres tuvieran acceso, pero a la vez no quieren mezclarse, porque ellos vienen escapando de allí”, apunta el analista.

La preocupación del oficialismo es que ese es un nicho electoral apetecido, que no tiene domicilio político fijo y que puede ser desequilibrante en una elección estrecha. Morales lo ejemplifica con La Florida, una de las comunas con mayor presencia de colegios particulares subvencionados, donde Bachelet ganó con  amplia ventaja y la Nueva Mayoría obtuvo una importante votación en diputados, pero en que el alcalde es una figura de la UDI, Rodolfo Carter. “Es el grupo que pudo haber votado por Lavín y Piñera”, destaca.

Por eso, las palabras de Bachelet apuntando a dar seguridad a los padres de colegios particulares subvencionados muestran la relevancia del tema. Y, además, la manera en que finalmente salió aprobada la reforma prevé que el proceso se haga de manera gradual.  “Lo que dijo la presidenta en torno a que tengan confianza y que no van a perder su situación les puede hacer sentido, porque les ha costado mucho pasar a sus niños de colegios públicos hacia los particulares subvencionados. Va en la línea correcta, porque las clases medias son temerosas. Es gente que vive con miedo a la delincuencia, a que el desempleo aumente, a que les cambien las condiciones. Viven en la incertidumbre: por eso, la única forma de convencerlos es darles seguridad”, plantea Morales.

Esto puede ser un arma de doble filo, porque en la medida de que no se vean directamente los efectos de la reforma, la discusión puede prolongarse en los mismos términos que hasta ahora. Es más: en los últimos días, en sectores del oficialismo se ha mencionado que la progresión permitirá exhibir el 2016 el fin del copago como un triunfo del sector, que representará una especie de bono indirecto especialmente dirigido hacia las familias de clase media. En los análisis optimistas, se menciona que si la Nueva Mayoría logra sumar eso a que el sistema de colegios no colapse por factores como el modelo de selección o el cierre de establecimientos, el efecto será un repunte en la aprobación del sector y una posición de privilegio para las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales.

De hecho, Roberto Izikson cree que en el éxito de esa iniciativa puede estar en juego el capital político de la reforma y del gobierno. Si se cometen errores, el costo puede ser alto, pero si se logra una fórmula que le dé gratuidad a los padres y le haga dejar de lado sus temores, los números negativos podrían darse vuelta. “Es la prueba de fuego de la reforma”, asegura Izikson. “Si yo voy a dejar de pagar por el colegio en que estoy satisfecho, y además no veo grandes cambios negativos y no cierra, el apoyo va a subir mucho”.

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