Por Sabine Drysdale Diciembre 11, 2014

“Nosotros hicimos de la utilización de las custodias un negocio. Yo no me siento para nada orgulloso de haberlo hecho”, dijo Serrano en su declaración ante el tribunal. Los intereses, eso sí, los pagaban puntualmente. “Guardábamos las apariencias para que no se detectara el uso de custodias”, agregó.

El instinto le decía una cosa, pero Pedro Jullian hizo otra. El instinto le decía que Tomás Serrano Parot (52), “Coyote”, el que iba un curso más abajo que él en el colegio Manquehue, el bohemio, el acelerado, el bueno para la fiesta, el histriónico, de chiste fácil y algo alocado, no calzaba con la voz de hombre serio del mundo de las finanzas que oía al otro lado del teléfono un día, no recuerda cuál, de 2008. Un día que no quisiera olvidar, sino que borrar.

Fue seguramente a través de las redes sociales, esas a la antigua, las del boca a boca entre los ex alumnos del Manquehue, las Ursulinas, el Villa María y el Tabancura, donde compartían amistades y los veraneos en Zapallar, que Tomás Serrano se enteró de que a Pedro Jullian le estaba yendo bien en su empresa de publicidad. No eran grandes amigos ni se habían visto en años, pero eso no impidió que lo llamara para ofrecerle sus servicios financieros, en un principio acciones de la Bolsa y operaciones simultáneas. Pero Pedro Jullian, no muy propenso a los riesgos, se resistió.

Tomás Serrano, sin embargo, no soltó la presa y lo fue a visitar a su oficina con una carpeta con  proyectos diseñados a la medida de su estilo más conservador. Así operaba Tomás Serrano, abusando de la confianza de sus redes y ofreciendo un trato personalizado. Esta vez le ofreció comprar depósitos a plazo que los bancos liquidaban antes de tiempo con una tasa preferencial. Aceptó.

“Tuvo la habilidad de contarme bien el cuento. Y el cuento es que somos corredora chica, que tenemos clientes de toda la vida, nombró gente que yo conocía que avalaban su comportamiento en el tiempo. Y, además, se empezaron a oír puras historias de éxito de Serrano, que se había hecho cargo de la oficina de su padre, que había exportado el negocio a Perú, que tenía negocios inmobiliarios en el centro de Santiago”, dice Pedro Jullian.

En apariencia todo estaba en orden. Por cada depósito que tomaba, Tomás Serrano le entregaba un pagaré firmado por él y los intereses eran cancelados puntualmente. Se allanó entonces a la idea de arriesgar un poco más y compró acciones. Tras la compra, le entregaban las facturas y le llegaban cartas firmadas por el presidente de la Bolsa, indicando que sus acciones estaban en custodia. Nada lo hacía sospechar que todo esto se trataba de un fraude que alcanzó a decenas de clientes por un monto de doce mil millones de pesos, según acreditó el tribunal.

Abogado querellante: -¿Cuándo empezó a hacer uso indebido de las acciones de la corredora?

Tomás Serrano: -Aproximadamente el año 2001.

“Cuando Serrano llegó a mi oficina en 2008, vino a buscarme para estafarme. Así de claro”, recuerda Pedro Jullian. Para entonces, la corredora Serrano Mac Auliffe era una fachada, una recaudadora de dinero fresco de clientes incautos que creían haber invertido en el mercado de valores, pero cuyas acciones en custodia eran liquidadas, o nunca compradas, y las operaciones simultáneas jamás suscritas. Dineros de los que se apropiaban el dueño y gerente general, Tomás Serrano, y su socio y gerente comercial, Jorge Fuenzalida, para gastarlo en sus negocios personales: las sociedades Serrano Consultores S.A. y Serrano Consultores Ltda., el canal de televisión Nextchannel, la productora Chile Tevé, la corredora de bolsa Cartisa en Perú, los clubes de fútbol Unión La Calera, Deportes Ovalle, una mina de litio y la inmobiliaria Santiago Downtown.

