Por Sebastián Rivas, desde Chicago Noviembre 27, 2014

Paige Figi encontró investigaciones de la década de 1970 y 1980 en Europa que mostraban que un componente del cáñamo, la planta que origina la marihuana, podía aliviar las convulsiones en pacientes con epilepsia.

“Estoy aquí para disculparme”. La columna iba firmada por Sanjay Gupta, corresponsal especial de la cadena CNN para temas de salud y una de las figuras más prominentes del área en Estados Unidos, y marcaba un cambio en 180 grados en su postura sobre legalizar el uso de marihuana, en especial, con fines medicinales. Era agosto del año pasado y el impacto fue inmediato, sobre todo porque Gupta había sido uno de los más prominentes opositores a la medida. “Hemos sido sistemáticamente engañados”, planteaba en el texto, que salía apenas unos días antes del estreno de un documental que él había hecho sobre el tema.

La columna sólo mencionaba un caso, pero era suficientemente poderoso. Era la historia de Charlotte, una niña de siete años con epilepsia, a la cual la vida le había cambiado dramáticamente tras probar un aceite hecho a partir del cáñamo, la planta que da origen a la marihuana. Y detrás de esa historia estaba la de Paige Figi, su madre, que había luchado y desafiado lo que pensaba para conseguir una cura que parecía imposible.

“Ya no recuerdo el primer estado en el que testifiqué”, dice entre risas Paige al teléfono, contando lo que vino después de eso: un montón de entrevistas para medios, una lista de interesados en probar el producto, que aumentó exponencialmente y, sobre todo, muchos viajes por Estados Unidos para conseguir que los estados locales aprueben el uso del aceite, prohibido por tener principios activos similares a los de la marihuana. Hasta la fecha, 11 estados han pasado los cambios legales, todo un éxito en un país en que las modificaciones pueden tardarse años.

Su caso ha remecido la manera en que se debate sobre la marihuana en Estados Unidos. Pero además, está expandiendo el debate alrededor del mundo: Paige Figi viajó en octubre a Chile para contar su experiencia y buscar permisos para el uso del producto. Un camino que comenzó en medio de la desesperación y que ha sido liderado por personas que, paradójicamente, tenían visiones duras con respecto a la marihuana.

UN MILAGRO DESDE INTERNET
La historia parte con un comienzo durísimo: Paige Figi, una joven madre estadounidense, revisando internet y papers científicos 20 horas al día en una carrera contra el tiempo. Su hija Charlotte no puede perder ni un minuto: desde los 6 meses sufre de epilepsia refractaria, una enfermedad que le provoca violentas convulsiones y que empeoran hasta llegar a las 300 en una semana. Paige y su esposo Matt, un soldado del ejército desplegado en Afganistán, han probado todo tipo de medicinas para intentar que mejore, pero la esperanza se va acabando. En 2011, cuando Charlotte tiene cuatro años, el diagnóstico es inapelable: las convulsiones no mejoran con ningún medicamento y se van incrementando hasta durar 30 minutos. Esto hace que Paige y Matt se pongan en el peor escenario: deciden que su hija no iba a ser reanimada si caía en una crisis profunda. “Pensábamos que le quedaban apenas un par de meses de vida. Ella estaba muy mal: inconsciente, con oxígeno, en una silla de ruedas y no podía caminar”, recuerda Paige.

Sin embargo, la revisión la llevó a un área desconocida para ella. En su búsqueda, encontró varios trabajos que apuntaban a algo similar: investigaciones de la década de 1970 y 1980 en Europa que mostraban que un componente del cáñamo, la planta que origina la marihuana, podía aliviar las convulsiones. “La investigación está al alcance, la puedes googlear”, plantea Paige. Curiosamente, ella estaba en Colorado, uno de los estados de su país donde la marihuana es legal, pero había votado en contra de esa resolución y tenía reservas sobre los efectos colaterales que podía traer el consumo.

Los hallazgos de Paige tenían otra dificultad. Todos apuntaban hacia el uso del cannabidiol, o CBD, un componente específico de la planta de marihuana. Sin embargo, obtenerlo no era sencillo: en la mayoría de las plantaciones las modificaciones genéticas han reducido su presencia, aumentando la cantidad de otro componente, el tetrahidrocannabinol (THC), el principal componente psicoactivo de la marihuana y que es el que genera los efectos típicamente asociados, como la sensación de “estar volado” y la tendencia adictiva. Aun cuando tenía una posible receta, a Paige le faltaba el paso final.