El dinero robado a sus clientes también lo usaba Tomás Serrano para sus gustos personales: los autos, las motos, la colección de equipos de música, por la que se jactaba haber gastado 200 mil dólares,  y otra de locomóviles que guardaba en su casa de Chiloé, las armas y la cocaína. Según declararon para este reportaje algunos de sus amigos y colegas, su adicción a la cocaína no sólo le costó su matrimonio con la profesora de yoga Paula Pignudel, con quien tuvo tres hijos, sino que también lo fue perturbando. “Con la cocaína vivía en un castillo de fantasía”, dice un cercano. Algunos de sus amigos cuentan que tuvieron que rescatarlo varias veces de sórdidas fiestas, y que hubo días que no pudo llegar a trabajar. “Se perdía”, dice un cercano. También tuvo una condena por manejo en estado de ebriedad en una de sus motos. Sin embargo, el mismo Serrano, frente a los sicólogos de Gendarmería, negó ser consumidor de cocaína y abusar del alcohol. “Sólo bebe alcohol en actividades sociales”, se lee en el informe presentencial que recomendó la libertad vigilada.

DRAMA FAMILIAR
La historia de familia Serrano Parot está marcada por la tragedia. En 1986 se suicidó Max, el segundo de los cuatro hermanos. Devastado, y sin poder superar la pena, dos años más tarde y pocos días antes de la Navidad, se suicida Raimundo Serrano Mac Auliffe, el padre, con una pistola Browning automática que le había regalado su hijo Tomás. Raimundo Serrano Mac Auliffe era conocido como “el Conde”, un hombre oriundo de Viña del Mar y  de prestigio intachable en el mundo financiero, que fundó la corredora en 1974, una del tipo boutique y de las más prestigiosas de la plaza. Su mujer, Mariana Parot, escribió un in memóriam en 2005: “Con sus grandes cualidades, destacándose entre otras, la paciencia, mansedumbre y lealtad, obtiene una importante cartera de clientes. Llegando a ser un excelente corredor de bolsa. Desafortunadamente en el mejor momento de su carrera muere en forma repentina y sorpresiva nuestro hijo Max de 22 años. Simultáneamente, sufre una gran estafa. Todo esto derrumbó su mundo, su futuro y su salud. No había forma de respirar con un dolor tan desgarrador. Su vida comenzó a girar en torno a la compañía de la tumba de Max donde pasaba horas y días. A los 2 años 10 meses, con 48 años de edad, murió de pena, dejando desolada a su familia. Sus hijas Rosario y Valeria que eran sus mejores amigas. A Tomás, que estaba empezando a entrar al área comercial y a trabajar con él”.

La relación entre el padre y su hijo Tomás no era buena, revelan sus cercanos. “Max era el hijo favorito”, dice una fuente que conoce a la familia. Frente a los sicólogos de Gendarmería, Tomás Serrano describió a su padre como una persona introvertida, de bajo perfil, poco sociable, sedentario y depresivo. Es la madre la líder de la familia, una mujer de carácter fuerte y deportista, y la que queda a cargo de la corredora al enviudar y lo unge como heredero en 1992. Tomás Serrano entró a estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de Chile, pero dejó la carrera al tercer año. Ingresó a Publicidad en la Escuela Mónica Herrera donde egresó pero nunca llegó a ejercer como publicista. A mediados de los ochenta su padre le había dado un trabajo en la corredora en el mercado de divisas.

Tras la muerte de su padre hubo años de éxito para Tomás Serrano que le permitieron una vida de lujos, pero el negocio empezó a flaquear tras la entrada de los bancos al corretaje, con su descarnada competencia, y luego vinieron los embates de las crisis externas, asiática, tequilazo, subprime, entre otras, que estrecharon el acceso de esta corredora al crédito. Viendo que el negocio iba decayendo, Tomás Serrano, decidió echar mano a las custodias de sus clientes e incursionar en negocios fuera de su giro. Eso, mientras el eslogan de la corredora rezaba: “Seriedad, tradición, compromiso”.

“Magistrado, va a sonar un poco feo, pero necesito decirlo. Nosotros hicimos de la utilización de las custodias un negocio. Yo no me siento para nada orgulloso de haberlo hecho”, dijo Serrano en su declaración ante el tribunal. Los intereses, eso sí, los pagaban puntualmente. “Guardábamos las apariencias para que no se detectara el uso de custodias”, agregó.