Y el hombre clave fue Joel Stanley, el líder de una familia de hermanos que desde 2008 cultiva marihuana en Colorado para usarla en fines medicinales, en especial como paliativo. Él fue puesto en contacto con Paige por un amigo de Joel al que ella había acudido buscando posibles soluciones al problema. Al comienzo, se mostró reacio a tratar a Charlotte, porque era muy pequeña. Sin embargo, como la situación era desesperada, aceptó.

Unas semanas después, Joel llegó a crear un aceite alto en CBD, siguiendo la línea de lo que había indagado Paige. El resultado fue impresionante: las convulsiones se redujeron drásticamente y tras una semana casi habían desaparecido. Más aún, no había efectos colaterales, algo que diferenciaba al producto incluso de las medicinas avanzadas que habían probado.

Aún después de eso, Paige decidió mantenerse cautelosa. Pese a que la historia de la curación casi milagrosa de Charlotte se empezaba a difundir, esperó 18 meses antes de salir a dar su testimonio, para asegurarse que todo saliera bien. Después de eso, vino Sanjay Gupta y su historia cambió: pasó a viajar por los estados para defender que se le extiendan permisos a su producto para ayudar en especial a los niños que están en situaciones parecidas a la de Charlotte.

Al mismo tiempo, Paige y los hermanos Stanley comenzaron a producir el producto. Lo llamaron Charlotte’s Web, en honor a la pequeña niña por la que todo había comenzado. Además, crearon una organización, Realm of Caring, que apunta a difundir la experiencia y luchar por las autorizaciones para el uso de productos que vienen de la planta de la marihuana, pero que tienen fines medicinales. En ese proceso de expansión, la ruta de Paige y los Stanley se unió con la de un protagonista impensado: un venezolano destinado a tener un rol de liderazgo en una de las empresas más importantes del mundo, pero al que su historia personal y la historia de Charlotte lo llevaron por un camino distinto.

EL ALIADO IMPROBABLE
La señal que le faltaba a Ricardo Behrens para sellar un cambio radical en su vida era esa niña, Charlotte, que corría por toda la casa escondiéndose en los clósets y que tenía una afición a las papas fritas. Era inicios de 2014 y Behrens estaba en la casa de los Paige en Colorado, después de un trayecto improbable que había comenzado en Japón, también por una historia personal.

Behrens, un joven ejecutivo venezolano, estaba en el país del Sol Naciente preparándose para suceder a su padre, Alfredo Behrens, el presidente histórico de Toyota Venezuela. Era el destino de su vida: de hecho, Ricardo se casó y se fue a Japón para conocer en detalle el negocio de la firma. Pero cuando en 2012 su padre recibió un diagnóstico de cáncer, sus prioridades comenzaron a cambiar.

Behrens comenzó a estudiar posibles terapias alternativas. Él, criado en una casa tradicional y que nunca había probado marihuana en su vida, pensó que podía ser una buena idea usar las propiedades de la planta para paliar las molestias que la enfermedad podía traerle a su padre. Pero Alfredo, cuando escuchó la idea, no estuvo para nada de acuerdo. “Cuando le conté por primera vez, él se paró de la mesa”, cuenta Ricardo.

Sin embargo, algo quedó dándole vueltas en la cabeza a Ricardo. Algo que le hizo clic casi un año después, en agosto de 2013, cuando, otra vez en Tokio, vio el documental de Sanjay Gupta con la historia de Paige, Charlotte y los Stanley. “Pasé una hora fascinado, en que no podía creerlo. Pensaba: ‘Me han estado engañando y esto funciona’”, recuerda.

Behrens tomó contacto con los hermanos Stanley para conocer de primera mano la experiencia. En abril de este año, viajó a Colorado después de una conversación con su padre, a quien le pareció que el proyecto podía ser valioso e interesante. Ricardo allí recibió una propuesta: ser el hombre a cargo del proceso de expandir la organización, en especial en los mercados internacionales. “Y allí sentí que tenía que hacer lo correcto más que lo esperado”, dice.

Unas pocas semanas después, el cáncer del padre de Ricardo se agravó y falleció. A esas alturas, la decisión estaba tomada: él, que se había preparado para seguir la línea familiar en Toyota, cambiaría de rumbo por una aventura más incierta, pero con un potencial ilimitado. Desde entonces, él ha viajado por Latinoamérica, una de las regiones en la que la organización está más interesada para expandir sus operaciones.


Paige Figi junto a su hija Charlotte, quien fue la primera niña en recibir el producto en base a aceite de la planta de marihuana.

UN PRODUCTO ESPECIAL
El caso de Charlotte’s Web es tan especial que el producto no cabe dentro de la mayoría de las especificaciones fijadas para medicinas. De hecho, en Estados Unidos está caratulado como un suplemento alimenticio, por lo que se puede vender directamente en los estados que lo autorizan. Y el precio para las familias que lo usan ronda los 300 dólares mensuales, muchísimo más barato que la mayoría de los remedios convencionales. “Nuestro objetivo es bajar los precios de Charlotte’s Web para que sea accesible para todo el mundo”, señala Ricardo Behrens.

Si bien los hermanos Stanley tienen otros productos, principalmente enfocados en cuidados paliativos, el caso del aceite basado en cáñamo es especial y ha cambiado el escenario por su efectividad: no es que sólo atenúe los síntomas de enfermedades, sino que pasa a la ofensiva. Behrens lo explica así: “Nos estamos enfocando en el tema de la epilepsia porque los resultados son tangibles. Los niños pasan de tener 50 ataques a la semana a uno en el mes”. El éxito es tal que hay familias que se han mudado a Colorado para poder ocupar el producto. “Tenemos una gran lista de espera. Y hay niños muriendo”, afirma Paige.

Pese a que los resultados son muy prometedores, el producto también ha enfrentado oposición. Las empresas farmacéuticas han desplegado gestiones para advertir sobre los potenciales efectos de una desregulación en un aceite que señala tener propiedades medicinales y han pedido estudios. Y, por otra parte, un grupo de los tradicionales activistas a favor de la legalización de la marihuana ha mirado con recelo la estrategia de la organización, que ha preferido solicitar a los estados un permiso ad hoc para el producto antes que una autorización para el uso de la planta a escala más masiva. Algo así como un camino intermedio, dado que, si bien el aceite viene de la planta de la marihuana, no produciría los efectos asociados a su consumo como droga, por el bajo nivel de THC.

Sin embargo, el producto ha sido un éxito a tal nivel que ya los desafíos son distintos. Ricardo Behrens, por ejemplo, dice que una prioridad es reducir los costos de producción: “Nuestro objetivo es bajar los precios de Charlotte’s Web para que sea accesible para todo el mundo”, comenta desde un café en Montevideo, donde ha viajado por segunda vez en menos de tres meses.

Eso, por supuesto, no es una casualidad.

 

LATINOAMÉRICA EN EL HORIZONTE
Hace un mes, Paige y Ricardo estuvieron en Santiago. Querían conocer de primera mano la experiencia de La Florida, la comuna donde su alcalde, Rodolfo Carter, autorizó la plantación de una cantidad limitada de plantas de marihuana para ser usadas con fines terapéuticos. “Él no sabía que esto podía ser usado para la epilepsia y se mostró muy interesado”, cuenta Behrens. Paige, por su parte, quedó impresionada de la disposición de Carter, quien le señaló que tiene interés en viajar a Colorado a conocer la experiencia de primera mano. “Fueron reuniones muy productivas donde pudimos contar nuestra historia”, dice ella.

Latinoamérica es una región vista con mucho interés por la postura más abierta que los países han ido tomando respecto de la utilización de la marihuana. Pero dentro del grupo, el principal vínculo que han construido es con Uruguay, donde el gobierno de José Mujica impulsó una legislación que permite el consumo y crea espacios para que las plantaciones sean legales.

Justamente ese espacio fue el que le interesó a la organización, y por motivos muy concretos. Primero, Uruguay se podría convertir en la base para elaborar sus productos para el Cono Sur. Y segundo, porque la apertura del gobierno y la sociedad uruguaya les podría permitir algo tanto o más valioso: generar experimentos y pruebas científicas para comprobar el alcance de las propiedades que tiene la planta de cáñamo en temas de salud. Por eso, Behrens ha liderado las conversaciones con el gobierno para que la organización no sólo pueda instalar una granja de cáñamo en el país, sino que se le permita asociarse con científicos para realizar experimentos. “Cualquier persona que no comprenda que acá hay algo muy interesante que investigar es muy cerrada”, plantea.

Paige, por su parte, sigue promoviendo cambios a la legislación para que el producto pueda beneficiar a más niños. Y en el camino, tendrá que apostar por seguir cambiando la manera en que se piensa cuando se habla de marihuana, tal como le ocurrió primero a ella misma, luego a Gupta y finalmente a Behrens. “Cuando yo vi a Charlotte por primera vez, para mí ése fue el momento clave”, afirma Ricardo para explicar por qué hoy está embarcado en el proyecto. “Ahí dije: ‘Esto es lo que voy a hacer para ser recordado. Y yo tengo que ser parte de este equipo’”.

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