El castillo de fantasía del que hablaba uno de sus cercanos era tan real, que, a finales de 2008, cuando la corredora estaba prácticamente quebrada -algunos de los negocios personales de Tomás Serrano resultaron ser un fiasco- y aparentando solvencia, organizó un seminario a todo lujo en el Club de la Unión buscando inversionistas para supuestos negocios inmobiliarios en Estados Unidos. En el brochure se lee: “Como podemos apreciar estamos en un momento INCOMPARABLE para invertir en USA. Sólo debe elegir un equipo confiable y preparado que los guíe para invertir en las mejores alternativas. Un equipo (...) que trabaje por el mejor interés del cliente. Por estas simples razones HOY estamos aquí”.

Tomás Serrano, tras usar las instalaciones para defraudar socios, fue expulsado del Club de la Unión.


                                                          Fotografía de Tomás Serrano en su actual perfil de WhatsApp.

EL CUENTO DEL TÍO
La bomba explotó el 15 de mayo de 2009, cuando Luis Felipe Lanas, un cliente antiguo que había tenido acciones por 12 años en la corredora, puso una denuncia en la fiscalía. En febrero de 2009 había dado la orden de vender parte de sus acciones, pero sólo recibió evasivas. Alarmado, pidió retirar la totalidad de sus inversiones, unos mil quinientos millones, y ahí se enteró de que sus acciones en custodia no existían. Serrano, intentando ganar tiempo mientras negociaba financiamiento para poder responderle, le ofreció unos cuadros en garantía, pero Luis Felipe Lanas perdió la paciencia y tiró el mantel. El resto de los clientes defraudados se enteraron por la prensa.

“El día que me clavaron no se me va a olvidar nunca”, dice Pedro Jullian. “Estaba en Uruguay me llama mi hermano: ‘Serrano quebró’. Llamo a Tomás Serrano por teléfono y me dice ‘no te equivoques, es un señor Lanas que estaba tratando de recuperar una plata’ y me contó un cuento chino de unos cuadros que había dado en garantía. Decía que era un histérico. Me decía que estaba todo garantizado. Cuando volví quise retirar toda la plata y me dijo que si todo el mundo retiraba iba a haber una estampida. ‘Ayúdame’, me dijo. Me aseguró que iba a dar la cara y responder hasta las últimas consecuencias”.

Para tranquilizarlo le ofreció en parte de pago un campo en Talca. Fue a mirarlo con sus abogados, hicieron los estudios de títulos, pero el día del traspaso Tomás Serrano no llegó a la notaría. “Ahí me di cuenta que no tenía intención de pagar nada, sólo estaba ganando tiempo”.

Entre marzo y abril de 2009, con Luis Felipe Lanas encima, y desesperado por obtener fondos para seguir manteniendo su bicicleta financiera, Tomás Serrano recurrió a uno de sus clientes antiguos, de esos heredados de la administración de su padre, Roberto Knoop Libano, un lechero del Sur de más de noventa años, al que estafó en unos dos mil millones de pesos. Lo citó a una reunión junto a su nieto Roberto Apparcel para ofrecerles un negocio: nada más y nada menos que venderles un porcentaje de la propiedad de la corredora Serrano, para entonces una corredora de utilería.

Apparcel se mostró reticente porque no era un negocio que conocieran, pero le pidió un plan de negocios para estudiarlo. El documento nunca llegó a sus manos. También fue defraudado Exequiel Córdova, el júnior de la corredora, que invirtió el dinero de una congregación religiosa. Renato Ramírez, gerente de la Embotelladora Andina, que puso ahí los ahorros de su vida y los de su familia; Marlén Mora, secretaria de éste que tenía un padre enfermo y guardaba ahí el dinero para sus gastos de salud; Melquíades González, chofer de Ramírez, ex miembro de las Fuerzas Armadas que invirtió toda su jubilación. Omar Besoain, un empresario jubilado con cáncer terminal que invirtió el dinero destinado a su tratamiento médico. Miguel Humud, que vendió su casa y puso ahí el dinero para sacarle interés mientras se compraba otra -y que murió de un infarto durante el juicio-. Entre las decenas de defraudados, también estaba su mejor amigo y principal inversionista a través del grupo Toronto, Daniel Orezzoli. El grupo Toronto tenía entre 2008 y 2009 $14.000 millones invertidos en simultáneas.

Con Daniel Orezzoli, tuvieron una amistad por casi treinta años. Verónica Viejo, la mujer de Orezzoli, también defraudada, en su declaración lo graficó así: “Era el gran amigo, era el tío Coyotito, así le decían mis hijos cuando hablaban de él... era el tío divertido, simpático, que llegaba a la casa, que iba a todos los eventos sociales, era el gran amigo del papá, con el que nos reímos, incluso cuando se separó lo acogimos. Con mi marido viajaron en moto porque son bastante tuercas, hacían paseos en auto, fueron a Europa y yo lo invitaba los fines de semana a esquiar con mis niños. (...)No lo podía creer, para mí fue terrible, fue tener que explicarle a mis hijos que su tío Coyote nos había estafado, porque también los estafó a ellos, estaban los ahorros de mis hijos en la corredora, mis ahorros, los de mi suegro y de mucha gente más. Cuando me vieron en estado de shock y me puse a llorar, mi hija que ya tenía 16 años me dice ‘mamá qué te pasa’, le digo ‘el tío Coyote nos estafó’”.

Una vez pedida la quiebra, los acreedores se encontraron con una desagradable sorpresa: salvo la acción de la Bolsa de Comercio y 190 millones de pesos en acciones, Tomás Serrano no tenía bienes con qué responder, ya que los había traspasado y dado en garantía unos 5 meses antes de que se destapara el fraude a Daniel Orezzoli, a su mujer, Verónica Viejo, y al grupo Toronto. Entregó su Mustang, sus motos, la casa donde vivían su mujer y sus hijos, el campo de la familia en Talca, un sitio en el lago Ranco, otro en La Reina, los negocios inmobiliarios. Si bien en el juicio penal el tribunal no cuestionó estas operaciones, varios de los querellantes pusieron demandas civiles para recuperar esos bienes y repartirlos entre todos los acreedores.

“Realmente, creo que fue un error, un tremendo error no haber pedido mi propia quiebra, fue realmente una irresponsabilidad de mi parte porque terminé favoreciendo sin querer a un acreedor y perjudicando a los otros”, dijo Serrano en el tribunal.

Mientras, Tomás Serrano declaró que le entregó a Orezzoli estos bienes como garantía por las simultáneas inexistentes y que le sinceró en una reunión en su casa que la corredora estaba quebrada, Orezzoli lo niega. La supuesta reunión no pudo ser acreditada en el juicio.

Tomás Serrano fue condenado por estafa, uso indebido de custodias y entrega de información falsa al mercado y arriesga una pena de 15 años y un día, que es lo que piden algunos de los acreedores. Tiene tres años y medio para abonar ya que estuvo en prisión preventiva en Santiago 1 y con arresto domiciliario total. La condena se leerá este lunes. Pero en la selfie que se tomó en plano picado para su perfil de WhatsApp, no hay indicios de un hombre angustiado: pañuelo rojo al cuello, el pelo cano rapado, ojos  achinados, mirada desafiante, nariz prominente, barba de tres días y una gran sonrisa que muestra los dientes. La misma sonrisa que mantuvo durante el juicio, y que tanto irritó a sus víctimas, a las que prefirió no mirar de frente.

Se sabe que Tomás Serrano es culpable, lo que no se sabe es dónde están los doce mil millones de pesos que se robó junto a Jorge Fuenzalida.

Así lo señaló Omar Besoain, uno de los defraudados, al tribunal: “...tengo 4 operaciones más de cáncer, no tengo estómago, no tengo colon, no tengo la mitad de un pulmón, me han sacado lunares, un cáncer al ojo y aquí estoy, señor, duro para caer y no voy a caer, y en estas actividades voy a llegar hasta el final para ver si puedo recuperar mi plata porque en algún lugar debe estar. No me cabe la menor duda que esto no puede estar en el aire”.

En su última conversación con Pedro Jullian, Tomás Serrano le dijo: “Voy a pagar todo y después me voy a salir de este negocio porque es muy estresante y cansador”.

Relacionados